Santiago y Juan, dos hermanos con carácter
Eduardo
de la Serna
Para ser precisos es muy poco
lo que sabemos de la mayor parte de los miembros del grupo de los Doce. En general, sólo tenemos listas,
nada más. Pero de unos pocos de ellos se nos dice algo más, como es el caso de
Santiago y Juan que nos permite conocerlos un poco.
Según el Evangelio de Marcos, el primer grupo que sigue a
Jesús estaba formado por dos pares de hermanos: Andrés y Simón (= Pedro) y
Santiago y Juan. Todos ellos eran pescadores y “compañeros” (= socios) entre sí
[Lc 5,10], y se unen al grupo de Jesús en el lago (“Mar” de Galilea) [Mc
1,19-20], incluso lo acompañan al milagro que es la curación de la
suegra de Pedro (Mc 1,29).
Sin duda conforman el grupo de los preferidos de Jesús ya que él se hace acompañar sólo de ellos y de Pedro en momentos selectos como la resurrección de una niña (Mc 5,37), la Transfiguración (Mc 9,2), el anuncio de la destrucción del Templo (Mc 13,3 a los que se suma también Andrés), y más adelante del resto en la oración final en Getsemaní, el Monte de los Olivos (Mc 14,33) cuando se aproxima la Pasión. Además, Juan, con Pedro son encargados de preparar la última Pascua de Jesús (Lc 22,8). De estos dos hermanos se nos dice que les puso como sobrenombre “Boanerges”, que significa “hijos del trueno”, seguramente por su carácter intempestivo; de hecho son ellos los que casi sin pensarlo ni dudarlo le dicen a Jesús que lo seguirán hasta la pasión (Mc 10,35-40) bebiendo el cáliz de Jesús [ver 10,38] y por eso piden estar a su derecha e izquierda cuando llegue a “su gloria”, aunque cuando llega el momento del “cáliz” de Jesús [ver 14,36], a su izquierda y derecha habrá “dos ladrones” (Mc 15,27); son también ellos los que cuando los samaritanos se nieguen a acoger al grupo porque se dirigen a Jerusalén quieren – como hacía siglos lo había hecho Elías [2 Re 1,10] – que descienda fuego del cielo para destruirlos (Lc 9,53-54); Juan quiere impedir que uno que expulsa demonios en nombre de Jesús haga el bien al poseído y Jesús lo reprende (Mc 9,38).
Pero a partir de esto no
sabemos más nada de ellos salvo cosas sueltas: figuran en las listas de los que
siguen acompañando el grupo de Jesús (Hch 1,13) una vez muerto y resucitado. Lo
que ocurre es que muy pronto “Herodes” Agripa mata a Santiago (Hch 12,2) [esto
ocurre en el año 42] siendo – por lo que sabemos – el primero de los apóstoles
en ser matado (= mártir). [Es importante,
al leer los textos no confundirnos de “Santiago” ya que hay otros con el mismo nombre. El nombre
era muy común ya que, en realidad, es “Jacob”: en castellano viene de “sant-Iacob”
que forma sant-iago y en el Nuevo Testamento hay varios con el nombre, Jacob.
Como se sabe un pariente de Jesús llamado Santiago ocupará un lugar muy
importante en las primeras comunidades.
En Jerusalén, Pedro, Santiago (el pariente de Jesús) y Juan seguirán por un
tiempo teniendo un importante rol en la conducción de la comunidad (ver Gal
2,9), aunque muy pronto deban salir de la ciudad y ya no sepamos más de ellos].
De Juan, en particular,
también hay que distinguir personajes. El nombre también era común, como el Bautista lo
demuestra (el papá de Pedro también se llamaba Juan, ver Jn 1,42; 21,15-17, y
era también el primer nombre de Marcos, Hch 12,12.25). Acompaña a Pedro al
Templo en los comienzos del grupo después de Pentecostés (Hch 3,1) y ambos son detenidos
prohibiéndoles “predicar el nombre de Jesús” (Hch 4,19) a lo que responden que
“juzguen ustedes si está bien obedecer a ustedes más que a Dios”. Pedro y Juan
son “enviados” por los Doce a Samaría a ver las cosas que estaban ocurriendo allí ya
que el Evangelio se iba propagando cada vez más (Hch 8,14). Pero, en
adelante, no sabemos más de ninguno de ellos. La persecución o el impulso
misionero los llevaron más allá de Jerusalén y todo lo que digamos de ellos en
adelante es fruto de datos que no conocemos con seguridad, o incluso de
leyendas.
Pero esto nos permite,
brevemente, notar que Jesús no ha elegido un grupo de “perfectos”, personas con
su carácter y sus debilidades son parte del grupo, e incluso sus preferidos. No
se trata de que seamos perfectos e “inmaculados” sino de que con nuestras
debilidades y capacidades sepamos ponernos al servicio de la misión y el
anuncio del Evangelio; lo que cuenta no es la “efectividad” y “productividad”
(Dios no se guía con los criterios del capitalismo y el mercado) sino el amor.
Es de ese amor que Dios saca frutos de vida para su pueblo y su crecimiento.
Imagen tomada del rio Amazonas (2016)
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