Atlacatl
El nombre, de claras raíces indígenas, y que alude a un supuesto nativo resistente a la invasión española, hace temblar a cualquiera que conozca siquiera un poco la reciente historia de la hermana república de El Salvador.
El
batallón Altlacatl remite a la masacre de El Mozote (“¿cómo hablar de Dios
después de el Mozote?”, se pregunta Jon Sobrino), con la que parece haber
tenido su (¡perdón!) “bautismo” en 1981, después de su formación en Panamá en
1980. Las masacres que lo siguieron no disminuyeron con el asesinato de Domingo
Monterrosa por parte de la guerrilla a consecuencia de lo anterior. Había
empezado una guerra civil a partir del asesinato de monseñor Romero (1980)
bañando de sangre una república que es más pequeña que la provincia argentina
de Tucumán con un saldo de 75.000 muertos y 15.000 desaparecidos.
Después
de haber estado en El Mozote, visto las fotos y los lugares de memoria, los
nombres y las baldosas todavía ensangrentadas, escuchar de los cerca de 1000
mujeres, varones y niños asesinados, salí con el corazón estrujado y una firme
convicción: si uno pasa por El Mozote y después no dice por lo menos tres veces
firmemente en su interior “¡qué hijos de yuta!” está en pecado mortal.
Charlando con Nidia Diaz, diputada, miembro desde su fundación del FMLN, nos contaba que en abril de 1954 Ernesto “Che” Guevara estuvo en El Salvador y allí dijo que en ese país no podría haber una guerrilla. “- ¿Y, entonces?”, le preguntamos a Nidia. Con una sonrisa suave dijo: “- ¡Se equivocó!”
Charlando con Santiago, fundador y organizador de la radio “Venceremos” nos comentaba la organización, movimientos, y lo temida que era para el batallón aquella radio. Especialmente porque la población podía escuchar otra voz distinta a la hegemónica. Esta sed de acabarla fue lo que gestó el atentado que terminó con la vida de Monterrosa y su cúpula escondiendo una bomba en un falso transmisor abandonado en la huida.
Charlando
con Henry, provincial de los franciscanos, que celebraba exultante el
reconocimiento eclesiástico de monseñor Romero, recordaba su pasado campesino,
y afirmaba que todas esas masacres “me robaron la infancia”.
La
guerra civil fue pasando por distintos momentos, como es habitual, y en 1989 se
desencadenó la ofensiva final en la ciudad capital. En innumerables “fiestas de
15” entraban cajas con “regalos” en las que se ocultaban armas que servirían
para la batalla que duró horas.
En ese contexto, el temible batallón asesinó, el 16 de noviembre, a toda la comunidad jesuita de la Universidad Centroamericana (UCA, pero “la buena”) y a la cocinera y su hija que ante el ambiente de conflicto eligieron pernoctar en la universidad por considerarla “más segura”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.