miércoles, 19 de marzo de 2025

El exagerado Jesús de Nazaret

El exagerado Jesús de Nazaret

Eduardo de la Serna

 


Hay una serie de textos de los Evangelios que deberían escandalizarnos, y, sospecho, si eso no ocurriera es probable que estemos leyendo mal o pasteurizando (¡una vez más!) la Palabra de Dios. Sin pretender agostar los pasajes, quiero señalar algunos:

 

1.- Jesús compara “el reino de los cielos” a un “hombre rey” que quiso ajustar cuentas con sus esclavos-siervos (doûlos). Siendo que uno no tuvo misericordia con su con-siervo (sýndoulos) como el rey la había tenido con él, encolerizado (orgízomai) lo entregó a los torturadores (basanistês) hasta que pagara. Ciertamente, la palabra chocante en la parábola es “torturadores”, porque no se espera eso de un rey-Dios. Muchas Biblias suavizan un poco el término traduciendo “verdugos”. El término se encuentra sólo aquí en toda la Biblia, pero, por ejemplo, Flavio Josefo lo utiliza dos veces con ese clarísimo sentido (Guerra 2:152; 5:436, tortura y crueldad).

 

2.- En otra parábola, Jesús contrasta un buen y un mal esclavo (doulos) que actúan bien o mal y su señor (kyrios), al llegar reaccionará de un modo “acorde” a ello. Al primero lo pondrá al frente de sus bienes mientras que al segundo lo “descuartizará” (dijotoméô; Mt 24,45; Lc 12,46). Nuevamente muchas traducciones suavizan: castigará, separará; pero en Éxodo 29,17 el carnero debe ser “descuartizado”; Josefo, nuevamente, en Antigüedades 8,31: “cortará a sus hijos en pedazos” …

 

3.- A continuación, el texto de Lucas (12,47-48) anuncia “azotes” (dérô), nuevamente suavizado por golpes o castigo en algunas traducciones. En 2 Cro 29,34 se traduce “desollar” (no parece el caso en Lucas), el término es usado en los tres evangelios mostrando la violencia de los viñadores con los enviados del dueño de la viña (Mc 12,3-5 par.) y para aludir a la violencia ejercida contra Jesús y los apóstoles en su encarcelamiento (cf. Lc 22,63; Jn 18,23; Hch 5,40; 16,37; ver 22,19).

 

4.- Especialmente Mateo insiste en que el rey echa, al que ha entrado a la fiesta sin traje de bodas, “a las tinieblas de afuera”, “allí será el llanto y rechinar de dientes” (22,13); allí también será echado el descuartizado (24,51) y allí arroja el señor al esclavo que no puso el talento en un banco para recibir intereses usurarios (25,30). Este lugar es calificado de “horno de fuego” (13,42.50) y “tinieblas” (22,13; 25,30). Es la imagen del miedo, indignación, terror o también (depende el sujeto) del odio o el enojo (cf. Job 16,9; Sal 35,16; 37,12; 112,10). Ciertamente, puesto que los sujetos son arrojados a este lugar, la consecuencia entre tinieblas es el miedo. Se trata, por ejemplo, de una prisión (que eran ciertamente oscuras; ver Is 42,7; Is 61,1; Lc 4,18).

 

Podríamos seguir. Estos textos no son los únicos. Y, lo repetimos, no es sensato suavizarlos para no escandalizarnos. Los textos deben leerse tal como están.

 

Concretamente, ¿alguien se escandalizaría, en tiempos de Jesús, de saber que un rey, como el César, como Herodes, por ejemplo, actuaría de esa manera inmisericorde? Ciertamente cualquiera sabe que “así actúa un rey”. Por otro lado, ¿alguien se sorprendería del mal trato – eventualmente “justificado” – de un amo a sus esclavos? Así actúa un amo ante un esclavo desobediente. La realidad de la esclavitud (que, como se sabe, no la hay al interno de Israel con otro israelita) es cruel (tampoco hay que pensarla a la luz de los esclavos de los campos de algodón en Norte América, por cierto). Pero, para una mejor comprensión, entendamos algunos elementos:

 

1.    No en todos los casos se afirma que el sujeto en cuestión es Dios; que sea una comparación no significa “así es Dios”; por ejemplo, en la parábola de los talentos se dice “es como un hombre [anthropos]” (25,14) no que “el reino se parece a…” (25,1).


2.    Debe notarse que todos estos ejemplos se encuentran en parábolas. Una parábola – debe recordarse – es una imagen, un proverbio, donde se pretende señalar un elemento, y todo el resto forma parte del marco narrativo. Un buen narrador, ¡y Jesús lo era!, busca encontrar los mejores aspectos a fin de apuntar a lo que quiere resaltar; en estos casos, la importancia de perdonar al hermano, de estar atento y fiel a las cosas de Dios, de ser capaces de afrontar dificultades y persecuciones siendo fieles a las cosas de Dios, etc.

