Teresa de Lisieux y la Biblia (II)
Es interesante comenzar por la imagen del perfume (no deteniéndonos en el perfume por ejemplo de las flores, o entendido como “aroma”). Vale como un “regalo” de las flores (ella misma, por ejemplo) a Jesús (A 4rº; LT 83). “Pero, ¿cómo podrá demostrar él su amor, si es que el amor se demuestra con obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, aromará con sus perfumes el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del amor” ... (B 3rº; cf. 4 vº), o también a otras hermanas (C 29vº). “¡Oh Jesús, el perfume que yo doy a tu rostro es y será mi amor!” (PN 17:12). Pero Jesús también tiene “perfumes” (no sólo para perfumar a su esposa para las bodas; A 47rº, cf. C 24vº) y ese “aroma” permite “correr” tras sus pasos (“atráeme”, C 34rº) porque “se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes”. Y sabe que incluso, ella misma puede ser motivo para “atraer” a otras y otros “tras los perfumes de su amado” (C 36rº; LT 137). “Yo quiero prodigarte mis flores y perfumes, por tu amor arrojarlos sobre el ala del viento e inflamar corazones para ti, mi Señor” (PN 34:2).
Cuando
ella misma explica eso de “el olor de los perfumes”, se trata de seguirlo “tras
las huellas que dejó” (ya que él ascendió al cielo), por eso dirá
sencillamente: “Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para
respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr” (C 36vº).
Y por eso le pedirá: “Siempre, Jesús, mi Amado y perfumado Lirio, ¡florece en
mí!” (PN 24:30).
La
imagen del perfume, en este caso, es “olfatear” por dónde se indica el camino
del encuentro con su Amado, Jesús.
No
parece diferente a aquello que – siguiendo al gran biblista judío Abraham
Herschel – tantos sostienen que los profetas (y vale también para otros) tienen
“simpatía” con Dios (del griego syn = con; y páthos = sentir),
sienten como siente Dios, es decir, aquellos que están en tal comunión con Dios
(en un “corazón a corazón” dirá Teresa) que sienten dolor al ver al pobre
pisoteado o vendido por un par de sandalias, o alegría al ver que se vive, se
celebra, se comparte como a Dios le place. Son quienes, usando otra metáfora,
están en sintonía con Dios y sus sueños para con sus hijos e hijas.
En
este encuentro familiar de amor, lo que Teresa hace o pretende hacer, lo
plantea sencillamente como “dar placer a Jesús”:
“Complacer
sólo quiero a mi nuevo Cordero, a mi Cordero único” (PN 18:35); “complacerte es
sólo mi ejercicio y mi felicidad... eres tú, mi Jesús” (PN 31:4); “¡Jesús,
concédeme la gracia de realizar todos mis actos sólo por complacerte a ti!” (Or
2vº) “Los grandes santos trabajaron por la gloria de Dios, pero yo, que no soy
más que un alma pequeñita, sólo trabajo por complacerle y por satisfacer sus
caprichos…” (UC/MSC 16.7).
En
este momento es bueno recordar que buscar “agradar a Dios” es de uso frecuente
en Pablo (cf. 1 Tes 2,4.15; 4,1; 1 Cor 7,32.34; 2 Cor 5,9; Ga 1,10; Fil 4,18; Rom
8,8; 12,1.2; 14,18).
Esta
intuición, olfatear lo que le agrada a Dios / Jesús, estar en sintonía /
sin-patía, permite que Teresa, aunque siga la terminología propia de su tiempo,
las interpretaciones usuales, pueda ir más allá en notables aspectos bíblicos.
Destacaremos solamente algunos que son muy discentes en América Latina.
1. El
sufrimiento y el martirio
La
justicia y el amor – Le tresor du Carmel – La centralidad del amor.
Nos interesa, en este
momento señalar que es un lugar común de la teología del Nuevo Testamento
señalar una cierta identidad entre Cristo y los cristianos, y, por lo tanto,
que el sufrimiento de estos está misteriosamente asociado al sufrimiento de su
Señor.
La Iglesia primitiva, y
particularmente Pablo, fue consciente que el anuncio no era de ritos o
doctrina, sino de una persona: Jesús;
"Porque
no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras
sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo... nosotros predicamos a un Cristo
crucificado..." (1 Cor 1,17.23)
La cruz juega, en este anuncio, un
papel central. En realidad, no debemos descuidar que ésta tiene también una
doble dimensión: una cruz histórica y una cruz de la fe. Con esto
queremos señalar que la cruz es un acontecimiento trágico; es injusticia, es
tortura, es muerte. La cruz es el signo evidente del triunfo de la muerte sobre
la vida. Es el signo o la manifestación del conflicto que estalla con la vida y
predicación de Jesús. La cruz es pecado. Pero la cruz, esa misma cruz,
tiene una dimensión de fe, una lectura desde la resurrección; la cruz es vida,
es justicia, es gracia. Es el triunfo de la vida sobre la muerte. Es el signo visible
de la postura que Dios toma en el conflicto; en favor de la vida, en favor de
su Hijo frente a los injustos y torturadores. Pero no es una cruz diferente de
la primera; es la misma, pero con la garantía, la certeza del triunfo de la
resurrección. La cruz no elimina el conflicto que Jesús desata. La cruz
garantiza (por la luz de la resurrección y la "palabra" que allí Dios
pronuncia) el triunfo definitivo (aunque "todavía no") del
amor sobre el odio, de la verdad sobre la mentira, de la justicia sobre la
injusticia, de la paz sobre la violencia, de la vida sobre la muerte. El Dios
de la Biblia es el Dios de la vida. Pero no es posible descuidar la estrecha
relación que el Nuevo Testamento establece entre Jesús y su comunidad, entre el
sufrimiento de Cristo y el de los cristianos, entre el crucificado y los
crucificados, como se ve claramente en los Evangelios, en Pablo, etc.
Pero no hay predicación de
la cruz sin la luz de la resurrección.
Es que, en realidad, la
resurrección de Jesús, su nueva vida, marca un camino nuevo para nuestra vida.
Jesús es el primer nacido de entre los muertos (Col 1,18; cfr. 1 Cor
15,20; Rom 8,28). La resurrección de Cristo es luz de esperanza de los
cristianos. Sin embargo, la resurrección no debe entenderse como la contracara
de la muerte en el sentido de que luego serán felices los que ahora sufren,
mientras que sufrirán los que ahora se alegran. La resurrección de Cristo (en
cuanto humanidad resucitada, en cuanto anticipo de nuestra resurrección) es
cosecha de lo que se ha sembrado. Debemos señalarlo: la resurrección no es esperanza
paralizante, sino que es impulso a sembrar. La resurrección de Cristo da
sentido a nuestra siembra; es garantía de cosecha.
