La violencia primera
Eduardo de la Serna
En la Biblia no
existe un término exacto para referirse a lo que nosotros llamamos “renuncia”.
En las traducciones castellanas, allí
donde se utiliza el término, suele ser sinónimo de “cesar” (de hacer algo),
arrepentirse, abandonar, rechazar… y se aplica a renunciar a un derecho, a
dejar atrás un modo de vida, a “no renunciar” (Dios, por ejemplo) a un obrar o
actuar que se tiene por bueno a pesar de las adversidades… etc.
La imagen remite, evidentemente, a algo que se tiene
(o puede tener) y que se deja a un lado. La motivación puede ser un acto de
libertad, pero también una presión de la misma realidad (o sujetos). Así,
aunque uno no lo quisiera, es posible renunciar para evitar un mal mayor,
porque no se puede continuar, sea porque no se puede o sabe o quiere enfrentar
las adversidades, o por falta de fuerzas, o motivos varios. Del mismo modo, la
“no renuncia” puede deberse a motivos varios: la dignidad, o – exactamente, al
contrario – la soberbia o corrupción, la convicción honesta de que se podrá o
no llevar adelante, a pesar de las dificultades, aquello que se pretende, etc.
Ciertamente, el punto principal parece doble: el
sujeto, que debe o no, puede o no, del que se espera o no, su renuncia, y el
objeto del o al que se puede o no renunciar. Sin duda, además, esto puede ser algo
más o menos importante. Se puede (o no) renunciar a cosas sin mayor importancia
o a cosas definitivamente sustanciales.
Para poder pensar seriamente el tema, habría que
entrar en un terreno dificultoso, como es el de la objetividad y también la
subjetividad. ¿Cómo saber con seguridad las causas profundas por las que
alguien decide renunciar o no? En ocasiones estas son explicitadas, pero en
otras son sospechadas (con razones, o con espíritus conspirativos). Que no
podía, que no tenía fuerzas, que fue presionado por fuerzas exógenas, que se
aferra al poder, que la soberbia o que la humildad, que el dinero, que la
grandeza, etc… Sin embargo, estas actitudes subjetivas, entran en diálogo o
conflicto con otras objetivas: la situación a enfrentar, la crisis, los
objetivos propuestos, la reacción externa, etc.
Frente a todo esto, en nuestro mundo estamos
rodeados de renuncias frecuentes, desde tonterías (o cosas menores) como
comenzar una dieta (= renunciar a ciertos alimentos), cosas circunstanciales (la
renuncia de un entrenador de fútbol o un funcionario) hasta renuncias con
importantes repercusiones (la renuncia de un Papa, por ejemplo). Dejo de lado,
aunque es interesante, la posibilidad de revertir una renuncia, o los intentos
por parte de otras personas, por lograrlo.
Ciertamente, la valoración positiva o no de – por
ejemplo – el modo de afrontar un cargo por parte de una persona, influirá
también en la valoración de la (eventual) renuncia como positiva o no,
favorable o no para la situación. En Colombia muchos esperan la renuncia del
fiscal Francisco Barbosa, en Perú miles reclaman la renuncia de Dina Boluarte, aunque
ambos han afirmado insistentemente que no lo harán. Ciertamente (y nuevamente
se entra en el terreno de la subjetividad) muchos esperan (esperamos) algunas
renuncias o lamentan (lamentamos) otras. Muchos evalúan (evaluamos)
subjetivamente ciertas renuncias o sus negativas (gesto de grandeza, aferrarse
al poder, etc.). Precisamente por esto, donde lo subjetivo y lo objetivo se
entrecruzan, algunos (entro en un ejemplo absolutamente personal) celebramos
(subjetivo) la renuncia de Benito XVI, ya que creemos que su papado fue muy
perjudicial para la Iglesia (objetivo), y por el mismo motivo lamentamos que
Juan Pablo II no hubiera hecho lo mismo. Muchos esperamos renuncias en el poder
judicial argentino (subjetivo) ya que vemos que el descrédito al que llevan a
uno de los poderes de la república es atronador. No cabe duda que otros pueden
– subjetivamente – pensar lo opuesto, o, al menos, diferentemente… Y, frente a
eso, se puede dialogar, o confrontar. La negativa de Boluarte en Perú ha
llevado a que, al menos por ahora, el diálogo sea imposible y los reclamos sean
tensos o violentos. Esperar gestos de grandeza (una renuncia en ocasiones lo es,
como el caso de Benito XVI lo ha demostrado) sería de desear en vistas a un
bien mayor. Pero cuando nada indica que ese bien mayor esté en el horizonte de
aquellos de quienes la renuncia se esperaría o desearía logra que la situación
sea conflictiva. En el caso argentino hay un dato a tener en cuenta: el poder
judicial es el ámbito con más descrédito para la sociedad. Y esto tiene razones
que son también objetivas. Por caso, se podrá decir que las escuchas son ilegales
o no, que sí o no son judicializables, pero la hiperactividad cuando se trata de
condenar a unos o beneficiar a otros, o cuando – lo contrario – la pereza en el caso
opuesto, es algo que solamente no ve quien no lo quiere. Y el valor supremo:
¡la justicia!, sigue ausente, especialmente por responsabilidad de aquellos que
debieran hacerla brillar (el poder judicial). Pero, y es lamentablemente un
dato, la falta de renuncias una expresión patente de falta de dignidad. No es
la justicia lo que se busca, lo que se pretende, lo que se “milita”. Y, para
finalizar, esa actitud, no me cabe duda, ¡es violenta! Y esa violencia, es
“violencia primera”.
Foto tomada de https://www.freeimages.com/es/photo/out-the-door-1206901
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