Un Dios que no es indiferente
Eduardo de la Serna
Al igual que los “vicios capitales” no son
pecado (aunque así se los llame con frecuencia), creo que lo mismo hemos de
decir de los “sentimientos”.
El dicho de Dios a Caín nos permite
entenderlo con precisión:
Si no haces lo bueno no la levantarás
(la cabeza), pero si no haces lo bueno, a la puerta está el pecado echado. Sin
embargo, tú puedes dominarlo. (Génesis 4,7)
El pecado está “a la puerta”, en el “capitel”,
de cada quién depende (“puedes dominarlo”) dejarlo entrar o no. Sabemos que Caín
no lo hizo.
Esto, en cierta manera, se asemeja a la “tentación”,
es decir, algo que nos impulsa a no hacer “lo bueno”. Eso no es,
necesariamente, “algo malo”, pero lo prepara. Y es necesario “dominarlo”, precisamente
para evitar que “entre”, que traspase “la puerta”.
Obviamente, tanto los vicios capitales como los
sentimientos nos impulsan, nos “tientan”, nos preparan a no hacer “lo bueno”, y
– precisamente por ello – es bueno evitarlos, es sensato evitarlos.
Que, frente a un acontecimiento, por ejemplo,
se sienta algo que no es bueno, no es, de por sí algo malo, pero… Si sintiera
alegría o placer, por ejemplo, por la muerte o la desgracia de alguien por el
solo hecho de que él o ella me desagrada, ¿cuánto falta para entrar en el
terreno de “lo malo”? Puedo no apedrearla, por cierto, pero puedo sembrar odio
en otras personas, por ejemplo; o alentar a otras personas a hacerlo… Y, de esa
manera puede comenzar un “alud de nieve” creciente que, ciertamente, una vez
comenzado, ya no podemos “dominar”. Y habrá quienes se sientan tranquilos por
no haber sido quienes sepultaron una casa, conformándose con ser – nada menos –
que quienes arrojaron una “pequeña bola”.
Insisto: “sentir” envidia, ira, celos o demás
cosas “no buenas” no son necesariamente algo malo, pero la clave está en qué
hacemos con ello. Incluso es posible aprovecharlo en orden a “lo bueno” y, así,
“levantar la cabeza”. Caín podría haber salido al campo para abrazar a su hermano
Abel. Hizo lo contrario.
Curiosamente, Caín – y también Abel – eran personas
religiosas. Presentó su ofrenda a Dios (Gen 4,3), pero no es cosa de ritos o de
ofrendas, sino de obrar conforme a los caminos que Dios nos propone; reconocer
en Abel su hermano, ser su “guardián”, en este caso. Porque, después, el Dios
de la Biblia es un Dios que no puede permanecer insensible frente al grito del
sufriente, lo que la Biblia llama “clamor”. Y la que ahora “clama” es la “sangre
de tu hermano” (Gen 4,10; es interesante que el sustantivo “hermano” se repite
provocativamente 7 veces en este breve texto).
Estamos en momentos de mucho odio, desprecio,
ira, sentimientos negativos frente a Fulanas o Menganos. Pareciera que “todo”
nos invita a “dar rienda suelta” a esos sentimientos que nos hacen andar con la
cabeza gacha, sin poder levantarla para mirar a Dios y a las hermanas y
hermanos. Se nos repite una y otra vez que “no odiamos lo suficiente”. Se nos
invita a celebrar la desgracia de algunas o algunos por el solo hecho de ser
objeto de ese odio. Y, “en cristiano”, resulta que Dios nos pregunta por
nuestro “hermano” (o “hermana”). Y, con frecuencia, como Caín, nos desentendemos
de su suerte.
Estas líneas, pretenden ser una breve
reflexión, pero, también, un llamado de alerta. Alerta a quienes odian.
Simplemente recordarles que “a la puerta”, acechando, está la posibilidad de
dar muerte a hermanas o hermanos, y Dios, no puede, no sabe, no quiere
permanecer indiferente ante ello.
Imagen tomada de https://www.ecured.cu/Alud
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.