En la cruz y la resurrección
descubre Pablo el núcleo de la revelación de la voluntad salvífica de Dios. El
mismo agregado "y muerte de cruz" a un texto probablemente
pre-paulino muestra que, en el misterio de Cristo, la obediencia hasta la cruz
centra el discurso del Apóstol sobre Cristo y sobre Dios, ya que conocemos lo
que Cristo es y lo conoció el propio Pablo por lo que él hizo y por lo que Dios
realizó en él. Es precisamente esta ubicación en el plan de salvación de Dios
lo que transforma la cruz en objeto de la predicación, el Evangelio de Pablo.
“El Evangelio de la cruz es el poder de Dios y llama a la fe en lo que Dios
hizo, y continúa haciendo en Jesucristo. Dios, a través del poder del Espíritu
Santo, evoca la fe y da la salvación en el tiempo presente a través de la cruz
de Cristo” (R. B. Brown).
Falta destacar un elemento
central de la cruz: es la manifestación perfecta del amor de Dios. La cruz se
transforma así en la autodonación, en el agapê de Cristo. En ella Pablo
capta la revelación de la voluntad salvífica de Dios.
Para Pablo la solidaridad
con la cruz de Cristo forma parte de la vida cristiana desde el bautismo hasta
el cumplimiento de su misión evangelizadora. La cruz (y la resurrección) son
inseparables del cristiano porque su misma vida nace allí y hacia allí se
dirige (indicativo e imperativo).
En sintonía con esto es
importante mirar qué dice Teresa sobre el sufrimiento: en una recreación, el
niño Jesús le dice así al Ángel de la Santa Faz:
Yo quiero escuchar tu oración
Toda alma obtendrá su perdón
(¡Y la llenaré de luz
desde que invoque mi nombre! ...
Tú que quisiste en la tierra
Compartir mi cruz, mi dolor
Escucha este misterio, (¡oh ángel!
Toda alma que sufre
es tu hermana (RP 2:11).
En la Recreación, Juana de
Arco dice:
"Para que
Jesús incline hacia mí su divina Faz, comprendo que tendré que sufrir, pero soy
su pequeña esposa y quiero tratar de devolverle amor por amor. Díganme, se lo
suplico, lo que debo hacer para atraer las miradas de Nuestro Señor".
Y su decisión final es
"Puesto que Dios es tan generoso conmigo, también yo quiero serlo por
Él" (RP 1, 11rº; cf. A 85rº). Es precisamente el amor de Juana y de Jesús
lo que está en el centro.
La reflexión la fue llevando
por los terrenos del amor, pero al año siguiente, en una nueva composición
sobre Juana de Arco (RP 3), que es continuación de aquella, avanza algunos
nuevos elementos profundizando los paralelos entre la Pasión de Cristo y la
pasión de Juana.
Teresa encuentra en el
Carmelo, en cuanto vida religiosa, una suerte de martirio, así recuerda que los
teólogos afirman que la vida religiosa es un martirio (C 8vº-9rº).
"si no es por la
sangre, es necesario que sea por amor" (LT 54 [1888]); es necesario que
"hagamos de nuestra vida un sacrificio continuo, un martirio de amor"
(LT 96 [1889]).
"A él
nosotras no le vemos, pero sentimos la fuerza del calor del amor. Yo lo
he visto por experiencia: cuando no siento nada, cuando soy INCAPAZ de rezar,
de practicar la virtud, es entonces el momento de buscar pequeñas ocasiones,
las nadas que agradan a Jesús más que el imperio del mundo e incluso que
el martirio sufrido generosamente, por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable
cuando tendría ganas de no decir nada o de mostrar un aire enojado, etc.,
etc." (LT 143 [1893]).
A partir de fines de 1894,
cuando descubre el “camino de la infancia”, ya no son las hazañas heroicas lo
que Teresa espera de sí misma, se acentúa el día a día, y el centro cada vez se
ubica más en el amor; amor de Jesús, amor de Teresa.
"te
suplico que me consumas sin cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de
ternura infinita que están encerradas en vos y así yo devenga mártir de tu
amor, Dios mío! ... Que este martirio después de haberme preparado para
comparecer delante de ti, me haga al fin morir y que mi alma se lance sin
demora al eterno abrazo de tu Misericordioso Amor..." (Pri 6 [1895])
"Tu amor es mi único
martirio" (PN 31:6, = 33:4 [1896]), y sabe que ese amor escondido es – ya
lo ha dicho – el martirio más doloroso, porque nadie lo ve, pero es también el
más amoroso. (LT 195 [1896]).
El martirio es sufrimiento,
y – según la imagen que se tenía entonces, como lo hemos dicho – es el
sufrimiento lo que salva. De allí que se abundara en referencias al dolor y
sufrimiento. Aquí radicaba el sentido de las ofrendas a la "justicia"
divina – frecuentes en su tiempo, como el libro Le Tresor du Carmel lo
indicaba –, y ese era, precisamente, uno de los motivos de la admiración que se
tenía del martirio. Seguramente, es en ese sentido que, como hija de su tiempo,
Teresa concibe en los comienzos su deseo de martirio. No podría ser de otra
manera. Quienes quiebran los tiempos con cosas nuevas, necesariamente tienen
que partir de ellos. A su planteo vocacional de martirio, que hemos citado,
Teresa descubre que es el amor el que le da todo sentido y que sin él el mismo
martirio sería nada (B 3vº).
“Él nos muestra que las más
pequeñas acciones, hechas por amor, son las que cautivan (el) corazón" de
Jesús” (LT
191), de allí que añada subrayando que a Jesús lo cautivan los sacrificios,
pero "nuestras alegrías... también"; "el amor es
fuego que consume" (cfr. LT 242). "el amor, fuego de la Patria/ no
cesa de consumirme / qué son la muerte o la vida? / Jesús, mi dicha es amarte"
(PN 45). El martirio al que hace referencia, es sin duda, el amor mismo, el
amor "con toda (su) potencia de amar" (LT 245). Por eso pedirá:
"quiero sufrir por amor, y también gozar por amor" (B 4vº), su
martirio – en este caso holocausto, como Juana de Arco, su hermana querida – es
que "el Espíritu de Amor la abrase con su fuego" (PN 17). Tú
lo sabes, oh Dios mío, todo lo que yo deseo / hacerte amar y ser un día mártir /
De amor quiero morir." (PN 24). Para Teresa, el martirio no está tanto
ligado a la fe, cuanto al amor. Los mártires, para la Santa, son testigos del
amor.
2. El
Reino de Dios y la búsqueda de la voluntad de Dios
Como
hija de su tiempo, Teresa entiende el “reino de Dios” fundamentalmente como “el
cielo”. Si puede decir que el reino está dentro de nosotros, lo hace
comprendiendo lo que se llama el “estado de gracia”.
"¿Qué entendemos por REINO DE DIOS? - Por reino
de Dios entendemos un triple reino espiritual: el reino de Dios en nosotros,
que es la gracia; el reino de Dios en la tierra, que es la Iglesia Católica, y
el reino de Dios en el cielo, que es la bienaventuranza" (Catecismo de san Pio X, N° 294).
