La moda autoritaria
Eduardo de la
Serna
La historia de
la humanidad abunda en escenas, o establecimientos, en los que un pequeño pero
poderoso grupo impone su voluntad sobre el resto. Precisamente la clave radica
en lo de “poderoso”. Puesto que “pueden” hacen lo que quieren. Es evidente, en
ese sentido, que “la ley” está (debiera estar) al servicio de los débiles para
equilibrar. Porque para el poderoso “él mismo” es la ley. Su ley. Pero que la
ley sea justa (o, al menos, no tan injusta) no implica que se cumpla. Para eso
existe el poder judicial. Y cooptarlo, como suelen hacer los poderosos, les
garantiza “seguir pudiendo”. Es un modo simulado de tener “la suma del poder
público”. La “división de poderes” suele ser una ficción, en la que se actúa
como si se fuera democrático mientras “yo mande” y se violenta mientras no
ocurra.
El reciente
caso de la toma del Capitolio por huestes del ex presidente Donald Trump fue un
ejemplo. No novedoso, por cierto, pero sorprendente para aquellos que creyeron
que los EEUU eran “el país de la libertad”, los adalides y defensores de las
democracias del mundo y los garantes de la ortodoxia democrática, que pueden
afirmar quien sí y quién no “aprueba” los parámetros democráticos y por tanto
ha de ser mantenido y sostenido y quien debe ser depuesto y derribado. Y,
precisamente, por ser poderosos, logran que un gran número acepte su
mono-discurso y acepte que Álvaro Uribe es un gran demócrata mientras Maduro no
lo es, o que Evo, Cristina, Lula, Rafael “ze dobadon todo” mientras Piñera, Añez,
Temer, Duque, son pro-hombres (y mujeres) de la civilidad y la justicia, que
Allende debe ser derrocado y Pinochet tolerado. Lo cierto es que lo del
Capitolio fue expresión evidente de algo que se ve en el mundo desde hace ya
bastante tiempo y de lo que muchos, por coloniales, se enteran recién ahora.
Podríamos,
simplemente, mencionar algunos hechos:
- El auto-percibido “campo”, en Argentina, se siente con derecho y libertad de hacer lo que quiera si se ve perjudicado por la ley. Y no teme en arrojar cientos de miles de litros de leche al borde del camino, tirar grano o frutas y verduras a los ojos de una población hambrienta. Si un gobierno, legalmente, pretende ponerles algún limite, no se acepta ¡y listo!
- No hace falta más que ver a Jair Bolsonaro (escucharlo es too much) y ver el autoritarismo en su clara y precisa expresión.
- Las líneas políticas de Europa como VOX en España, la Lega Nord en Italia, Le Pen (padre e hija) en Francia, y las diversas expresiones en Alemania, Holanda, Grecia, Portugal, Polonia y otros son ciertamente preocupantes. Si la clave comienza en encontrar “enemigos”, si hoy estos no son los judíos, serán los migrantes. La clave está en sostener lo propio libres de la peste extranjera o foránea.
- La omnipresencia de grupos “Paras” en otros lugares (o las Maras, y no es un juego de palabras inclusivo, sino una dolorosa realidad) muestra a las claras un poder sobre el poder (y con la bendición del poder). Son brazos armados que hacen lo que “no es políticamente correcto” que el poder haga. Masacres, por ejemplo.
- El poder siempre precisa la difusión. El objetivo – para empezar – es amedrentar. El imperio romano, por ejemplo, con monedas, monumentos y esculturas dejaba claro su poder a la vista de todos. Más crueles aún, los asirios, no perdían ocasión de mostrar su brutalidad, sea colgando cabezas en picas a la vista, o en sobre relieves amenazantes. El “espectáculo” de la cruz con el “cartel” indicador de lo que “no se debe hacer” es otro signo. Hoy, ese rol lo cumplen pasmosamente los Medios de Comunicación Social (MCS), los desfiles fueron en otro momento, otro modo de mostrar amenazantemente la fuerza. Los MCS se ocupan de mostrar o direccionar la mirada en uno otro sentido según el poder (del que forman parte) desee a fin de debilitar, dividir, confundir, o – por el contrario – fortalecer, afianzar o, hasta indicar que “no hay otro camino”. En cierto sentido puede decirse, y no sería falso, que “la mentira los constituye”. Podemos decir que para los MCS “la verité c’est moi”.
- Un ejemplo de esta expresión obscena del poder se ve, en estos días, con la compra de vacunas. El ejemplo de Canadá es, simbólicamente, el más detestable (en lo personal debo decir que, para mí, en su actitud “hacia afuera” casi todo lo de Canadá lo es). Del mismo modo ocurre con la Unión Europea, que pretende no permitir que “salgan” vacunas al exterior hasta que no estén satisfechos (cosa que nunca estarán). Los no poderosos serán “daños colaterales”.
- Otro ejemplo evidente es el Macrismo. Concitó la suma del poder público manejando y cooptando los “así llamados” poderes (los cuatro) y persiguiendo sin escrúpulo alguno a todo lo que podía hacerle sombra (y hacerle sombra a Mauricio es muy fácil ya que su altura política es mínima). Lamentablemente no es fácil desarticular todo esto (y no es evidente que el modo en que se esté intentando hacerlo sea el más eficaz).
- Dentro de la Iglesia Católica Romana la cosa no es diferente: cuando – durante el Sínodo de la Amazonía – había imágenes de la Pachamama, algunos “tolerantes” las secuestraron y tiraron al Tíber. La campaña feroz contra cualquier cambio insinuado es evidente. Y escandalosa. Algunos creen que el Papa Francisco es un gran renovador y en la Iglesia ha comenzado una primavera, luego del invierno de Juan Pablo y Benito. Otros no lo creemos, aunque sí celebremos algunas cosas, tanto algunas que se han hecho o dicho, como otras que no se han hecho. Pero los que han tenido y tienen poder (para peor, en este caso, pretenden que tiene un origen divino y por tanto indiscutible) no se resignan a “mostrar” la falsedad (aunque eso implique disimular, “pequeños elementitos” como la pederastia, por ejemplo).
En realidad,
creo que todo tiene un elemento común. Ciertamente son diferentes espacios,
pero hay algo en común: el fundamentalismo. Hay una suerte de “dogmatización”
de aquello que somos, pensamos, decimos, hacemos. El resto es un “afuera” que
debe ser negado, sometido, vencido y, eventualmente, destruido. Los modos no
importan demasiado ya que se cuentan con los medios para disimularlos, si fuera
el caso, y hasta de negarlos o lograr que sean aceptados y hasta aplaudidos por
distraídos, cómplices o “estocolmizados”. De debilitar a los poderosos se
trata, de que la ley rija, de que los de afuera sean hermanas y hermanos se
trata. Solo se trata de vivir.
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