martes, 30 de abril de 2019

Comentario Pascua 3C

El difícil y glorioso seguimiento por amor

DOMINGO TERCERO DE PASCUA "C"

Eduardo de la Serna




Lectura de los Hechos de los Apóstoles     5, 27-32. 40b-41

Resumen: Los “apóstoles” son continuadores del ministerio de Jesús, y como él predican en el Templo, y como él son maltratados por las autoridades judías. Pero el espíritu santo los anima a continuar su misión.


El libro de los Hechos parece, en cierto modo, un conjunto de discursos sabiamente entremezclados con testimonios de los apóstoles. De hecho ese es el “objetivo” del libro: “se predicara… ustedes son testigos” (Lc 24,47.48; cf. Hch 1,8; 2,17-18). En este caso, el Sanedrín convoca a “los apóstoles” (anteriormente había convocado a Pedro y Juan, cf. 3,11; 4,13.19). Puesto que en ambos casos se los encarcela (5,3; 5,18), se les prohíbe “enseñar en nombre de Jesús” (4,18; 5,28), a lo que responden que se ha de “obedecer a Dios antes que a los hombres” (4,19; 5,29), son amenazados, se les reitera la prohibición y son liberados (4,21-22; 5,40), se repite que el pueblo los parecía por lo que no pueden castigarlos (4,21; 5,26) probablemente se trate de una misma escena duplicada por Lucas (es algo que hace en más de una ocasión).

En el texto litúrgico se encarcela a “los apóstoles”, lo que parecería aludir a “los Doce”. Milagrosamente son liberados (cosa que ocurrirá también con Pedro  en 12,7-10 y con Pablo en 16,25-28) y entonces vuelven al Templo a predicar. Es interesante recordar que el Templo es el lugar de la enseñanza de Jesús al final del Evangelio de Lucas (cf.19,47; 21,37) y de los apóstoles en el comienzo de Hechos (2,46; 4,2; 5,21.25). Ante esto, predicar a pesar de la prohibición, los apóstoles son llevados al Sanedrín. El que habla – una vez más – en representación de los Doce es Pedro (v.29), y lo que el autor pone en su boca es uno más de los múltiples discursos del libro.

Como es frecuente en los textos de la liturgia pascual el discurso presenta una breve síntesis del ministerio de Jesús culminando con su muerte y resurrección (“Dios resucitó al que ustedes le dieron muerte… Dios lo exaltó”, v.30-31): “nosotros somos testigos”.

Breve nota sobre “ustedes le dieron muerte”: es lamentablemente frecuente escuchar una lectura antisemita de esta fórmula que se repite en Hechos (2,23; 4,10; 5,30; 7,52; 13,28). Como se ha dicho, Lucas intercala discursos con breves síntesis de la vida, muerte y resurrección de Jesús adaptadas a los diferentes momentos del ministerio de los Doce y demás testigos. En los discursos a judíos se hace referencia a la responsabilidad de las autoridades y “los habitantes de Jerusalén” (13,28). Sin embargo, es de notar que a su vez Lucas insiste en que obraron “sin saber” (13,28; cf. Lc 23,34). Sin duda, desde una perspectiva histórica, hubo responsabilidad en (algunas) autoridades judías en el asesinato de Jesús, pero responsabilizar al “pueblo” judío es ciertamente falso, y  - mucho peor aún – responsabilizar al pueblo judío de todos los tiempos. Antisemitismo que mucho dolor y sangre ha causado, por cierto.

La muerte de Jesús y su resurrección, atribuida al “Dios de nuestros padres” (= de Israel) es “para conceder a Israel la conversión” (vv.30-31). El testimonio que los apóstoles dan de esto es posible por la presencia del “espíritu santo” (v.32).

El castigo de los apóstoles les permite una más plena identificación con el crucificado, algo que también Hechos presenta a lo largo de su obra. La comunidad es continuadora de la predicación y el testimonio del Señor.



Lectura del libro del Apocalipsis     5, 11-14

Resumen: la visión inaugural del centro del libro del Apocalipsis culmina con un canto litúrgico en homenaje al cordero degollado, pero de pie, resucitado. Todas las alabanzas de todos los pueblos cantan un amén festivo porque el libro de la vida podrá abrirse.



En uno de los frecuentes himnos litúrgicos que están presentes en el libro del Apocalipsis concluye la gran visión de cc.4-5. Se repite insistentemente que se trata de una visión (4,1.2; 5,1.2.5.6.11), pero en el final encontramos un “canto nuevo” (v.9) interrumpido extrañamente por una referencia a “oír en la visión” (v.11) que le da conclusión.

Los que se ven son un número incontable de ángeles: “miríadas de miríadas y millares de millares”, término tomado de la visión de Daniel 7,10 donde estos innumerables sirven a un “anciano” y en el tribunal de abren los libros. La referencia al libro y a los ancianos también la encontramos en Ap 5,1.5… Se presenta un “cordero degollado” que toma el libro para abrirlo (5,4-7) y entonces, ante este momento sublime, por el que se conocerá los nombres de los inscritos en el libro de la vida (3,5; 20,12; 21,27), la liturgia celestial estalla de alegría. Este es el contexto del texto litúrgico. Más adelante, el Cordero comenzará a quitar uno a uno los siete sellos que impiden abrir el libro (6,1-8,1).

Es interesante, como es habitual en la literatura apocalíptica que el canto destaca la dignidad del cordero. Es digno de abrir el libro (5,2), cosa que nadie lo era hasta entonces (5,4), porque con su sangre derramada “compró” seres humanos de todo el universo (5,9) “para Dios”. Y lo que se canta que recibe el cordero a causa de su dignidad es: el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (5,12). Notar que se dicen siete cosas. El acento no está, entonces, en destacar el sentido de cada una, sino que en cierta manera todos significan lo mismo, se trata de la felicitación que merece ante todos el cordero por su dignidad. Esto es ante “toda criatura” y – como también es frecuente en los apocalipsis – se señalan cuatro elementos. El cuatro denota la universalidad (cuatro son los elementos, cuatro los puntos cardinales): en el cielo y en la tierra, bajo tierra y en el mar (5,13). Todos, entonces, son testigos que la alabanza que merece el cordero y responden reconociendo otras cuatro cosas: la alabanza y el honor y la gloria y el poder (5,13; estas cuatro estaban en las siete cosas recién mencionadas, ahora en sentido de universalidad). Los “cuatro” vivientes se postran para adorar diciendo “amén” con lo que concluye en himno y puede comenzar el desenlace: el Cordero comenzará su misión de abrir el libro.



Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     21, 1-19

Resumen: Nos encontramos con dos escenas en las que se manifiesta el resucitado a los suyos. Un signo en el “mar” permite reconocerlo como “Señor”. Pedro, por su parte empieza a seguir a Jesús en un amor capaz de dar la vida por su amigo.



Es sabido que el capítulo 21 de Juan ha sido añadido al cuarto Evangelio por un redactor de su misma “escuela”. El uso del “nosotros”, por ejemplo, es buen indicio de eso (v.24) como también la referencia a la muerte del “discípulo amado” (v.23).

El texto tiene una serie de elementos que pueden resultar extraños al Evangelio de Juan, como la referencia a “los hijos de Zebedeo” (v.2), nunca mencionados en el texto, como también la aparición del Resucitado en Galilea, mientras en el cuerpo del Evangelio ésto ocurre en Jerusalén. Finalmente, Jn 20,30-31 tiene las apariencias de un párrafo conclusivo, pero esto vuelve a repetirse en 21,25.

Las escenas son dos: la pesca en el lago y el diálogo entre Jesús y Pedro. Veamos:

La pesca en el lago (21,1-14): El relato tiene una introducción, cuerpo y conclusión. En la introducción: la decisión de Pedro de ir a pescar, acompañado por los demás (vv.2-3). El intento es infructuoso. El cuerpo: un extraño desde la orilla, a quien el Discípulo amado reconoce, provoca una pesca sorprendente. La referencia al discípulo y a Pedro pone fin a esta parte (vv.4-8). La conclusión viene dada por el encuentro entre el desconocido, ahora reconocido como “el Señor” y los discípulos – que permanecen como en penumbras – y Pedro (vv.9-14).

La escena tiene bastante semejanza con el Evangelio de Lucas (que suele tener bastantes contactos con el cuarto Evangelio en varias ocasiones). Pero veamos:

El lago de Tiberíades recibe ese nombre solamente en Juan (6,1.23), Marcos y Mateo lo llaman “mar de Galilea” (Mc 1,16; 7,31; Mt 4,18; 15,29; también Juan prefiere “mar”: 6,1.16.17.18.19.22.25) y Lucas “lago” (lo cual es más exacto) de Gennesaret (5,1; cf. 8,22.23.33). A lo que se hará referencia es a la “manifestación” (faneroô; término habitual en Jn: x0 en Mt y Lc, x3 en Mc y x9 en Jn) de Jesús resucitado, término que se repite en v.14 encerrando la escena en una inclusión.

