Carta abierta a una ministra desmemoriada
Eduardo
de la Serna Obarrio etc…
Señora
ministra:
En
estos momentos estoy en una tensa calma… no sólo por las añoradas elecciones
del próximo domingo, en las que espero intensamente que todo lo que se anuncia
sea una realidad, sino también pensando en nuestros hermanos de Bolivia, y la
diferencia entre las mesas llenas y la Mesa vacía, en nuestros hermanos de
Bogotá que el domingo también podrán elegir entre ser humanos o seguir la
dolorosa inhumanidad que hace tanto comenzaran, y nuestros queridos hermanos
chilenos que amagan con querer sacarse de encima 30 años de pinochetismo
constitucionalizado… Escribo esto escuchando música (no sólo el Perro lo hace),
canta uno de mis cantautores preferidos, un chileno al que la leyenda dice que
le cortaron las manos en un estadio. ¿Le suena todo esto? Quizás si despejara
un poco los vahos de los lácrimógenos, el gas pimienta y la violencia pueda
recordarlo. La memoria es importante (como la verdad y la justicia, pero es
otro tema y no quiero que sienta que la estoy agrediendo).
Siempre
supe que cometí errores. Creo que también mis compañeros. Pocos hoy estamos
vivos para saberlo, y mantener nuestros sueños en pie. Claro que también sé, y
sabemos, que hubo y hay quienes reniegan no sólo de medios sino también de
fines. O peor… ¡Mucho peor! Y aquí empieza mi sorpresa. ¿No es curioso que en
lugar de rechazar una muerte (o varias) ahora aplauda o “nos explique” otras muertes,
como las provocadas por los que ayer combatía? Y ya no sólo explicar y aplaudir
las muertes de Santiago y Rafita, abrazar a Chocobar, sino hasta justificando
los crímenes en Chile. ¿Tanta culpa tiene que exorcizar? Tantos elogios a las
fuerzas, tanto deseo que todos tengan – tengamos – miedo al ver alienígenas
robotizados (robocopes autóctonos) me hacen pensar. ¿No se le ocurrió, en
cambio, empezar terapia? Digo, porque así podrá elaborar todo lo que le pesa y
no afectar a todo un pueblo, y – peor aún – a miles de compañeras y compañeros
con los que ayer compartía sueños. Dejar de ser “Cali” para pasar a ser “Pato”
no es el problema. Evidentemente. El problema es el Pato que está siendo… ¿Será
que tanto pesa el apellido (o los apellidos)? Eso del inconsciente colectivo
también puede elaborarlo si va por ese lado… No necesita irse hasta los favores
devueltos por Roca a sus familiares en la campaña al desierto para
desentenderse de Santiago y Rafita, por ejemplo. Es cierto que en todos los
campos de batalla puede aparecer un traidor. Y cerca suyo, hace tiempo, parece
que lo vivió de cerca más de una vez. Pero no necesita imitar esos ejemplos
para sanar sus heridas. Es que no se trata de usted, se trata de todos. De
nosotros. De un “pueblo” (¿se acuerda cuando usaba esa palabra?). “El derecho
de vivir en paz”, canta Víctor. Porque, y permítame que se lo aclare… no es lo
mismo “descansar en paz” que “vivir en paz”. Esto último es lo que queremos, y
usted, y sus nuevos amigos, insisten en no permitírnoslo.
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