El escándalo de la cruz
Eduardo
de la Serna
Es evidente que, entre
nosotros, la cruz es algo habitual. Hay cruces en iglesias, cruces en cuellos,
cruces en casas, en rosarios… En realidad, hemos de señalar que desde que el
Imperio Romano se reconoció cristiano se produjo un “maridaje” que tuvo
consecuencias extrañas.
Cuando desde el s. IV empezó
la fascinación por las reliquias (antes había elementos que recordaban a los mártires), fue notable
la cantidad de restos de la cruz que aparecieron por doquier (la búsqueda del
sepulcro y los signos de la cruz se atribuyó a Helena, la madre del Emperador Constantino,
aunque el relato es claramente legendario). Son tantas que podríamos reconstruir el
Titanic, podríamos ironizar. El viejo dicho romano “in hoc signo vinces” [en
este signo vencerás] desde Constantino (312) remite a la cruz. Y, entonces, la
cruz, que era instrumento terrible de tortura, de violencia, de crueldad y
asesinato pasó a verse como signo de “triunfo” (romano). Así, algo que
identificaba a Cristo, en su muerte criminal en manos del imperio romano, pasó
a ser un signo amable; los romanos ahora “eran amigos”.
Pero veamos más en detalle. Ya
el Antiguo Testamento indicaba que aquel cadáver que estuviera colgado de un
árbol era signo de la maldición por parte de Dios a esa persona (Deuteronomio
21,23; señalemos que el término hebreo que se utiliza aquí [hetz] indica
árbol, madero, leño, tronco… lo mismo que el griego xylon; en cambio “cruz”
en griego es staurós). La cruz fue un instrumento de tortura y ejecución
inventado por los persas y “mejorado” por los romanos. Y, señalémoslo, era algo
tan terrible, que el Imperio sólo lo reservaba a aquellos a los que tenía como “no-humanos”,
es decir, esclavos o enemigos del imperio; para otros había diferentes penas de
muerte: espada, desbarrancar, catapontismo (atar una piedra y arrojarlo
al agua), soltarlo a las fieras, etc. Entre los judíos, en cambio, el
apedreamiento, por ejemplo, se reservaba a los blasfemos. Ciertamente los
cristianos no habrían inventado esta muerte como ocurrida con su Señor, especialmente porque
era algo absolutamente humillante, deshonroso y degradante. Y, evidentemente,
que los romanos la aplicaran a Jesús indica mucho acerca de qué peligro veían
en él, “el rey de los judíos”
El que iba a ser crucificado
era salvajemente torturado antes y, luego, llevando en el cuello un cartel (titulus)
que indicaba por qué sería ejecutado, era paseado desnudo por las calles para la
burla y el escarnio de todos. Él, además, solía llevar al hombro el palo
horizontal, mientras que el vertical ya estaba fijo en donde ocurriría la ejecución.
Atado y a veces clavado era izado en una de las puertas de la ciudad para que
todos pudieran ver lo que hacía el Imperio con los que osaban cometer tales
delitos. La cruz era algo atroz. Y el crucificado moría entre horribles dolores
y calambres, a veces durante días. Incluso era frecuente que quedara expuesto
por varias jornadas, además que era alimento de las aves de rapiña y perros salvajes… La
situación de Jesús y los crucificados con él, varió por ocurrir en Pascua, lo
que hubiera provocado malestar grave de los judíos con los romanos. Valga esto
para que sea evidente por qué el crucificado era visto como alguien a quién
Dios había maldecido.
En los primeros escritos
cristianos y en los Evangelios se señala claramente el escándalo de la cruz. Es
que sólo aludir a ella ya era algo espantoso. Tanto que, entre los romanos, se
evitaba mencionarla y se hablaba de “leño desgraciado”, “estaca infame” o “madera
criminal” (Séneca) o “suplicio crudelísimo y espantoso” (Cicerón). Por eso,
además, para los judíos era un indicio de que Jesús no podía ser el elegido de Dios,
ya que la cruz lo revelaba como alguien “maldecido”. Todo indica, además, que este fue
uno de los motivos que más le costó a Pablo en su aceptación de la persona de
Jesús.
Sin embargo, cuando
transcurrió cierto tiempo (especialmente luego del conflicto entre los judíos y
los romanos que terminó con la destrucción de la ciudad de Jerusalén y el
incendio del Templo), los cristianos empezaron a evitar usar el término cruz /
crucificado ya que era visto (razonablemente) como que los cristianos
responsabilizaban a Roma del asesinato de Jesús, el inocente. Además, presentar
como “héroe” a un crucificado era algo ilógico e inconveniente para quienes predicaran en el ambiente
romano. Para que se vea esto, fuera de los Evangelios, donde obviamente se la
menciona con frecuencia, el término sólo se encuentra 2 veces en Hechos, 16
veces en Pablo (no en Tesalonicenses, ni Filemón, 1 vez en 2 Corintios y en
Romanos), 3 veces en discípulos de Pablo y 1 en Hebreos y 1 en Apocalipsis. Comparemos
esto con las veces que lo encontramos en los Evangelios: en Mt 16, en Mc 13, en Lc 9 y en Jn 16 veces
(ciertamente, en casi todos los casos en los relatos de la Pasión). Como se ve,
los textos tardíos buscan evitar mencionar la cruz, y, algunos, ni siquiera lo
hacen.
Ciertamente
esto no significa que llevar o tener una cruz sea algo inconveniente; pero
parece sensato no olvidar toda esta dimensión escandalosa. Nadie de nosotros
llevaría en el cuello una réplica de la mesa de tortura en la que fue ejecutado
un ser querido. Y olvidar el drama sería atentar contra su memoria. Sólo
entendiendo la cruz como expresión visible del amor extremo de Jesús por Dios,
por la causa de Dios y por sus hermanas y hermanos da sentido a mirar la cruz
amablemente. Mirarla como la “cátedra del amor”.
Foto
tomada de https://corazondejesus.es/espiritualidad/necesidad-unir-amor-la-cruz-al-amor-del-sagrado-corazon-segunda-parte/
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