Ana, el canto de una mujer confiada
En un
pueblo, llamado Ramatáin, más tarde Ramá y luego Arimatea, un hombre llamado
Elcaná estaba casado (1 Samuel 1,1). Tenía dos mujeres, Peniná y Ana (1,2).
Ésta era la preferida de Elcaná (1,5), pero no tenía hijos. Era un hombre religioso y año a año peregrinaba
al santuario (1,3). Esto, entre otras cosas, es indicio de que la esterilidad
de Ana no era a causa de su infidelidad, sino de otra cosa. “Yavé había cerrado
su seno” (1,5), se dice. Como tener hijos era un indicio visible de la
bendición de Dios, Peniná se burlaba y ofendía a Ana, tanto que se la presenta
como “rival” (1,6). Aparentemente la ofendía especialmente cuando iban al
Templo (1,7), seguramente para resaltar que ella era bendecida por Dios,
mientras no lo era la otra. La tristeza la embarga a Ana que en las
peregrinaciones se negaba a comer (1,7-8).
Un
día, después de haber comido se dirigió al Santuario donde la vio el sacerdote
Eli. Ella empezó una intensa oración en medio de la amargura. Como es habitual
en Israel, la lamentación o súplica, manifiesta su dolor por alguna/s razón/es,
pero se manifiesta tan confiada en la intervención de Dios que suele terminar
en alegría confiada. Ana pide un hijo, que sea signo de la bendición y no
apariencia de maldición divina, y a su vez pide justicia frente a su rival. Por
eso se compromete a entregar a su hijo al templo cuando éste nazca (1,11), será
un consagrado. Una escena pintoresca acompaña este voto de Ana. El sacerdote
Eli, al no escucharla hablar en voz alta, tal como era la costumbre, piensa que
Ana está borracha -como también era la costumbre en las fiestas- y le dice que
vaya afuera a vomitar su alcohol (1,14). Esto da pie a Ana a expresar su dolor
al sacerdote que la manda en paz y le desea que Dios la escuche (1,17). Esto
parece haber llenado de consuelo a Ana, como si Dios mismo le hubiera hablado,
y “comió y ya no pareció la misma” (1,18). Ana halló “gracia” ante Dios (Ana
quiere decir “gracia”, hanna en hebreo) y Dios “se acordó de Ana” (1,19)
que engendró un hijo: Samuel. Como todos los años, Elcaná subió con su familia
al santuario, pero Ana permaneció con el niño. Como su promesa era entregarlo
al Templo, quería esperar el destete (aproximadamente a los 3 años en aquellos
tiempos) para ofrecerlo en la primera ocasión. Así lo hizo y se lo presentó al
sacerdote Elí recordándole la conversación que habían tenido entonces.
Ana,
a continuación, entona un cántico (1 Sam 2,1-10) expresando en el Salmo la
alegría por la intervención de Dios “porque” (los himnos en la poesía hebrea suelen
tener un “porque”). La referencia a los que dicen arrogancias, palabras
altaneras, que él juzga las acciones, que Dios quiebra a los fuertes, que la
estéril da a luz siete hijos y la madre de hijos queda estéril, levanta del
polvo al humilde, y los malos perecen en tinieblas, los rivales quedan quebrantados,
pues Yahvé es el que juzga, en este contexto no puede sino referir a Peniná. Lo
cierto es que, después de esto, y de que año a año Ana llevaba un vestido a
Samuel (2,19), Dios le concedió tener otros tres hijos y dos hijas. Y aquí
termina la historia de Ana ya que comienza en adelante a hablarse de su hijo,
Samuel.
Podemos
tener presentes varios elementos de esta mujer: la burla de la otra esposa de
Elcaná, la ofensa del sacerdote Eli, o incluso el voto y la ofrenda de su hijo
que inspirarán después la leyenda de los padres de María – llamados Joaquín y
¡Ana! – presentándola en el Templo. Pero conviene detenernos en otro aspecto:
como persona religiosa, Ana confía plenamente en Dios. Llora, se apena, se
niega a comer, se lamenta, pero precisamente su confianza en Dios le hace saber
que su oración será escuchada. Precisamente, como expresión visible de su
bendición, como también lo es en el caso de otras mujeres estériles, matriarcas
de Israel, como Sara, o la mamá de Sansón, o lo será luego la mamá del
Bautista. Y, por otro lado, también como persona religiosa, al recibir el signo
de la bendición no puede sino cantar el agradecimiento a Dios “por” su obra en
ella. Es interesante que un salmista, que tomó para su canto una parte del
cántico de Ana (Salmo 113,7-8), parece terminar haciendo referencia a ella:
“Asienta a la estéril en su casa, como madre feliz con hijos” (v.9).
Lucas nos narra que
otra mujer, llena de “gracia”, también tomará mucho de este cántico para hacer
el suyo propio, el Magnificat de María. Ana aparece entonces como una
persona que confía que la “gracia” de Dios la acompaña en su vida, y sea en el
dolor o en la alegría, en la burla de otros o el cariño, sabe que Dios “se
acuerda de ella” y – en esto – él se acuerda de su pueblo.
Imagen tomada de https://www.baamboozle.com/study/227761
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