Job, ¿el paciente?
Eduardo de la Serna
Antes de comenzar a presentar al
personaje llamado “Job”, que se encuentra en el libro que lleva su nombre,
señalemos algunos elementos que pueden ayudar a evitar equívocos. Fuera de este
libro, se hace referencia a “Job” en 3 textos: en la llamada carta de Santiago
(5,11) donde se habla del “aguante”,
la “resistencia” de Job y cómo Dios
fue compasivo con él; y en el profeta Ezequiel (14,14.20) donde se habla de
tres personajes “emblemáticos”: “Noé, Dan(i)el y Job”, característicos por su
justicia, es decir, su fidelidad a Dios. Se trata de tres personajes ideales.
Por otra parte, es bueno señalar que el libro de Job no se trata de una
“biografía” ni nada por el estilo; es una suerte de “obra de teatro”, o
“parábola”, como hay otras en la Biblia y en la cual se toma el nombre de uno
de estos personajes “idealizados” para "decir algo". Por tanto no es conveniente pensar en
situaciones concretas y personajes reales.
Como es característico en muchos
pueblos –y todavía en nuestro tiempo- siempre resulta escandaloso y extraño
entender por qué tantas veces al bueno le va mal y al malo le va bien en la
vida. Especialmente si se supone que Dios bendice y castiga las obras buenas o
malas de los seres humanos. El autor, entonces, compone un texto en el que un
hombre justo, religioso y bueno (1,1-5) pierde todos sus bienes (1,13-18), sus
hijos (1,18-19) y su salud (2,7-10). El lector sabe que esto tiene que ver con
una suerte de “apuesta” hecha en la
corte celestial entre Dios y el “fiscal”
de la corte (“satán”, que así se
llama, quiere decir “acusador”; ver Ap 12,10). Lo que ellos han debatido es si
la religiosidad de Job es “gratuita”
–como afirma Dios- (1,8; 2,3) o si –por el contrario- se debe a que fue
bendecido con bienes, como sostiene el acusador (1,9-11; 2,4-5). Dios,
entonces, lo autoriza a que pierda todo (recordar que es una “novela”, ya que
si no, sería escandaloso) (1,12; 2,6): y pierde bienes, ganados, hijos, salud…
es decir, todo aquello en lo que habría sido bendecido. Este es el planteo de
la situación: Job, de golpe, pierde todo, pero mantiene su religiosidad
(1,20-22; 2,8-10). Entonces comienza el cuerpo de la obra, tres amigos vienen a
consolarlo (2,11-13), pero lo hacen defendiendo la teología tradicional: le
afirman que si perdió todo, es porque que Dios lo castigó. Y si Dios lo castigó es
porque es un pecador. Job, que no sabe por qué le ocurrió su desgracia, les
dirá que él, pecador no es. Los amigos cada vez se ponen más vehementes y
violentos ya que al decir eso, Job aparece –según ellos- como afirmando que
Dios es “injusto”. Los amigos quieren “defender a Dios”, al que suponen “mal tratado” por Job a causa de su
infidelidad. El texto está armado como tres largos ciclos de intervención de un
amigo, respuesta de Job, intervención del segundo amigo, respuesta… (caps.
3-37). A medida que pasan las respuestas de Job, que no deja de defenderse, los
amigos cada vez son más agresivos: lo acusarán de idólatra, de injusto, de
pecador; lo cual, obviamente, Job negará. El problema es que cuando Job se
defiende afirmando que él no es pecador como para merecer eso, los amigos –que
se guían con la teología tradicional (ver 4,7)- entienden que Job está “hablando mal” de Dios, lo cual es muy
grave. Lo que ellos nunca pudieron darse cuenta es que lo que estaba “fallando” no era el discurso de Job sino
la “teología” que ellos tenían.
Después de la larga lista de discursos alternados entre los amigos y Job, y la intervención de un cuarto amigo (cap. 32-37), se produce la intervención de Dios (cap. 38-41). “Ahora me toca a mí”, parece decir. “Ustedes ya hablaron, ahora hablo yo”. Y se dirige a Job. Se puede decir que lo primero que Dios hace con Job es “ponerlo en su lugar”. Es decir, en su defensa Job más de una vez estuvo cerca de cuestionar a Dios y su obrar y Dios le dice: “¿dónde estabas?” (38,4), a ver, “¡explícame…!” (38,3; 40,7) con mucha ironía. Pero luego de hacerlo, y notar que Job se arrepiente de haber avanzado más de lo debido (40,4-5; 42,1-6), Dios se dirige a los amigos cuestionándoles su teología. Ellos creían defender a Dios, pero, en la práctica, estaban hablando mal. Ellos creían que era Job el que estaba “mal-diciendo” cuando en realidad eran ellos quienes lo hacían (42,7). Y Dios termina diciéndoles que ellos deben pedir a Job que interceda por ellos a fin de que Dios los perdone (42,8).
Como se ve, Job es un personaje
literario; allí el autor pretende ayudarnos a conocer mejor a Dios (eso es “teología”). Muchas veces creemos que
Dios está o dice lo que es más bien una creación nuestra. Job nos invita a “dejar a Dios ser Dios”, y a saber que
una fe gratuita –y no que espera una intervención de Dios que nos premie por
nuestra justicia o castigue a los injustos- es una fe donde Dios reconoce que estamos “hablando bien” de Él.
Imagen de Job pintada por Caravaggio tomada de http://es.catholic.net/op/articulos/61741/enviado61741.html
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