Los judíos esperaban una intervención de Dios, en la
que Él reinaría venciendo a sus enemigos, pero el término "reino de
Dios" (Mt = de los cielos), no lo encontramos en los escritos bíblicos y
es escaso en los apócrifos. Evidentemente encierra una carga simbólica (y
mítica). El adversario mítico es el mal ("encarnado" en los demonios,
las enfermedades...), el triunfo no es otra cosa que la realización de la
voluntad de Dios, y esto está estrechamente ligado a la persona de Jesús (Lc
11,20). Digámoslo de otra manera, el Reino-voluntad de Dios no es otra cosa que
un mundo que ya empieza, aunque sólo se realizará en plenitud en el futuro, y
que se vive en una gran familia donde sólo uno es el Padre, Dios, y todos los
seres humanos viven como hermanos y hermanas.
La paternidad de Dios está en el centro de la
predicación del Reino. Ese Dios celoso, que no acepta rivales (= ídolos) es el
que se relaciona con nosotros como un Padre. Esto implica una doble dimensión:
objetivamente Dios es "siempre mayor", subjetivamente nos enfrentamos
a la responsabilidad de "dejar a Dios ser Dios". Precisamente, la
relación con el Padre único, implica necesariamente que el resto de la
humanidad es hija. Ser hijos del único Padre nos pone frente a los demás como
hermanos y hermanas. Por eso Puebla afirma con toda razón que la palabra
liberadora por excelencia es "sólo a Dios amarás": la caída de los
ídolos es la liberación más profunda del ser humano (DP 491). La relación entre
filiación-fraternidad y libertad, es particularmente paulina y joánica. El
término "hermanos" es propio de la gran familia que es Israel. Unidos
a Cristo, teniendo su mismo espíritu, somos hechos hijos. Al exclamar Abbá,
reconocemos nuestra pertenencia a una comunidad de hermanas y hermanos. El
mundo fraterno soñado por los profetas se amplía hasta alcanzar la fraternidad y
sororidad universal de quienes buscan y realizan la voluntad de Dios:
"quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre" (Mc 3,35). El término "hermano" (adelfos) es el
propio para designar a los cristianos en las cartas paulinas (más de 130 veces)
por la relación específica del amor (Ga 5,13; cf. 1 Jn 2,10), un amor como el
de Jesús, el primogénito de muchos
hermanos, cuya imagen estamos predestinados a reproducir, (cf. Rom 8,29), que amó hasta el martirio (cf. Jn 3,16;
cf. 1 Cor 8,11; Jn 15,13).
Una de las características del Dios de Israel, es
que no hace distinción de personas (cfr. Dt 10,17; 2 Cro 19,7; Jb 34,19; Sab
6,7-8). Lógicamente, esto sigue presente en el Nuevo Testamento (cfr. Hch
10,34; Rom 2,11; Ga 2,6; Ef 6,9; Col 3,25; Sgo 2,1; 1 Pe 1,17). Esto, no debe
entenderse mal; no quiere mostrar un Dios lejano al que "todo le da
igual". Generalmente, al decirse esto, se quiere referir a un Dios que, a
diferencia de los seres humanos, no es parcial en la justicia favoreciendo a
los siempre favorecidos, no es amigo de los poderosos en desmedro de las
víctimas. Es un Dios que es padre, y que siempre se hace – preferencialmente –
cercano a sus hijos que sufren. La opción por los pobres, que hunde sus raíces
en el Antiguo Testamento, es el mensaje central que con su vida y con su
palabra anuncia Jesús de Nazareth. Desde el anuncio inaugural/bienaventuranza
(Mt 5,1-12/Lc 6,20-26) hasta el discurso en la sinagoga de Nazareth (Lc
4,16-19), desde los signos del Reino que presenta a los enviados del Bautista
(Lc 7,21-23) a las parábolas (Lc 14,15-24; 16,19-31), desde el canto pobre y
profético de María (Lc 1,46-55) al test escatológico que ofrece a los suyos
como garantía de fidelidad en el "todavía no" que se dirige a un
"ya" definitivo (Mt 25,31-46).
Erraríamos el camino si pretendiéramos dar respuesta
a la pregunta sobre el Reino preguntándole ingenuamente a Teresa qué dice sobre
el Reino de Dios. Las más de 80 veces que encontramos el término "royaume",
como es común en la lectura de su tiempo, se refiere al Cielo, partiendo de la
variante "Reino de los Cielos" frecuente en Mateo, y en los dichos de
un Reino futuro. Podríamos detenernos, sin embargo, brevemente, en algunos
párrafos particularmente interesantes: a veces habla del "Reino del
Carmelo", como una manera de vivir anticipadamente el Reino futuro (A 62vº;
LT 72 y 201); otras veces, leyendo Lc 22,28-29 ("dispongo un reino como el
que mi Padre me preparó a mí") lo relaciona estrechamente a la cruz (el
Reino que el Padre le da a su Hijo es la cruz; A 62vº; LT 102; 165). Una vez se
compara con Juana de Arco (algo que hace con frecuencia) pero no para
"hacer coronar un rey mortal" sino para "conquistas más
gloriosas": "hacer amar al Rey del Cielo y someterle el Reino de los
corazones" (LT 224); es algo semejante a lo que escribe a su hermana: las
cosas "que suceden en el alma de mi Celina prueban que el reino de Jesús
está establecido en su alma" (LT 143). Puesto que asimismo el Carmelo es
"puerta del Cielo", no estamos en "este mundo". Nos
encontramos claramente con que hay un "ya" muy destacado [LT 245] a
pesar del "todavía no" característico en Teresa.
En la recreación La huida a Egipto,
entretejida de textos bíblicos, la Sagrada familia se detiene a descansar en
una cueva de bandidos. Allí dialoga con ellos sobre el niño y afirma que
"si su reino fuera de este mundo tendría palacios como los reyes de la
tierra y valientes guerreros combatiendo por él" (7rº). El cambio de
ángeles por guerreros y la referencia a los palacios de los reyes, ausentes en
el texto de Juan, y en el contexto de la fuga de manos de Herodes no deja de
ser significativo. Estando con Jesús, y a partir de la curación del pequeño,
Torcol declara estar "¡en otro mundo!" (8rº). La referencia al Reino
permite al padre de Dimas, Abramim, descubrir que el niño es "el Rey de
los judíos" (8vº), el Mesías esperado con lo que – se aclara – realiza el
anuncio de revelar lo escondido a los pequeños, a las ovejas perdidas e
infieles y esconderla a los sabios. No es sin importancia que esta obra
teresiana sea particularmente insistente en la desigualdad entre ricos y pobres
(cf. 6rº). El Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso (Pri 6), corazón de la
vida y espiritualidad teresiana, también hace referencia al Reino. La idea
sigue siendo futura, pero aparece estrechamente ligado a otro término bíblico:
la voluntad de Dios: "Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y llegar
al grado de gloria que me has preparado en tu reino".
