Ayudando a mirar
Eduardo de la Serna
Movidos por malas experiencias, o guiados por estereotipos, o por
una mala (y a veces injusta) publicidad, hay una serie de colectivos sociales
que no aparecen a la vista de todos en estos días de pandemia. No aparecen salvo
para los que pueden ver. Todos sabemos – y aplaudimos – a los servicios de
salud, a los vendedores de elementos esenciales, a los servicios públicos, a
los camioneros desde recolectores a proveedores. Todos sabemos, o podemos ver,
también el lado perverso de la historia, desde comunicadores sociales que
alientan e incitan a la muerte, empresarios desentendidos de sus trabajadores,
de sus empleos y salarios, y economistas que miran números y - ¡ay, una vez
más! – con la gente afuera. Pero hay algunos colectivos, en muchos, y
muchísimos casos, mal mirados, con razón o sin ella, que le están “poniendo el
pecho” a la pandemia y a la gente. Y no aparecen a la vista de los “mostradores
de realidad” (¡!). Se me ocurren tres grupos, y seguramente pueden señalarse
más: en la docencia, el poder judicial y el clero. Y me refiero a estos
precisamente porque encuentro en ellos algo interesante de pensar: son grupos
que permiten una formidable mediocridad, un maravilloso “dejar pasar, dejar
hacer”, pero a su vez también permiten una serie de heroísmos, dedicaciones y
verdaderas consagraciones que no siempre son reconocidos (o lo son, muchas veces
después de muertos).
Hemos sigo testigos y testigas de las decenas de veces que se
cuestionó a los docentes, que “tienen 3 meses de vacaciones”, que no trabajan,
o de padres y alumnos que los golpean por una mala evaluación. Y en estos
momentos, resulta, se ve en cientos de docentes una importante revitalización
del eterno rol de padre/madre, de trabajador social, enfermero, y – de paso –
también docente. Se ven docentes poniendo toda su capacidad creativa en modos
hasta ayer impensados de enseñar y aprender. “Peleando” con los celulares (y a
veces con los padres que no dan abasto para recibir las tareas de los 4 hijos
en el único celular de la casa, que además también lo utilizan los padres y
madres). Se ven maestras madrugando para preparar los bolsones de comida que
los chicos llevarán a sus casas con la intención de que dure para todo un mes. Se
ven videos con diferentes espacios de creatividad, desde el Himno Nacional, en
fecha patria, cantado y en lenguaje de señas hasta el aprovechamiento de
plataformas de los ministerios de Educación y de Cultura que tienen “oferta”
casi para cualquier cosa. Y los espacios universitarios que, además de las
clases, muestran a las claras, y a la vista de los no-ciegos, por qué son
buenas, útiles y fundamentales las universidades dispersas por tantas partes de
la Patria. Y, además, los aportes desde la super sopa hasta el aprovechamiento
doble de los respiradores o la detección temprana del covid-19 (me niego al
femenino).
También tenemos, y las noticias nos dan más que motivos para ello,
una pésima opinión del poder judicial. Más aun al revelarse el manejo del mismo
por parte del anterior desgobierno. Algo que era sabido, pero no probado ni
testimoniado. No hace falta pensar en sectores fácilmente detestables empezando
por la Corte y llegando a Comodoro Py. Y los especímenes que viven burlándose
de la justicia reclamando que funcione, con apariencia de que lo que se pide,
en realidad, es poder cobrar. Pero resulta que hay un poder judicial que no
aparece en los medios. Y me detengo (y no es el único caso) en la justicia que
hasta ayer (hace casi 12 años) se llamaba “de menores”, y quizás por eso para
tantos sea una “justicia menor”. Precisamente un espacio que (si lo quiere,
claro) tiene todas las posibilidades de incidir positivamente en favor de les
niñes, jóvenes y también familias. Jueces y juezas que tienen miedo al
contagio, pero están “al pie del cañón” donde hay una necesidad. Que es un
derecho. Y hay quienes se ocupan – fiscales, abogados/as, jueces/zas y no sólo
en guardias sino acompañando las responsabilidades virtuales, dictando amparos
o sentencias, recorriendo kilómetros para estar donde se debe, y – además –
preparar una clase, rendir un examen o amamantar un hijo. Y, sobre todo,
cuidándose y cuidando a los/as pibes/as. Mientras la tele enfoca el reposo del
comodoro.
Es habitual que la relación de la mayoría con los curas sea en
celebraciones: misas, bautismos, casamientos, primeras comuniones… responsos.
Nada de eso se vive ahora. Los curas parece que hubieran desaparecido. Sumemos,
a la imagen habitual, los casos de pederastia, lo que transforma a unos cuantos
en verdaderos monstruos (¡y lo son!). Sumemos a esto la presencia y declaraciones
episcopales, no siempre felices (pocas veces felices, quizás). La imagen de los
curas, entonces, se resume a lo sagrado o a lo terrible. Nada muy grato, por
cierto. Y, quizás, haya que sumar a quienes parecieran tener una suerte de
compulsión sacramental y celebran misas en los techos o bendicen desde helicópteros.
Pero hay, también, otro clero. Y no me refiero solamente (aunque también) a los
que tienen y sostienen comedores (¡que tanta falta hacen en estos tiempos!)
sino a los que ponen su creatividad al servicio de la gente. Desde los medios
de comunicación (radios comunitarias, por ejemplo), hasta los modos más
novedosos de comunicar buenas noticias. Al fin y al cabo, para eso existe la
Iglesia: para anunciarlas. Pero que sean buenas de verdad, y no ilusiones,
ficciones u opio del pueblo. ¿Cómo anunciar buenas noticias, aunque sean
pequeñas, pero que sean verdaderas, en estos tiempos donde todo parece oscuro y
negativo? También ese desafío requiere creatividad. Y fe. Y lo hay. Mucho.
Estos tres casos que señalé (e insisto que han de haber más) no
suelen salir en los Medios. Casos que requieren mucha creatividad, mucho
estudio, mucha dedicación. En realidad, los 3 exigen saber que el sentido de
estas vidas no está en ellos mismos sino en aquellos a quienes servir. “El que
no vive para servir, no sirve para vivir” se decía. De eso se trata.
Imagen tomada de https://www.marketingdirecto.com/marketing-general/marketing/4-principios-para-escapar-de-la-mediocridad-en-la-era-de-la-experiencia
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