Los que acompañan a Pedro son tres pares de personajes: Tomás, el Mellizo y Natanael, que son propios de Juan (en la lista de los Doce de los Sinópticos se menciona a Tomás, pero no sólo no tiene protagonismo, como sí lo tiene en Juan, sino que además no se alude a él como “mellizo”); “los de Zebedeo”, que jamás son mencionados en Juan, y sí lo son en los Sinópticos (x6 en Mt, x4 en Mc x1 en Lc, en la escena paralela a Juan) y finalmente “otros dos” no mencionados. Más adelante sabremos que uno de todos estos (¿cuál?) será el “Discípulo amado” (v.7; este discípulo volverá a escena en v.20).

Pedro les dice “voy a pescar”; la semejanza con los relatos sinópticos, y en especial Lc 5 permite entender que Pedro da por concluida la “etapa ilusoria” de ser “pescador de hombres”. Podemos parafrasear así: “Jesús nos había invitado a ser pescadores de hombres, pero hemos fracasado. A él lo mataron, volvamos a donde empezamos, empecemos de nuevo a pescar peces”. Los restantes (sumando siete no es improbable una idea simbólica en el sentido de “todos”) deciden acompañar a Pedro. En este sentido no parece diferente a lo dicho por los discípulos de Emaús: “nosotros esperábamos… pero…” (Lc 24,21). La conclusión a esta parte introductoria, “no pescaron nada”, prepara el reencuentro.

El amanecer marca el comienzo de la etapa central. Un extraño, que los lectores sabemos es Jesús, les pide pescado (lo cual será una ironía, porque luego sabremos que tenía, v.9). La invitación a tirar la red a la derecha y sus efectos son narrados muy brevemente (en contraste a como lo relata Lucas: “en tu palabra…”). Esto provoca el reconocimiento del Discípulo amado que se dirige a Pedro aludiendo al desconocido como “el Señor”, término habitualmente utilizado para referir al glorificado. Pedro se ajusta el vestido exterior – no tenía puesto el manto – y se arroja al mar para llegar antes a la orilla desde donde jalará la barca y la red.

Probablemente se esconda una nueva ironía en la referencia a las brasas ya que Pedro se calentaba a las brasas con los guardias cuando niega a Jesús (18,18); la alusión a las tres negaciones que vendrá a continuación permite pensar en esta “preparación”. Los especialistas han elaborado muy diferentes y hasta opuestas opiniones acerca del sentido del número 153, la cantidad de peces. En general, sin embargo, hay consenso en que no conocemos el sentido o la intención del autor, pero se acuerda en afirmar que el sentido es misionero. Así, mientras Pedro y los amigos deciden volver atrás dejando de pescar personas para volver a los peces, la ausencia de peces y su contraste con los 153 “peces grandes” renueva el ardor misionero en la comunidad. No parece conveniente buscar excesivas connotaciones simbólicas a los términos. Juan utiliza aquí ijthys para referir a “peces”, mientras que en su evangelio, en el cap.6 al hablar de la multiplicación de los panes y los peces, prefiere opsaríon. Pero hay una cierta semejanza entre ambas escenas (no solamente la expresa referencia al “mar”), estos peces serán mencionados junto a los panes (6,5.7.9.11.13…; 21,9.13) y que Jesús los “tomó… y los dio”.

Expresamente el texto nos afirma que los discípulos “no sabían que era el Señor”, esto fue una “manifestación”. Una vez más, en Juan, el “milagro” es lo menos importante. Lo que cuenta es el reconocimiento a Jesús que en este hecho se esconde, en este caso la manifestación del resucitado y la confesión de fe en él como “Señor”.

El diálogo con Pedro (21,15-19): este diálogo se repite en un esquema semejante por tres veces: triple pregunta de Jesús, triple respuesta de Pedro y triple encargo. Entre una y las otras hay diferencias:


Pregunta
Respuesta
Encargo
1
¿Me amas más?
Te quiero
Apacienta corderos
2
¿Me amas?
Te quiero
Vigila ovejas
3
¿Me quieres?
Te quiero
Apacienta ovejas

Es interesante preguntarse si hay o no diferencias en las preguntas de Jesús y los encargos. No la hay en las respuestas de Pedro.

Amar” traduce el verbo agapaô, “querer” el verbo filéô; ¿son diferentes? No interesa tanto saber si son diferentes en la lengua griega (o castellana) sino si lo son en Juan. Siendo que el personaje principal del Evangelio (luego de Jesús, por cierto) es el “discípulo amado” (13,23; 19,26; 21,7.20) quien también es llamado “al que Jesús quería” (20,2) parece que no han de verse diferencias entre las tres preguntas. En 5,20 se afirma que “el Padre quiere al Hijo", y en 3,35 “el Padre ama al hijo”; en 11,3 que Jesús quiere a Lázaro mientras en 11,5 se afirma que lo ama. "Amar" y "querer", en este texto parece que han de entenderse como sinónimos.

La pregunta “me amas más que…” puede entenderse de dos modos, como un masculino o como un neutro. Es decir, “más que estos” o “más que estas cosas”. Siendo que la referencia final supone que Pedro perderá la vida, es probable que convenga entenderlo en este último sentido. El término “cordero” (arníon, tan frecuente en Apocalipsis [x25] se encuentra sólo aquí en los Evangelios (en 1,29 y 36 Juan utiliza amnós). Oveja (próbaton, 19x en Juan, especialmente en el cap. 10 referido al “buen pastor”, 15x). El término “apacentar” (bóskô) se encuentra en el primer y tercer encargo, un sinónimo, que hemos traducido por cuidar, dar de pastar, poimaínô en el segundo (ambos se encuentran sólo aquí en Juan). Es muy probable, entonces, que Juan fuera alternando estilísticamente los términos amar/querer, apacentar/cuidar, corderos/ovejas a fin de dar dinamismo a la escena que, sin duda alguna, tiene su centro en la conclusión que refiere a la muerte de Pedro (“más que estas cosas”). El climax evidentemente está dado por la tercera pregunta ante la que Pedro “se entristece”. Es evidente que la tristeza no viene dada por la supuesta desconfianza de Jesús acerca del amor de Pedro sino por una expresa referencia a la “tercera” vez aludiendo a las tres negaciones (recordar la referencia a las “brasas”).

Con un característico doble “amén” (en verdad, en verdad…) Juan presenta un dicho de Jesús. En este se hace referencia al contraste entre el Pedro joven y el viejo, el ir donde quiere y donde no quiere porque “otro lo atará”. Este contraste entre dos momentos de Pedro hace expresa referencia a su muerte: “con esto indicaba la clase de muerte con la que iba a glorificar a Dios”. Sin duda esto es indicio que cuando fue compuesta esta etapa redaccional del cuarto Evangelio, Pedro ya había muerto. De aquí surge la posterior leyenda, sin seguridad histórica alguna, de una muerte por crucifixión, y – más aún – con la cabeza hacia abajo. El contraste entre los “dos Pedros” está dado entre el Pedro negador y este Pedro que está dispuesto al amor extremo, “hasta arriesgar la vida por los que se quiere (filós)”, 15,13. Aquel Pedro “siguió” a Jesús (18,15; ver 13,36) para negarlo y negarse (“no soy”, 18,17.25), no lo “siguió” hasta perder la vida. “Este Pedro”, en cambio, perderá la vida por Jesús ("otro te llevará"), y por eso él le confirma: “sígueme” (v.19).

El texto continúa con una nueva escena en el que Jesús y Pedro dialogan acerca del discípulo amado omitida por el texto litúrgico.

Una breve nota sobre el discípulo amado y Pedro: durante mucho tiempo los estudiosos aparecían preocupados por la identidad del discípulo amado, siendo “Juan” el candidato casi excluyente, aunque hay también otras propuestas, incluso femeninas. Hoy en general, no solamente no parece que determinar la persona sea lo principal, aunque es frecuente dudar que se trate de uno de los Doce, y se piensa en un discípulo anónimo de la zona de Jerusalén, sino también que se mira con atención a la comunidad que se ve en él reflejado. Esta comunidad tiene una tendencia creciente a sectarizarse. De allí que el evangelio lo presente con frecuencia junto a Pedro (en todas las escenas salvo al pie de la cruz el Discípulo amado está junto a Pedro). Parece un modo de afirmar que aunque haya una clara predilección por este discípulo, Pedro también (y sus comunidades) son discípulos y cercanos a Jesús. De hecho, y esto parece lo principal en el cuarto Evangelio, la nota principal del discipulado viene dada en el amor. No pareciera haber  una jerarquía en este evangelio, importa la relación de amor con Jesús (de allí la importancia también de mujeres, como expresamente se afirma de Marta y María, 11,5). Pedro podrá tener relación con las ovejas/corderos de Jesús cuando confirme el amor que había negado.


Foto tomada de julioarria.wordpress.com

martes, 23 de abril de 2019

Comentario Pascua 2C

El resucitado es el crucificado

Segundo domingo de Pascua 

Eduardo de la Serna



Lectura de los Hechos de los Apóstoles     5, 12-16

Resumen: La comunidad anuncia a Jesús pero también continúa con su ministerio de predicar y hacer signos y prodigios ante el mundo. Lo anuncia con hechos y palabras.

