domingo, 4 de febrero de 2024

La pena de muerte

La pena de muerte

Eduardo de la Serna



Es llamativa la cantidad de gente que se manifiesta a favor de la pena de muerte. Y no pienso en aquellas personas que han sufrido en seres queridos una situación de violencia extrema, a las que, su situación post-traumática hace comprensible la reacción. Me refiero a quienes la ven cómo una solución ante situaciones que no les tocan, pero de las que se enteran (se enteran como se les ha narrado, obviamente).

En general, mi experiencia con estas personas, es que no hay análisis, criterios, contrapropuestas, estadísticas ni nada que sirva. Es casi una especie de dogma. O, para ser más precisos, una suerte de receta mágica. Puede ser que haya errores, y la susodicha pena se aplique a alguien por error, pero eso entra dentro del margen de tolerancia. No afecta al dogma.

Y, curiosamente, en el discurso de los “penademuertistas” en un momento u otro, más rápido o más tarde aparece la denostación de los organismos de Derechos Humanos. O, para ser precisos… no es curioso. Es comprensible. Y, cuando uno escucha el mismo discurso aquí y más allá, en un negocio, una peluquería o en una fila esperando, es justo preguntarse si el discurso es propio, o es introyectado. Pero, todavía más, cuando, unos minutos después aparecen nombres, los que sí, los que no… entonces ya queda claro. Y queda claro, también, que nada que se diga aportará nada… ni directamente, ni colateralmente, ni de modo alguno. Son dos idiomas distintos, por ejemplo.

Y quizás, a modo de ejemplo tengamos un botón de muestra (en todo el sentido de la palabra) en nuestra inefable ministra.

La que (no) “puso bombas en jardines de infantes”, la montonerita que dio el mal paso, celebraba muertes, y, hasta quizás, brindaba. La muerte ajena era una especie de orgasmo para su neurona a-sináptica… Pero como la sed de muerte no se saciaba tan fácil, dar un salto inescrupuloso a “la contra” permitía también celebrar muertes ajenas… o torturas… o lo que fuere y con visos, apariencia o ficción de legalidad (protocolar, por cierto). Ver sufrir al enemigo resulta, para la insaciable, un nuevo orgasmo. Entonces, provocará, y provocará, contará las dizque toneladas de piedras para calcular los litros de pimienta, las personas que manifiestan disconformidad para calcular los rottweiler bípedos, o la cantidad de jubilados para calcular el largo de los bastones… La sangre parece ser el elixir que la sacia… si es que alguna vez lo lograra (además, sabiendo que nadie le pasará la factura por ello).

La sangre, que es vida, y que es muerte, pareciera ser el criterio. Y la sangre ajena – siempre ajena – pareciera ser la solución mágica a todos los problemas. Así que, ya lo sabemos… nada de educación para todos, nada de justicia para todos, nada de pan y trabajo para todos… la sangre de otros derramada es la panacea de la paz. Curiosamente. Sorprendente. Claro que “habemos otros” que no estaríamos de ese lado, pero, tristemente, es más probable que seamos sus víctimas que sus maestros, sus señalados que sus compañeros de camino. Eso sí… otros que queremos seguir caminando, como pueblo, con la sangre adentro y el sudor afuera, y creyendo que la justicia, la paz, la vida no son palabras mágicas, pero sí palabras de esperanza.

 

Foto tomada de https://theconversation.com/es-el-momento-de-la-abolicion-universal-de-la-pena-de-muerte-125044

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