 

Es de notar que, expresamente Jesús busca exagerar en sus comparaciones:

 

  • 1.    Nadie tiene una viga en su ojo (Mt 7,3-5 // Lc 6,41-42)
  • 2.    Nadie piensa posible que un camello pase por el ojo de una aguja (Mc 10,25 par)
  • 3.    Nadie cuela un mosquito y se traga un camello (Mt 23,24)

 

Y acá podemos dar un paso más. Jesús, que vive en su tiempo, usa las imágenes de su tiempo, las crueles, las exageradas, las vistosas con la finalidad de mover a pensar y actuar en consecuencia. Y, todo esto, en el contexto de su predicación del reinado de Dios; pero no es sensato leer los textos “a la letra” (no sólo pasteurizarlos, sino también proponerlos a la luz de un Dios cruel, sádico y castigador es contrario a lo que los textos dicen); pero saber que Jesús es “provocador” para sacudir conciencias, para invitar a un cambio de mirada, no caben dudas.

 

Y, a modo de conclusión, vaya un último ejemplo: como es frecuente en la fuente de la que se sirven Mateo y Lucas, encontramos un varón y una mujer puestos en paralelo. Encontramos un varón que pone un grano de mostaza en tierra y esta semilla crece “hasta árbol”, pero luego se presenta a una mujer que mete levadura en la harina “hasta fermentar todo”. Decir que el reino de Dios es semejante ala levadura es algo absolutamente chocante para cualquier judío. La levadura es señal de corrupción y pecado (Mt 16,6; Mc 8,15; 1 Cor 5,6-9). Sería como compararla con una “manzana podrida” que, como es sabido, “pudre” todo el cajón.  Decir que “el reino de Dios es semejante a una manzana podrida”, ciertamente es chocante. ¡Expresamente chocante! Así como una manzana podrida afecta todo un cajón, así debe propagarse el reino entre toda la realidad circundante. Chocante, ciertamente. Para pensar, ciertamente.


Imagen tomada de https://www.istockphoto.com/es/fotos/provocador

martes, 18 de marzo de 2025

Cuaresma 3C

Dar frutos para el Reino

Tercer domingo de Cuaresma

Eduardo de la Serna





Lectura del libro del Éxodo     3, 1-8a. 13-15



Resumen: Moisés se encuentra con Dios que le revela su misión y su propio nombre para que sepa que lo acompaña en el camino de la historia.

El texto de la así llamada “vocación de Moisés” o también de la “revelación del nombre de Dios” es una unidad muy extensa en el libro del Éxodo. Comienza en 2,23-25 donde se informa al lector la muerte del faraón que oprime a los israelitas y finaliza con la comunicación a Moisés de este hecho (4,19). Dentro de esta unidad, una sub-unidad nos informa que Moisés sale de casa de Jetró, su suegro, para llevar el ganado (3,1) y finaliza con el regreso al hogar (4,18). Toda esta sub-unidad es un largo diálogo entre Moisés y Dios que comienza con un encargo (3,10) y es desarrollado con preguntas de Moisés (3,11.13; 4,1.10.13) y respuestas de Dios (3,12.14; 4,2.11.14). En el diálogo, ante la magnitud del envío, Moisés presenta objeciones que son respondidas por Dios, hasta finalmente molestarse (4,14).


Toda esta unidad puede mostrarse como un conflicto entre el faraón divinizado y Yahvé. El faraón atenta contra las promesas de Dios (descendencia, tierra) mientras Dios lo confronta (y vence). Así cada uno tendrá sus representantes (el faraón a los magos, Yahvé a Moisés) y cada uno un territorio donde desplegar su poder (el faraón en Egipto, Yahvé será adorado “en este monte” y su pueblo, que deja de servir a faraón, servirá a Yahvé en la tierra “que mana leche y miel”).

El texto presenta una serie de repeticiones, o frases inconclusas que la antigua teoría documentaria atribuía a documentos Yahvista y Elohista, o incluso con añadidos Sacerdotales y/o Deuteronomistas. Aunque hoy no parece necesario recurrir a tales documentos, sí podemos pensar en tradiciones antiguas.

El relato comienza (no está en la unidad litúrgica) con la determinación de Dios de intervenir en favor de su pueblo. El clamor y los gritos de dolor de los israelitas esclavizados por el faraón llegan a oídos de Dios que “recordó su alianza”. Esta alianza es con personajes concretos de la historia: Abraham, Isaac, Jacob. Para la Biblia, ante una situación de sufrimiento, pobreza y opresión causada por terceros, el pariente más cercano debe salir en su favor; pero si no lo tuviera, Dios mismo sale como garante (Lev 25,25.47-55; a esta institución se la conoce como el goel). Dios oyó, y miró y se acordó. Los clamores del pueblo “suben” hasta Dios (2,23) y esto motivará que Dios “descienda” (3,8). La referencia a los Patriarcas da continuidad a todo lo anterior y viene a dar cumplimiento a la línea histórica; en la visión y diálogo se volverá sobre esto.

