¿Dónde está tu Dios?
Eduardo de la Serna
Sin duda que el fenómeno del ateísmo era algo impensado
en el mundo antiguo, pero – y muchos estudiosos lo han señalado – sí existe un “ateísmo práctico”, es decir una actitud
que en la práctica niega a Dios, reduciendo a la nada su accionar en la
historia o la vida de los seres humanos.
Podríamos hacer una serie de distinciones,
interesantes y académicas, entre el politeísmo y el monoteísmo ya que la diferencia
entre ambos es notable a la hora de pensar la intervención de Dios (que de eso
se trata). O también, la evolución en la misma Biblia entre lo que se ha
llamado un primer tiempo de “monolatría”
(puede haber otros dioses, pero sólo se ha de adorar a Yahvé) y una – más tardía
– convicción de que los otros dioses definitivamente no existen. Incluso, en esta
última etapa también hay diferentes momentos ya que una es la convicción de la
inutilidad, inacción e ineficacia de los “dioses”, “ídolos”, “nadas”, “abominaciones”, “imágenes” o – simplemente – “hechura de manos”, como se los
llama a estos que “no pueden salvar” o directamente negar su existencia. Es
interesante, por ejemplo, que, en la traducción griega de la Biblia, hay
ocasiones que allí donde había “ídolos” se traduce por “demonios” (por ejemplo Sal 95,5). Pero
señalado esto, detengámonos en este ateísmo “práctico”.
El dios de Israel es un Dios presente en la
historia, desde el éxodo en adelante, y también un Dios que bendice o castiga a
las personas según su fidelidad o no a la alianza de amor que hizo con su
pueblo. Ciertamente las crisis teológicas (como la que se refleja en el libro
de Job) ponen en cuestión muchos de estos elementos, pero que serán utilizados por muchos en Israel para un mayor conocimiento de Dios y su presencia. Señalemos,
entonces, que muchas de las crisis frente a Dios son, en realidad, crisis de
cierta “teo-logía”. Las preguntas,
por ejemplo, de ¿por qué vamos a ayunar si no lo ves? (Is 58,3) o “¿qué ganamos
con guardar su mandamiento?” (Mal 3,14), responden a una imagen de Dios. En un
mismo sentido hay que entender la pregunta ¿Dónde
está?, que se encuentra en algunos Salmos, sea en boca de los extranjeros
(razonablemente le preguntan – con ironía – a Israel por qué su Dios no los
defiende) pero también del mismo pueblo (por ejemplo, los adversarios del
salmista).
Un buen ejemplo de todo esto lo encontramos en el
libro del Deuteronomio:
Le dieron celos con (dioses) extraños, lo irritaron con sus abominaciones, ofrecieron víctimas a demonios que no son dios, a dioses desconocidos, nuevos, importados de cerca, a los que no veneraban sus padres. ¡Despreciaste a la Roca que te engendró, y olvidaste al Dios que te dio a luz! Lo vio el Señor, e irritado rechazó a sus hijos e hijas, pensando: Les esconderé mi rostro, y veré en qué acaban, porque son una generación depravada, unos hijos desleales; ellos me han dado celos con un dios ilusorio, me han irritado con ídolos vacíos; yo les daré celos con un pueblo ilusorio, los irritaré con una nación insensata (Dt 32:16-21).
Una
breve nota: como se dijo más arriba, los términos que aluden a lo que suelen
llamarse “ídolos” son – en la Biblia –
muy numerosos. Aquí, en v.17 utiliza šed,
que sólo vuelve a encontrarse en el Sal 106,37. En el primero se refiere,
claramente (y como es frecuente en Deuteronomio) a los adversarios de Dios,
mientras en el Salmo es paralelo de ‘atsabîm,
que bien puede traducirse por “hechuras”; en este caso, su característica es la
sed de sangre, reclaman: “sacrificio de hijos e
hijas”.
Ante
esta actitud de Israel, Dios ha decidido “esconder
su rostro”, lo cual refuerza la pregunta por dónde está. Esa actitud
divina, en los salmos, es casi sinónimo de muerte (Sal 104,29 y 143,7); en
Isaías es lo que hace Dios para no ver más los pecados (59,2) o es propio de
Dios ante la actitud del pueblo infiel (Mi 3,4). En cierto sentido, entonces,
para estos escritos no es que Dios no está y por eso el pueblo es infiel, sino
que, por el contrario, ante la infidelidad de su pueblo, Dios decide retirarse.
Una actitud semejante se encuentra en el período entre las dos alianzas para
los que Dios se ha retirado y “encerrado” en un séptimo cielo, por lo que ya no
hay espíritu ni profetas hasta la llegada del “día” de Dios, como se ve en
ciertos apócrifos.
Todavía
podríamos señalar que – paradójicamente – cuando Dios decide “rasgar” el cielo
para comunicarse nuevamente con la humanidad lo hace de un modo tal que la
mayoría se pregunta “¿de dónde le viene?” si a este lo conocemos de pequeño,
como a toda su familia… refiriéndose a Jesús de Nazaret (Mc 6,1-6a).
Este Dios que se
identifica con la humanidad cuando está atenta a los dolores y necesidades del que
tiene hambre, dándole de comer, o del desplazado, solidarizándose con su causa;
este Dios que rechaza los ídolos del dinero y el lucro a los cuales se ha reconocido
como “señores” sedientos de sangre de
los “hijos e hijas” esconde su rostro, y no puede ser encontrado más que en la
fidelidad a su proyecto.
En estos tiempos de
mentira posverdadera y de hambre, de injusticia e insolidaridad individualista, en estos
tiempos de desesperanza y autoritarismo podemos seguir preguntándonos ¿dónde
está Dios? ¿por qué no se manifiesta? Como dijimos, se trata de “teo-logías”, de saber dónde y cómo lo
buscamos. Y muchos creemos que a ese Dios ausente, de rostro escondido,
seguramente podamos encontrarlo en los miles de carteles que llenan plazas y
calles; a este Dios escondido podemos encontrarlo hoy por todas partes en el
rostro omnipresente de Santiago Maldonado.
Foto tomada de https://i.pinimg.com/736x/fc/a1/ee/fca1ee08f3613f66a4f940878ae93657--winter-storm-ocean-waves.jpg
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