Teresa de Lisieux y la Biblia (I)
Eduardo de la Serna
«Teresa
de Lisieux devolvió el Evangelio a la Iglesia». Resulta muy extraño eso así
dicho en nuestro tiempo post-conciliar. No está de más recordar que desde hacía
siglos las religiosas no podían leer la Biblia, salvo los Evangelios y poco
más, además de que no podían comulgar todos los días sino unos pocos de la
semana. Por eso no parece sensato imaginar lo que sería de desear o no que una
determinada persona fuera novedosa o creativa en su tiempo mirando el “mañana”.
Pero sí mirar aquellos ámbitos en los que supo romper o dar pasos con respecto
al “ayer”. Por ejemplo, es evidente que Teresa no sale de los esquemas
habituales de su tiempo en la pintura o en la estructura poética (Ms A 81 r-vº).
Con una cierta ironía podemos decir que Teresa no pasará a la historia de la
poesía o la pintura francesas, pero ciertamente es parte central de la mística
francesa. En ese mismo sentido, no es justo desentenderse de todo aquel
contexto y ambiente en el que, cualquier persona, vive, piensa, escribe, reza.
Lo hará – y no podría ser de otra manera – como lo hace el ambiente, el
contexto, la cultura, la fe… Hay decenas de elementos propios del tiempo que
Teresa, por ejemplo, los vive, piensa y escribe de un modo acorde a como lo
hacen las demás religiosas de su comunidad… pero, en otras muchas ocasiones,
aunque hija de su tiempo, hay muchos elementos con los que sabe dar un paso
más, o un salto, en ocasiones. A veces, ella misma lo dice, como cuando afirma
que “no ve al Sagrado Corazón” como lo hacen tantos (LT 122) o cuando renueva
las “víctimas a la justicia divina” en una ofrenda “al amor misericordioso”, o
cuando relativiza aspectos que eran tenidos por esenciales, como las
disciplinas o las tradiciones bíblicas que deformaban, por ejemplo, el acceso a
la persona de la Virgen María, o finalmente, cuando se siente parte solidaria
con el mundo de la increencia.
Precisamente,
por lo que hemos señalado, no pudiendo leer la Biblia, lo que, de allí Teresa
lea, madure, reflexione y comente, deberá tener esta limitación en cuenta. Por
supuesto que son tiempos distintos. Cuando vive Teresa, en la Iglesia católica
romana recién emergía la figura importante de Marie Joseph Lagrange (1855 –
1938), co-fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén en 1890, que escribiera,
6 años después de la muerte de la santa, su primera obra sobre el “método
histórico”. Él afirma de Teresa:
“¿Por qué pretender encerrar en la caja de nuestros
esquemas teológicos a esta pequeña santa que está hecha para volar libremente
por el pleno cielo de Dios?”
[Positio 398]
“En un tiempo en el que el Evangelio no ocupaba el
espacio que le era debido en las lecturas y las meditaciones de los cristianos,
¿no es admirable que esta querida pequeña santa, que parecía únicamente
embebida del puro amor de Dios, sea plenamente complacida de esta lectura
divina? (…) no tengo ante los ojos sino el Santo Evangelio y de para qué lado
ir” [Positio 399].
Sería
anacrónico pedirle a Teresa entender con nuestros modernos criterios la Biblia
como “revelación”, comenzados en la Iglesia católica romana con Pio XII, a
partir de la Divino Afflante Spiritu (1943) y, especialmente, la
constitución conciliar Dei Verbum (1965). Los textos, entiende ella, son
“dictados por el Espíritu Santo” (DE 4.8.5), pero, sin embargo, para mejor
comprenderlos no le basta el latín y – de haber sido sacerdote (cosa que
reitera con cierta frecuencia) – habría estudiado griego y hebreo para una
comprensión en “verdad”. Esto nos pone, claramente, en el contexto del amor
absoluto a la Palabra de Dios. No puede leer la Biblia, pero eso no impide que
extraiga citas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento de todo libro al que
sí le estaba permitido acceder: la Imitación de Cristo, san Juan de la Cruz, el
Año Litúrgico de Dom Guéranger y las conferencias de Arminjon y, por
supuesto, ya en el Carmelo, el Evangelio donde encuentra “todo lo necesario”
para su alma (MsA 83vº). Es sabido que Teresa pide a Celina que copie un
extracto del Manual del cristiano, que había en su casa; ella, además, copia
una serie de pasajes elegidos de las dos Biblias existentes en casa de la
familia Guérin. No sabemos si, antes de su ingreso al Carmelo, Teresa accedió a
alguna de ellas.
