¿Qué decir que no haya dicho?
Eduardo de la Serna
Hoy celebramos y celebro a santa Teresa de Lisieux.
Teresita, en popular. Podría contar anécdotas, que no hacen a la cosa central;
por anécdotas, precisamente. Podría decir que cuando acompañé a mi hermana
Mercedes por Francia hace un par de años, no pude sino escaparme a Lisieux
(para los que no lo saben se puede ir y volver de París en el día) … allí
charlamos, le dejé mi corazón lleno de nombres, mi vida, las buenas y las no
tanto, y renovamos la amistad. Pero nada de eso cuenta, por anecdótico, más que
para mí.
Es evidente que los que quieren – queremos – caminar
los caminos del que es “el camino, la verdad y la vida” (o el camino que es
verdad y vida) sabemos que no hay un camino único, recto y señalizado. Todos –
creo – tenemos frenos, retrocesos, curvas, saltos adelante, piedras en el
camino, desvíos… de vida se trata. Pero intentamos caminar con y hacia ese
amigo Jesús. Y a esos diferentes caminos los llamamos “espiritualidades”. Los
hay más anchos, más angostos, más sinuosos, más por arriba, más por abajo… y
cada quién elige el que quiere seguir. O el que puede. O el que sabe. Hace ya
muchos años, ¡48 años!, conocí, elegí y quise caminar el camino que Teresa –
Teresita me mostraba. Y, sobre eso, diré que “no hay un camino mejor”; pero en
el sentido de señalar que no se trata de campeonato, sino que cada quién elige
el que quiere – sabe – puede y para ese o esa quién, ese es el mejor. Y no es
el mismo del camino escogido por otro u otra. Entonces, repito, para mí, para
mi vida, para la dirección que quisiera dar a mi vida, “no hay camino mejor”. Y,
también repito, camino que no siempre supe, pude o quise andar bien… y de esto
hablamos en Lisieux.
He dicho varias veces que Teresa – Teresita ha sido
con frecuencia mal interpretada… puerilmente, infantilmente (en el sentido
negativo de esto), y creo – también lo he dicho – buena “culpa” de esto la
tiene ella misma. No supo, no pudo o no quiso romper con el esquema o mandato
de la “joven burguesa decimonónica”, y entonces mirar sus pinturas, la métrica
de sus poesías, y la casi exasperante frecuencia del “petite” (“pequeño”, que
es también, diminutivo, en francés) espanta a quienes quieren una espiritualidad
recia, militante… Creo que la clave radicaría en quebrar esa cáscara, realmente
molesta, para descubrir lo que, luego de hacerlo, el gran Maximiliano Herraiz llamó
“nervadura”. Un día, muchos años después, leí a Gustavo Gutiérrez que al hablar
de la “pobreza / pobres” afirmó que hay una pobreza-pecado, que hay que
combatir, y una pobreza evangélica que hay que asumir. Y, dice, esa pobreza
evangélica es la “infancia espiritual”.
En una sociedad (y eclesialidad en ocasiones) que no
sabe, no quiere o no puede, salir del trágico esquema de la meritocracia, Teresa
no duda en afirmar – mística, al fin y al cabo – que Jesús / Dios (no los
distingue en cientos de ocasiones) “no conoce la ciencia del cálculo”. En
sintonía con otra gran mística, Etty Hillesum, repetirá que “debemos ayudar a
Dios” … no es tanto cuestión de pedirle ayuda. Supo enseñar que la centralidad
de todo no está en nosotros sino en Dios / Jesús, y que por eso la clave no
está en el esfuerzo de ascender hacia él, sino en recibir su descenso
(abajamiento, que es lo que Pablo llamará “gracia”) porque “todo es gracia”. Supo
centrarse en el Evangelio y no en piadosas leyendas llenas de ternura hueca o
de dulzura insustancial. Supo poner el amor en todo, y que no había vida
cristiana sin amor, no había oración sin amor, que no había nada sin amor. Así
se animó (y aquí sí rompió de raíz una religiosidad decimonónica del
sacrificio, el esfuerzo y el mérito) a mostrar que eso de ser amigos y amigas
de Jesús no es solo para un grupo de “grandes águilas” sino que todos, todas (y
todes) estamos invitados a ese camino. Camino de confianza en Aquel que nos
muestra su amor, y por lo tanto, camino de abandono (no quietismo, sino
confiado). En fin… por ahí va lo que hoy quiero reafirmar. Contar. Repetir.
Creo, en suma, que la mejor imagen de su camino –
propuesta es la que ella misma da: la de un ascensor. Para “ascender” a Dios
podemos ir por la escalera de los esfuerzos, sacrificios, méritos (aunque debiéramos,
quizás, preguntarnos cómo es ese Dios al que los humanos podemos llegar
ascendiendo nosotros mismos; en lo personal me resulta bastante pigmeo), o – por
otro lado – dejar que él descienda para sentarnos en sus rodillas maternales. De
confianza en su gracia más que en nuestras capacidades se trata. Y eso no es
pueril. Eso es “espiritualidad”. De Dios, de Jesús hablamos.
Foto tomada de https://www.facebook.com/MirandaBoschRealEstate/posts/2814406995244977/
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