Debemos notar un texto de A 83vº donde Teresa habla
de sus lecturas, deteniéndose en la Sagrada Escritura, y particularmente el
Evangelio donde "siempre descubro en él luces nuevas, sentidos ocultos y
misteriosos". De estas lecturas ella afirma que le permiten entender y saber por experiencia "que el Reino
de Dios está dentro nuestro" (cf. Lc 17,21),
"Jesús no necesita de libros ni de doctores
para instruir a las almas. Él, el Doctor de los doctores, enseña sin el ruido
de las palabras... Jamás lo he oído hablar, pero siento que está en mí, a cada
instante él me guía, me inspira lo que debo decir o hacer. Descubro, justo en
el momento que las necesito, luces que no había visto todavía, y lo más
frecuente es que estas luces no vengan abundantemente en mis oraciones sino
sobre todo en el medio de las ocupaciones del día".
Jesús en su corazón es – ya lo dijimos – el Reino
presente, Jesús en su vida cotidiana. En esta vida, Jesús hace conocer su
voluntad, es visto como "doctor", el que abre los sentidos ocultos a
la Palabra de Dios, el que ilumina "qué decir o hacer". La relación
entre el Reino, que está dentro, y
el conocimiento y práctica de la voluntad de Dios, aparecen estrechamente
unidos.
En su espiritualidad-teología fundamentalmente
bíblica, Teresa entiende que la voluntad de Dios se expresa claramente en el
mandamiento del amor al prójimo. Llega a decir que, si bien Jesús habló de amar
"como a sí mismo", eso lo
dijo mientras él vivía, ya que cuando estaba por dar el paso de la Pascua, con
su ejemplo ("como yo los he amado") nos enseña que debemos amar al
prójimo más que a nosotros mismos (C
11vº). Teresa descubre claramente en su vida y su experiencia una relación
vital entre la voluntad de Dios y el amor al hermano y la hermana. Y ese amor
al prójimo es hasta dar la vida. Debemos
insistir en que ella interpreta su vida como una búsqueda constante de la
voluntad de Dios (A 55vº; CJ 10.4.1; 14.7.9: "mi corazón está lleno de la
voluntad de Dios"). Tanto que a las oraciones que le piden agrega: "si es tu voluntad" (LT 201),
incluso cuando debe pedir por la curación de su padre (CJ 23.7.6). Pretender
otra cosa sería "ser más realista
que el rey" (LT 221); no es un buscar sumisa, resignada o pusilánime
la voluntad de Dios o el sufrimiento, sino un buscar enamorada todo lo que
agrada al Amado; amarlo como Él la ha amado, "hacer por Él lo que Él ha
hecho por ella" (A 85rº).
Teresa "devuelve" a la Iglesia un
rostro paterno de Dios que estaba olvidado: "Gracias a ella (Teresa), la
Iglesia entera ha vuelto a encontrar toda la sencillez y toda la lozanía de ese
grito (¡Dios es nuestro Padre!) que tiene su origen y su fuente en el corazón
del mismo Cristo" [Juan Pablo II]. Teresa rechaza una imagen de Dios
que no sea amor y misericordia, padre y amigo, y la rechaza por falsa (=
ídolo), no es ese el Dios de Jesucristo (= abbá). Y ella sabe que esta imagen
de Dios lo pone a las puertas de presentarlo como "indefenso".
Bastante lejos de la imagen de la omnipotencia que hacía que Dios "pudiera
todo" (menos amar). En realidad, el Dios-Padre de Teresa se ha vuelto
"impotente" – por enamorado – frente a su amada. La Santa utiliza diversas
imágenes para referir a esta "debilidad" del "omnipotente":
mendigo, prisionero, con defectos. Teresa no se guía por las diferentes
imágenes de Dios que ha recibido o aprendido; ella vuelve a las fuentes: la Escritura, y allí va a preguntarle a Dios
cómo es; con la respuesta en la mano ella dejará a Dios ser Dios sin atarlo a
los diferentes esquemas que más bien parecen fabricar ídolos (y a veces
sedientos de sangre) que encontrar al Dios de Jesucristo.
No debemos dejar de tener en cuenta dos textos
interesantes de su correspondencia, LT 145 y 246: la primera, nos presenta un
Jesús pobre, débil y mendigo. Mendiga "nuestro amor". Para esto
remite a un texto clave, Mt 25,31-45: "porque tuve hambre y me dieron
de comer..."; Jesús se hace pobre para que podamos amarlo; una vez más
es evidente la relación prójimo-Jesús. El restante, a pocos meses de morir es
un breve texto a María de la Trinidad:
"Que el
divino pequeño Jesús encuentre en tu alma una morada toda perfumada de las
rosas del Amor; que encuentre también la lámpara ardiente de la caridad
fraterna, que recalentará sus pequeños miembros helados y alegrará su pequeño
Corazón haciéndolo olvidar la ingratitud de las almas que no lo aman bastante".
El amor fraterno se ve en tan estrecha relación con
el amor a Jesús, como una misma actitud sencilla y simple: el perfume, la
"limosna del mendigo divino", que así, en ese corazón disponible al
amor encontrará morada, amistad, porque "la más pequeña cosa es preciosa a
sus ojos divinos" (LT 145).
En la más pura raigambre bíblica, Teresa resume,
nuclea y potencia todo esto en el amor. Un amor que es a la vez divino y
humano, de Dios y hacia Dios, del ser humano y hacia el ser humano.
La Voluntad de Dios (= el Reino de Dios) es el amor.
Amor a Dios y a las personas. La voluntad central de Teresa también es el amor:
constantemente repite que sólo le interesa amar y hacer amar a Jesús. Esto lo
vivirá con pasión hasta el último momento, hasta el punto de ser uno de sus
temas fundamentales en el final de su vida: saber si podrá o no seguir
trabajando para que Jesús sea amado una vez en la Eternidad. No es otro el
motivo del Acto de Ofrenda, escrito una vez que descubre hasta dónde Jesús
desea ser amado (A 84rº) y al cual se consagra. Pero como en esto se juega la
dinámica del amor: amar y ser amado, Teresa entiende que para amar a Dios debe
vaciarse, para llenarse de Jesús (o recibir su mismo corazón) a fin de que
Jesús mismo ame en ella (PN 24.31). El amor a los hermanos y hermanas, entonces, lo entenderá como un
"buscar que amen a Dios", que Él sea amado. En la más pura tradición
bíblica joánica Teresa sabe que Dios ama primero (1 Jn 4,19-20), y el amor que
ella reparte no es sino el mismo que Dios le ha dado. Ella, que nada guarda
para sí, tampoco méritos, permanece con las manos vacías.