Sus
hermanas de comunidad sostienen que:
“… tenía una rara inteligencia de las escrituras, lo
que se puede ver por su manera de explicar y descubrir el sentido…” (María
de los Ángeles, PA 349).
“los libros de las Sagradas Escrituras, particularmente
los Evangelios, hacían sus delicias, sus sentidos ocultos resultaban luminosos,
ella los interpretaba admirablemente (…) Se podía pensar que los sabía
de memoria” (María de la Trinidad, PO 456); "sus conversaciones no eran sino comentarios a
los libros Sagrados" (PO 1081v).
Esto,
y más que se podría decir, es importante para hacer una distinción que parece
fundamental. Y lo diremos más claramente en seguida, las interpretaciones que
Teresa hace de algunos textos no serían coherentes con lo que afirman sobre
ellos los estudios contemporáneos, pero sin duda alguna, son de una enorme
hondura y profundidad bíblicas en el sentido de lo que el gran biblista Raymond
E. Brown popularizó como “sensus plenior” (y Lagrange como
“supra-literal”).
El sensus plenior es ese significado adicional y más profundo, pretendido
por Dios, pero no claramente pretendido por el autor humano, que se ve que
existe en las palabras de un texto bíblico (o grupo de textos, o incluso de un
libro completo) cuando se estudian en la luz de una mayor revelación o
desarrollo en la comprensión de la revelación. (Raymond E. Brown,
The Sensus Plenior of Sacred Scripture [1954] p.92)
A
modo simbólico, es de señalar que ella lleva el Evangelio junto a su corazón
como Santa Cecilia, su santa más amiga, a la que compara con la esposa del
Cantar (MsA 61 vº; PN 3:56).
En
muchas ocasiones, para “escuchar” a Jesús, su sencillo criterio es abrir el
Evangelio (en otra ocasión lo hará con Pablo, por ejemplo) sencillamente al
azar.
“Teresa
vivió la Palabra y devino ella misma palabra de Dios para el mundo de hoy”
(Pio XI, 11 de febrero 1923, aprobación de milagros, decreto de beatificación)
[después que Pio X la reconociera como “la santa más grande de los tiempos
modernos” (y no era santa todavía), Pio XI la beatifica, la canoniza, la nombra
patrona de las misiones y la llama “estrella de mi pontificado”]
Es
sumamente frecuente que como modo de acceso a los “sentidos ocultos”, ella
recurra a los textos “encadenados” (es algo propio de la lectura rabínica de la
Biblia, llamado Gezerah shawah, literalmente, “regulación semejante”, y
que también se encuentra en escritos del N.T.). Ella dirá que “no necesita
palabras”, del Evangelio se respiran los perfumes de Jesús y sé para dónde ir
(C 36vº). Veamos algunos ejemplos importantes:
1. Nadie puede venir si el Padre no lo atrae (Jn 6,44) –
atráeme, correremos (Ct 1,3)
[C
35vº; Fuego y el hierro – divinización]
Teresa
sabe que el motivo por el que Jesús elige a sus amigos es gratuidad pura: llamó
“porque quiso” (Mc 3,13 // A 2rº), a aquellos de quien tiene “misericordia” (Rm
9,15-16) (donde ya insinúa los diferentes carismas con la imagen de las flores:
“si todas quisieran ser rosas…”, 2 vº-3 rº). Sólo se puede ir con Jesús si el
Padre atrae, por lo que esto es algo que se ha de pedir en la “oración
profética, Atráeme [LXX;
TM: “llévame detrás de ti”], correremos”. Ese pedido (y aquí usa la imagen del fuego y el
hierro, tomada de Arminjon) demuestra que desea “identificarse” hasta parecer
una cosa con él (C 35 vº).
Sí,
para que el amor quede plenamente satisfecho, es preciso que se abaje hasta la
nada y que transforme en fuego esa nada” ... (B 3vº). Es importante recordar la divinización del ser
humano que es tan frecuente en los Padres de la Iglesia y se ve reflejada en la
famosa frase agustiniana: “Dios se hizo humano para que el ser humano se haga
Dios”.
