Tensión creativa entre personas e ideas
Eduardo de la
Serna
Una de las
preguntas que Pedro Rosemblat le hizo ayer a Cristina en su reportaje fue qué
pensaba, con qué se quedaba, entre las ideas liberadoras o los personajes
liberadores. Entiendo que razonablemente, ella respondió “los dos”, las ideas
sin alguien que las concrete quedan en el aire, y las personas sin ideas, son
muy aburridas (cito de memoria).
Y creo que
este tema atraviesa toda la historia. Y – a veces sin saberlo – es motivo de
debates… y de crisis. Supongamos las mejores ideas del mundo plasmadas en
textos (ya al plasmarlas algo queda afuera; las palabras tienen sus límites).
Ciertamente necesitan concretarse, hacerse vida e historia. No solamente para
confirmar si tales ideas no son “utópicas” (lo uso en todos los sentidos del
término, ya negativos, ya positivos), si son realmente lo que dicen o si no son
“castillos en el aire”. Y son personas concretas las que las pondrán en práctica,
esas personas son indispensables. Pero…
- Nunca faltan otros defensores de las mismas ideas que afirman “ortodoxamente” que están mal aplicadas, que lo que hacen estas personas roza la “herejía”. Y nunca faltan fundamentalismos que no entienden nada fuera de las ideas sin ninguna razón ni diálogo, solo “la letra”.
- Nunca faltan situaciones concretas, ajenas, extrañas que dificultan o ralentizan la puesta en práctica de tales ideas.
- Nunca faltan sujetos que afirman estar siguiendo tales ideas, pero en realidad, culpable o inocentemente, por error o por traición, van “por otro camino”.
Pero, además
- Es evidente que cuando las maravillosas ideas se despliegan y formulan, se hace en un tiempo y espacio concretos, y, con nuevos tiempos y espacios, estas deben ser repensadas y reformuladas. Con el desafío fascinante de ser fieles a la propuesta original, pero también serlo a “estos” tiempos y espacios, que son distintos.
- Y es evidente que las situaciones concretas con las que las ideas deben dialogar, pensarse para “aplicarse” se amplían y expanden, entonces, con límites casi exasperantes.
Es evidente
que esto, ayer, Cristina lo aplicó al peronismo e intentó mostrarlo al hoy.
Pedro refería, por ejemplo, citas del primer peronismo (1945 – 1955) e incluso
los años previos (1943), por momentos refirió al exilio (1955-1973) y en otros
al último gobierno (1973-1974). Obviamente hubo cambios tanto en la sociedad como
en el pensamiento (ideas) que impulsaban al personaje (Perón) como se vio, por
ejemplo, en el cambio de “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”
a “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, o la referencia a
que se ha preferido “el tiempo a la sangre” (contexto concreto) o a su ser “un
león herbívoro” (otro contexto concreto). Y no es menos cierto que si hubo
cambios (y “actualización doctrinaria”; que los hubo) del 45 al 74, es decir, un
menos de 30 años, con más razón debiera haberlos en los siguientes 50 años.
Pretender un peronismo de 1945 en 2024 es de un fundamentalismo preocupante y supone
no entender el tiempo y el espacio en el que las ideas deben concretarse y
aplicarse.
Pero es
evidente que esto no ocurre solamente en el peronismo… la saludable tensión
entre las ideas y las personas ocurre siempre en la vida de los seres humanos.
Eso mismo es “la Iglesia”. Jesús tuvo un sueño; sueño al que llamó reinado de
Dios. Pero cuando se trata de ponerlo en práctica sabemos que siempre hay más,
siempre hay mejor… Nunca, ni en los mejores momentos, ni en las personas más
santas todo es expresión perfecta del sueño de Jesús. Y aparecerán las tensiones
– sin entrar en pecados y traiciones – que se expresan en lo cotidiano. Es
verdad que mirar el proyecto del reinado de Dios debería ser una referencia
constante para crecer, superar, ampliar, mejorar… A eso Trotsky lo llamó “revolución
permanente” y el cristianismo lo llama “conversión”.
Más aún, las
llamadas “dos manos de Dios” (Ireneo de Lyon), el Hijo y el Espíritu, deberían
estar siempre en viva y feliz tensión. El Espíritu manifiesta todo lo nuevo, la
luz, la vida, el impulso-soplo; el Hijo expresa la carne, la historia, la vida
y las luchas, la cruz. El dicho popular dice “una mano lava la otra, y las dos
limpian la cara”. Así, quedarnos en una sola nos impide ver la riqueza de la
otra. La “encarnación” es expresión viva de ese reinado de Dios; pero, precisamente
por eso, tiene los límites de todo lo concreto (los límites que están “fuera”
de ellos mismos). Por ejemplo, Jesús fue un varón, judío del s. Iº; y una lectura
cerrada entendería que lo que no es tal es inferior, así, la mujer, un no judío,
o los de otro tiempo y espacio tienen un límite insoslayable, les falta algo.
Pero, a su vez, el Espíritu, precisamente porque viene de donde quiere y va a
donde quiere, no muestra ningún límite, ningún criterio, nada visible y
concreto, y entonces – y se ve concretamente en muchas ocasiones – cualquiera podría
decir en cualquier situación que actuó movido por el Espíritu de Dios sin nada
que lo regule. Por eso, el Espíritu acompaña la encarnación, y el Hijo al
Espíritu, y entre ambos, en diálogo, hacen presente, en el aquí y ahora, ese
reinado de Dios, que siempre puede ser mejor, que siempre puede tener otros
rostros, pero nos muestran, con esos límites, que Dios no está en las nubes
ante nuestras alegrías y tristezas, que no es indiferente ante las vidas y las
muertes, las fiestas y los duelos, sino que come en nuestras mesas, abraza
nuestros llantos y brinda nuestras esperanzas. La ya famosa frase barthiana (por
Karl Barth) de Enrique Angelelli de tener “un oído en el Evangelio y otro en el
corazón del pueblo” hace patente, precisamente, esa tensión entre la idea, el
Evangelio, y la praxis, el pueblo. De eso se trata la vida. La nuestra. Hoy.
Foto tomada de https://es.123rf.com/imagenes-de-archivo/tocando.html
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