También,
podemos decir, con Teresa y su camino
se rompe con todo elitismo o actitud, frecuente en ciertas escuelas
espirituales, que proponen un camino "para perfectos", diferente del
camino para "el común", el 'am ha aretz, la "fe del
carbonero", (con lo que estamos muy cerca del gnosticismo o del
sectarismo). El camino para todas "las almas pequeñas", para
"pecadores", para misioneros y laicos, para imperfectos y débiles no
hace más que ir hasta el corazón del Reino de Dios, un Reino abierto a personas
con lepra y publicanos, mujeres y niños, extranjeros y pobres. Un Reino que
afecta a quienes se creen "dueños de las llaves" impidiendo entrar a
la "gente de la tierra", a los "hijos de las tinieblas", a
los excluidos... La opción por los excluidos, que tanto se trabaja en nuestros
días en América Latina requiere la predicación de un "camino" (=
espiritualidad) para todos. Teresa de Lisieux lo entendió perfectamente.
Profundizar la imagen de Dios como Padre (clave del Reino anunciado por Jesús)
la lleva "de la mano" a descubrir un Reino abierto a todos y todas,
una comunidad sin exclusiones...
3. La
gracia de Dios entendida como “abajamiento”
La imagen del ascensor, y la madre que alza a su hijo
pequeño para sentarlo en sus rodillas.
Nuestro objetivo se limita a presentar un elemento
del pensamiento paulino, central en su teología, y mostrar cómo este mismo
elemento es a su vez central en el pensamiento teológico de Teresa. Nos
referimos a la gracia.
El término járis, en el griego clásico designa
aquello que causa placer o agrado. También puede atribuirse a los dioses o a
los emperadores refiriéndose a sus favores,
aunque no es una palabra clave. Puede
extenderse a indultos, o gestos de benevolencia, condonación o absolución y
perdón. En las relaciones personales puede ampliarse a generosidad, amabilidad,
ser agradable. La Biblia griega suele traducir por jaris el término
hebreo hen, es conceder una gracia, un favor, lo que supone una suerte
de abajamiento de un superior hacia un inferior, pero, aunque se aplique a
Dios, el término no es propiamente hablando un término teológico. Pero,
tardíamente, el término hebreo jesed (que se parece más a nuestra
“gracia”), que suele traducirse por eleos, misericordia, empieza a
unirse a jaris. "Todo está
lleno" del jesed de YHWH (Sal 33,5; 36,5; 57,10; 103,11; 108,4;
119,64), y dura "por siempre"
(89,2; 103,17; 138,8).
El jesed tiene las siguientes
características: (1.) es una acción más
que una intención, y es acción liberadora o protectora; (2.) parte de una relación preexistente; (3.) es algo esperado de quien es
(circunstancialmente) superior; (4.) es algo "extralegal " ya que no puede ser exigido, sino que es un
acto libre y, finalmente, (5.) llena una necesidad
que el (circunstancialmente) inferior no puede satisfacer por sí mismo.
En Pablo, jaris es la recapitulación de la
obra salvadora de Jesucristo. En cuanto tal, no siempre es distinguible de euaggelion.
El carácter gratuito de la gracia (dôrean) se resalta claramente.
Siguiendo a Pr 3,34, las cartas de Sgo 4,6 y 1 Pe 5,5 presentan la humildad (tapeinos) como pre
requisito para acceder a la gracia, Pablo preferirá mostrar la eficacia de la
gracia en la debilidad (astheneia,
2 Cor 12,9). Es evidente que los escritos del Nuevo Testamento recurren a la
figura del acercamiento: "la imagen
de un Padre que ama jamás es lejana a la palabra «gracia»" (G. S.
Shogren). La iniciativa divina, una constante en Pablo,
señala claramente que el acceso a la reconciliación,
justificación, salvación, dependen primeramente de Dios, no de las obras o
méritos de la persona humana.
En síntesis, podemos decir que la gracia es el poder
salvador de Dios que desciende sobre el hombre regido por el pecado y la
muerte; así, la gracia muestra que la vida es más fuerte que la muerte. Para
Pablo, la vida de gracia se contrapone al pecado, y es vista como don del
Espíritu, y – por tanto – conduce a una vida
espiritual. Es por esto que gracia de
Dios y amor de Dios son
prácticamente intercambiables.
“Este carácter gratuito (gratuitous) de la
gracia es muy constitutivo de la soteriología paulina como Pablo la orienta al
evento histórico Cristo (...) El evangelio de Pablo es el evangelio de la
gracia (...) Es claro, entonces, que el concepto paulino de justificación
opuesto al del judaísmo, nunca es merecido. Es siempre el don del acto
salvífico divino de gracia en Cristo, gratuito (free) e inmerecido” (L.
P. Akli).
En Rom 5 “se trata bien de una iniciativa totalmente
gratuita, que desborda los esquemas de la justicia retributiva” (J. N. Aletti).
En el final de su introducción, Pablo altera un poco su esquema al señalar los
paralelos, y así como antes remarcó el
don que vino por la gracia destacando la iniciativa de Dios, aquí señala
que "los que reciben la abundancia de la gracia... reinarán en vida".
"La efectividad y la indescriptible
generosidad de la gracia divina son tales que ella no solamente traerá
aparejado el reemplazo del reino de la muerte por el reinado de la vida, sino
que de verdad hará que quienes reciban sus riquezas sean reyes ellos mismos, es
decir que vivirán la vida verdaderamente soberana programada por Dios para el ser
humano" (C.E.B. Cranfield).
El efecto se experimenta, así, como
"regalo". Y usa "reinarán"
para señalar el cumplimiento escatológico. Entonces, si Adán representa al
pecado, Cristo no representa el opuesto, la justicia, sino la gracia como
fuerza creadora que elimina el pecado. No se ha abierto una nueva oportunidad
para la humanidad, sino que se ha creado justificación para todos. Es allí
donde la gracia sobreabunda en misericordia para Israel y para todos los
pueblos.
"Es claro
que la gracia actual de Dios en Jesucristo opera un cambio real en la historia
del pecado de la humanidad con su intervención" (K. Kertelge).
“El Evangelio de
Cristo, para Pablo, es que aquel poder se ha fracturado: la gracia de Dios ha
jugado más que la intensificación del pecado por la ley y ha dado así una
promesa segura de vida por sobre la muerte” (J. D. G. Dunn).
Es verdad que existe una verdadera solidaridad en y
con el pecado, pero "mucho más"
se corresponde una solidaridad con la gracia.
“Gratuidad
absoluta, amor incondicional de Dios, es el amor que libera al ser humano por
el amor, la gratuidad que libera por el reconocimiento. En la carta a los
Romanos, Pablo describe el golpe de Estado de la gracia y concluye: 'El pecado
no tendrá más poder sobre ustedes, pues ustedes no están más bajo la Ley sino
bajo la gracia' (Rom 6,14). Así la gracia justifica” (C. Senft).
B. Bro ha señalado con justicia el provecho que
Teresa hubiera sacado de conocer los significados originales de algunos
términos bíblicos. Pero no es menos cierto que la syn pathía con la que
se aproxima a la Biblia le permiten intuir estas y otras profundidades. Para
ello deberemos detenernos, no solamente en el uso de gracia en Teresa, sino en otra serie de términos o ideas que
expresan los variados aspectos del empleo paulino.