2.
El rostro escondido
del Siervo sufriente (Is 53) – lo escondido a los sabios y revelado a los
pequeños (Lc 10)
[santa Faz – hostia – Carmelo – virtudes escondidas –
Juan de la Cruz]
La
centralidad de lo oculto – escondido es sumamente importante en la teología teresiana.
Si bien el término se encuentra desde temprano en sus escritos, adquiere
densidad teológica a partir de la lectura de Is 53,3 (y la devoción de la
“Santa Faz”, a la que la inicia su hermana son Inés, A 71rº). La idea de
“esconderse” en un Carmelo le permite introducirse en la teología sanjuanista
[“una sabiduría de Dios secreta y escondida que
solo se sabe por amor”; Cant B, 1]: el tesoro escondido solo lo encuentra quien
a su vez se esconde (LT 145).
Si
bien el texto de Isaías dice que, ante el sujeto despreciable, para no verlo
“se tapan la cara”, Teresa lee (según ha copiado del oficio de “las llagas de Ntro.
Señor” y “los siete dolores de la Virgen”):
«¿Quién
creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? El Cristo creció
ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida. No había en él belleza
ni esplendor; lo vimos sin aspecto atrayente. Despreciado, rechazado por los
hombres, como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos... Su rostro
estaba como escondido... Parecía despreciable y no lo reconocimos. Él
soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores. Nosotros lo tuvimos
por leproso, herido de Dios y humillado... Pero él fue traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestros crímenes. El castigo que nos iba a traer la
paz cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron». [cf. LT 108].
Cuando
Paulina le explica qué es el Carmelo donde ella estaba por ingresar, Teresa
señala:
“Un día, yo había dicho a
Paulina que me gustaría ser solitaria, irme con ella a un desierto lejano. Ella
me contestó que ése era también su deseo y que esperaría a que yo fuese mayor
para marcharnos. (…) Luego me explicaste la vida del Carmelo, que me pareció
muy hermosa. Evocando en mi interior todo lo que me habías dicho, comprendí que
el Carmelo era el desierto adonde Dios quería que yo fuese también a
esconderme... Lo comprendí con tanta evidencia, que no quedó la menor duda en
mi corazón” (MsA 25v-26rº).
Rápidamente
establece la estrecha relación entre el rostro sufriente del Siervo, con la
Pasión de Cristo (como era habitual) y a poco de ingresar lo relaciona con la
enfermedad de su papá (especialmente a partir de que debe ser “escondido” en un
hogar hasta que, a causa de la parálisis, ya no sea un “problema”. Esto la
lleva a pedir añadir “la Santa Faz” en su nombre religioso (10 de enero de
1889, toma de hábito lo usa por primera vez), algo que la identificará hasta el
final de su vida.
En
la gloria “ya no lo veremos escondido bajo las apariencias de un niño o de una
blanca hostia sino tal cual es” (A 60rº)
“Densas
nubes vienen a esconder el astro del amor” (B 5rº)
Sobre
la hermana que le desagrada afirma que “lo que me agradaba era Jesús escondido
en su alma” (C 14rº)
Con
frecuencia reitera que el Reino está dentro de nosotros (Lc 17,21 // A 83rº),
por eso elige la soledad.
Pero
Teresa encadena este texto del rostro oculto de Jesús con la alegría de Jesús
de que el Padre ha “escondido” estas cosas a los sabios y se las ha revelado a
los “pequeños” (Lc 10,21).
«El,
que en los días de su vida mortal exclamó en un transporte de alegría: «Te doy
gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los
entendidos, y las has revelado a la gente sencilla», quería hacer resplandecer
en mí su misericordia. Porque yo era débil y pequeña, se abajaba hasta mí y me
instruía en secreto en las cosas de su amor. Si los sabios que se pasan la vida
estudiando hubiesen venido a preguntarme, se hubieran quedado asombrados al ver
a una niña de catorce años comprender los secretos de la perfección, unos
secretos que toda su ciencia no puede descubrirles a ellos porque para
poseerlos es necesario ser pobres de espíritu” (A 49rº).