Después de desarrollar una serie de relatos que nos preparan para el surgimiento del primer grupo de discípulos (“movimiento de Jesús”), y antes de dar comienzo a la misión de la Iglesia, Lucas nos presenta un sumario (el tercero), es decir una síntesis de lo que hace la comunidad. El texto a primera vista parece un poco confuso e irregular, por ejemplo, afirma que “nadie se atrevía a unirse al grupo” y a continuación “que el número crecía”. Súbitamente el relato pasa a hablar de Pedro dejando el “todos” con el que había comenzado. Pero veamos:

Después de dos sumarios (2, 42-47; 4, 32-35) se alude expresamente a que “por mano de los apóstoles” se realizaban terata kai semeía, «prodigios y signos». Esta frase se repite en 2,22.43; 4,30; 5,12; 6,8; 7,36; 14,3; 15 12. Es una fórmula que proviene de los LXX, la Biblia griega, donde frecuentemente describe las acciones extraordinarias de Dios en favor de Israel por intermedio de los profetas (por ejemplo, Ex 7,3; Dt 4,34; 28,46; 29,2; 34,11; Sal 135,9; Is 8,18). Hasta ahora, el que hablaba y obraba era Pedro, y acá se aludirá a los “apóstoles” que en Lc-Hch refiere habitualmente a los Doce (es de él que viene la frase “los doce apóstoles”; en otros textos del NT es diferente). Como en 3,11 esto ocurre en el pórtico de Salomón (ver Jn 10,23). Testigo de estos “signos y prodigios” es el pueblo (v.12) que habla elogiosamente de los apóstoles (v.13) lo cual ciertamente aumenta el honor del grupo. Ahora bien, ¿quiénes son “los otros” que no se atreven a juntarse? Puede deberse a algunos impactados y con temor por lo ocurrido con Ananías y Safira (5,1-11) o gente que está en otra parte del templo distante de donde se juntan los discípulos, no es algo evidente en el texto. Como es habitual en él, Lucas exagera afirmando que van “todos” al encuentro y “todos” son curados (v.12.16; recordar, por ejemplo, el “todos” de Lc 15,1-2). Así el número de “creyentes” sigue creciendo (ver 2,41.47b; 4,4). Ya se había señalado – en un sumario anterior - que “todos los creyentes vivían unidos” (2,44) y tenían “un solo corazón y una sola alma” (4,32); aquí se señala que están con “un mismo espíritu” (“unánimes”, v.12b). Este término, salvo una vez en Rom 15,6 es exclusivo de Hechos en el NT (x10). Se aplica a la oración “unánime” de la primera comunidad (1,14; 4,24), unánimes van al templo (2,46) y en general indica algo hecho de común acuerdo, en conjunto y unidad. Es interesante que sea algo que se dice insistentemente de las comunidades ideales que Lucas presenta de modo idílico en los comienzos del libro. Este grupo es calificado de “multitud” (vv.14.16), y expresamente son señalados “varones y mujeres”. Desde el comienzo las mujeres son destacadas en la comunidad (1,14), tanto varones como mujeres son encarcelados (8,3; 9,2; 22,4), ambos géneros hacen crecer la comunidad (8,12; 17,4.12; 21,5) además de aquellas mujeres mencionadas por su nombre como Tabitá, Lidia, Prisca y otras. Siendo que las encontramos desde el comienzo, es lógico suponer que cada vez que se hable de “la comunidad”, “los discípulos” o que cada vez que se utilice un plural, debamos reconocer también a las mujeres en ese grupo.

Abruptamente en v.15 parece retomar la tradición de Pedro que encontrábamos en los primeros capítulos. Algunos lo ven como ruptura. De hecho el sumario es muy semejante a Mc 6,35-36, texto que Lucas no pone en el mismo lugar que Marcos, quizás reservándolo a fin de ponerlo aquí. No es la única vez que Lucas omite algo de Jesús en Marcos en el cuerpo del Evangelio y lo pone – pero aplicado a discípulos - en Hechos; por ejemplo ver Mc 16,64 / Hch 6,11; Mc 15,11 / Hch 6,12; Mc 14,57-58 / Hch 6,13-14 o Mc 4,12 / Hch 28,26-27. En este caso, el sumario aplicado a Jesús por Marcos, se aplica a Pedro (y uno semejante se aplicará más adelante a Pablo, en otro paralelo típico de Hechos entre estos dos personajes, 19,11-12; es típico también de Hechos mostrar que cosas que hace uno, también las realiza el otro).

Continuando la obra sanadora y exorcista de Jesús la comunidad primitiva da comienzo a su  ministerio de anunciar el Evangelio.



Lectura del libro del Apocalipsis     1, 9-11a. 12-13. 17-19

Resumen: una visión inaugural muestra a Jesús que se dirige a "Juan" presentándose a sí mismo para que luego él se dirija a las Iglesias con características que el A.T. atribuye a Dios.

Después de una breve introducción (1,1-3), el libro del Apocalipsis empieza con un canto litúrgico conducido por un guía y respondido por la asamblea (1,4-8). Terminado el canto (algo que será muy frecuente e importante todo a lo largo de un libro con grandes párrafos litúrgicos) nos encontramos con la primera visión, preparatoria a lo que vendrá (las visiones preparatorias son algo también habitual en el libro). Jesús mismo se le presenta al “vidente” y se manifiesta. Esto será una suerte de introducción a los próximos dos capítulos, las cartas a las 7 Iglesias. Así se ha dicho – quizás de un modo algo simplista - que en 1,4-8 el texto habla a Jesús, en 1,9-20 se habla sobre Jesús y en 2-3 es Jesús mismo quien habla.

El vidente se presenta como “Juan”. Siendo que es propio de la literatura apocalíptica la “pseudonimia”, es decir poner el texto bajo el nombre de grandes personajes históricos como Moisés, Adán y Eva, Henoc, Daniel, Baruc quizás se trate de una alusión simbólica. Así en este libro parece aludirse a la tradición de algún gran personaje de antaño, quizás al apóstol. De todos modos, el texto empieza aludiendo al “testimonio” a causa del cual el autor se encuentra en una isla, Patmos. “Testimonio” en griego es “martyría”, otro tema característico de la literatura apocalíptica, propia de tiempos martiriales.

Lo que vendrá a continuación es una “visión” ocurrida el “día del Señor” con lo cual retomamos el clima litúrgico. Se le encarga al vidente escribir a las siete iglesias lo que verá, con lo que prepara los próximos dos capítulos. De hecho, cada carta empieza con una referencia al remitente de la misma aludiendo a un aspecto diferente de esta visión (“esto dice el que tiene las siete estrellas…”, “el que tiene la espada aguda de dos filos”, etc.). 

La “visión”, en realidad comienza en v.12 ya que antes nos encontramos frente a una “audición”. La descripción del personaje comienza entre siete candeleros de oro y finaliza describiendo que “en la mano tiene siete estrellas…”. Lo que se destaca del personaje es que es “como un hijo de hombre”, y a continuación se señala su vestimenta, su cabellera, ojos, pies. La mayor parte de estas descripciones remiten a textos del A.T., particularmente del libro de Daniel, una nueva característica de todo el libro que alude constantemente a textos del AT. Sobre el libro de Daniel es importante señalar que si bien es cierto que habla de un “hijo de hombre” (7,13) éste es puesto en contraste con cuatro bestias que representan cuatro pueblos opresores de Israel (probablemente babilonios, persas, y griegos, ptolomeos y seléucidas). A diferencia de estos, el hijo de hombre también representa un pueblo, Israel, que en contraste con la deshumanización bestial de los otros viene a inaugurar una era de humanización. Esta figura, el hijo del hombre, sin embargo, fue adquiriendo características más personales con el paso de la literatura apocalíptica. En nuestro texto, concretamente, se refiere sin dudas a una persona individual y personal (es interesante que los nombres-títulos “Jesús” y “Cristo” no son muy frecuentes en el Apocalipsis, (x14 y x7 respectivamente) pero indudablemente se refiere a Él.

Ante esta visión, “Juan” cae en tierra – algo que en la Biblia ocurre cuando se está frente a Dios - y nuevamente “escuchamos” la voz que – en este caso - interpretará lo que ha visto y prepara lo que sigue. El que habla se presenta como “el primero y el último” (v.17), el primer título es dado a Dios en el AT (Is 44,6) y en este libro se traspasa a Jesús (nueva característica de esta obra es aplicar a Cristo títulos propios de Dios). Pero esto es interpretado a partir de la muerte y resurrección de Jesús: “estaba muerto, pero vivo”, por eso es “el viviente”. Y por eso es el que tiene la llave capaz de liberar de la muerte (v.18) a los que residen en ese “lugar” (= el Hades). La característica de Jesús vivo por la resurrección de entre los muertos será un elemento más de los muchos que atraviesan todo el libro (p.e. ver 5,6; 14,1). Y concluye señalando que debe escribir lo que es y lo que sucederá. Sin duda se refiere al presente de la/s Iglesia/s, en su situación de tensión y conflicto y su promesa de plenitud a los que se mantengan fieles (los “testigos”). El intérprete (que haya alguien que interprete – generalmente un ángel - también es algo característico de los apocalipsis) aclara que los candelabros y las estrellas son los siete ángeles de las siete iglesias a los que dirigirá la palabra (y la orden de escribir) en los siguientes dos capítulos.