Como hija de su tiempo, mirando el término “gracia”
Teresa no se aparte del uso que poco después (1912) encontraremos en el
Catecismo de Pio X: la gracia "es un
don interno, sobrenatural, que se nos da, sin ningún merecimiento nuestro, por
los méritos de Jesucristo, en orden a la vida eterna" (Nº 527).
La gracia es obra de Dios, de su misericordia, en el
ser humano; don gratuito, que actúa en la debilidad humana. Para Teresa es obra
de Dios; es Jesús quien inhabita en Teresa, e incluso la Trinidad.
"La
gracia, que opera la conversión, la santificación de Teresa es el Amor
Misericordioso al cual ella se ofrece (...) El Amor de Dios cumple las funciones de la gracia: eleva, transforma,
santifica: es prodigado gratuitamente a Teresa sin ningún mérito de su parte"
(P. D. Linck).
Fuera del uso frecuente como “acción de gracias”,
“año de gracia”, favor, etc., pasa a adquirir un sentido teológico al referirse
a las razones de su elección (LT 89; 161; 182) o como "vocación": entrar al Carmelo es una
gracia (LT 28, 38A, 38B, 41, 43A, 43B, 70, 79, 201, cf. RP 8,4). Sabe
perfectamente que, si ella puede ser
eficaz, no es por sus fuerzas, sino por la gracia; es por esto que ella
puede ayudar a las novicias (C 35vº), o a los misioneros (C 33vº).
Mirando su propia vida, sabe "leer" como gracia, es decir, como intervención de Dios,
determinados acontecimientos (A 32vº), muchos de los cuales califica de "grandes gracias" (A 36rº-37vº),
entre los que enumera: la Virgen de la sonrisa (A 30vº), la conversión de
Navidad (A 45rº), la lectura de Arminjon (A 47vº), el retiro del P. Alexis Prou
(A 80rº), el sueño con Ana de Jesús (C 2vº), comprender cuánto desea Jesús ser
amado (lo que la lleva a componer el Acto de Ofrenda; A 84rº), y comprender qué
es la caridad (C 11vº)... Se debe, además, tener en cuenta los "días de
gracias acordados por el Señor a su pequeña esposa" mencionados por el
blasón donde están presentados los amoríos de Jesús y Teresa (A 85rº), donde
menciona los días "de gracia", desde su nacimiento a su ofrenda al
Amor.
Teresa sabe que no ha recibido gracias extraordinarias sino cotidianas,
comparadas por ella a la "brisa suave" en la que Dios se le
manifiesta a Elías (A 76vº), y que,
si Dios le regala, o la colma con estas gracias, la pequeñez de Teresa, su impotencia, es el
motivo (PN 17.7). Una vez más resalta la importancia del lenguaje de las "flores" como central en las
parábolas teresianas (LT 73). Las flores tienen sus cualidades, las almas son
"el jardín de Jesús" (A 2vº), donde cada flor encanta por las gracias
con las que el Creador la ha colmado (LT 224; o una "espiga", cf. CJ
4.8.3; 9.8.4). Por eso puede identificarse "lluvia de gracias" (DE/MT Agosto) y "lluvia de rosas" (CJ 9.6.3; PO 248). Es precisamente ese
reconocimiento de un Dios que siempre toma la iniciativa lo que no le hace
temer la posibilidad de morir sin sacramentos, y así expresar su ya clásico
"todo es gracia" (CJ
5.6.4).
Teresa, como ha dicho Linck, identifica gracia y amor, así podrá decir que, de todas las
gracias, sólo espera recibir la misericordia
(LT 224), y por eso la "única gracia que pide" es no ofenderlo (a
Jesús, C 6rº), o "amarlo siempre" (C 8vº). En realidad, toda la vida de Teresa (A 2rº), como ha
señalado Balthasar es obra de la gracia, regalo gratuito de Dios (LT 57) que la
"lleva" (PN 15,1) o "inunda" (PN 15,9), que no cuenta los méritos (A 44rº); y
precisamente por mirar su propia vida desde la gracia ("puedo vivir de tu
gracia", PN 23,5) es que ella cuenta su vida "en clave gracia". Su vida es "cantar
las gracias" (A 83vº; C 1rº; LT 182; PN 16,1) o "cantar
las misericordias" del Señor (A 3rº; 4rº; 40rº; C 1rº; 3rº; 27vº;
29vº; 34rº; LT 247) ¡identificándolas! (cf. PN 48,5; RP 3,20r).
Pero, además, hemos de notar que hay una serie de
ideas, imágenes o temas teresianos que están en perfecta sintonía con la idea
de la gracia como Pablo la ha presentado.
Ya hemos señalado que Teresa identifica Misericordia y Gracia. Notable coincidencia con el acercamiento entre jesed
y hen que hemos señalado más arriba, y con la confluencia entre ambos
temas y la cercanía entre jaris y eleos.
"Es innegable que (Teresa) presenta vivísimas
intuiciones espirituales, con vistas al descubrimiento del amor misericordioso
de Dios a su criatura, que pueden arrojar una luz original sobre los inmutables
misterios de la fe" (D. Ols).
Como en Pablo, también en Teresa, "gracia y
amor son prácticamente intercambiables".
Siguiendo a De Meester, creemos que el
descubrimiento de la Misericordia de Dios coincide con la gestación del camino
de Teresa. Quizás podamos decir que el término misericordia le da al término gracia
un contenido más paulino, que el
tradicional que ella recibe. La Misericordia
divina es la más importante de Sus cualidades (A 83vº). Esa misericordia es
un "Amor consumidor y transformante" (LT 197; cf. PN 41.2). Es fuego,
como el que consume totalmente las
víctimas en el holocausto (A 84rº; Pri 6), o que transforma en sí todo lo que toca, sea hierro o leño (B 3vº; Pri
6); la deificación es la expresión plena de la gracia. "Él es sólo amor y
misericordia" (LT 266 [¡última carta!]). Y es la misericordia que ella ha
experimentado, y "leído" en su vida, la que le permite avanzar por su
caminito todo de confianza. Es por esto que puede avanzar "a
oscuras", o "a ciegas" (cf. LT 197).
Pero
más aún ella señala que “lo propio del amor es abajarse” (A 2vº), pero no queda
en ese mero descenso, sino que “eleva a los pequeños” (A 5vº) hasta las
rodillas maternales de Dios (cf. ascensor, C 3vº). Teresa atribuye al amor las
mismas cualidades que Dios (como superar el tiempo y el espacio, como el jesed
en Salmos que “llena todo y dura por siempre”.