Aprender
a mirar con “otra mirada” (como ocurrirá con la Virgen de la sonrisa; A 30vº) es
sinónimo de ser pobres de espíritu (A 60 rº); “seguir mirando la luz
invisible que se oculta a su fe” (B 5rº), lo que implica una preferencia
por lo “escondido”, por las virtudes escondidas (A 32rº; 78rº), los sentidos
escondidos, encontrarse en un Carmelo escondido; es Jesús que duerme (LT 144;
145) … El Dios / Jesús que se ha escondido en la “noche oscura” de la fe.
3. El que es pequeño venga a mi (Pr 9) – dejen que los niños
vengan a mi (Mt 18)
En
el libro de los Proverbios luego de haber hablado de la Sabiduría con
apariencia casi humana (cap. 8) mencionará en paralelo antitético dos mujeres,
la Sabiduría y la Necedad. La Sabiduría trabaja intensamente en preparar una
casa y un banquete, y entonces envía a sus criados a anunciar por toda la ciudad que los inexpertos y
los insensatos están invitados a alimentarse de ella para dejar de serlo
(vv.4-6). Por el contrario, la Necedad, chismosa, estúpida e ignorante, no
trabaja, sino que se sienta a la puerta, y también invita a los inexpertos e
insensatos a recibir pan y agua robados (vv.16-17). Mientras los primeros van
por el camino de la inteligencia (v.6), los segundos se dirigen al abismo, al šeol
(v.18). Obviamente, en el libro, se contrastan dos modos de vida, ambos son
seguidos por diferentes personas, ambos repiten el paralelismo: «quien sea
inexperto venga aquí / y al insensato le dice» (vv.4.16). Ciertamente, en el
primero de los casos, la invitación de la sabiduría es a alimentarse de ella y
“dejar las simplezas” (v.6). El término hebreo usado es ptî y se refiere
a los inexpertos, simples y necesitados de instrucción; de las 19 veces que lo encontramos
en la Biblia hebrea, 15 se encuentran en Proverbios, y claramente es
sinónimo de necio (8,5; 14,18).
Pero Teresa no ha leído el libro de los Proverbios,
sino que conoce – tomada del cuaderno de Celina – solamente la primera parte
del v.4, y el término petit, tomado del latín, parvulus (el
mismo término usado en la Vulgata para indicar que un niño es el mayor en el
reino de los cielos [Mt 18,4] y a los que Jesús dice “dejen que los niños
vengan a mi” [19,14]): “el que es pequeño (= niño) venga a mí”. Ciertamente en
Proverbios no es Dios, sino la señora sabiduría la que habla, y los necios son
convocados para dejar de serlo; pero conociendo solamente el fragmento, Teresa
interpreta que es Dios mismo el que llama hacia sí a los “pequeños”. De allí a
unirlo a la invitación de Jesús “que los niños vengan a mi” solo quedaba un
paso. Y Teresa lo dio. Teresa, pequeña, se sabe invitada por Dios / Jesús a ir
a Él; no necesita esfuerzos, sacrificios, méritos, es invitada.
4. Como una madre sobre sus rodillas (Is 66)
[ascensor (C 3rº) – maternidad de Dios]
Otro
breve texto que Teresa conoce del cuaderno de Celina es la cita de Isaías 66,12-13.
Nuevamente hay una diferencia entre lo que el texto
dice y lo que Teresa conoce. Isaías afirma:
… así dice Yahve: Miren que yo tiendo hacia ella, como río la paz, y como
raudal desbordante la gloria de las naciones, ustedes serán amamantados, en
brazos serán llevados y sobre las rodillas (de Jerusalén) serán acariciados.
Como uno a quien su madre le consuela, así yo los consolaré, y por Jerusalén
serán consolados.
Como se ve, Teresa conoce los vv.12 y 13 invertidos, y – entonces, las rodillas sobre las que se lleva a los convocados (todos los que aman a Jerusalén) son las rodillas de Dios. Ella solamente conoce “como una madre acaricia a su hijo, así yo los consolaré, yo los llevaré en mi seno y los acariciaré sobre mis rodillas”.
Las imágenes de las rodillas, las caricias y lo
maternal no son desconocidas por Teresa:
Ella
hace referencia a haberse sentado sobre las rodillas de su papá [PN 8:7], de
Paulina, de María, de su tío… (incluso de Celina en la peregrinación a Roma).