Ocupándose de los rebaños de su suegro, Moisés va más allá de las fronteras y llega hasta un monte. Este monte es calificado de “montaña de Dios”, sea porque ya era un santuario tradicional, sea por lo que acontecerá a continuación, o por lo que ocurrirá en el futuro. Y se aclara que se trata del Horeb. Aunque es posible que se trate de montes originariamente distintos, la tradición lo ha identificado con el Sinaí. Horeb parece el nombre que recibe en las tradiciones originadas en el norte (= Israel). En este contexto, un “mensajero” (mala’k) de Yahvé se le aparece. Esta imagen del “ángel” es característica de muchos relatos antiguos como una manera de aludir al mismo Dios (ver Dt 4,15). La “angelología” será más tardía en Israel (en Tobías, Daniel, por ejemplo). De hecho el “ángel” es visto, pero el que habla es Dios mismo, que es quién empezará el diálogo con Moisés el cual será lo central en toda la unidad. De hecho, lo que Moisés ve es una “llama de fuego”. El fuego, con frecuencia, refiere a Dios mismo (Gen 15,17; Ex 13,21; Jue 13,20; Sal 50,3; 97,3; Is 29,6 y por contraste en 1 Re 19,12). La narración presentará una escena que simplemente prepara el extenso diálogo, y que por otra parte anticipa la futura alianza que se sellará en el mismo lugar (Dt 5,2) y allí le habló a su pueblo “cara a cara en medio del fuego” (Dt 5,4).

Lo que Moisés ve es ese fuego que sale de en medio de una zarza. Lo extraño es que la zarza no se consume y Moisés quiere ver. Es posible que se intente un juego de palabras en hebreo entre zarza y Sinaí, pero no es seguro (especialmente porque se habla de Horeb; zarza en hebreo es seneh, casi las mismas consonantes). La zarza es tan insignificante que este término sólo vuelve a encontrarse en la Biblia hebrea sólo una vez más (Dt 13,16). Como arbusto es banal y es desde allí que Dios llama a Moisés. Puesto que allí está Dios, ese lugar insignificante pasa a ser “lugar santo” (v.5). Por tanto, Moisés ha de descalzarse, puesto que las sandalias han estado en contacto con “lo profano” (Jos 5,15).

Las sandalias son signo de camino, por eso la Pascua se debe comer con las sandalias puestas (Ex 12,11), y es propio del esclavo sacar las sandalias de los pies al patrón cuando vuelve para ya permanecer en la casa y no volver a salir. Lo sagrado y lo profano no deben juntarse nunca.

Por otro lado, Moisés se tapa el rostro porque “teme” ver a Dios. Dios no puede ser visto (por eso es habitual “caer rostro en tierra”; ver Ex 33,20). Y Dios mismo se le “presenta” a Moisés identificándose con el “Dios de los padres”. Se ha dicho, y es probable, que en la progresiva revelación de Dios se comienza con el Dios “de mi padre” (el ejemplo parece insinuarse en Gen 31,42 donde se habla del “Dios de Abraham y el Terrible de Isaac” como si fueran nombres distintos). Con el tiempo la concepción tribal deja lugar para aludirse luego al “Dios de mis padres”. En este caso, estaríamos en el momento en que se da paso a una nueva comprensión de Dios, presentado como Yahvé, como veremos.

Después de presentados los personajes, va a comenzar el diálogo. La liturgia alude solo a dos de las cuatro etapas que indicamos más arriba. Nos encontramos con dos palabras de Dios, a las que Moisés presenta su objeción y Dios responde con una señal.

Nuevamente Dios se presenta como el Dios que escucha los gritos de dolor de su pueblo. Se presenta con tres verbos que marcan un creciente compromiso de Dios con los israelitas: vi, escuché, conozco (v.7) Y entonces, afirma que “ha bajado”. Pero es evidente que esta “bajada” de Dios se refiere al llamado de Moisés (Gn 11,5.7; 18,21) y esto supone nuevos verbos de acción: liberar, conducir.

