Homilía pronunciada en la Misa por Santiago Maldonado
(7 de octubre de 2017) Bernal Oeste
Eduardo de la Serna
[Evangelio según Mateo 10,37-42]
Jesús
señala los contrastes entre los que hacen y los que dejan de hacer algo, y toma
clara partida. No “merece” ser del grupo de Jesús el que no hace suya su
causa, una causa que invita a salir de “sí mismo” para mirar “al otro”. El
contraste más evidente está en el “encontrar” y “perder” la vida, es perder la
vida por “una causa”, no es una vida que se mira a sí misma “ombligocéntrica” sino
que sale de sí hacia la causa de Jesús. Y así, el que es capaz de “perder” su
vida, el que la arriesga por el proyecto de Jesús, no “pierde” la recompensa.
No se trata de la actitud “suicida” de querer perderla vida, sino de encontrar,
fuera de nosotros mismos, motivos por los que vale la pena arriesgarla.
Andrés Núñez, “el primer desaparecido en democracia” (1990),
Santiago hizo suya su causa y repartió volantes con el rostro de Andrés. Hoy,
Mirna, la esposa de Andrés, reparte volantes con el rostro de Santiago.
Alfredo Astiz, el emblema supremo del genocidio, de la
barbarie y del pasado que no queremos que vuelva, aunque algunos se esfuercen,
comparó llamando “terroristas”, en una guerra que no se vence porque continúa
en el tiempo, a las organizaciones armadas de los 70 con el pueblo mapuche de
hoy.
Una misa es una “acción de gracias” y una “memoria”, una
“memoria agradecida”. Es un encuentro vivo entre el Dios que es Padre y su
pueblo de hijos que son hermanas y hermanos. Es un pueblo que se niega al
Alzheimer político y religioso de la vida mejor o del reconocimiento del
pasado. Un pueblo que sabe que la “campaña al desierto” fue un genocidio (uno
más de los miles que padecieron nuestros hermanos indígenas), un pueblo que
sabe que los mapuche son los legítimos dueños de una tierra usurpada, como
decía el querido Carlos Mugica: “le
robaron la tierra a los indios y después hicieron el código civil”.
La misa
es memoria, es mesa compartida donde los pobres y las víctimas están en el
centro. Es celebrar que para el Dios de Jesús la sangre del hermano es un
clamor que él escucha. Es celebrar que en esta mesa hoy falta un hermano, y no
falta porque está “paseando por Europa”, como decían de los 30.000. Hubo
desaparecidos en democracia: los hubo por la aberración de la trata laboral o
sexual, los hubo por las fuerzas de seguridad actuando clandestinamente, y
ahora lo hay con la complicidad y el encubrimiento del Estado nacional que sólo
se preocupa por saber si la desaparición de Santiago puede o no repercutir
electoralmente (y la complicidad de una parte del electorado a la cual la
suerte de Santiago no le importa ni le afecta). Que no se preocupe el
presidente y sus ministros, no le pedimos que sea cristiano, que se haga la
señal de la cruz o respete el Padre Nuestro, no hace falta que graben esta
celebración, es simplemente una misa. Una misa donde le pedimos a Dios que
ilumine a los que tienen la responsabilidad de impartir justicia, para que ¡de
una vez por todas el Poder Judicial lo haga!, a los que tienen que comunicar la
información en los Medios, para que ¡de una vez por todas comuniquen con verdad
y no encubran y mientan posverdaderamente!, y que nos ilumine a nosotros para
hacer nuestra la causa de Jesús; la causa de las víctimas, la causa de los indígenas,
los desocupados, las víctimas de este genocidio por goteo, las víctimas de los
tarifazos, las víctimas del endeudamiento que pagarán nuestros hijos y nietos.
Hacemos memoria agradecida porque sabemos dónde está Dios en esta parte de la
grieta. Y de este mismo lado está Santiago Maldonado. ¡Presente! ¡Ahora y
siempre!
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