En una línea semejante a esto, y como es frecuente
entre los místicos, hay que señalar la continuidad de esta imagen con lo que ya
hemos llamado, la debilidad del
Todopoderoso (“ayudar a Dios” dice Etty Hillesum). La idea del Dios débil (LT 145), mendigo (LT 172; cf. DE/G 5.8.3), prisionero (LT 191), es frecuente en Teresa, y si bien muchas veces
lo usa en el sentido del "ex opere
operato" ("prisionero en el sagrario", Pri 7; "te
sometes a tus sacerdotes", Pri 20), no deja de usarlo en otros sentidos:
la Trinidad es prisionera del amor (PN 17.2; 32,5), a Jesús lo desarmo siempre
(PN 32,4), es prisionero de un cabello (LT 164; 182; 191; cf. 108). "Jesús, ¿quién te ha hecho así pequeño? ¡El
Amor!" (LT 162).
Es interesante notar brevemente el uso teresiano del
término “justicia”: es sugestiva su pintura
del juicio paterno de los premios
de fin de año, la presenta como una imagen de cierto juicio final donde los premios los dará el rey (su padre) según los
méritos y en absoluta justicia (A
19vº). Sin duda, recuerdos de este tipo, con esta "justicia" y este
"juez" han influido particularmente en la imagen teresiana de justicia, méritos, temor. Al reconocerse
sin méritos, y puesto que en la casa del Padre "hay muchas
habitaciones" (LT 226; 247; cf. Jn 14,2), ella se siente en "comunión
de bienes" con los méritos de los otros miembros de la familia cristiana.
Bien podría pensarse en una gran casa donde lo que cada uno gana pasa a formar
parte de un pozo común (cf. RP 4,38) del cual todos, aun los que no han ganado
nada, los niños, – ¡y ellos principalmente! – pueden servirse y gozar (PN 11,3;
RP 1,12). Esto nos permite comprender bien la llamada "infancia
espiritual", comprender el planteo teresiano de no pretender tener méritos
(Pri 6) sino causarle placer a Dios (DE/MSC 29.7), regalar lo que tiene para
los demás (RP 8,6; cf. CJ 18.8.3), y de presentarse ante él con las "manos
vacías". Es importante la identificación que Teresa hace entre amor y perdón, y aún con misericordia preveniente (C 36vº). Sin duda esto se relaciona directamente con
el tema de la gracia.
Es muy importante la actitud de radical solidaridad
de Teresa con el mundo de los pecadores. ¡De los grandes pecadores! Así ella
dirá "en nombre de sus hermanos"
la mismísima oración del publicano: "ten piedad de nosotros que somos pobres pecadores"... "Señor, despídenos
justificados" (C 6rº); no se trata de “ellos” los pecadores, sino de “nosotros”.
La misma Teresa unirá, más adelante, esta actitud del publicano con la
Magdalena (C 36vº). La solidaridad en esta suerte de abajamiento, transforma la
vida y el ministerio de Teresa en un ministerio sacerdotal.
"... después que me ha sido dado comprender así
el amor del corazón de Jesús, te confieso que él ha desterrado de mi corazón
todo temor. El recuerdo de mis faltas me humilla, me lleva a jamás apoyarme en
mis propias fuerzas, que no son sino debilidad, pero más que nada este recuerdo
me habla de misericordia y de amor" (LT 247).
"Cuando el cielo azul deviene sombrío,
y parece desampararme
mi alegría es permanecer en la sombra
esconderme, abajarme
mi alegría es la Santa Voluntad
de Jesús, mi único amor
así yo vivo sin ningún temor
amo tanto la
noche como el día" (PN 45,3).
La ley de la gracia le enseña otro camino totalmente
diferente al del temor, un camino de optimismo, de confianza. Teresa descubre
el Nuevo Testamento en toda su novedad. Es precisamente en la Pascua del Señor
que Teresa nos recuerda que los débiles amigos de Jesús reinarán con él y
podrán "amar como" él amó (C 12rº). "Reinar en vida" había
dicho Pablo, "expulsar el temor" dice Juan, "dormir
confiada" dirá Teresa. Tres expresiones para un mismo optimismo y un mismo
encuentro con la iniciativa divina.
Todo se sintetiza en la gratuidad (propio de la
gracia). Para Teresa, la gratuidad es el motivo del amor previniente:
"La flor que va a contar su historia se
regocija de hacer públicas las previniencias enteramente gratuitas de Jesús.
Reconoce que en ella no había nada capaz de atraer las miradas divinas y que
sólo su misericordia ha hecho todo lo que hay de bueno en ella" (A
3vº); el mismo amor que la eligió. "No
puedo concebir una mayor inmensidad de amor que el que me has querido prodigar
gratuitamente sin ningún mérito de mi parte" (C 35rº).
En este sentido puede comprenderse bien que Teresa
se niegue a todo lo que significa "cálculo" o "cuentas".
Dios no conoce la ciencia del cálculo (PO 453-454); Jesús, su director le enseña
a no contar sus actos, a diferencia de los directores (¿del temor?) que hacen
avanzar en la virtud contando los actos de virtud... "es Jesús el que hace
todo en mí, yo no hago nada" (LT 142; PN 17:5). Ella no entrará en
conflicto – no es su estilo – con otras corrientes, pero la simplicidad y
fidelidad al mensaje del Nuevo Testamento descoloca a más de una que parecen
ser más corrientes de espiritualidad “veterotestamentaria” que confianza ciega
en el amor de un Dios de Misericordia que se abaja hasta lo más profundo de
nuestra pequeñez y miseria para elevarnos hasta el corazón mismo de la
Divinidad.
– o – o – o –
Los temas particularmente teresianos que tienen,
aunque ella no lo sepa, una profunda nutriente bíblica, podrían multiplicarse.
Señalaremos, brevemente, solamente dos más, dejando a la reflexión y la
investigación posteriores muchos otros que podrían encontrarse.
4. Aprender
a mirar desde los últimos
Los
pequeños, la pobreza espiritual.
Recordemos, aquí, que en los Evangelios el Reino es
don, y hacerse como niños significa acoger ese Reino, acogerlo en una familia
(“en mi nombre”) donde se abren las puertas a los insignificantes (niños,
pobres, enfermos, excluidos... concretamente los impotentes). La
gratuidad es la característica primera del Reino que Jesús anuncia y que “los
dueños de las llaves” rechazan; don entregado “porque sí”, porque al Padre le
pareció bien, “porque quiso”. Precisamente por la gratuidad, el acento no
radica en el esfuerzo de subir del hombre sino en el descenso del amor
del Padre, en sus dones (regalos). El que es como niño es el que
sabe recibir este don. Así como no se puede volver atrás en el arado, sí
se puede recibir el gran don del Espíritu que hace posible entrar
al Reino.
Hacerse como niño significa abrirse al don de Dios.