Lo cierto es que “el que vive” por la resurrección (“para siempre”) da el sentido al presente de las comunidades, se dirige a la realidad concreta de las Iglesias y las invita a modificar de actitud o mantenerse en fidelidad, según sea el caso, para que los tiempos críticos en los que se escribe la inviten a mirarse en el “hijo del hombre” y dejarse conducir por él.


Evangelio según san Juan    20, 19-31


Resumen: en dos escenas Jesús se aparece a su comunidad otorgando los dones plenos esperados para el final de los tiempos. Por otra parte, se resalta la identidad entre el resucitado con el crucificado en los signos visibles de la cruz, pero - como el discípulo amado - el Evangelio se dirige a quienes creerán sin ver y así alcanzarán la vida plena de Dios.

El día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María Magdalena fue al sepulcro (20,1); más tarde María se encuentra con Jesús a quien confunde con el “jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al atardecer de ese mismo día tiene lugar la aparición a “los discípulos”. No sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo cual “los discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en el relato), sólo sabemos quién faltaba: Tomás, que será el protagonista, junto con Jesús, de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes separadas por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva a ocurrir en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento - nuevo en la segunda - que las relaciona, pero no hace falta caer en el fundamentalismo de preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por Jesús en la primera visita.

Empecemos señalando que la presencia de Jesús con las puertas cerradas (v.19.26) parece intentar aludir a que Jesús no ha vuelto a la misma vida pasada: su cuerpo es el mismo, pero es a su vez distinto, es glorificado. Como en la escena que sigue, las palabras de Jesús reconocen el don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir que la paz ya está entre ellos – a causa de la ausencia de verbo, lit. “la paz con ustedes” - ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el costado” reforzando así la idea de que “el resucitado es el crucificado”, continuidad y diferencia. Esto dicho anticipa la escena de Tomás, pero también nos adelanta que lo que dirá luego de los que “creen sin ver” no se refiere a los discípulos sino a los lectores del Evangelio.

La alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen una nueva dimensión. No se trata simplemente de repetir un saludo y que los discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que engendra los anteriores, es el Espíritu que ahora entrega el resucitado. Nosotros lectores ya sabemos que sobre el pequeño grupo al pie de la cruz – los creyentes representados en la madre y el discípulo amado - se ha dado el espíritu (19,30), como estaba anunciado (7,39). Pero el espíritu – ver los dichos del Paráclito (ver 14,16.26; 15,26; 16,7, siempre en el discurso de despedida) - no se derrama sobre el pequeño grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos (20,22; ver 15,26-27).

Ahora bien, como se puede ver en una lectura integral de todo el Evangelio, uno de los elementos centrales de la cristología joánica es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (semítico: “sheliah”) es una institución característica para la cual la persona tiene “la misma autoridad que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo que deja de hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado del Padre” evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras como queda claro todo a lo largo del Evangelio. “Enviado” en griego se dice con dos términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”). Así podemos decir que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol” que es Jesús. Sin embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre me envió” (ver 13,16.20; 17,18), y – en coherencia con los textos mencionados - es un envío “al mundo”.

A continuación les da la capacidad de hacer llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene cierto contacto con Mt 16,19; 18,18).

La escena queda abruptamente interrumpida – no hay despedida ni partida - con la referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo entre ambas escenas los asistentes confirman que han “visto al Señor” (nuevamente se confirma que la alusión a los que creen sin ver no se refiere a ellos) pero Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más allá de la visión, él quiere tocar.

Ocho días más tarde la escena inicial vuelve a repetirse, como dijimos, pero ahora Jesús se dirige directamente a Tomás invitándolo a hacer lo que había solicitado e invitándolo a no ser increyente sino creyente. La escena concluye con la magnífica confesión de fe de Tomás, “Señor mío y Dios mío”.

Pero veamos algunos elementos fundamentales para entender más plenamente esta unidad: como se ha dicho, la paz y la alegría no son un simple saludo. La paz ya había sido anunciada por Jesús para su vuelta (14,27-28; 16,33; ver Is 52,7, 60,17, 66,12); y también la alegría (14,19; 16,21-22; ver Is 51,3 11, Sal 35,9). El “soplo” podría aludir al relato de la (nueva) creación (Gen 2,7; Sab 15,11) pero parece también coherente con la imagen de la resurrección en alusión a Ez 37 en el relato de los “huesos secos”; la humanidad resucita por el poder creador de Jesús resucitado. La referencia a perdonar y retener se mueve entre dos extremos, y tiene la apariencia de lo que se llama un “merismo”, es decir una figura retórica que quiere señalar la totalidad moviéndose entre dos extremos. En este caso parece simbolizar el control total del acceso a la casa (ver Is 22,22 con términos similares, que también inspira – como dijimos - a Mt 16,19 y 18,18). Puesto que la escena refiere a “los discípulos” sin especificar, parece que debe entenderse que es toda la comunidad creyente la que recibe este “ministerio”.

Los discípulos ya habían escuchado palabras semejantes de María Magdalena que “había visto al Señor”, pero el texto no dice nada sobre las consecuencias de esto (lo que podría estar incluido si creemos que Juan ha desarmado el texto – como hemos dicho la semana pasada - y puesto la reacción de los discípulos al comienzo de la unidad). Las mismas palabras dicen ahora los discípulos a Tomás: “hemos visto al Señor”.

La respuesta de Tomás a los discípulos marca un segundo estadio en su itinerario de fe –luego de la ausencia - Está dispuesto a dejar su incredulidad si es que el resucitado se ajusta a sus criterios, pero «si no» (ean me) cumple sus condiciones, permanecerá en la incredulidad, “no creeré” (ou me pisteuso). Tomás exige “tocar” a Jesús así como María quería aferrarse a su cuerpo (20,17); Tomás – ahora al menos está presente - exige experimentar el cuerpo resucitado del crucificado. Pero el sentido fuerte de “tocar” y “meter” parece destacar, además, la continuidad entre el mundo pasado y presente de Jesús (algo que el paso a través de las puertas refuta, como dijimos). Para creer, Jesús debe aceptar sus exigencias.  Al aparecerse Jesús manifiesta aceptar las condiciones de Tomás, pero a su vez también pretende: “y no seas incrédulo, sino creyente…” (no hace falta destacar la reiteración e importancia del verbo “creer”). Nada indica que Tomás tocara, ahora es él el que acepta la condición de Jesús y manifiesta su fe. Lo que había ido mostrándose en el Evangelio sobre “la palabra” en 1,1-2, el uso por parte de Jesús del absoluto “yo soy” (ver 4,26, 8,24.28.58; 13,19; cf. 18,5.8), y su afirmación «yo y el Padre somos uno» (10,30 y también 10,38) llegan a su “climax” en esta confesión de fe: “Señor mío, Dios mío”. Se ha destacado que el emperador Domiciano (81-96 d.C.)  quería ser venerado como Dominus et Deus noster (Suetonio, Domiciano 13). El ambiente del “culto al emperador” era muy importante en el imperio romano, y quizás sea el trasfondo del dicho, pero no hace honor al texto entenderlo solamente como una confrontación, aunque esta exista; el dicho debe entenderse especialmente en el contexto del mismo Evangelio y su texto (cf. Sal 35,23; Am 5,16).


La confesión finaliza con un dicho de Jesús, “Dichosos los que no han visto y han creído” abriendo así el relato a los lectores del Evangelio, a un nuevo tiempo histórico (17,20; cf. 1 Pe 1,8). Pero no es justo, tampoco, descuidar – en una misma proyección a los discípulos y al tiempo de los lectores del Evangelio - que ya antes, del discípulo amado se había destacado que creyó sin ver (20,8). Eso es lo que están invitados a confesar los destinatarios del cuarto evangelio, y ese ejemplo están (estamos) invitados a seguir.

En los vv.30-31 se presenta la conclusión de todo el Evangelio, el “para qué” fue escrito: “para que crean” y creyendo “tengan vida” (divina). “Juan” ha hecho una selección de signos en esta obra con esta finalidad, “que crean”. No se debe descuidar que este creer aquí se señala explícitamente: “que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios”, algo que en el Evangelio es confesado por Marta (11,27). Siendo idénticas palabras a las de Pedro en la llamada “confesión de fe de Pedro” (Mt 16,16), seguramente debería referirse a Marta con idéntica idea, “confesión de fe de Marta”; por eso a ella Jesús le aclara “el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees?” (11,26; notar en ambos casos – de Marta y de la conclusión del Evangelio - la centralidad de “creer” y su relación con la "vida" divina). Siendo esta la máxima confesión de fe del Evangelio, no se debería dejar a Marta en un segundo lugar al leerlo. Pero – en este caso concreto de la liturgia de la fecha - siendo esta la conclusión de todo el Evangelio, la unidad merecería un desarrollo mucho más extenso. Simplemente reiteremos aquí la estrecha relación entre fe y vida (divina), eso es lo que el autor del Evangelio pretende. Esos son los “creyentes” – y discípulos amados - y esa es la comunicación de la vida “resucitada” para “todo el que cree”.


Dibujo tomado de http://www.parroquiavilanova.es/2011_04_01_archive.html

sábado, 20 de abril de 2019

“Si hubiera sabido” ¿o “si hubiera escuchado”?


