¿Por qué es importante señalar que Teresa no fue reformadora?
Eduardo de la Serna
Hace
unos días, a raíz de un hecho ajeno a la “interna teresiana”, por el motivo de
haber ocurrido el día de Santa Teresa de Jesús, de Ávila, señalé que Teresa no
fue reformadora. ¿Por qué le di importancia al hecho?
Podría
parecer una cuestión menor, o algo que ocurre dentro de la Orden del Carmelo
descalzo; de la que no me siento lejano; incluso, de hecho, pocos días antes de
esto, también había señalado lo que menciono a raíz de un escrito que me habían
mostrado (y que nada tenía que ver con lo que motivó lo anterior). El tema, más
allá de lo que lo provoque, radicaba en mi oposición a señalar algo habitual
sobre Teresa.
¿Por
qué? ¿Hay diferencia? Creo que sí, ¡y que es grande!
En
primer lugar, un hecho de fidelidad a la historia. “Lo que no tiene es remedio”,
canta Serrat. Si algo ocurrió, o algo es, pues ocurrió. Pues es. Como ya lo
dije en el texto anterior, Teresa ingresa como religiosa en el Carmelo (hoy
llamados calzados) donde permanece muchos años. Mucho tiempo después (27 años) ocurre
que empieza con sus fundaciones. Pero no me detengo en esto (que es importante,
e interesante, porque pretendo ir a otras cuestiones). Teresa funda 17
conventos, con mayor o menor fortaleza, dificultades, objeciones y objetores…
es famoso el dicho que se le atribuye (aunque por lo que sé no figura en sus
escritos ni en los contemporáneos; pero que es “teresiano”, lo es sin dudas)
que ante una crisis gravísima ella pelea con Jesús diciéndole “con razón
tienes tan pocos amigos si a los que tienes los tratas así”. Es sabido que
esas dificultades se dieron en el interno de la Iglesia (el nuncio, obispos,
los “calzados”, entre otros) … basta recordar la prisión de Juan de la Cruz en
Toledo, a modo meramente simbólico. También se ha de tener presente que en
todas estas cuestiones el rey de España tenía capacidad de decisión, aprobación
o veto, y que, además, el tema económico (¿cómo se mantendrá tal o cual
convento?, dotes, donaciones, benefactores, etc.) era un tema principal. Pero
eso forma parte de la “historia del Carmelo”, en la que sería importante que
los datos, las fuentes, textos y contextos primen por sobre los deseos y
preconceptos a la hora de ser analizados y comunicados.
Sin
embargo, el planteo que subyace en la idea de destacar la “reforma” es que algo
estaba mal, o inadecuado y debía ser “reformado” para que se destacara el
sentido original, “fundacional”. Toda reforma de la Iglesia que pretenda ser
seria, profunda, debe mirar ante todo a Jesús y el surgimiento de la Iglesia en
los momentos fundacionales. Lo mismo debiera ocurrir, en este caso, si alguien
es presentado como “reformador” o “reformadora”. Los carmelos estarían “deformados”
por la lujuria, la relajación, la pérdida de lo importante y fue necesario una
mano firme, decidida y “religiosa” que devolviera las cosas a como “debieran
ser”. Y no quiero que parezca que digo que los carmelos de tiempos de Teresa
fueran modelos de vida religiosa, ¡que no! Lo que sí es que, viendo “lo que hay”,
Teresa decide “empezar algo del todo nuevo”. Como el escriba del Evangelio toma
lo viejo y lo nuevo (Mt 13,52), toma elementos de acá y otros de allá. Y decide
empezar algo conforme a lo que ella cree que ella y otras (y otros) pueden
vivir plenamente su fe, su consagración a Jesús, hijas e hijos de la Iglesia. Suele
ocurrir que muchas y muchos no pueden o no saben o no quieren entender,
aceptar, vivir las novedades. Es a eso, por ejemplo, que se refiere Jesús
cuando le preguntan por qué no ayuna y hace referencia a los odres nuevos y los
viejos (Mc 2,22). “No pretendan poner la novedad del Reino en los viejos
esquemas de sus planteos” … Sin duda, el “carmelo calzado” (s. XII) vivía con
sus reglas (la de San Alberto de Jerusalén), y – como todo lo humano – con momentos
de más y de menos esplendor y fidelidad. Teresa decide empezar algo del todo
nuevo. Incluso, en un primer momento, cuando la jerarquía le exige que presente
una regla (algo semejante ocurre con Francisco de Asís) ella se niega, e
incluso, en conjunto con Gracián, compone una “Regla del Cerro” que es irónica
y en broma, apta para las recreaciones de la comunidad. Se puede decir que, con
el tiempo, ella “va viviendo” y después de vivir y luego entender es que
destacará elementos propios y los formulará (lo que es bien propio de la
pedagogía teresiana). El problema radica no en la novedad, sino en la actitud
de quienes no logran aceptarla o recibirla (no se entienda que digo que todo lo
nuevo es bueno; pero en este caso ¡lo es!). Suele ocurrir… desde Jesús a
nuestros días. Por no entenderla pretenden – para lograrlo – acomodarla a los
viejos esquemas. Y entonces, lo que es nuevo se entiende como “reforma”. Esto
no implica que todos “debamos” aceptar, necesariamente, toda novedad. Menos aun
la carismática. Es sensato que incorporemos la novedad que Jesús trae (y no
está de más ver la cantidad de cosas que pretendemos ver “reformadas” para no
admitir la novedad: el templo, el sacerdocio, el culto, etc.), pero, en otros
casos, la novedad que un proyecto tiene no es, necesariamente, algo que todos debamos
asumir. Pero sí es sensato que la asuman quienes dicen asumirla. Sigue habiendo
“carmelos calzados”, por ejemplo. Pero, además, hay carmelos descalzos. Los que
siguen el camino del Carmelo descalzo sí sería de desear que abrieran sus
corazones a la novedad. Y la hicieran propia.
