Libertad, libertad, libertad
Eduardo de la Serna
Hay
una serie de palabras, generalmente las que importan, que tienen una pluralidad
de sentido, casi tanta como la de quienes las pronuncian. Y, con especial
frecuencia, por lo tanto, pareciera ilusoriamente que nos entendemos, porque el
idioma es el mismo, pero el contenido no lo es.
De
ninguna manera pretendo que determinado grupo tenga la garantía ortodoxa de la
interpretación (menos aun la real academia, que bastante poco en común tengo
con la realeza). Pero no estaría mal, para empezar, tener claro qué decimos
cuando decimos lo que decimos (valga el macrismo). Palabras como alma, amor,
paz, vida, felicidad, por ejemplo, se usan de tantos y diversos sentidos que
hasta Videla pudo afirmar que la represión ilegal y genocida fue un acto de
amor.
Una
palabra siempre de moda, y siempre ambigua es el término libertad. Con sus
habituales inconexas e insustanciales definiciones, Javier Milei cuestionó el
término neoliberalismo, porque lo que importa es la libertad, de donde viene el
término; un argumento que valdría, por la misma razón para comunismo, fascismo
y casi todos los demás –ismos imaginables. Suele ser poco frecuente que uno
proponga como punto de partida algo detestable (aunque algunos hay, por cierto,
y existe macrismo, por caso). Pero no conforme con su cómico análisis de las
raíces del término, el sujeto en cuestión se autopercibe como libertario. La
libertad, parece decirnos, es lo que lo constituye. Es cierto que verlo
desencajado en sus programas habituales agrediendo ferozmente a quien lo
contradice o simplemente está en desacuerdo, viendo que plagia (= roba) textos
de otros autores, viendo la violencia con la que él y otros que se le asemejan
manifiestan, viendo la negación sistemática de las demás personas, es
transparente lo que él (y otros) entienden por libertad: hacer todo lo que yo
quiero, cuando lo quiero y cómo lo quiero, y nada de lo que quieran los demás
me importa nada. Terrible pensar esos engendros llevando adelante políticas de
salud en la pandemia. O la economía, que, según quieren hacernos creer, es su expertise.
Ciertamente
la libertad es importantísima, y pobres aquellas personas que no pueden
ejercerla, vivirla y disfrutarla. Claro que, bien se podría decir, bastante
lejos estamos de conseguirla, o – al menos – de que podamos decir que se trata
de un bien social. Es cierto que, en la ley del más fuerte, o del más apto, o
del más hábil (o del que tiene más contactos) eso sería problema de “los otros”,
o de su falta de méritos. ¿Por qué tendría yo que preocuparme por ellos? Si hay
millones de esclavos contemporáneos, pues es su problema; si hay víctimas de la
sociedad tal como esta está estructurada, pues también es su problema; si hay
continentes enteros devastados, saqueados, aniquilados, y con libertades de baja
intensidad, también lo es. Lo que me importa es mi libertad, aunque deba
imponerla a los gritos, y con el apoyo de los medios que, al fin y al cabo,
ejercen un mismo modo de entender la libertad hasta el punto que un periodista
puede estar implicado en chantaje, soborno, corrupción y manipulación de la
justicia y por toda defensa se argumenta la sedicente libertad de prensa.
Curiosa
libertad que no tiene en cuenta a los otros, otras y otres, curiosa libertad
que no sale hacia los últimos, las víctimas, los pobres para celebrar que todos
puedan - ¡podamos! – disfrutar de ella. En el mundo antiguo, en el que era
legal y natural la compra-venta de esclavos, la libertad tenía dos partes,
porque si uno o una era esclavo/a de Fulano/a y éste lo vendía a Mengano, pues
era “libre de Fulano”, pero no era libre. Y, por supuesto, si Fulano era cruel
y Mengano tolerante el paso es visto positivamente, casi, casi como una liberación. Pero ¿y la libertad? “Esa te la debo”, diría el innecesario (o los
y las que lo repiten, aunque crucen distritos). En lo personal, y es sensato
aclararlo, como dije, no entiendo mi libertad si no es en comunión con otras
libertades. Y no me refiero solamente a la libertad de los que son como yo, que
sería cómoda; me refiero a la libertad de aquellas y aquellos a los que no le
sale fácil una sonrisa de la cara cotidiana, a aquellas y aquellos que vivir
siempre incluye el prefijo “sobre” adelante, a aquellas y aquellos por y con
los que vale la pena vivir, que es otra palabra que le da sentido a la
libertad. Yo soy libre, y quiero serlo; sin duda. Pero eso no implica hacer lo
que quiera, y no solamente porque “mi libertad termina donde empieza la de los/as
demás” sino porque quiero vivirla con los/las demás, algo imposible de
comprender para un “libertario”.
Foto
tomada de https://www.flickr.com/photos/pablittus/7022571651
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