“Si hubiera sabido” ¿o “si hubiera escuchado”?


Eduardo de la Serna



Una de las cosas que se ven, escuchan o leen cada vez con más frecuencia en estos días es “yo no sabía”, o “no me imaginé”, o “me desilusionó”, o “no creí qué”... Todas referidas a la debacle nacional a la que nos sigue llevando inexorablemente el gobierno (o des---) de Cambiemos. Y se me ocurre pensar.

Una de las características que los estudios bíblicos reconocen de los profetas es que “saben leer la realidad”. Los profetas no son sujetos o sujetas que adivinan o intuyen el futuro, sino quienes leen desde Dios el presente. Veamos: la historia de Israel (tal como se leía entonces, por cierto) reconocía que a medida que el pueblo olvidaba a Dios, Dios lo olvidaba a él; y entonces, los pueblos vecinos los despojaban, oprimían o incluso, esclavizaban.

  • Por eso la idea de “este sí es un buen camino” o, por el contrario, “por este camino nos estrellamos” es característico de los profetas.
  • La idea de mirar la realidad: “si oprimimos a los pobres, si nos desentendemos del huérfano o la viuda” nos disolvemos como pueblo de hermanos, que es lo que debiéramos ser.

Esa es la mirada de los profetas. El gran estudioso judío Abraham Herschel afirma que la característica de los profetas es su “simpatía” con Dios (del griego syn = con; pathos = sentir). Los profetas sienten lo que y como siente Dios ante la realidad, positiva o negativa. Entonces, decir, “si seguimos por este camino nos vamos a estrellar” no es hablar del futuro, sino del pasado. Es haber mirado la historia del pueblo con la mirada puesta en Dios y puesta en el pueblo. Y saber las consecuencias obvias del obrar de tal o cual manera.

Decir que alguien se sorprendió, o se decepcionó con lo que está haciendo el gobierno argentino (y tantos otros neoliberales de América Latina) es haber sido (¿y seguir siéndolo?) un ciego que no quiere ver, o un sordo que no quiere oír. Simplemente.

Desde que asumió el gobierno de Cambiemos el grupo de Curas en Opción por los Pobres lo dijimos a quien quisiera oír. Durante todo el año 2016 escribimos cartas quincenales “al pueblo de Dios” señalando y alertando lo que estaba ocurriendo y lo que iba a ocurrir: ¡esto mismo que hoy está ocurriendo! ¿Fuimos adivinos? ¡De ninguna manera! ¿Sabios y expertos politólogos? ¡Tampoco! ¿Profetas (en el sentido bíblico, no en el sentido habitual)? ¡Sin duda! Bastaba con mirar la historia, bastaba con tener un oído en el Evangelio y un oído en el pueblo. Con escuchar los dolores que ayer le provocaron los capataces de Egipto.

Es cierto que uno escucha hoy a periodistas (o los que fungen de tales; más de uno, en realidad, operadores del modelo), o a curas que hasta “ayer” hablaban de “la realidad” que hoy se manifiestan sorprendidos, decepcionados, “no me imaginé” … Y “dan ganas” de responderles varias cosas. A algunos periodistas se les puede recomendar que pasen al así llamado periodismo deportivo (que vende bastantes globos, así que una mancha más no le hace nada al tigre). A algunos curas se les puede recomendar que renuncien a los cargos o suplementos y se dediquen a escuchar los clamores de su pueblo, o – para decirlo con metáforas francisquistas – que tengan “olor a oveja”. Insisto, los curas opp desde que empezó el neoliberalismo remozado de Macri y sus huestes, los mejores corruptos de los últimos 100 años (ya no son 50… por la inflación, quizás) señalábamos que rumbo a esto íbamos. Es cierto que no faltaron las voces (muchas que ahora dicen “si hubiera sabido”) nos cuestionaron, nos criticaron y dijeron que hacíamos política, etc… “Un oído en el Evangelio y un oído en el pueblo” repetía el Pelado Angelelli, ese que no murió en un accidente (como decían los eclesiásticos amigos del poder… es decir, que se metían en política, pero en “otra política”). Ese oído en el pueblo le da raíces al Evangelio; ese oído en el Evangelio propone la utopía del Reino de Dios al pueblo. El gran teólogo luterano Karl Barth afirmaba que hay dos lecturas que un cristiano no debe dejar de tener cada día: el evangelio y el periódico (claro que Barth no se refería a Clarín, o La Nación, por cierto… era inteligente). Es que, sin escuchar el sufrimiento de las víctimas, y escucharlo con los oídos de Dios, lo que digamos no será de parte de Dios, sino de parte del “poderoso caballero”, ese Don Dinero que ya Jesús nos avisaba que el que sirve al Dinero, odiará a Dios (o viceversa). Desde ese “lugar” es lógico “estar sorprendido”, o “decepcionado”.

Dan ganas, como decía, de repetirles: “nosotros te avisamos”. Pero ahora no es cosa de pedir esa autocrítica a los ciegos y sordos voluntarios. Ahora es cosa de decirles que escuchen al pueblo… a ese que ayer podía encender un ventilador en verano, o comer un asado cada tanto, o dar leche (leche de verdad) a sus hijos en su propia mesa… Aunque fuera fruto de un “plan” sus hijos comían (y sus padres compraban). Quizás escuchando al pueblo (sintiendo, pathos) entiendan de otro modo el Evangelio. No está mal, al menos, para esta Pascua.


jueves, 18 de abril de 2019

Un alivio ante tanta angustia


Un alivio ante tanta angustia

Eduardo de la Serna



Desde principios de siglo pasado, en los estudios bíblicos se afirma que no pueden leerse bien los textos sin tener en cuenta el Sitz im Leben. La terminología alemana se ha transformado en un clásico e indica el “sitio”, el lugar, el tiempo en el que se vive al escribir, decir, cantar un texto. Por ejemplo, es habitual señalar que el Sitz im Leben de algunos salmos es la liturgia en el Templo en tiempos del post exilio. Y eso ayuda a entender, a “ubicar” un texto y no sacarlo de contexto. Con ironía se suele decir, también en los estudios bíblicos que “un texto fuera de su contexto es un pretexto”.

Desde la segunda mitad del siglo pasado, la teología de la liberación que se piensa y dice en América Latina y el Caribe sabe, con la misma lógica, que no se puede “hablar de Dios” (teo-logía) sin tener en cuenta el Sitz im Leben. ¿Cómo hablar del Dios de la vida, por ejemplo, a personas a las que su vida las ronda constantemente la amenaza de la muerte por hambre, enfermedades de la pobreza o violencia? Precisamente en este mismo contexto el enorme teólogo salvadoreño (nacido en España, salvadoreño de elección) Jon Sobrino, ha insistido que tampoco se puede dejar de tener en cuenta el “Sitz im Tode”, esto es, el ámbito mortal en el que la vida amenazada (o “muerte” lisa y llana) en el que se piensa, se escribe, se reflexiona. Sin duda no es lo mismo pensar (en el caso de la teología, no es lo mismo “hablar de Dios”) desde un cómodo escritorio ‘europeo’ que desde un barrio lleno de “olores”, llantos o hasta disparos. Y pensar que no se puede “hablar bien de Dios” en ese clima mortal es no entender nada del Dios, el Padre de Jesús.

Precisamente, desde nuestro Sitz im Leben und im Tode es que quiero pensar. Es un tópico escuchar “hablar” de los pobres… Pero no es lo mismo que hablen de los pobres las encuestas (no felices, aunque coherentes) de la UCA, que hable de los pobres el FMI, o notar que hasta Macri habla de los pobres (en todos estos casos, los pobres no son personas, sino números) a que, por el contrario, hable de los pobres quien está “en medio” de ellos (¿puede hablar bien [= ortodoxia] de los pobres quien no ha olido las pieles y ropas ahumadas en invierno, los mocos y los piojos de los chicos, las malformaciones por la pobreza, o las risas de las “manadas” de niños en los comedores?).

