Caminando con Carlos Mugica rumbo a sus 50 (1974 – 2024)
Eduardo de la Serna
En
el año introductorio del seminario, el régimen era algo estricto, quizás algo
monacal. Después de la oración de la noche todo se apagaba hasta la mañana
siguiente. Salíamos después del desayuno del domingo para volver, ese mismo
día, para la oración final. La cuestión es que ese 12 de mayo, era 1974, un
compañero me despierta diciendo: “¡mataron a Mugica!” ¡Un mazazo! Para peor, en
la misa, antes del desayuno, el cura encargado soltó que “¡el que siembra
vientos, recoge tempestades!” ¡Otro más! No hacía mucho había hablado con Carlos
por teléfono; me interesaba escuchar su palabra, totalmente distinta a lo que nos
decía la oficialidad, sobre la relación del cura y la política. Quedamos que un
domingo lo vería en el Instituto de Cultura Religiosa Superior, donde celebraba
misa vespertina, para charlar y de ahí volver al Seminario. ¡Nunca pude
concretarlo!
Estuve
toda esa tarde en San Francisco Solano (recuerdo que se cantó decenas de veces
el Salmo: “yo pongo mi esperanza en ti, Señor, ¡y confío en tu palabra!”).
Estuve mucho tiempo en la vereda de la Parroquia en triste silencio.
Desconcertado. Dolorido. Luego tuve que volver al Seminario previo paso por la
casa de mis padres. Al cuerpo de Carlos lo llevaron de allí a la villa 31,
donde yo lo había conocido y algo colaboraba, para seguir el velatorio y finalmente,
llevarlo de allí al Cementerio. Pero, aunque los seminaristas sí pudieron
participar, a los del pre-seminario no nos autorizaron a ir. ¡Nuevo mazazo!
Hoy
Carlos tendría 92 años (nació el 7 de octubre de 1930). Siempre he creído que
decir, o insinuar “hoy Carlos diría / pensaría / estaría” es mera ficción. Todos
tenemos en nuestra vida frenos, retrocesos, saltos, cambios, aceleraciones…
nadie sigue un movimiento lineal en una misma dirección; lo que sí es razonable
es mirar, escuchar, leer a Carlos ayer y luego mirar nuestro hoy y dejarnos
iluminar por aquello.
La
charla mía pendiente con él era, precisamente, sobre el cura y la política. Nos
era presentada como un mundo de dos horizontes casi opuestos; lo “sacerdotal”
era lo sacro, lo vertical, lo celestial, mientras la política era horizontal,
era algo in-mundo. Por supuesto que, como persona de su tiempo, Carlos no
conocería ni habría leído mucho de lo que hoy dicen los estudiosos de la
Biblia, de la teología, de las ciencias sociales sobre ese tema, y para ver el
hoy no podríamos ignorarlo… Por ejemplo, en su artículo “el sacerdote y la
política” dice que
el
sacerdote que siempre tiene el deber de anunciar a los hombres que sólo en
Cristo está la liberación total del hombre, que culmina en su divinización, no
puede eludir la dimensión política de su misión ya que el Reino de Dios,
comienza aquí abajo.
Y esa es la única vez que
aparece la categoría “reino” en todo el artículo. En su artículo “Jesús y la
política”, el término “reino” se encuentra bastantes veces más (relee un libro
clásico de Oscar Cullmann, “Jesús y los revolucionarios de su tiempo”) pero
prácticamente en todas las ocasiones el reino se trata de algo “escatológico”,
que vendrá en un futuro. La única excepción se encuentra en el párrafo final:
Este
trabajo de Cullmann es un aporte importante para la reflexión de los
cristianos, que hoy, tal vez con más seriedad que nunca, asumen el compromiso
político y la lucha revolucionaria porque comprende que el Reino de Dios
comienza ya en este mundo.