En ocasiones, se añaden las caricias (de Paulina, A 28rº; de la Virgen María a
sor Genoveva para Navidad, LT 221; de su papá, PN 18:12-13); las rodillas de
Jesús son “el trono” que esperan a los Santos Inocentes (PN 44:5) y sobre las
rodillas de María Teresa le cantará por qué la ama (PN 54:25).
El
corazón tan tierno de papá había añadido al amor que ya tenía un amor
verdaderamente maternal... (A 13rº)
Tú
supiste crear un corazón de madre, por eso encuentro en ti al más tierno y
amable de los padres. ¡Oh, Jesús, mi único amor, Verbo eterno!, tu corazón es
para mí más dulce que el corazón más dulce de una madre. (PN 36 [Solo Jesús].2)
«Su
hermanito cumplió su palabra y vino a buscarla una vez que llegó al país
encantador en el que Dios es el Rey y la Santísima Virgen la Reina, y los dos
vivirán eternamente sobre las rodillas de Dios, pues éste es el lugar que ellos
escogieron porque, siendo tan pobres, no pudieron merecer unos tronos...». (UC/G
agosto 2; // 3 sept-2)
La
imagen de ser alzada sobre las rodillas de un Dios maternal Teresa la ve
claramente ejemplificada en el ascensor que ella conoció en su viaje a Roma. Nuevamente,
no se trata de méritos y esfuerzos, se trata de un Dios que se abaja para
elevarnos, se trata de gracia. La imagen del pajarito en contraste con el vuelo
de las águilas también ilustra la imagen, como antes lo había sido la
referencia a las rosas y las margaritas. No se trata de confrontar con las
águilas (a las que ella valora, y hasta se podría decir admira) sino de que, en
las muchas habitaciones que hay en la casa del Padre [Jn 14,2]
también hay cabida para las margaritas, los pajaritos y los niños.
5. Los diferentes carismas y el amor (1 Cor 12-13)
[deseos infinitos]
Constantemente
Teresa piensa y re-piensa su vocación. La profundiza constantemente. Como hemos
visto, desde pequeña sabe que quiere ir a un desierto y esconderse, luego sabe
que eso será el Carmelo; luego entenderá – en la peregrinación a Roma – que
debe rezar por los sacerdotes… En este constante re-pensar ella, que no teme
expresarle con sencillez sus deseos más profundos a Jesús, siente en su corazón
todas las vocaciones. Y sabe perfectamente que eso es imposible. Pero ella
quisiera ser profeta, mártir, sacerdote, misionera… Y haberlo sido ayer, serlo
hoy y también mañana. Ella ya había entendido que rezar por los sacerdotes es
un modo eficaz de llegar a mucha más gente, porque por la cabeza se llega a los
miembros. Pero no le basta. No debemos, acá, olvidar no solamente la oración
que le fue encomendada por sus “hermanos misioneros”, sino también la
posibilidad concreta de ser ella misma enviada a un Carmelo más escondido
todavía en Hanoi, su amor a los mártires de ayer, como Cecilia o Juana de Arco o
de hoy como Teófano Vénard, su sueño de haber sido sacerdote, y se apóstol para
predicar “hasta los confines de la tierra”. Con todos estos deseos, y sabiendo
que Dios nos hace desear lo que Él nos quiere dar no teme expresarlos, a pesar
de su pequeñez este deseo era “un martirio” y, entonces, nuevamente al azar,
“mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los
Corintios”.
Allí
quedaba claro que “no todos pueden ser apóstoles,
o profetas, o doctores, etc.; que la Iglesia está compuesta de diferentes
miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano” (subrayados
por Teresa). Entonces insiste en la lectura
(y se compara con la Magdalena “inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía”) y
afirma que “abajándome hasta las profundidades de mi
nada, subí tan alto que logré alcanzar mi intento...” Antes, se había
reconocido en todos los miembros. De aquí, uniendo ambos textos Teresa
encuentra otro miembro no mencionado en el c.12, el corazón, obviamente por la
centralidad que Pablo da al amor en c.13. Si cualquier carisma “si no tiene
amor” no es nada, ella sabe que los mártires no derramarían su sangre ni los
apóstoles evangelizarían sin amor. Y entonces, entiende que el amor abarca
todos los carismas y ministerios, tanto los de ayer como los de hoy o mañana, y
tanto de una como de todas las regiones. El amor trasciende el tiempo y el
espacio. El amor es eterno, encierra todas las vocaciones… y, entonces,
exclama, la pequeña Teresa, esa es mi vocación: ser el amor, “así seré todo”. Y
esto, porque el Jesús que quiere colmar los deseos de su amada, se lo ha dado (B 3rº-vº).
