La Biblia de Olmedo y Bolsonaro
Eduardo de la Serna
Siendo que el impresentable presidente electo de
Brasil, Jair Bolsonaro, como su remedo argentino (si fuera posible) el diputado
Alfredo Olmedo acaban de hablar de la “ideología
de género” y ambos remitieron a “la Biblia” para condenarla quisiera decir
una palabra al respecto.
No me detendré en la susodicha “ideología”, que otres pueden hacerlo mucho mejor y
fundadamente que yo, pero si en el texto bíblico del que algo puedo decir.
Para empezar, quisiera señalar que una lectura
fundamentalista (que, entre paréntesis, fue tenida como “suicidio del pensamiento” por la Iglesia en tiempos de Juan Pablo
II y Ratzinger [1983]) transforma la Biblia en todo lo contrario de lo que es.
La Biblia no es una suerte de vademécum de normas y mandatos, un código penal
para ganarse el cielo o conseguir el infierno. No es eso la Biblia, sin duda
alguna. La Biblia es un Dios que se revela, que nos muestra su rostro,
progresivamente, que entra en comunicación y diálogo con sus amigos, los seres
humanos. Y, por tanto, para leerla en otro tiempo, otra cultura, otro lenguaje,
otra historia se vuelve indispensable traducir e interpretar. Hacer una lectura
lineal es no entender la historia, la literatura, al ser humano ni a Dios. Y
esto no tiene que ver solamente con la comida y el vestido, sin duda alguna. La
pregunta clave siempre es ¿qué quiere decir esto a las personas de su tiempo?
¿cómo traducimos esto a las de nuestro tiempo?
Yendo a los textos (mal) usados por los
fundamentalistas en cuestión, quisiera señalar, para empezar, que muy poco
sensato resulta pedir, a textos de más de 2500 años de antigüedad, respuestas a
preguntas del presente. A veces podremos encontrar criterios o “puntas” que nos
ayuden a pensar, pero repetir una fórmula mal entendida sólo sirve para hacerle
decir a la Biblia exactamente lo que no dice porque no lo quiere decir.
El texto de Génesis 1,27 afirma: “creó pues Dios al ser-humano (’adam) a su
imagen, a imagen de Dios lo creó, como macho y hembra lo creó”. El autor es
un sacerdote que, como es habitual en ellos, necesita distinguir y separar,
para – si es el caso – reconocer lo puro y descartar lo impuro, lo santo de lo profano. Por eso más
arriba dirá al hablar de otros momentos creacionales:
- Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra (Gen. 1:11)
- Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; (Gen. 1:16)
- Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; (Gen. 1:21)
- Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: (Gen. 1:25)
Por eso es razonable que también “distinga” en el
ser humano de acuerdo a lo que ve: macho y hembra. Aprovecho para destacar que
el término hebreo dice macho y hembra,
que se utiliza en la Biblia tanto para especies animales como para el ser
humano. Y el verbo hebreo utilizado, bará’ es creacional.
El sacerdote debe “ver” para poder reconocer lo puro
y descartar lo impuro, como – por ejemplo – es el caso de la lepra. Viendo lo
que una persona tiene determinará si es o no “lepra” (en realidad parece que no
existía el mal de Hansen en el Israel de tiempos bíblicos) y lo excluirá de la
comunidad hasta que pueda constatar visualmente que la enfermedad se ha “limpiado”.
Ese es, por ejemplo, también, el motivo de la crítica a los “sepulcros” que no
se ven (Lc 11,44) ya que nos volverían impuros sin saberlo, porque no hemos
visto.
Podemos decir, entonces, que el criterio sacerdotal
en la Biblia es lo visual, lo “natural”. De ninguna manera intenta, el
sacerdote, establecer una antropología y, menos aún, que sea válida para todos
los tiempos.
Un elemento importante es volver a la “creación”. El
texto bíblico dice que Dios “creó”. En
realidad, en los primeros tiempos bíblicos no existía una idea de un Dios “creador”
(sí se había “hecho” un pueblo). Lo que se sostenía era que Dios acompaña a su
pueblo en la historia; es un Dios de liberación, no de creación. Pero cuando la
élite del pueblo (los sacerdotes, por lo tanto) son llevados cautivos a
Babilonia deben sufrir que cada año nuevo entre las puertas de Marduc y de Ishtar
se desarrolle una procesión renovando el poder de estos sobre los dioses
vencidos, Yahvé entre ellos. Y en esta procesión se recita el texto babilónico
de la creación, el “Enuma Elish” (“cuando
en lo alto”). Esto llevó a que muchos judíos decidieran enfrentar contraculturalmente
la poderosa cultura babilónica con relatos que la confrontan (creación, diluvio,
etc.) llegando a su culmen en Babel
(= Babilonia) donde Dios impide la lengua única (el arameo) que el imperio
propone, a fin de que no pueda dominarlos (el hebreo es lengua sagrada, y ahora
también de resistencia).
La idea, por otro lado, es reforzar la novedad: Dios
crea sin nada (“de la nada”, dirá después la Biblia griega [2 Mac 7,28], “nada”
es algo incomprensible para un judío bíblico), crea por la palabra: “Dios dijo… y así fue”. Sin duda la idea –
en este punto – es mostrar que Marduc no puede con Yahvé y que pueden llevar
procesionalmente las imágenes de los dioses vencidos, pero la imagen de Dios es
el ser humano.
Otro tema a tener en cuenta es que el ser humano (’adam) es macho/varón y hembra/mujer.
Ninguna superioridad de aquel sobre esta se justifica en el texto sino que hay
una clara imagen de igualdad.
Señalemos, brevemente, que en Génesis 2,4 comienza “otro
relato de la creación”, de otro autor, que no parece sacerdote y que es muy
distinto: el Dios artesano modela el barro para “hacer” [no dice “crear”] al
varón y luego a la mujer que es reconocida por aquel como una “igual” (2,23), y que – como consecuencia de la desobediencia
primera – será dominada por el varón (lo que demuestra a las claras que eso no
es algo querido por Dios; 3,16). Sin duda el autor “mira” en la realidad las
cosas duras o negativas de la vida cotidiana: el peligro de las serpientes, el
dolor de parto, el patriarcalismo, el trabajo campesino tantas veces
infructuoso y sabe que eso no es querido por Dios sino que es consecuencia de
lo que llamamos “el pecado”.
En suma, y podría decirse mucho, ¡muchísimo!, más: mal
hacen quienes afirman ser evangélicos respetuosos de la Palabra de Dios
bastardeándola de esa manera. Y – además – olvidando que en los “famosos” diez
mandamientos, que deberían recordar frecuentemente, se dice: “no mentir” (¿lo sabe Bolsonaro con las “fake
news” que divulgó insistentemente en campaña, por ejemplo?), dice “no robar” (¿lo sabe algún diputado
acusado de apropiarse de tierras fiscales?, o que Lev 19,13 insiste en que
“no retendrás el salario del jornalero hasta el día siguiente”… los
cosechadores de aceitunas de La Rioja no parecen reconocer este cumplimiento) y
dice, además, “no matarás”(¿lo saben
Bolsonaro y Olmedo invitando, a policías por ejemplo, a matar casi a mansalva?).
Es muy rara la Biblia de un
solo versículo que parecieran haber leído ambos. Pero, al menos, que sirva
esto, a los que saben leer, para que puedan decir libremente que de eso que
estos hablan, la Biblia no habla. ¡Al menos eso!
Foto tomada de https://www.youtube.com/watch?v=MKaQWAjFevE
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