La dirección de estos verbos es una nueva tierra distinta de Egipto. Para lo que se deberán desalojar a los ocupantes (la lista – como ocurrió en la primera lectura de la semana pasada - está omitida; aquí se señalan 6 pueblos, allí llegaba a 10). Reiterando la idea del clamor que Dios escucha, el texto llega a su climax en esta parte: “Ve, yo te envío a Faraón para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel”. Y – como es habitual en otros textos - el enviado manifiesta una objeción (la primera de este largo relato). ¿Quién soy yo para ir? Un pastor del desierto frente al divinizado faraón. Pero también, frente a la objeción, es habitual un signo (el término aparece más de una vez en esta unidad; 4,8 [2x].17); y junto con el signo la frase divina: “yo estoy contigo” (v.12; ver todos estos elementos en Jer 1: objeción, v.4; señal, v.9, “yo estoy contigo”, v.8). Sin embargo, el signo dado es problemático:

Los signos habitualmente tienen como intención animar al enviado, fortalecerlo en la duda ante la magnitud del encargo. Al ver el signo, el llamado puede creer y animarse. Sin embargo, este signo es de futuro. Y de un futuro muy distante. Muchos estudiosos han planteado diferentes soluciones al tema; pero en el texto tal como lo tenemos, el signo de futuro no es sino una invitación a Moisés a obrar con confianza, y obedecer. Porque nada lo anima a hacerlo sino confiar en la palabra de Dios. De todos modos, toda esta parte está omitida en los textos litúrgicos.

Ante el envío, Moisés presenta una segunda objeción: ¿qué les dirá a los israelitas? ¿Quién lo envía? Es un tema recurrente en la Biblia la referencia a un envío que en realidad no es auténtico (Dt 13; Jer 23,13; ver Dt 18,20). Moisés debe mostrar “credenciales”, mostrar el “nombre” de quien lo envía. Dios parece revelar su nombre y establece una relación directa entre este nombre divino y el modo en que era reconocido en la antigüedad (dios de los padres; tercera vez en la unidad). Es decir, este nombre nuevo, es el mismo Dios antiguo, y “con este nombre quiere ser invocado” en adelante [es importante, de paso, tener en cuenta la centralidad que tiene en los pueblos antiguos "el nombre", su sentido, y todo lo que eso implica; bien diferente a nuestro uso actual].

Queda, para terminar, una referencia al “nombre” de Dios. La frase habitualmente traducida “yo soy el que soy” puede también traducirse o entenderse de diferentes maneras (y se las han propuesto todas). Para comenzar, se está aludiendo a las 4 letras del nombre (recordar que el hebreo se escribe sin vocales) y que puede escribirse “YHVH”. Por ejemplo, el término “Halell-u-Yah” –aleluya- “alaben a Yah(ve)” hace sospechar que la primera vocal debe ser una “a”. Por otra parte, en el nombre se encuentra la raíz “hyh” que es el verbo “ser / estar / existir” (por eso la traducción “soy el que soy”). No debe – ciertamente - entenderse en sentido “metafísico”, en referencia al “ser”, como entiende Tomás de Aquino. Algunos han pensado que Dios se niega a revelar su nombre (soy el que soy, ¿a ti qué te importa quién soy?; al estilo de Gen 32). Fundamentalmente hay 3 grandes propuestas de la frase que es bueno presentar brevemente: “yo soy el que hace ser”, es decir, el creador. Sin embargo, si el término es antiguo, como parece, la alusión a Dios como creador parece anacrónica. Recién en tiempos del exilio (587-537 a.C.) parece empezar a desarrollarse esta idea en Israel. La mayoría de los autores lo relaciona con un enfrentamiento a los ídolos, que en realidad “no existen”. YHVH en cambio existe. “Es”; “es el que es”. Una idea semejante encontramos en Oseas (viejo profeta del Norte, que dice ante la idolatría que “ya no son mi pueblo” y “yo no soy para ustedes el que soy” (Os 1,9). Otros, en cambio, prefieren relacionarlo con la historia (como lo indica el contexto) y la referencia es a ser “el que estoy (con ustedes)”. Dios se revela como el que camina en medio de su pueblo, el del éxodo, y la liberación. Especialmente estas dos últimas posiciones se manifiestan como probables, y quizás no sean opuestas. El Dios que camina en medio de su pueblo, reclama exclusividad. Porque es el que sacó a su pueblo de Egipto y el que se manifiesta en la historia, aunque tantas veces Israel siga otros dioses.




Lectura de la primera carta a los cristianos de Corinto     10, 1-6. 10-12


Resumen: En una homilía mirando el pasado de "nuestros padres" Pablo invita a sus destinatarios a no repetir los pecados de ellos sino a "mantenerse de pie". No se trata de creer que por recibir el bautismo y la eucaristía creamos estar en camino.


El capítulo 10 de la primera carta a los corintios presenta una serie de elementos interesantes, y otros confusos que requieren alguna atención.


La unidad anterior finaliza claramente en 9,27 (una unidad centrada en la libertad / autoridad, 9,1-27). En 10,1 con el vocativo “hermanos” Pablo da comienzo a un nuevo tema (o nuevo apartado). El siguiente vocativo, “amados” (10,14) parece marcar un nuevo inicio, pero al comenzar diciendo “por esa razón”, es posible que marque la conclusión. La unidad, entonces, puede ser 10,1-14; o puede tratarse de una unidad en dos partes complementarias, comenzadas con los vocativos (1-13 y 14-22).