En
el Acto de Ofrenda, donde ella repite que lo que Dios nos quiere dar, eso nos
hace desear, había dicho que siente “en mi corazón deseos infinitos”. Un pobre
censor lo reformó a “inmensos” (porque nada es infinito en el ser humano,
dijo). Así, dejó de
usar algo que ya usaba (LT 110; RP 2,7), y no volvemos a encontrar en sus
escritos, aunque, como señala F. M. Léthel, encontrará otros modos para
expresar la misma idea. Esos deseos de Dios
son infinitos, y eternos, como el amor. Y esos deseos de trascender todos los
tiempos y todos los espacios se ven colmados cuando repita: ¡al fin he
encontrado mi vocación!”
Nuevamente
se funde en lo divino, logra ser todo como el fuego que transforma en sí lo que
toca (como el hierro [Arminjon]). Eso es, porque es fuego, el holocausto, el
dejarse fundir en el amor que transforma en amor todo lo que toca. Esa es la
vocación de Teresa.
No
soy más que una niña, impotente y débil. Sin embargo, es precisamente mi
debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh
Jesús! Antiguamente, sólo las hostias puras y sin mancha eran aceptadas por el
Dios fuerte y poderoso. Para satisfacer a la justicia divina, se necesitaban
víctimas perfectas. Pero a la ley del temor le ha sucedido la ley del amor, y
el amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura, como holocausto...
¿No es ésta una elección digna del amor...? Sí, para que el amor quede
plenamente satisfecho, es preciso que se abaje hasta la nada y que transforme
en fuego esa nada... (B 3vº)
Conclusión
Teresa
lleva el Evangelio sobre su corazón; para ella no se trata de un “ejemplar de
disciplina” ni de un “manual de instrucciones”; allí ve un libro donde conoce
mejor a Dios y cómo Dios la conoce a ella. Descubre que Dios la ha llamado y la
atrae, gratuita y misericordiosamente. Como un padre – madre lleno de ternura,
la llama a ir hacia él, la alza y acaricia. No porque se haya fijado en sus
cualidades y méritos, sino sencillamente porque la ama. Otros y otras en la
Iglesia, en las muchas moradas de la casa del Padre, serán rosas o águilas
llenos de belleza o altura, Teresa y su camino de abandono y confianza, deja
que sea Dios mismo su santidad, que de él sean los méritos, que la transforme
tanto como el fuego que todo lo transforma en sí mismo.
Teresa
ve la Iglesia (y la comunión de los santos) como una gran familia. Con padre,
madre, e hijos… adultos y niños. Y en esa familia, cada quién tiene un rol que
desempeñar. En la familia francesa de fines del s. XIX no se ha de esperar
cosas o planteos que hoy imaginamos o esperamos en una familia, pero Teresa
entiende que un niño tiene como tarea fundamental hacer sonreír con sus
caricias y ternura al padre que llega por la tarde cansado del trabajo, o a la
madre centrada en las tareas del hogar. Sentada sobre las rodillas del Dios
padre – madre y dejándose acariciar ella imagina contribuir a una familia donde
la Madre sonríe, como lo hizo desde su niñez y espera en la tarde de su vida.
Nada de infantil en su propuesta que avanza “una carrera de gigante” (A 44vº) después que salió “de la niñez” (A 45rº). Encontrar la centralidad del amor, del amor escondido en las pequeñas cosas cotidianas abre un camino universal, pero -además – un camino que – siguiendo a Pablo – reitera que, aunque se realicen las obras más grandes, vistosas e importantes, estas no son nada si no están animadas por el amor que se encuentra escondido detrás de tanto esplendor y grandeza. La iniciativa gratuita de Dios, y la gratuidad del encuentro en el que “amor con amor se paga” (explicación del Escudo de Armas, A 85vº; B 4rº; LT 85) son lo único que cuenta. Es lo que Teresa ha descubierto en la Biblia, que le ha mostrado un rostro de Dios que se encuentra “corazón a corazón” (LT 122; PN 32.2) con su amada, amiga, esposa, hija…
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