Se suele decir que para acercarse a realidades sociológicas hay dos miradas, a una se la llama “emic”, que es la mirada de alguien que “está en medio” de la realidad, la otra es la “etic”, que es la del que intenta conocer (por ejemplo, intelectualmente); por caso: un buen investigador emic vivirá por años en la comunidad que intenta “estudiar” mientras que uno etic intentará leer todo lo que se ha escrito sobre ellos. Sin duda alguna, la vida de los pobres (la mirada emic) le es totalmente ajena al gobierno, salvo cuando exhibe a su “amiga pobre”, Margarita Barrientos, para simular sensibilidad, de la cual carece. Otra mirada, partiendo de las encuestas (= números), por ejemplo, intenta aproximarse a una realidad. El Sitz im Tode de nuestros barrios, concretamente, les es totalmente desconocido y si aplican medidas, estas serán partiendo de una mirada “desde fuera”, no conocen otra. Es evidente que desde una mirada “etic” (no ética, por cierto) el gobierno se entera que los pobres están mal. Y eso, en mi opinión, no le importa en lo más mínimo. Es lo que vinieron a hacer. Pero hay algo que los angustia y tienen la necesidad de aliviar esa carga que les preocupa: se llaman “elecciones”. Y todo indica que cada día que pasa “la gente” está peor, que cada vez hay más bronca; es eso lo que experimentamos en el día a día los que queremos estar en medio de “la gente”. Y acá viene la necesidad urgente de buscar un “alivio”. Pero el tema es que el alivio no es para “la gente”, para los que sufren, los pobres, las víctimas de este modelo que día a día hace que más y más “caigan” en la pobreza (porque, a diferencia de la escuela pública, en la pobreza sí se cae… y no es fácil levantarse). Las medidas del gobierno caricaturizadas en un video espantoso tienen un Sitz im Tode: las elecciones. Es evidente. Todo tiene “fecha de vencimiento” en octubre. No son medidas hasta que no haya hambre, o hasta que no haya desocupación… “Der Tod” que les interesa es la propia, la muerte de los pobres son “efectos colaterales” de su batalla contra el “populismo”. La muerte de su proyecto (de muerte) es lo que les angustia y quieren aliviar. La repetida palabra “alivio” es lo que ellos quieren experimentar ante la caída vertiginosa de las encuestas (= números). Si las elecciones (= números) los beneficiaran (¡Dios y el pueblo no lo permitan!) experimentarán el alivio que les permitirá seguir desentendiéndose de los pobres y las cruces que ellos les han impuesto. No deja de ser irónico que después de habernos hablado de la “pesada herencia” ahora pareciera que lo que les da alivio es aplicar las medidas que – según su estudiado discurso – nos llevaron a esto de lo que nos quieren salvar: créditos “blandos”, control de precios, dólar y tarifas ancladas, paritaria docente… La ironía está a la vista, pero la dejamos pasar. Como también está a la vista que hemos pasado de la pesada herencia a “los últimos 50 años”, luego los 70 años, Marcos Peña habló de 100 años y a este paso terminarán pidiéndole perdon a la “querida reina” británica por haber rechazado a los magníficos invasores en 1806 y 1807.

Fuera de todo esto, volviendo al Sitz im Tode que los angustia y por el que buscan un alivio electoral simplemente me queda decir, como decía Carlos Mugica, que “el pueblo tiene paciencia, pero la paciencia tiene un límite”. El límite de la vida es la muerte, y tozuda y esperanzada, “la gente”, se resiste a morir, y quiere vivir. Vivir dignamente.



miércoles, 17 de abril de 2019

La esperanza de la luz


La esperanza de la luz


Eduardo de la Serna



-.I.-

Es oscuro, es la noche
no ves nada, ni el camino
no hay salida, ni esperanza
no hay un otro, no hay amigo;
y para peor se oyen cosas
que hacen temblar los oídos,
se ven sombras en la sombra,
se escuchan todos los ruidos.
Temblamos todos de miedo,
temblamos, y no hay nada de frio;
a veces nos susurramos
palabras que den alivio,
pero otras veces callamos
abrazados, ateridos.

.-II-.

Pero después de un tiempo de noche,
pareciera que está aclarando;
rojizo se ve el horizonte,
se oye un ave cantando.
Las sombras ya tienen formas
y los rostros se van mostrando,
se ven nubes, se ve el cielo,
se ven caminos andados.
Y la mañana se acerca,
y la nada se va alejando,
y la esperanza aparece,
no hay mal que dure cien años”.

.-III-.

Y esta imagen conocida
de noche y día alternando,
de muerte y vida en conflicto,
de alegrías y de espanto,
nos grita, a pesar de todo,
que la muerte es solo de un rato,
que después triunfará la vida
y la noche se va apagando.
Se irá la noche macrista (*)
con hambre y desocupados,
se irá la muerte y su fuerza,
callarán los gritos de espanto.
Porque en la tierra y en el cielo
la vida viene cantando,
y resplandece la vida
de Jesús resucitando.

(*) referencia al gobierno neoliberal de Mauricio Macri

 Felices Pascuas

Foto tomada de https://www.youtube.com/watch?v=V-7LdRt42Mc

martes, 16 de abril de 2019

Comentario Triduo Pascual C

Saber reconocer los signos de vida para creer en el resucitado

Triduo Pascual

 Eduardo de la Serna


Como hemos señalado la semana pasada, los comentarios serán breves a las lecturas del Evangelio del jueves y viernes y más extensos a las lecturas del domingo.

Jueves Santo

Lectura del Evangelio: Juan 13,1-15


Los estudiosos coinciden en general en que el Evangelio de Juan tiene 2 grandes partes. En 13,1 comienza solemnemente la segunda parte.  La clave parece estar en la llegada de “la hora” anunciada en la primera parte como algo futuro. Y esta hora ha llegado con el “paso” de Jesús de este mundo al Padre. Este “paso” tiene claras connotaciones pascuales (Pascua = paso) aunque la cena de Jesús no sea cena pascual. Este paso viene marcado por el “amor extremo” a “los suyos”. La unidad literaria parece seguir hasta el v.20 (como el doble “en verdad” del v.21, la frase conclusiva de v.20 y el nuevo comienzo del v.21 lo indican). La característica principal viene dada por el “lavado de los pies”. Esto es propio de los esclavos (ser esclavo y servir son la misma palabra en griego), y la palabra está mencionada en la interpretación que hace Jesús del hecho (omitida en la liturgia, en el v.16). La negativa de Pedro a ser lavado tiene ese sentido, y esto es algo que será comprendido “más tarde”. Jesús, a continuación, lo explica: es algo que deben hacer “unos con otros”, es la expresión del amor que es verdadero cuando se vuelve “servicio”; ese es el “amor extremo”.

Viernes Santo


Lectura del Evangelio de la Pasión: Juan 18,1-19,42


Resumen: La pasión según san Juan nos muestra un Jesús siempre soberano, del principio al fin es quien decide “voluntariamente” su situación;  la comunidad de discípulos –representados en su madre y el discípulo amado- están al pie de la cruz y reciben el espíritu, y todo el AT alcanza en Jesús su plenitud.

El relato de la Pasión de Jesús según Juan, que se lee todos los años el Viernes Santo tiene muchas unidades e ideas que son propias de Juan y merecerían ser destacadas. Trataremos se señalar las principales.

Jesús aparece como soberano, él es quien conduce los acontecimientos. Por ejemplo. Él determina que dejen ir libres a sus compañeros ya que lo buscan a él. Con ironía clásica de Juan, ante el “Yo soy” de Jesús (es el nombre divino en Éxodo) caen en tierra, algo característico de los que ven a Dios. Jesús repite dos veces este término, “yo soy”, lo que debe tenerse presente. Pedro dirá dos veces “no soy”, a continuación. Por otra parte, como hace otras veces, Juan corrige o precisa datos de los Sinópticos como quién empuñó la espada e incluso el nombre del servidor del Sumo Sacerdote.

Con nueva ironía, Juan señala que cuando Jesús fue llevado a casa del Sumo Sacerdote, Pedro “y otro discípulo” (no dice de qué discípulo se trata; ¿el discípulo amado? No parece) “siguen” a Jesús. El verbo es irónico porque Pedro ya le había dicho a Jesús que lo seguiría (13,36-37), pero lo seguirá “físicamente”, no discipularmente. De hecho, “no es” (18,17.25). Recién cuando Pedro vaya realmente a dar la vida por Jesús, Él le dirá “sígueme” (21,19).

Ya en el “pretorio” (Juan no tiene “juicio religioso”, sino sólo un interrogatorio) el rol de Pilato es bastante limitado. Se pasa toda esta unidad “entrando” y “saliendo” ya que los judíos no quieren entrar para poder comer la pascua (18,28; lo que muestra que para Juan la cena de Jesús no fue cena pascual).

Hay algunas ideas que es bueno destacar. A Jesús no lo van a buscar con “armas y palos” sino con “antorchas, lámparas y palos” (18,3) porque viven en la oscuridad, son de las "tinieblas”; Pilato no sabe qué es la verdad, porque es “de la mentira” (18,38). Esto es importante, especialmente si recordamos que el diablo es “el padre de la mentira” (8,44) y el “príncipe de este mundo” (12,31; 14,30; 16,11). Esto dice relación con la afirmación de que “mi reino no es de este mundo” que se suele interpretar como si se separaran en dos niveles las realidades, este mundo, tierra - “no de este mundo”, cielo.  En realidad, en Juan “mundo” es el ambiente adverso a Jesús (por eso el “príncipe de este mundo”). En este mundo – podríamos parafrasear - hay quienes viven (y reinan) según las tinieblas, la mentira y la muerte, y otros viven según la luz, la verdad y la vida. A eso Juan lo llama “estar en el mundo”, “no ser del mundo” (17,11.16). Por tanto, “mi reino no es de este mundo” no refiere al cielo, sino a que no se deja guiar por los criterios del “príncipe de este mundo”. Por ejemplo, si así fuera “mi gente habría combatido” (18,36). El reino que Jesús propone es reino de paz.

Otro elemento a tener en cuenta es que los judíos (que en Juan, como también “mundo” refiere al grupo hostil a Jesús) afirman que “no tenemos más rey que el César” (19,15). Israel es el pueblo que tiene a Dios por rey, pero acá se confirman como “amigos del César” (19,12).