En
segundo lugar, me parece importante, entender qué es lo que para algunas
espiritualidades es “como debiera ser”; es evidente que hay cosas propias del Carmelo
que no tocan a los cristianos de “fuera”: la abstinencia de carne, en general,
las recreaciones, la regla, horarios y lugares, clausura, etc. Pero no está de
más preguntarnos de dónde se concluye que ser más rígidos, sacrificados,
penitentes, esforzados, sería más “agradable a Dios” (además de que nos debiéramos
preguntar ¿cómo es ese Dios que quiere “sangre” de sus amigos y amigas?). Me
parece una obviedad que antes de empezar a hablar y obrar, Jesús vivió una
profunda experiencia con Dios a quién conoció y amó como “abbá”. Recién cuando
entró en comunión con ese Dios pudo mostrarlo con actitudes y palabras, señalar
que puede reinar en medio nuestro, y enseñarnos a conocerlo y encontrarlo. No
es diferente, en este sentido, a lo que hace Teresa: ella se fue encontrando y
conociendo un Jesús (encarnado, histórico, como supo mostrarlo), con el que se
relacionó en su vida interior y exterior, y quiso invitar a hermanas y hermanos
a conocerlo y amarlo, porque de amistad se trataba. Muerta Teresa, como suele
ocurrir en tantas cosas humanas, y por lo tanto también eclesiales, comenzó el
proceso de “domesticación”. Al fin y al cabo, lo hemos hecho con Jesús, era de
esperar que también se hiciera con Teresa. Presentar una Teresa adaptada a la “domus”
(ecclesia) era razonable. El Dios que quiere sacrificios y no
misericordia empezó a encontrarse con otra Teresa. La mujer libre, la mujer
alegre y dadora de alegría, la mujer “fémina”, la mujer firme que no se dejó
avasallar porque solo Dios basta, y que tenía claro lo que Dios le pedía,
aunque la institución no lo entendiera. Esa mujer debía “amoldarse”, “reformarse”
según los odres viejos recomendaban.
Hizo
falta que se abrieran las ventanas para que el Espíritu atravesara las murallas
eclesiásticas para que son atreviéramos a dejarlo inspirar la vida de la Iglesia.
Hizo falta que no temiéramos a las novedades que Dios quiere proponer cada
tanto entre los suyos y suyas; que supiéramos dejar que, si un día Dios dijo
algo a su pueblo en Teresa, lo dejáramos hablar y supiéramos escuchar, y no creernos
los exégetas de Dios (que para eso está el Espíritu Santo). Hizo falta saber
que dentro de las muchas moradas que hay en la casa del Padre (Jn 14,2) algunos
pueden sentirse llamados a sacrificios, penitencias y rigores, pero que eso no
es mejor, ni más “como Dios manda” que otros caminos o proyectos. No parece muy
distinto al planteo de la otra Teresa, hija y amiga, la de Lisieux, cuando
habla de “pajaritos débiles” y de águilas, de “esfuerzos” y de “amor”, de
escalera y ascensor… Domesticar a Dios se parece bastante a “tomar su nombre en
vano”, domesticar a los santos, por lo menos, parece “pecar contra el Espíritu
Santo”, cosa que, un tal Jesús, dice que no es conveniente.
Foto
tomada de https://www.vinetur.com/2020112662574/pellejo-de-vino-uno-de-los-metodos-mas-antiguos-de-almacenar-vino.html
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