Curar
en la pandemia como curas
Eduardo
de la Serna
Iba a escribir algo sobre los
curas, ministros y ministerios, sacerdocio y celebraciones en estos días,
cuando mi amigo Félix me envió un excelente texto de Gómez Cantero, obispo de
Teruel, que ponía en palabras lo que yo pensaba. A él remito, y sólo quiero,
entonces, acotar algún elemento más:
https://www.religiondigital.org/vida-religiosa/inusitada-efervescencia-Antonio-Gomez-Cantero_0_2216178407.html
Yo creo que cada quien tiene
todo el derecho de hacer lo que en conciencia cree que es bueno hacer para su
oración o espiritualidad. Hay quienes para rezar o meditar apagan las luces,
encienden un hornito aromático y ponen una música suave, hay quienes toman una
guitarra, hay quienes leen, quienes meditan, quienes entran en conexión con
otros… ¿Y quién se cree con derecho a afirmar que tal o cual no es o no debiera
ser el modo? Si yo entro en comunión con Dios, si hay un encuentro de amor, si
me sirve, pues ¡vale! Es cierto que un problema habitual es el de quienes creen
que lo que a mí me sirve o ayuda para la oración debiera servirles a todos.
Pero dejo de lado esto, en esta ocasión. Esto que digo, por supuesto, también
vale para los curas. Es decir, que también el cura puede hacer lo que le sirva
para entrar en oración y comunión con Dios (o creer que…). Pero esto me lleva a
unas preguntas:
- Es muy frecuente en la literatura profética que los escritores (predicadores) confrontan con quienes creen que deben hacer tal o cual cosa (especialmente de culto) para encontrarse con Dios, y ellos le dicen bien claro que al Dios de Israel no se lo encuentra allí sino donde Dios quiere salirnos al encuentro. Son muchísimos los textos en los que los profetas cuestionan el “culto vacío”. Primero vivan “el derecho y la justicia” y “después si”… repiten. Una pregunta que es bueno que nos hagamos, entonces, es si realmente nos estamos encontrando con Dios donde nosotros creemos que él estará y no – más bien – con lo que creemos que es Dios, o con el Dios que nos hemos fabricado…, y no que dejemos, ante todo, qué sea Él quien nos salga al encuentro dónde, cómo, cuándo y sí quiere. A Dios lo encuentro “en los pucheros”, repetía Teresa de Ávila, que de esto sabía bastante. A lo mejor, todos esos rituales sólo deban servirnos para entrenarnos y estar bien atentos a reconocer a Dios allí, dónde y cómo Él decida presentarse.
- Como grupo, los OPP hemos insistido en llamarnos “curas” más que “sacerdotes”. “Cura” es el que tiene “cuidado” (cura de Ars, cura Brochero…) de una comunidad, el que se ocupa de sus dolores, el que padece-con, el que está atento a sus “gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias… sobre todo de los pobres”. Con el término “sacerdote” hemos tenido alguna cuestión crítica; primero que en todo el Nuevo Testamento, sólo Jesús es sacerdote (y de un modo nuevo, y definitivo, muy poco parecido a los “sacerdotes antiguos”), aunque – citando el Éxodo – también se diga que es “sacerdotal” el pueblo de Dios. Pero, además, el “sacerdocio” remite a lo “sagrado” (sacer-, lo sacro), y tocar las heridas, comer en las mesas, compartir un encuentro no sería “sacro”. Sólo se dice “sacerdote” en relación al “altar”. Y entonces, caminar las calles, ocuparse de un comedor, acompañar a las víctimas, atender a un enfermo, dar una clase, no sería propiamente “sacerdotal”. Pero sí sería “cural”.
Ver la cantidad de misas por
internet que se han celebrado, y otras liturgias, debo confesar que “me hace
ruido”. Pero quiero ser coherente con lo dicho: a quienes les haga bien, o
crean que les hace bien, nadie tendría razones para cuestionarlo. Y a quienes
no, pues, lo mismo vale. Yo podría pensar tal o cual cosa, y tengo motivos para
pensarlo. Vale. Y otros pensar otra. Y vale también. Pero…
Hay cosas, como dije, me hacen
ruido. Y dejo de lado las actitudes que más se parecen a la magia que a una
verdadera manifestación de fe (como ya hemos comentado, en otra ocasión) y me
detengo en nuestra responsabilidad como curas. Es verdad que si hace un mes no
hay celebraciones, pues no hay “colectas”, no hay aportes, y la parroquia debe
pagar la luz, el gas, el teléfono y otros servicios (y ver quienes alientan
aportes por CBU, Mercado Pago o un Código Q me hace más ruido todavía). Pero
también es cierto que eso quizás nos ayude a ser más pobres. Y eso se parece
más a Jesús. Nos hace asemejarnos más a Jesús. Y, más parecidos a Jesús (no por
“imitación de Cristo” sino por “caminar con él”, seguir sus huellas, aclaro)
nos haría más capaces de reconocerlo donde, cuando y cómo se nos manifieste.
Hoy estuve con “X”, víctima de
una situación muy dura. Y por un lado me preguntaba cómo viviría su cuaresma y
pascua, imposible de vivir, salvo por connaturalidad. Pero, por mi parte,
también estuve con Jesús. El crucificado (recordando lo que decía uno de los
grandes espirituales de este tiempo: “Dios no se guía por el calendario
litúrgico”). Y eso es, ¡esto debe ser!, oración. Si no lo fuera sería que Jesús
pasó de largo porque yo estaba ocupado pensando en “el altar”, o buscándolo
allí. Sería triste.
Ojalá, en este tiempo, como
curas, busquemos nutrir a quienes tenemos que “cuidar”. Porque si los tratamos
infantilmente, y no los fortalecemos para crecer como adultos, si los “hacemos”
necesitados del “papá sacerdote” que, aunque sea a la distancia manda sus “fluidos
benéficos”, tengo la sospecha que podemos
parecernos a los que Job llama “médicos matasanos”. Si no aprovechamos estos
tiempos raros para que la soledad y el silencio sean los tiempos en los que la
semilla crece bajo tierra “sin que sepamos cómo”, a lo mejor habremos
desaprovechado esta oportunidad, quizás maravillosa en el dolor, la angustia,
la enfermedad. Eso sí, en el altar, rodeados de espectadores virtuales que
dirán, ¡qué bueno es el padre, nos regala caramelos!
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