Pilato lo entrega para que sea crucificado, y el que lleva la cruz es Jesús, no el Cireneo; seguramente como Isaac lleva la leña para el sacrificio (Gen 22,6).

La vestidura de Jesús que se sortearán los soldados no tiene costura, se debe romper para partirla. Jesús viene a provocar unidad que la violencia, la mentira y las tinieblas rompen.

Juan incorpora una novedad al pie de la cruz, su madre y el discípulo amado. Por un lado, ambos personajes tienen gran carga simbólica en el Evangelio. Lo simbólico es evidente porque es absolutamente improbable que los romanos permitieran a alguien estar cerca de un crucificado. Por otro lado, llama nuevamente la atención que Jesús a su madre la llame – como en Caná (2,4) - “mujer”. No es razonable mirarlo atendiendo a lo “histórico” como señalando la crudeza del acontecimiento, o el dolor de una madre, sino en la familia que aquí se suscita. Una “mujer” (¿como Eva?) y un “discípulo” ejemplar, “amado”, que la “recibe como suya”. 

Jesús es tan soberano, en Juan, que su muerte ocurre por determinación suya. A la hora de la matanza de los corderos de pascua, sin que se le quiebren las piernas, como a los corderos, y con la última gota de sangre, como a los corderos, con una rama de hisopo, como a los corderos; Juan  nos reitera algo que señala desde el comienzo de su Evangelio, y es que Jesús reemplaza en su propia persona todo lo “religioso” de Israel: el Templo, las fiestas litúrgicas, la vid… el cordero pascual. Y al morir “entregó su espíritu”.

Finalmente, a diferencia de los Sinópticos, Jesús es sepultado y embalsamado [ungido con bálsamo en las vendas “según la costumbre judía de sepultar” (19,40)]. En un jardín comenzó el drama (18,1) y en un jardín concluye (19,41).



Domingo de Resurrección:


 1ª lectura: Hechos 10,34a. 37-43


Resumen: una síntesis del ministerio y pascua de Jesús da pie a la predicación a los paganos, y a que se derrame sobre ellos el Espíritu dando así lugar a la absoluta novedad de la universalidad.

El texto de Hechos es extenso. Y repetitivo. De hecho la liturgia sólo se detiene en lo central y fundamental, pero no está de más mirar la idea principal antes de detenernos en él. Se trata de una unidad cuidadosamente armada por Lucas, presentando los personajes, y repitiendo y explicando las escenas más de una vez. Sinteticemos: una vez las presenta, la siguiente le da su sentido y en tercer momento la explica ante los Doce (10,1-26. 27-48; 11,1-18). ¿Por qué la insistencia? Pues porque el paso que se dará es casi contrario a todo lo que se decía en el A.T. y en la predicación de Jesús. ¿Cómo se justifica el bautismo a paganos sin exigir nada, como la circuncisión, si el AT distinguía judíos de paganos y si Jesús había dicho “no vayan a territorios extranjeros… sólo a las ovejas perdidas del Pueblo de Israel”. El cambio que se dará en esta unidad es tan fundamental, tan decisivo que hace falta dejar bien claro, ¡insistentemente!, que es conducido por el Espíritu Santo (10,19.44.45.47; 11,2.15.16), un éxtasis-visión (10,10.28; 11,5) o por el Ángel del Señor (10,3.7.22.30; 11,13). En el centro de esto se encuentra la predicación de Pedro a los paganos en orden a “escuchar lo que le fue ordenado por el Señor” (10,33) y al decir esto se derrama el Espíritu (10,44) lo que causa que Pedro “mandó que fueran bautizados” (10,48). El texto que nos propone hoy la liturgia es, precisamente, este discurso de Pedro a los paganos contando “lo que sucedió…” (10,37).

Obviamente no interesa la historicidad de los acontecimientos que es pasible de sospecha (el predicador primero a los paganos resulta “Pedro” y no Pablo, por ejemplo). Vayamos al texto.

El discurso presenta una primera parte “histórica”, comenzando por el bautismo de Juan, el ministerio de Jesús (sintetizado en que “pasó haciendo el bien”, v.39), fue matado y resucitado apareciéndose a testigos elegidos (37-41). Pero esto no finaliza allí (como es característico de Lucas, cf. Lc 24,46-48) y debe continuar con la predicación,  por ahora reducida “al Pueblo” (es decir, a Israel; v.42). Es a continuación que dará el siguiente paso cuando el Espíritu se derrame sobre los paganos lo que deja atónitos a los circuncisos al ver que el Espíritu Santo  se derramaba también sobre los paganos (v.45); a esto se lo ha llamado “Pentecostés de los paganos” (quizás de un modo un poco simplista, pero justo en lo literario de Hechos). La introducción: “veo que Dios no hace acepción de personas” (v.34) y esta conclusión del don del Espíritu – ambas omitidas en la liturgia - son las que le dan sentido a toda la unidad.

Veamos brevemente el discurso: Lucas presenta una síntesis geográfica (en Judea comenzando en Galilea) e histórica (del bautismo a la muerte-resurrección) del ministerio de Jesús. Algunos elementos característicos de la teología de Lucas están señalados: el rol del Espíritu Santo en el ministerio de Jesús, el enfrentamiento con el diablo, el rol de testigos de los apóstoles, señalados como los que comieron y bebieron con él, el mandato de predicar, el rol de los profetas y el perdón. Todo esto – como se dijo - en un marco histórico-geográfico, también característico de Lucas. Estamos – entonces - en una síntesis de la predicación, del “evangelio” de Lucas presentado en pocos versículos. De eso se trata este discurso que provoca la aceptación del evangelio por parte de los paganos y desencadena la que probablemente sea la máxima revolución de toda la historia de la Iglesia. Los paganos, despreciados y rechazados en Israel son ahora invitados a integrarse por el bautismo y la aceptación del Evangelio como miembros plenos del pueblo de Dios.



2ª lectura: Colosenses 3,1-4


Resumen: La “comunión de los santos” permite que entre Cristo resucitado y la comunidad peregrina haya una relación tan estrecha que ya desde “ahora” vivamos como resucitados.

La liturgia permite hoy la elección de una entre dos lecturas; hemos seleccionado el texto de Colosenses

Un discípulo de Pablo, pasado ya un buen tiempo, decide enfrentar, como si Pablo lo hiciera, una serie de nuevos problemas. Escribir que el autor es Pablo es una manera obvia de decir “yo soy su discípulo y sé que esto es lo que Pablo les diría si estuviese vivo”. Uno de los temas – no el principal de la carta, pero si importante - es que la venida de Jesús que se esperaba inminente (ver 1 Tes 4,15-17; 1 Cor 15,51-52) se demora. En este sentido, en el cristianismo de la segunda generación surgen fundamentalmente dos respuestas. Una – patente, por ejemplo, en 2 Pe 3,3-4.8-10 - señala que esta se demora para dar a todos la ocasión de la conversión, otra, habitual en los discípulos de Pablo, como el autor de Colosenses, señala que en cierta manera ya vino, que ya estamos de algún modo resucitados. Podríamos decir que faltan “ultimar algunos detalles”. La parte teórica de la carta finaliza en 3,4 ya que en 3,5 saca las conclusiones prácticas de lo dicho para la vida de la comunidad. 3,1-4 aparece como una conclusión teórica de todo lo dicho que es claramente cristocéntrico. Un tema característico de esta carta, y su “parienta” a los Efesios es la idea de que Cristo es cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Hay una unión profunda entre ambos, tal que puede verse, como la hay entre el cuerpo y su cabeza (1,18.24; 2,19). Por eso presenta a Cristo como “el primer nacido de entre los muertos” (1,18), los demás seguirán sus pasos.

Esto es lo que da razón a la primera frase del texto de la liturgia que es ciertamente sorprendente: “han resucitado con Cristo”. No es “resucitarán” sino que ya lo han hecho (en griego es un aoristo, lo que significa que es algo que ha ocurrido en un momento concreto y preciso del pasado). Es típico de Pablo, y acá lo repite su discípulo, señalar una tensión entre la realidad (indicativo) y lo que se debiera (imperativo). Acá la tensión es que puesto que ya estamos resucitados, debiéramos buscar lo de arriba. El Jesús de Juan afirmaba que es “de arriba” (8,23), y al dirigirse a Dios Jesús levanta los ojos para arriba (11,41). Arriba refiere claramente al cielo (ver Hch 2,19), de allí viene la “Jerusalén de arriba” (Ga 4,26) y desde “arriba” Jesús llama a Pablo para un premio (Fil 3,14). De hecho, el versículo siguiente contrasta lo de arriba con lo de la “tierra”, arriba está Cristo sentado a la diestra de Dios. También en Efesios  se afirma que Jesús está sentado a la derecha en los cielos (1,20). La imagen es tradicional (ver Mt 26,64; Mc 14,62; 16,19; Hch 2,34; 7,55.56 [aunque en estos vv., está “de pie”]; Heb 8,1; 1 Pe 3,22). Como claramente lo destaca Hch 2,34, el texto es una alusión al Sal 110,1 que es un Salmo que canta al rey como “virrey” de Dios. El cristianismo primitivo, como lo señala la abundancia de citas, recurrió a este texto para manifestar el cumplimiento de las escrituras en la resurrección de Jesús y su lógica “ausencia” posterior.

