La historia de ayer nos provoca a la historia de hoy
Eduardo de la Serna
Las
tradiciones a veces resignifican algo y lo adaptan a tiempos diferentes
creativamente. A veces… no siempre.
En muchas
culturas, el contraste entre luz y tinieblas resulta más que evidente:
especialmente en tiempos o lugares donde no existe la energía eléctrica. La noche
es ámbito de animales peligrosos, fantasmas, ruidos extraños, el peligro
insospechado e inesperado, tiempo de ladrones o de fieras. El día, en cambio,
la luz es espacio para caminar sin el riesgo del tropiezo inadvertido, permite
ver los peligros a distancia, es la diferencia entre ver y no ver. Por eso,
para la noche se recurre al fuego, antorchas, candelas, lámparas… Para ver allí
donde no se podía. Y por eso se usa en las fiestas.
Los
judíos, en tiempos de Antíoco IV sufrieron una tenaz persecución: se quemaban
los rollos de la Torah, estaba prohibida la circuncisión o las reuniones, se
hacían actividades obligatorias en sábado, de profanó el tiempo (se cambió el
calendario) y el espacio (se profanó el Templo).
Y comenzó
la resistencia. Algunos viviéndola en la intimidad de sus vidas personales,
otros manifestando su fe con riesgo de sus vidas (es tiempo en que se empieza a
teologizar el martirio; y circuncidan a sus hijos, respetan el sábado y no
comen alimentos impuros) y otros van al desierto (con todo lo que esto
significa en el mundo bíblico: tiempo de alianza, espacio de encuentro, ámbito
para ser pueblo… Y, además, algunos recurren a la respuesta armada. Los Macabeos,
por ejemplo, recurren a un tipo de guerra que hoy llamamos guerrilla (no se
llamaba así entonces; pero los griegos habían hecho en Jerusalén un verdadero
espacio invencible; el arma militar más invencible imaginable en ese entonces,
los elefantes, estaban allí en la ciudad… con todo el empobrecimiento de la
población que eso significaba, además: no había alimento suficiente, pero los
elefantes sí que comían, ¡y mucho!). Y lograron reconquistar la ciudad santa,
el lugar santo… Algunos reclamaban que se debía aprovechar el triunfo para
seguir reconquistando los territorios usurpados por el imperio griego, otros
reclamaban que se debía volver al sacerdocio tradicional (de la tribu de Leví y
el clan de Sadoc), etc. Pero lo cierto es que, al menos, se pudo volver a
purificar (= hacer puro, hacer santo) el lugar santo por excelencia: el Templo.
Este es
el marco histórico de la sagrada fiesta de Hanukká entre los judíos. Fiesta de
la luz. Fiesta de la reconquista militante. No soy yo el que pueda ver cuánto
de lo antiguo e histórico queda, cuánto está reformulado, cuánto deformado en
la actual celebración de Hanukká (y cuánto depende los lugares o tradiciones en
los distintos judaísmos). Pero me permito una analogía:
Estamos
en tiempos en que, en supermercados, programas de radio y TV se empieza a
hablar de la Navidad. Navidad también remite a un acontecimiento histórico. En
un período histórico conflictivo (imperio romano, tiempo de Herodes, el Grande,
conocido por su violencia: mató gran número de familiares suyos cuando pensó
que su poder peligraba). También tiempos de judaísmos para enfrentar, resistir
o negociar con los poderes vigentes (el sacerdocio, por ejemplo, debía
necesariamente llevarse bien con el poder político porque era éste el que ponía
y deponía). También tiempo en el que algunos iban al desierto (la comunidad de
Qumrán, Juan, el bautizador, etc.). Y en este contexto, aunque narrado por los
diferentes autores con elementos teológicos para predicar a sus comunidades, en
ese contexto hay un nacimiento. Y quien nació, con el tiempo, marcaría un rumbo
que, desde entonces, hasta hoy, muchos quieren y queremos seguir. Pero en los programas
de radio y TV, en los negocios hay árboles, guirnaldas, se habla de gnomos, de
renos voladores y de un anciano rodeado de nieve. Un ambiente de magia y
fantasía rodea el tiempo navideño. Apto para niños, un cuento de niños. Pero
¿el nacimiento? ¡Nada! No escuché – al menos yo no escuché – hablar del “niño
Jesús, de su familia, del pesebre, de los pobres que celebraron un nacimiento en
el que Dios quiso decir una palabra.
Una
fiesta religiosa se ha re-formado, de-formado en una fiesta del dios Mercado,
con la liturgia de la compra – venta, con los ornamentos sagrados en rojo y
dorado (a veces con algún tono de verde) y una liturgia que remeda el polo
norte. ¿Pesebres? ¿Niño? ¿María y José? ¡No! ¡Esa (también) te la debo! El
judeo-cristianismo es una tradición común que entiende que su fe se vive, se enraíza
en la historia (de Egipto a Roma, podríamos decir). Cuando la historia
desaparece, algo está andando mal. Cambiar la historia por animalitos es algo que
ya vivimos, aunque en este caso, se cambie un niño recién nacido por un extraño
reno que vuela.
Foto tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Januc%C3%A1
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