No somos perfectos… hacia allí vamos
Eduardo de la Serna
En su fascinante carta a los Filipenses, Pablo se enfrenta con que, en la comunidad, se han introducido, o infiltrado, grupos que enseñan algo diferente a lo que él había enseñado. Pablo sabe que los filipenses no les harán caso, pero quiere reforzar la argumentación (cap. 3).
Lo que los infiltrados pretenden es que la propuesta de Pablo no es “ortodoxa” y para gozar de las bendiciones de Israel, hay cosas que no pueden faltar (particularmente la circuncisión). Pablo, entonces, se ve en la necesidad de defenderse mostrando que él era una suerte de campeón de todo eso, pero que al haber “alcanzado” a Cristo, todo eso, que él valoraba tanto, ahora es – para él – como un excremento. A continuación, juega con las palabras, mostrando que él, que fue perseguidor, fue a su vez perseguido por Cristo. Y, para escándalo de muchos, recurre a las imágenes gimnásticas, especialmente la de una carrera. Y, acá el tema, deja claro, que no lo ha alcanzado, pero corre para alcanzarlo. Que tiene claro que él no es, ni nosotros somos, perfectos (teleioi) pero que debemos serlo. Hay, como se ve, una tensión, entre lo que somos y aquello hacia lo que corremos, lo que debiéramos ser, o hacia lo que tendemos. Pero, y esto lo resalta, lo que somos, además, no es nuestro mérito, nuestro esfuerzo, nuestro cumplimiento de la ley, sino nuestra confianza, fidelidad en Cristo. En un nuevo juego de palabras dice que no alcanzó la meta ni la perfección, pero espera alcanzar a Cristo como Él, a su vez, lo alcanzó. Pero luego afirma que entender esto nos transforma en “perfectos”.
Los filipenses son la comunidad preferida de Pablo (“mi gozo y mi corona”, 4,1), pero no ignora que la vida de fidelidad al proyecto de Dios es una tensión, una carrera, un tender a una perfección (= plenitud). Sería por lo menos ingenuo, entender que la fidelidad al proyecto de Pablo implica vivir definitivamente la fidelidad. De hecho, el esquema mental habitual en el Apóstol está reflejado por una tensión entre el indicativo y el imperativo, que se puede expresar de este modo: “somos santos, seamos santos” (ver 1 Cor 5,7), es decir, hay una realidad que ya hemos adquirido por la fe, pero no siempre, no frecuentemente, vivimos coherentemente con ella. Y es hacia eso que debemos tender. La vida es, así, una carrera hacia la meta, es una dirección.
Esta tensión, que a veces se ha llamado, entre un “ya” y un “todavía no” marca una dirección. Pero, y acá mi tema final, “excremento” sería creer que no hay una dirección hacia la que correr, quedarse en el “no hay nada más”. Pero también falso sería entender que “ya” estamos, que ya somos perfectos. Y si esto vale para la vida creyente, imagino que también ha de tenerse en cuenta en otros órdenes de la vida. La política, por ejemplo.
Foto tomada de https://www.caracteristicas.co/atletismo/
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