Buscar lo de arriba, aspirar a lo de arriba son evidentemente un paralelismo. Aspirar no es preciso, el verbo fronéô es también pensar, sostener y es casi exclusivamente paulino (x26 de las que x22 en Pablo [10 en Fil y 9 en Rom], una en Mt, Mc y Hch, y acá en Colosenses).  Hay dos textos paulinos que hacen más claro el sentido
Efectivamente, los que viven según la carne, desean [fronoûsin] lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual” (Rom 8,5) y 
“algunos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan [fronoûntes] más que en las cosas de la tierra. (Fil 3,19). 
En ambos casos, lo que se ambiciona es vivir según la novedad que trajo Cristo, o - por el contrario - vivir como si no hubiera tocado nuestra existencia. No se trata – entonces - de llevar una suerte de “vida espiritual” o “celestial” sino a sacar todas las conclusiones que la vida “en Cristo” supone para nuestra existencia. Por eso afirmará que “hemos muerto” y “nuestra vida está oculta” en Dios, es decir “a la derecha de Dios”.

Por cuanto ya estamos con Cristo en Dios, cuando Cristo vuelva – como hemos señalado, lo que ocurrirá sin la tensión de las primeras comunidades, por cuanto ya estamos con él - la venida será menos “espectacular” que lo que parecía en un primer momento. Y junto con él apareceremos los que ya estemos con él. “Nuestra vida” está oculta – como Cristo - junto a Dios; pero él aparecerá, y ya es “vida de ustedes” (v.4) y “ustedes aparecerán en gloria” (ver 1,27).

Resucitados con él, escondidos con él, aparecerán como él, en gloria como él… la unión entre el Cristo glorioso y el cristiano es tan estrecha para el discípulo de Pablo que casi pareciera que no hay nada ya que esperar, sólo toca vivir aquello que ya somos.



Evangelio según san Juan 20,1-9


Resumen: Los signos de la resurrección están presentes y allí deben los discípulos amados aprender a “creer sin ver”.

Con un cambio cronológico Juan da comienzo a una nueva unidad, “el primer día de la semana”, es decir el “domingo”. La escena nos presenta una mujer sola que va al sepulcro. No va con otras a ungirlo, porque en Juan Jesús sí fue ungido, por tanto no espera que alguien le corra la piedra. Con mucha verosimilitud se ha propuesto que el rol de las mujeres en torno a la tumba, con sus cantos y llantos haciendo memoria del muerto parece haber sido el punto de partida de la proclamación y anuncio del Evangelio. Nada se dice de que María Magdalena, que ya la habíamos encontrada al pie de la cruz con otras mujeres y el discípulo amado (19,25), se haya asomado a la tumba ni lo que vio, pero en el mensaje a Pedro y al otro discípulo les dice que “se han llevado al Señor y no sabemos (¡plural!) dónde lo han puesto”. Aquí desaparece de la escena la Magdalena hasta v.11 donde está llorando (¿por el duelo?), se asoma al sepulcro (¡ahora sí!) y ve dos ángeles. Ellos y luego Jesús, que se le aparece, le preguntan por qué llora desencadenando una nueva escena. Siendo que esta finaliza con María yendo a los discípulos a contar lo visto, pareciera que el redactor del cuarto Evangelio expresamente adelantó la escena de Pedro y el discípulo amado por algún motivo teológico (que señalaremos). Es decir, los vv.3-10 parecen adelantados de su lugar original, y la razón parece estar en el rol que juegan tanto Pedro como el discípulo Amado en el Evangelio de Juan.

María no va a “los discípulos” sino sólo a Pedro y el discípulo amado y ellos “salen” (v.3) hacia el sepulcro, “corren” (v.4).La escena está construida de modo sencillo. Van, llegan y vuelven. Obviamente el centro temático está en lo que ocurre en la tumba.

Veamos. Se dice que corren ambos, pero hay una diferencia entre ambos. El discípulo amado corre más rápido, ve el interior de la tumba, no entra. Espera a Pedro. Pedro se demora más, “lo sigue”, entra al sepulcro y ve las vendas y el sudario. Nuevamente entra en escena el discípulo amado, que ahora entra y “vio y creyó”. Concluye con una referencia a “la Escritura” (sin citar el texto de referencia) y la resurrección. Finalmente (omitido en la liturgia), vuelven a casa.

La construcción, como se ve es muy sencilla, pero hay elementos interesantes a tener en cuenta.

Pedro y el discípulo amado. Salvo la escena de la cruz, el discípulo amado, el héroe de la comunidad joánica, está junto a Pedro. Pero siempre aparece como más cercano a Jesús que Pedro (de hecho es “el amado” por Jesús), en la cena es el que está junto a Jesús, no Pedro (13,23-25), es el que en la pesca le dice a Pedro que el que está en la orilla “es el Señor” (21,7), y cuando Pedro ha confesado 3 veces a Jesús que lo ama, del discípulo se dice que “permanece con Jesús hasta su vuelta” (21,22). En este caso, corre más rápido, “ve y cree”. En general se piensa que la comunidad de Juan, que se remite al discípulo amado, corre cada vez más el riesgo de sectarizarse, se distancia cada vez más de todos los grupos – incluso cristianos - del entorno. Entonces un redactor quiere evitar toda ruptura poniendo al héroe en buena relación con el héroe de otras comunidades, Pedro. Es verdad que el discípulo amado es más importante para ellos, pero hay otras ovejas que no son de este rebaño, hay otras comunidades con las que estamos en comunión, al fin y al cabo también aman a Jesús. Es cierto que tres veces lo negó, pero tres veces le confesó su amor, aunque “nuestro héroe” permanezca fiel hasta el final. Aquí parece estar la primera razón del adelantamiento del texto que hemos señalado. Los primeros en acercarse al misterio de la Pascua son Pedro y el discípulo amado, y ambos entran al sepulcro y creen en la escritura (notar el plural, a pesar del singular anterior, que diremos).

Ver y creer: el tema es central en Juan, y es lo fundamental de la escena. No hay apariciones del resucitado (esas vendrán a continuación en el evangelio), sólo hay una tumba y vendas. De Pedro se dice que “vio”, del discípulo amado que “vio y creyó”. Veamos brevemente. En el relato se usan 3 verbos griegos diferentes, al llegar el discípulo amado “ve (blépô) las vendas en el suelo”; luego Pedro “miró (teôréô) las vendas en el suelo y el sudario… no junto a las vendas sino plegado en un lugar aparte (quizás para insinuar que no se trata de que el cadáver fue robado)”; finalmente, al entrar el discípulo amado “vio (oráô) y creyó”. El primer “ver” (blépô) es también observar. Es lo que hizo María en el v.1: “vio la piedra quitada”. Lo encontramos x17 en Juan, de las que x9 en el relato de la curación del ciego (cap.9). Como es propio en Juan, allí se mueve en dos niveles: se alude claramente a la visión física (“ahora veo”) pero aludiendo a un ver distinto, aludiendo a la fe, como se ve en el v.39: “Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos»”. Es, entonces, un ver que prepara la fe. El segundo “ver” (teôréô) (x24 en Juan) es más bien físico; en el relato del ciego, se aplica a los vecinos que “veían” al ciego mendigando; sin embargo se usa también para “ver los signos” (2,23; 6,2; 7,3), sin embargo, algunos “ven” al Hijo y “creen” (6,40) y serán resucitados “en el último día”, porque “el que me ve, ve al que me envió” (12,45), pero al despedirse a Jesús no lo verán, como el mundo no ve al espíritu, aunque los discípulos sí lo verán (14,17.19). Finalmente el tercer uso (oráô) es el más común (x82). En el relato del ciego lo encontramos al principio (v.1, Jesús lo vio) y al final (v.37) “ese que has visto” que es el momento culminante de la fe del ciego. Ya en el discurso del pan de vida este verbo se relaciona estrechamente a “creer”: “le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?” (6:30), “me han visto y no creen” (6,36), el que “ve” a Jesús, “ve” al Padre (14,9), “afirma que no lo “verán”, y Jesús declara bienaventurados a “los que no han visto y han creído” (20,29). Esto nos permite suponer que no parece haber demasiada diferencia entre los tres, aunque el tercero está más estrechamente ligado a “creer”.

Por su parte “creer” es quizás la palabra principal (o una de ellas) de todo el Evangelio (x98). Todo él se escribió “para que crean” y “creyendo tengan vida” (20,31). Decir que el discípulo amado “cree” es decir que alcanza la vida. Amor – vida – creer (es interesante que en Juan no aparece jamás el sustantivo, “fe”) constituyen el todo. Y lo interesante es que es de este discípulo que se afirma que “cree”, y sin ver sino los signos de la resurrección. “Ve” lo mismo que Pedro, pero esté “ve y cree”.

Siendo que para esto se ha escrito el Evangelio, siendo que se declaran felices a los que creen sin haber visto, y siendo que el discípulo amado – ejemplo del verdadero discípulo - cree sin ver sino los signos de la resurrección, el relato nos desafía a creer con los signos (de los tiempos) y así tener la misma “vida” (que es vida divina).


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