Abrazo necesario, para mi…
Eduardo de la
Serna
Dos
acontecimientos muy diferentes me hicieron, en estos días, recordar a dos
personas maravillosas que he conocido y que ya no están entre nosotros, y a las
que espero abrazar en el encuentro definitivo de la Vida: Pichi y Alberto.
Pichi, José
María Meisegeier, murió hace ya varios años. He tenido y tengo bastante
contacto con personas que lo han amado, escuchado, y han caminado con él. En lo
personal, debo decir que, sin que me lo dijera, en muchas cosas me he sentido
muy respetado por él, valorado, escuchado. Y no soy yo el que importa, sino que
rescato que alguien con su trayectoria e historia me preguntara o recomendara a
mí. De él hablo. Lo conocí en su histórico hogar en el CIAS. Estábamos haciendo
un audiovisual para la parroquia donde militábamos con otros amigos y amigas.
Me hizo sugerencias valiosísimas, me prestó “diapositivas” (estoy hablando del
año 1972) y me ayudó a tener una mirada que empezara desde los pobres. Mirada
que muchos calificaron (y califican) de subversiva. ¡Y lo es! Después de la “noche
oscura” de la Dictadura cívico militar con bendición eclesiástica y el
nacimiento del Grupo de curas en opción por los pobres (OPP) empezamos a frecuentar
encuentros, charlas, y nos conocimos y compartimos más. No era de hablar mucho,
era de hablar bien. Terminando el año 2011, “se fue”.
Cuando leo el
apartado de testimonios del tomo 3 del libro “La verdad los hará libres” y allí
el testimonio de Cristina Cacabelos donde critica una y otra vez a Pichi
(diciendo, además, con énfasis, “lo he perdonado”, a lo que caben varias
inquietudes: perdonado ¿de qué?, si lo “perdonó”, ¿no sería de desear que se
note?), además de la indignación (“esta mujer debería lavarse la boca antes de
hablar de Pichi”), además de leerla referirse una y otra vez al “perdón”
(evidentemente tenemos una concepción casi opuesta de lo que por “perdón”
entendemos), me vuelve una y otra vez la pregunta de por qué, en un libro que
dice tener una pretensión (que a mi juicio no logra, ni siquiera remotamente),
se escuchan varias veces las voces de “cacabelistas” y ninguna que tenga una
mirada siquiera contraria, por no pedir opuesta. Pichi, por caso, lo hubiera
merecido.
Alberto
Carbone murió en noviembre del 2022. Ayer (5 de enero de 2024) hubiera cumplido
100 años. Creemos que no quiso que se los celebráramos. Un pedazo enorme de
historia de la Iglesia se fue con él. Alberto sufrió dos veces la cárcel
injusta, la cárcel que sólo las dictaduras (y de los o las que la remedan)
pueden infringir. Preso por tener una máquina de escribir de Norma Arrostito
que Mario Firmenich le había pedido que guardara, preso por tomar una comisaría
armado (y con pelo largo y sin anteojos) en Zárate por la noche. Tiempo después
comentaba, sin rencor alguno, y con su fina ironía, su “viaje en helicóptero”,
con otro custodiándolo, rumbo a Zárate, o el acontecimiento de la máquina de
escribir. “Fundador de los Montoneros” repetía Tradición, Familia y Propiedad,
por lo que bromeábamos que en su imagen de “padre fundador” debería tener una
máquina de escribir en una mano y un inmenso par de anteojos en la otra…
Alberto era de los infaltables… no dejaba de participar en ninguna reunión en
las que después de mucho escuchar (con su mano haciendo cavidad en el oído,
porque los años no vienen solos) hablaba… Bromeábamos que debía traducirse del “carbonés”
al castellano, porque su mente veloz salteaba pasos en el discurso, que había que
seguir o intuir… sabiendo que siempre diría algo con sentido… con contenido. Y
siempre empezando y pensando en “el pueblo”, porque allí y desde allí quería
vivir, pensar, hablar. Ayer brindamos por sus 100 años. Y seguimos teniendo presente
su vida y testimonio.
Hay otros
curas que no están, y que dejaron huella en las vidas de muchos… Sólo menciono (¡y
seré injusto por omisión!) a Víctor Acha (+2020) y Quito Mariani (+2021), de Córdoba,
con quienes me hubiera faltado tiempo para conversar con mate o vino y
conocernos más; a Edgardo Trucco, de Santa Fe, que se fue temprano (+2002); y,
por supuesto, a Orlando Yorio (+2000) con quien sí pude compartir parroquia,
conversaciones, encuentros y mucho más, pero otros han hecho memoria de su paso
por las comunidades con más justicia y autoridad que la mía.
Quizás se
diga que los curas que recuerdo pertenecen todos a un mismo sector eclesial. ¡Es
cierto! ¡Es el mío! Otros y otras (los y las cacabelos de la vida) harán
memoria de otros curas, y otros sectores de la Iglesia, porque de la Iglesia
hablo. Creo que la enorme crisis eclesiástica actual es – como se dice ahora – multicausal,
y creo que no rescatar los testimonios de estos testigos bastante contribuye a
que muchos tengan una imagen de la Iglesia que no es ni toda la Iglesia, ni la “mejor”.
Hace mucho,
haciendo referencia a lo que algunos llamaban “la verdadera Iglesia” yo
señalaba que esto debería implicar tres aspectos… la Iglesia que es, con
virtudes y defectos, pecado y santidad… (frente a los que decían que eran de la
Iglesia “de Carbone, no la de Caggiano”, Alberto repetía, “soy de la Iglesia de
Caggiano y la de Angelelli”) … es la Iglesia que es. Pero también hay una Iglesia
llamada a ser “como Jesús quería”, y esa también es la “verdadera” Iglesia, la
Iglesia que “debiera ser” en verdad. Pero, creo, en tercer lugar, que esa Iglesia
que debiera ser es una “utopía”, una dirección, para la Iglesia que “es”, y esa
tensión “del ser al deber ser” marca la necesidad permanente de la Iglesia de
reformarse (semper reformanda). Y en esa tensión, ese horizonte, esa “nube de
testigos”, no puedo menos que mirar a Pichi y a Alberto en estos tiempos.
Valga, por los diferentes motivos señalados, esta memoria y este abrazo
indispensable, y este rumbo que señalan.
Fotos tomadas de
https://www.tiempoar.com.ar/informacion-general/estrenaron-el-documental-sobre-la-vida-y-el-legado-del-sacerdote-jesuita-pichi-meisegeier-2/
https://www.pagina12.com.ar/501483-murio-el-cura-alberto-carbone
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