miércoles, 1 de abril de 2020

La disconformidad en cacerolas


La disconformidad en cacerolas


Eduardo de la Serna



Por lo que tengo entendido, los golpes de cacerolas comenzaron en el año 1973 contra Salvador Allende, en Chile. Desde entonces, fue un modo frecuente de manifestar el desacuerdo. Originalmente la idea era “tenemos las cacerolas vacías, no hay comida, tenemos hambre”. Luego fue mutando a un modo de hacerse sentir, hacerse oír, supuestamente ante un gobierno sordo. Esto, por momentos, se reforzaba con manifestaciones. La intención en este caso, era hacerse ver.

Por supuesto que la seriedad o razonabilidad de los cacerolazos vendrá dada por la seriedad y profundidad del reclamo. Pero, es sensato reconocerlo, en ocasiones, la fuerza o no del caceroleo tiene también que ver con la capacidad o no de los incitadores de pulsar fibras sensibles en los que se pretende sumar.

Recuerdo cuando ciertos sectores (¿hoy caceroleros?), allá por los 70 nos llamaban “idiotas útiles” a los que militábamos.

Los cacerolazos de las dos últimas noches, parece, fueron escuchados en algunos barrios (¿top?) de la Ciudad de Buenos Aires (debo decir que en mi barrio no escuché una sola cacerola, ¡ni latita siquiera!). Ver al impresentable de Miguel Boggiano golpear una sartén, insultando a los que no caceroleaban, resulta sintomático. En lo personal celebro estar del otro lado de su grieta. El argumento de los cacerolos era exigir que los políticos se rebajen el sueldo. Algo muy caro (valga la ironía semiótica) a las clases medias sin necesidades. El discurso “anti-político” (son todos iguales, que se vayan todos, etc) los permea fácil. Uno podría decir que no se escucharon las susodichas cacerolas con el blanqueo macrista, la fuga de todo un PBI (ese que repetían marionetamente que una chorra se había afanado), la desocupación sistemática… no carolearon cuando desapareció el ministerio de Salud, cuando se desfinanciaron hospitales o no se inauguraban los que estaban ya listos… No escuché cacerolas cuando Rocca, Caputo y otros “pobres empresarios” echaron gente; tampoco por el aumento de femicidios causados por el aislamiento domiciliario; tampoco los escuché reclamando que “traigan la guita” de Panamá, de Bahamas, Delaware, etc. ¡No! el motivo de las cacerolas es uno solo, sin dudas, sin ambages... el motivo es la buenísima imagen que está cosechando Alberto en todas partes, y el solo espanto de pensar qué pasaría si hubiera ganado Macri. Como me dice un amigo: si Rocca trajera el 1% de lo que se llevó habría varias veces lo que se ahorraría el estado bajando 30% el sueldo de los funcionarios. Coincido. El caceroleo tiene un solo y único motivo: gorilismo.

Es cierto que los cacerolos son porteños (esos que en un 50% votaron detestablemente, al decir de Fito Páez) y bien podríamos preguntarnos si no hay una interna cambiemita en esto. El que gobierna la ciudad es Horacito, no un “peronista” / “K” / choriplanero; de hecho, fue notable el contraste entre la “serenidad” de Lilita (¿estará medicada?) y los gruñidos gorilescos de Waldo y Pato.

¿Cómo era eso de que “los K fomentaban una grieta”? ¿Qué grieta fomentó Alberto desde que es presidente? Tengo la convicción que sin la susodicha grieta algunos no podrían vivir porque ni siquiera tendrían entidad. No la tienen, en verdad, pero al menos pueden hacerse oír (entre los suyos, claro) ya que, de su lado de la grieta, la “gente como uno” necesita el odio como el aire, necesita el miedo como el agua y necesita el desprecio como el pan. El tema es que ya fueron gobierno, y “gracias” a ellos / ustedes tenemos que empezar de cero en muchas cosas (ni el ascensor del Hospital de Clínicas funcionaba; aunque me imagino que el de Los Arcos sí andaba normalmente). Pero bueno, algunos se han decidido a gobernar mientras el zumbido caceroleante anda dando vueltas por 3 o 4 barrios porteños.


Imagen (comentada) tomada de la web del diario La Nación, tribuna de doctrina

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