Empieza con una “pequeña homilía” (así se la ha llamado; o un “midrash”, el resultado de una lectura judía “para el camino” de la vida, derash). Esta lectura apunta ciertamente al presente, como el dicho “para nosotros” (v.6) lo indica claramente, “para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos” (v.11). Ciertamente la clave de la unidad estará en descubrir qué es lo que quiere “avisar”. Luego de la referencia a lo ocurrido a “nuestros padres” (lo cual ayuda a entender que Pablo se ve a sí mismo y a sus comunidades como “judíos”). Luego de presentado lo ocurrido viene la explicación: “para qué” (v.6). En v.11 repite la idea de v.6 sacando la conclusión. Veamos estas partes:

La “homilía” empieza con “no quiero que ignoren” (término que repite en 12,1 y también utiliza en Rom 1,13; 11,25); es una doble negación que permite el comienzo de un nuevo desarrollo; la homilía, en este caso.

La referencia a lo ocurrido en el éxodo hablando de “nuestros padres” – como dijimos - muestra que Pablo entiende que los seguidores de Jesús, circuncidados o no, son judíos verdaderamente. No que hable de un “verdadero Israel” como si afirmara que el otro es “falso”, como frecuentes antisemitismos lo sostienen. Pablo se sabe judío, antes y después de Damasco. Y sabe que los paganos que aceptan la fe, se incorporan a Israel, como una rama silvestre es injertada en un olivo (Rom 11,17-24). De hecho el término “cristianos” no parece existir en tiempos de Pablo (él jamás lo utiliza). “Nuestros padres” son los padres fundadores de Israel. La nube y el mar son indudablemente el paso del Mar Rojo tal como está narrado en los textos bíblicos y las tradiciones judías. Pero la novedad viene dada en los términos “bautismo” y “alimento espiritual y bebida espiritual”. La lectura es sin dudas retrospectiva. Nadie hubiera llamado “bautismo” al paso del mar (especialmente porque no fueron “sumergidos, que eso significa… “baptizein” es sumergir), y tampoco “espiritual” al maná o al agua de la roca. La clave está – como dijimos y repetiremos en seguida - en el midrash, en el “para nosotros”. Son muy interesantes e importantes para una mejor comprensión de la “homilía” las tradiciones judías y re-lecturas de estos textos, pero no es el caso destacarlas aquí. Basta con las referencias de los mismos textos bíblicos del maná como “pan del cielo” (Ex 16,4; Neh 9,15 (ver v.20; Sal 105,40-41; “manjar de ángeles”, acota Sab 16,20). Es en ese sentido, de las tradiciones post-bíblicas que ha de entenderse la imagen de una roca que los seguía. Un texto conocido como el Pseudo-Filón dice: “Por cuarenta años dejó a su pueblo en el desierto… y le proporcionó un agua que los acompañaba”; una relectura judía (llamada Targum) canta algo semejante aludiendo a un río que camina junto al pueblo en las distintas etapas del desierto (Targum Onkelos, Números 21,16-20). La relectura paulina dice que “la roca era Cristo”, precisamente por el midrash y el “para nosotros” al que en seguida hará referencia. [no hay que hacer aquí ninguna lectura extraña de la idea de la roca, como pensar en un supuesto conflicto de Pablo con Pedro (“piedra / roca”) que aquí sería anacrónico].

Siendo que la lectura está hablándonos a “nosotros”, y que Pablo ha utilizado los términos “bautismo” y “espiritual” aplicado al alimento y la bebida, ciertamente no podemos sino entender que se está haciendo alusión al bautismo y la eucaristía cristianos, como en seguida veremos. Pero el tema no finaliza aquí, estos “padres” que tuvieron estos dones divinos, “la mayoría” no fueron del agrado de Dios. Y sus muertes en el desierto son “prueba” de ello. Esta referencia a la enfermedad o la muerte como “castigo” (o abandono de parte) de Dios es frecuente en la Biblia, y en un contexto idéntico a este lo volvemos a encontrar en el siguiente capítulo (11,30) como diremos más adelante. Ahora sí, al aludir a los que no fueron del agrado de Dios a pesar de tener sus dones, Pablo puede terminar la referencia al pasado para empezar a hablar del presente. De todos modos, volverá a insistir en el “ellos” y el “nosotros” en los versículos siguientes, aunque ya claramente en “presente”.