Como Teresa, el niño es la “pequeña reina” de la casa. No es cuestión de
mérito, sino de hacer descansar a un Rey mayor que el de “Francia y Navarra”
(o, si se quiere, su mérito es ser su descanso, “tenemos que tener piedad de
Dios”), es hacerlo sonreír y dejarse regalar por su extrema generosidad; un Rey
que viene a manos llenas a desparramar sus regalos. El título de Reina, cuando
se es la menor, no es sino un regalo del Rey. La actitud de la niña será dejarse
regalar, recibir... Ella sabe que no puede, o que sólo puede
en los brazos de su rey. Descuidar la dimensión de gratuidad del reino en los
Evangelios nos volvería incapaces de comprender el corazón del mensaje de
Teresa, la que – paradójicamente – “halla más alegría en recibir que en dar”
(cf. Hch 20,35). Teresa supo decirles a sus hermanas “ya no estamos en casa”
(PA 599) porque encontró una casa siempre mayor, una familia donde ya nadie
muriera (cf. PN 23.4). Haciendo una analogía, pensamos que es posible decir que,
así como la sonrisa de la Virgen significó una ruptura en la cadena de
madres perdidas, encontrando una Madre nueva que no la abandone, así el
descubrimiento del caminito supone un descubrimiento de la misericordia
de un rey siempre mayor donde la siempre menor encuentra un lugar en una
casa de muchas habitaciones.
El hacerse como niños supone una renuncia al mérito,
un reconocimiento de la impotencia, de no poder que también en Teresa,
como en Jesús, es clave del abandono. Es algo que queda fuera del alcance de
los niños salvo que los padres los alcen en sus brazos, los suban en sus
rodillas o los sienten en sus hombros (cf. A 15r). “¿No eres tú,
Todopoderoso?”, precisamente por eso, y en eso, radica la confianza. Saberse
impotente, saberse abajo, mueve el corazón del Padre a abajarse para
elevarnos, para ser levantados.
Confianza es volcarse ciegamente en Dios y no en uno
mismo, que es saber que Dios mira con otros ojos nuestra vida y nuestra
realidad, porque de hecho Dios mismo es diferente a lo que anuncian los sabios
y entendidos, no es un Dios de exclusión sino de misericordia, no es un Dios comercial
sino de gratuidad que “no conoce la ciencia del cálculo” (PO 1070r),
un Dios que puede descubrirse con una mirada simple, sencilla. Entre
revelación del Reino de Dios y del Dios del Reino hay una estrecha unión, y ese
Reino se manifiesta en la elección de los pequeños; pequeños que están llamados
a no desconfiar ni temer aún en medio de las adversidades sino a poner su
confianza en la fuerza del Pastor.
La certeza de que no puede (impotencia), en Teresa,
va unida al descubrimiento de la misericordia, lo que lleva a la confianza
y – por lo tanto – al abandono. Así revela un Dios diferente porque
Jesús se lo ha revelado (Teresa no se ata a esquemas, sino que deja a Dios ser
Dios).
Los pequeños son pobres de espíritu, son
bienaventurados.
"La pobreza que Mt 5,3 declara
bienaventurada es la pobreza espiritual...: total disponibilidad ante el Señor.
Es la condición para acoger la palabra de Dios; tiene, por lo tanto, el mismo
sentido que el tema evangélico de la infancia espiritual" (G.
Gutiérrez).
Ya hemos indicado la relación, y debemos todavía,
dar un paso más. La gratuidad del reino,
la elección de los niños y de los pobres (Mt 5,3.10; Lc 6,20) deben entenderse
en un mismo marco de gratuidad. Ya J. Dupont y F. M. Léthel señalaron las
relaciones entre uno y otro término y también lo han hecho los obispos
latinoamericanos en Medellín: la pobreza espiritual es una
"actitud de apertura a Dios, la
disponibilidad de quien todo lo espera de Dios", por eso la Iglesia
debe predicar y vivir "la pobreza espiritual como actitud de infancia
espiritual y apertura al Señor" (Pobreza 4).
Lo mismo señala G. Gutiérrez: La "infancia
espiritual se requiere para entrar en el mundo del pobre... sólo desde la
infancia espiritual es posible comprometerse verdaderamente con los pobres y
oprimidos".
5. Dejar a
Dios ser Dios y confrontar con la idolatría
La “sympathía”
con Dios de la que hemos hablado, lleva a Teresa a ir progresivamente
descubriendo un rostro de Dios, a dejarlo ser Dios, a escucharlo y mostrarlo.
Sabe romper con la imagen del Dios justo que le viene de la influencia
jansenista en el carmelo francés, por uno que es justo en la misericordia; un
Dios juez que es “amigo del reo”; un Dios padre maternal... Ruptura con la
imagen mercantil (“do ut des”), uno que ama en la “noche oscura”
(prueba, muro, túnel, nubes lo llama ella).
"está fuera de toda duda que el Espíritu de
Dios... la ha guiado en (el) caminito... el Espíritu de Dios permitió a su
corazón revelar directamente a los hombres de nuestro tiempo, el misterio
fundamental, la realidad del Evangelio” (Juan Pablo II).
Ya hemos señalado el amor de Teresa por la palabra
de Dios, por la Virgen María y los santos, y hasta descubre a Dios mismo en lo
que ella “desea” profundamente; la misma naturaleza – como en Pablo – es un
libro de Dios.
Podemos decir que el método teresiano en este punto
es partir de un hecho, un acontecimiento o un punto de partida (como puede ser
la enfermedad de su padre); desde aquí, ella lo ilumina con la palabra de Dios
y saca las conclusiones que propone para la praxis. Es lo que había dicho María
de la Trinidad (PA 470), y lo que descubrimos en los textos. De hecho, Teresa
sabe que ella "posee a Jesús" (LT 137; 165) y que Jesús nos posee (LT
165; 244), ese intercambio de amor le permite sintonizar, ser magnetizada (PO
456), por eso puede decir: "Dios me
dice, 'da, da siempre, sin preocuparte por el resultado'..." (CJ
15.5.5), o más claramente todavía, decirle con toda firmeza y nitidez a su
prima María Guérin algo claramente en nombre de Dios (LT 92).
Por eso podemos decir:
+ con Olea cuando
afirma que Teresa es profetisa de la
misericordia divina,
+ con F. Stoop
que es "una profetisa enviada por
Dios a su Iglesia",
+ con De
Meester, que "ella está segura
que su mensaje viene de Dios",
+ y con J. F.
Six que Teresa es uno "de los profetas
para nuestro tiempo... ha sabido, verdaderamente, expresarnos al Padre".
Conclusión
Teresa
no va a la Biblia para encontrar reglas o soluciones, ella encuentra a Jesús, y
así también se ve ella misma reflejada en el amor. Y así intuye, “olfatea”,
sintoniza con Dios, al que quiere amar absolutamente, por quien quiere ser
amada y transformada y a quien quiere que todos y todas seamos capaces de amar
como “a él” y “a ella” le place ser amado. Sencillamente eso, ¡teresianamente
eso!
* Segunda de las dos ponencias sobre Teresa de Lisieux y la Biblia dada en el Congreso Latinoamericano de Espiritualidad ocd, "Actualidad e influjo de Santa Teresa del Niño Jesús en la Iglesia Sinodal" (Lima, Perú, 20-24 de noviembre 2023) publicada con autorización de los organizadores.
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