En “el rol del sacerdote” sólo
se encuentra dos veces el término, pero en el sentido de “reino de los cielos”
en sendas citas del Evangelio de Mateo (7,21; 13,44). Con esto señalo que
Carlos, aunque no temía embarrarse en el terreno de la política, no teologizaba
esa actitud con la, hoy indispensable, categoría Reino porque no era, todavía,
un tema central en la teología (el libro clásico “Reino y Reinado de Dios”, de
Rudolf Schnackenburg, de 1959, recién fue traducido al castellano [y en una
traducción no demasiado buena] en 1965; y las consecuencias históricas del tema
fueron comenzadas a extraer de un modo más tardío, especialmente por la
Teología de la Liberación que Carlos conoce sólo en sus inicios de modo
incipiente). Además, parece conveniente distinguir la cuestión social de la
cuestión política. Teniendo un ministerio pastoral en la villa de Retiro, lo
social no podía menos que interpelarlo, pero lo político, hasta 1972 era un
tema obturado por la Dictadura. En realidad, lo político Carlos lo fue “mamando”
desde su contacto amoroso con los pobres, y eso – en aquel tiempo – tenía un
nombre: Juan Domingo Perón; decir “el pueblo es peronista” resultaba algo que
difícilmente podía ser rebatido. Pero una actitud de “meterse en política” no
tenía posibilidad alguna, ni concreción antes de la convocatoria a elecciones
en 1972, para marzo de 1973. Fue precisamente en 1972 que Perón regresa por
primera vez a la Argentina, y que en el grupo que acompaña este viaje están Carlos
y su gran amigo Jorge Vernazza. Todo indica que dos cosas confluyeron en este
proceso de conversión de Mugica al peronismo (luego de su visceral anti
peronismo que celebró “el júbilo orgiástico de la oligarquía” cuando es
derrocado en septiembre de 1955). En primer lugar, el amor del pueblo por el
peronismo, la convicción de que “los días más felices” habían ocurrido en su
gobierno, pero también, la convicción de que el peronismo era y sería el que
mejor haría por los pobres de la patria. No se hablaba, entonces, de “opción
preferencial por los pobres”, pero de eso se trataba.
Hoy, pensar en la invasión
mediática de la “anti-política” me recuerda, precisamente, el esquema “mundo - in-mundo”
que vivíamos entonces en el Seminario. Una suerte de fundamentalismo
espiritualista que en nada se asemeja al Evangelio. La primera vez que escuché
hablar de la cercanía del martirio contemporáneo, precisamente, la leí cuando
Carlos comentaba las espantosas torturas del gobierno “stronista” de Paraguay al
cura Monzón (“el rol del sacerdote”). Allí se vislumbraba que la militancia
social, cuando entra en el terreno político, provoca una grieta propia del
reino de Dios. La misma que provocó en vida la persona de Carlos, por cierto
(porque “en muerte” quedaba bien reconocerlo, y – por supuesto – buscar despegar
de su asesinato a los “amigos”). Se suele decir que el cura al entrar en
política opta por “un partido” (= una parte) cuando debe ser cura “de todos”,
olvidando que la garantía de la “universalidad” del ser cura viene dada por su
ubicarse entre, por, con y para los pobres (sólo desde los pobres se garantiza
la universalidad). Y, sería, además, ingenuo desconocer que los pobres lo son
por “causa”, y los “causantes” eligen no quedar “de este lado de la grieta”,
como el rico, que prefirió salir del camino de Jesús cuando le dijo que “comparta
sus bienes con los pobres”. Son los que voluntariamente eligen no quedar del
lado de los pobres, debemos reconocerlo. En lenguaje de ayer, “el anti-pueblo”.
Hoy, pensar en el testimonio del martirio, y en este caso especialmente el de
Carlos, y buscar militantemente lo que creemos firmemente que es lo que mejor beneficia
a los pobres parece que debería ser una escucha de su memoria, un reconocerlo
como “lugar teológico” y dejarnos enseñar. Claro que muchos no lo terminarán de
entender… como no entendieron a Carlos ayer, aunque lo saluden muerto. Por ser,
precisamente “lugar teológico” es que Carlos sigue hablando, sigue vivo… sigue
molestando. ¡Hasta la victoria! ¡Siempre!
Mugica en su participación en "El pueblo quiere saber" (febrero 1973) https://www.youtube.com/watch?v=xHErgibjTWI
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