La palabra que parece la clave para comprender toda la unidad la encontramos en v.6 (y se repite en v.11): estas cosas ocurrieron “en figura” (typos), son “modélicas” (typikos). El término “typos” es poco usado en el NT (Rom 5,14; 6,17; Fil 3,17; 1 Tes 1,7; 1 Cor 10,6.11 y – fuera de Pablo - en Jn  20,25 (2x); Hch 3x, Heb 8,5; 1 Pe 5,13; 2 Tes 3,9; 1 Tim 4,12; Ti 2,7; y es usado 2 veces en la traducción griega de la Biblia hebrea, en Ex [texto citado por Hebreos] y en Am y 2 en los libros propiamente griegos de 3 y 4  Mac). Puede traducirse como marca (Jn 20), huella, modelo. En este caso, se refiere a que lo que ocurrió a los padres en el éxodo es “modelo”, es como una suerte de “borrador” de lo que ahora “nos” ocurre. Por eso retomará la idea de “los padres” pero ahora estableciendo un claro puente con “nosotros”, poniendo una serie de ejemplos (la mayor parte de ellos están extrañamente omitidos en el texto litúrgico) [vv.6b-10].

El esquema de esta parte es simple: “no hagamos tal cosa, como ellos hicieron tal cosa” (no codiciemos, no forniquemos, no tentemos) y también “no hagan” (Pablo no usa la primera persona sino la segunda): no se hagan idólatras, no murmuren. En algunos de estos “ejemplos” (modelos negativos a evitar) aclara las consecuencias: “cayeron” (v.8), “perecieron” por serpientes (v.9), “perecieron” por el exterminador (v.10). Como se ve, en estos tres casos se alude a lo ya señalado en v.5: “sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto” (alusión a Núm 14,16). Por tanto, el esquema: “no codiciemos como codiciaron” sirve para entender qué es lo que desagradó a Dios e hicieron los padres. Ese es el (anti) modelo que se dirige “a nosotros”. Sin embargo, hay uno de ellos que no tiene su segunda parte (y está en segunda persona del plural, no en primera, como dijimos): “no se hagan idólatras” (v.7). Acá acota: “como algunos de ellos” y lo ejemplifica con una cita expresa de la Escritura. Como es obvio – por el contexto histórico del éxodo al que está haciendo referencia - aludirá a la idolatría de los padres en el desierto, el llamado “becerro de oro”, pero sin aludir ni al culto, ni a la imagen, ni al becerro… lo llamativo es que alude a que el pueblo “se sentó a comer, beber y divertirse”. Sin dudas, la referencia a comida y bebida no puede desligarse de la “comida y bebida espiritual” a la que ha hecho alusión. A continuación Pablo volverá sobre este tema (vv.15-22) aludiendo a la comida y la bebida eucarística y la comida y bebida con los ídolos [es importante – para entender mejor esto - que la clásica referencia bíblica a los ídolos es traducida en el mundo judío griego, ya más claramente monoteísta, como “demonios”; un buen ejemplo es la traducción al griego del Salmo 95,5: donde el hebreo decía “los dioses de los pueblos son insignificancia” se traduce “son demonios”]. Evidentemente continúa la misma temática; pero veamos más profundamente esta unidad, porque todavía hay más.

Vuelve a repetir que estas cosas sucedían de modo “typikos”, un aviso para los que hemos “llegado a la plenitud de los tiempos”. Para Pablo, con la resurrección de Jesús han comenzado los tiempos finales, hemos llegado a la meta y esto implica un cambio absoluto, una “nueva creación” (2 Cor 5,17 ya que Adán es (anti) tipos). Ya estamos en la era definitiva, plena (se ha colmado “el tiempo”); se ha dado la plenitud de los dones esperados expresados en el don por excelencia, el espíritu (recordar el alimento y la bebida “espiritual”). Y esto supone un modo de vida (los estudiosos hablan de la tensión entre el indicativo  y el imperativo, en este caso: “está de pie… no caiga” como una característica de la “moral” paulina. El que estima estar de pie, no murmure, no codicie, no tiente… Pero todo esto parece concentrado en un imperativo fundamental: “huyan de la idolatría”.

Nuevamente la referencia a la idolatría está en segunda persona del plural; Pablo se sabe excluido de este tema, pero sabe que no así los corintios [recordar que el contexto en la carta (1 Cor 8-10) es el de la carne ofrecida a los ídolos y la posibilidad o no de comerla sin caer en idolatría].

Es interesante el verbo “huir”. Pablo lo ha usado en 1 Cor 6,18 “huyan de la prostitución” (porneia). La reiteración de la misma fórmula ha hecho pensar a varios autores que en 6,18 Pablo está aludiendo a la prostitución “sagrada”, religiosa y no a la prostitución “profesional”. El imperativo “huyan” sólo vuelve a encontrarse en Mt 10,23 (huyan de esa ciudad….). El contexto, entonces nos muestra que los corintios caen, o corren el riesgo inminente de caer en la idolatría del mismo modo que lo hicieron sus padres en el desierto.

