No me sorprendió… porque no esperaba
Eduardo de la Serna
Para evitar malos entendidos, antes de entrar en tema, quiero
dejar claros una serie de criterios o pre-juicios personales.
No soy particularmente papista. Y no me refiero a Francisco,
sino al Papa, al Papado. Respeto al Papa/do, creo que es el que preside la
comunión y la caridad, pero no es el “jefe” de la Iglesia ni c
osas por el
estilo (por eso, y lo he dicho varias veces, no me alegran los viajes del Papa,
salvo cuando se trata de cosas internacionales). Y por eso no entiendo cuando
hablan de la “primavera” de Francisco. El Papa no es la Iglesia, y creo que el
invierno – gélido en ocasiones – impulsado por Juan Pablo II y continuado por
Benito XVI demoraría muchos años, décadas, en templarse, si “la Iglesia” (no el
Papa) así lo quisiera. Pero hay demasiados “osos polares” por doquier.
Creo firmemente que los sínodos son expresión de una iglesia
en camino, en escucha, y decidida a dejarse conducir por el único “jefe”, que
es el Espíritu Santo. Pero, y es evidente, un sínodo sin “actitud sinodal” no
es sino “bronce que resuena o campana que retiñe” (como también lo es el
Evangelio, o el Concilio, obviamente, para ese tipo de actitudes). Hace muchos
años, en tiempos de los glaciares, recuerdo haber escuchado a un obispo que
había ido a un sínodo comentar: “¿para qué nos convocan si está todo cocinado?”
Suponiendo la mejor intención y la firme decisión papal de escuchar, nada de
eso ocurrirá si en “la Iglesia” no hay una firme actitud sinodal; “el” Papa no
es “la” Iglesia, evidentemente. Y, lamentablemente, creo, además, que los
papados anteriores provocaron generaciones fascinadas con el invierno. Es
decir, no solamente que se sienten a gusto en el frío, sino que también
condenan inquisitorialmente cualquier – aunque mínimo – aumento de la temperatura.
Precisamente, notando el clima invernal que nos abarca, no me
he manifestado entusiasta ante el sínodo. Un sínodo sobre la sinodalidad sería
importante y necesario si hubiera una firme decisión y entusiasmo que se
proponga escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias, pero ante tantos
jerarcas que se autoperciben dueños y garantes de una única eclesialidad mis
dudas se afirman. Ya he señalado, en otra ocasión, que, si congelaron un
Concilio, mucho más fácil les resultará poner a hibernar un sínodo. Y, todo
esto, lo repito, suponiendo la mejor buena intención romana, algo que me cuesta
suponer.
Es sabido que cuando el profeta Juan XXIII convocó al
Concilio Vaticano II, rápidamente la maquinaria curial puso a producir
documentos propios de Lampedusa y el gatopardismo. Pero en la Iglesia de
aquellos tiempos había decenas de movimientos vitales, como los movimientos
bíblico, teológico, patrístico, litúrgico, y, paralelamente, el ecuménico, lo cual
provocó una intensa modificación de los esquemas vaticanos en los que “todo
estaba cocinado”. Pero, es evidente que el Espíritu Santo y su permanente novedad
resultaba demasiado incómodo, y entonces surgió el miedo. El miedo que
paraliza, que “nos dejó helados”. Es sabido que el frio conserva mejor, así que
nada mejor que congelar todo.
Con motivo del próximo sínodo, como es habitual, se publicó
un instrumento de trabajo (Instrumentum laboris), y, leyéndolo, no
pudimos menos que recordar los esquemas curiales preconciliares. Y, si bien es
cierto que en ocasiones el Espíritu Santo toma las riendas del yack y entre
patinadas en el hielo conduce la Iglesia a regiones templadas, no son pocas las
ocasiones (¡y tantas en los años recientes!) en las que los signos de los
tiempos, los clamores del pueblo, y las ligeras insinuaciones de los escasos o
silenciados profetas de nuestra era son tapadas por documentos o fogatas
inquisitoriales que simulan calores incinerando a las Margaritas Porette o
Juanas de Arco de nuestros días. O simplemente las silencian… o las ignoran.
¿Será capaz la Iglesia de hoy de asumir una auténtica actitud sinodal? ¿Será capaz de escuchar al Espíritu? ¿Será capaz de dejar el Instrumentum Laboris en un cajón y ponerse a trabajar en serio en el camino en común? Mientras tanto, con métodos insustanciales que creen que escuchan o dialogan con el Espíritu, sin juzgar, y menos actuar que acompañe a un ver sin profetismo, y en el invierno del miedo no se nos invita a tener casi ninguna esperanza. Ojalá el Espíritu de Dios nos dé una buena sorpresa, ojalá la Iglesia elija despertar de la pesadilla del temor y vuelva a abrir las ventanas a un mundo para el cual, dolorosamente, la Santa Institución es cada vez más irrelevante. Ojalá… A fin y al cabo a lo largo de los milenios el Espíritu supo hacerse escuchar, aunque en los tiempos actuales muchos no tengamos ilusiones.
Foto tomada de https://www.istockphoto.com/es/foto/oso-polar
Hola Eduardo, me parece que aquellos invitados a participar del sínodo , en caso de que les parezca que está todo cocinado y que no podrán mover la aguja , entonces ¿para que participan?. No comprendo porqué una persona le puede interesar ir a algún espacio donde ya sabe que no tiene algo que aportar. Simplemente no encuentro sentido en estar en un lugar donde hay que levantar la mano para que la opinion de otro sea aprobada
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