Sin embargo, la referencia a “¡mire no caer!” a que los modelos señalados son “aviso” para nosotros, invita a tener en cuenta otro aspecto: el bautismo y la eucaristía no son garantía, reaseguro de permanecer de pie. Y así como los que tenían el bautismo y la eucaristía “en figura” (tipos) cayeron, del mismo modo podemos caer “nosotros” o mejor dicho: “ustedes”. Creer que la eucaristía y el bautismo son reaseguro de permanecer de pie, también se asemeja a la idolatría, por cuanto es manipulación de Dios, es “confiar en”, “asegurarse en”. Es algo semejante (y paralelo) a lo que ocurre con los que creen que comen la cena del Señor (11,20) y se desentienden de los pobres (11,21); al no discernir al hermano pobre como miembro del  cuerpo eclesial (11,29) “comen y beben” su propio castigo y “por eso” (como en el desierto) hay “muchos enfermos, muchos débiles y mueren no pocos” (11,30). La posibilidad de comer desentendiéndose del hermano débil, del pobre nos pone en una mesa, sí, pero no la mesa del Señor, sino la mesa de los demonios, de los ídolos (10,18-21). La mesa de los hermanos y hermanas no puede manipularse como si fuera mesa “para mí” desentendiéndome de los demás, porque – como ocurrió en figura - nos habremos sentado a comer, beber y divertirnos, pero no a participar de un solo pan porque un solo cuerpo somos (10,17).



Evangelio según san Lucas     13, 1-9


Resumen: en un contexto histórico que algunos interpretan como "castigo de Dios" Jesús invita a la conversión. Pero esta ha de caracterizarse por los frutos que se dan en la historia.

El relato del Evangelio es en su totalidad propio de Lucas. Tanto las dos anécdotas a las que hace referencia como también la parábola. Comienza con unos nuevos personajes anónimos que se acercan a Jesús con una información. El relato concluye con una parábola. La unidad finaliza en v.9 ya que el v.10 empieza una nueva cronología (“estaba un sábado”).

El texto no dice la finalidad por la que van a contar a Jesús el acontecimiento, pero la respuesta de Jesús parece indicar que los interlocutores hacen suya – en cierta manera - la llamada “teoría de la retribución”. Para esta teología, ortodoxa y tradicional, Dios bendice y favorece a los justos, mientras que castiga a los malvados. La muerte – en manos de Pilato - de algunos galileos parece ser vista como una consecuencia de los pecados de los muertos. Es a esta teología ortodoxa y tradicional a la que enfrenta duramente el libro de Job, pero sigue reflejada en varios escritos o mentalidades tanto del AT como del NT (Ex 20,5c; Jn 9,2-3). La respuesta de Jesús “¿piensan que eran más pecadores que los demás?” (v.2) invita a sospechar que la intención de los interlocutores de Jesús tiene ese trasfondo.

A la información de que Pilato mató unos galileos en el santuario, Jesús añade otra: unos muertos por un accidente al desplomarse una torre, y continúa la misma lógica: “¿piensan que eran más culpables?” (vv 2 y 4) Los dos acontecimientos son puestos en paralelo con la misma intención: “yo les aseguro que si no se convierten todos perecerán del mismo modo” (vv. 3 y 5). Tenemos entonces dos acontecimientos en paralelo con la presentación de los hechos, pregunta de Jesús y conclusión dirigida al auditorio.

Sobre ambos acontecimientos no sabemos nada por las fuentes históricas. Ni siquiera el historiador judío Flavio Josefo, particularmente adversario de Pilato, informa de este acontecimiento. Se lo ha intentado relacionar con otros hechos con cierta semejanza, pero todo sería hipotético, por lo menos, si no fértil creación de algún comentarista. Pilato no tiene injerencia en Galilea, donde gobierna Antipas, por lo que es razonable suponer que se trata de peregrinos galileos “en Jerusalén”. El santuario, donde se realizan los sacrificios, sin duda, se refiere al Templo de Jerusalén, donde Pilato concurre para las grandes fiestas de peregrinación a fin de garantizar la “pax romana”. Es posible que el número de los muertos sea bastante pequeño (lo que explicaría – al menos en parte - su ausencia en los relatos de época). El otro acontecimiento, que también nos es desconocido, se trata de un accidente. Lo cierto es que en ambos casos nos encontramos con una muerte imprevista, sea por crimen, sea accidental. La muerte repentina debería poner a los vivos a pensar (algo semejante encontramos asimismo en 12,20, también propio de Lucas).

Pero lo cierto es que en ambos casos, en las conclusiones, el acento está puesto en la conversión. Éste es un tema propio de Lucas como se ve en su añadido al dicho de Marcos: “no vine a llamar justos sino a pecadores” donde agrega “para la conversión” (comparar Mc 2,17 y Lc 5,32). El verbo “convertir(se)” (metanoeô) lo encontramos 5x en Mt, 2x en Mc, 9x en Lc + 5x en Hch y 12x en Ap y 1 en Pablo; y el sustantivo “conversión”, lo encontramos 2x en Mt, 1x en Mc, 5x en Lc + 6x en Hch,, y 3x en Pablo, 3x en Heb, 1 en 2 Tim y 1x en 2Pe [curiosamente, el sustantivo conversión (metanoia) tanto en Mateo como en Marcos, alude exclusivamente a la predicación de Juan el Bautista, pero no así el uso del verbo]. Como se ve es un tema al que Lucas da suma importancia, en el que ocupa un interesante lugar la “conversión de los paganos” al Evangelio (cf. Lc 11,32; Hch 11,18; 20,21). En Lucas, “conversión” se encuentra con mucha frecuencia junto con “perdón de los pecados” (3,3; 24,47; Hch 5,31).Es la actitud característica del que acepta positivamente el mensaje del Evangelio. Con frecuencia es sinónimo de epistrefein (volver, en sentido religioso como “vuelta del hombre a Dios”) Lc 1,16.17; 17,4; 22,32; Hch 9,35; 11,21; 14,15; 15,19; 26,18, donde el término tiene sentido simbólico: «y se vuelvan de las tinieblas a la luz»; 28,27), y lo encontramos  junto con metanoeô en Lc 17,4 y Hch 3,19; 26,20 (ver Joel 2,14 LXX). Metanoeô expresa el abandono de una actitud negativa, mientras epistrefein la aceptación de una positiva, como dos caras de la misma moneda. La predicación de la conversión es central en Lucas y Hechos como lo demuestra 24,47: en Jesús se cumplen las escrituras y los discípulos deben, a partir de la Pascua y Pentecostés, “anunciar la conversión”.

Podemos concluir esta parte señalando que el Jesús de Lucas no se preocupa por confrontar la “teología de la retribución” sino que ante una situación aprovecha para insistir en la importancia de la conversión.

Pero como conclusión de esta unidad, Lucas presenta una parábola. Como en muchas parábolas vegetales, el tema central parece ser el fruto. En este caso se trata de una higuera que no da fruto, y a la que se le da la última oportunidad de darlo. No hace falta leer de modo totalmente alegórico el texto, lo cual deformaría su sentido y lo falsearía (por ejemplo, entendiendo los tres años como referencia al “ministerio público” de Jesús). En este caso se trata de una higuera en una viña. Es llamativo, ya que en las viñas se esperan vides, aunque no es infrecuente que haya también higueras (ver Miq 4,4; y también Plinio en la Historia Natural, libro XVII, 35). 

Un cierto fundamentalismo crítico se niega a reconocer que hay una cierta alegorización en la parábola que parece razonable descubrir. La higuera es símbolo de Israel (Os 9,10; Mi 7,1; Jer 18,13; 24,10) como también lo es la viña (Is 5,1.7; Sal 80,9-19; Os 10,1; Jer 2,21…). La comparación de Israel con árboles frutales se origina, como es evidente, en el fruto (también lo será el olivo, por ejemplo Rom 11,16-24). En Is 5, el fruto esperado es el “derecho y la justicia”, que por habitual en la Biblia (50x) es sin duda el tema principal. Pero en este caso, el fruto esperado parece ser la conversión a la que viene haciendo referencia en los versículos anteriores y que es tan importante en Lucas como manifestación de la recepción del Evangelio. Con lógica el dueño de la tierra quiere talar la higuera que no da fruto, pero el encargado le pide darle a la planta una última oportunidad, para lo que va a “jugarse el todo por el todo”. Por eso será el “último año”, sino será cortada.


El tiempo ha llegado, señala Lucas desde el comienzo, es el tiempo de la salvación, tiempo de la gracia, pero es un tiempo limitado. Los galileos y los habitantes de Jerusalén están invitados a la conversión, a dar fruto. Y así también los lectores de Lucas. A veces la sociedad espera que los cristianos demos fruto, que empecemos por nosotros mismos dando frutos de conversión antes de hablar a los demás sin dar el ejemplo. Dar testimonio del Reino de Dios, vivir “el derecho y la justicia” (Is 5,7…), nos permitirá mostrar a nuestro medio ambiente los frutos del Evangelio.


Fotos personales del autor

lunes, 17 de marzo de 2025

Lo bueno y lo malo o los buenos y los malos

Lo bueno y lo malo o los buenos y los malos

Eduardo de la Serna



Recuerdo en los últimos meses del seminario, mientras preparábamos un extenso examen complementario de toda la carrera de teología, como un descanso, muchos de nosotros nos encontrábamos a la noche frente al televisor para ver a “Elliot Ness y los intocables”. Reíamos a carcajadas con los buenos buenísimos y los malos malísimos (tanto que, al día siguiente, en cartelera aparecían “frases célebres” en la que el malísimo le decía a una mujer, “¡cállate! ¡Tu único deber es ser bella y agradarme!” o, después de una persecución, con el malo detenido, el buenísimo le decía “¡hazme un favor! … ¡corre!” incapaz él de matarlo en obediencia a la ley) …

Hace días recordaba, también aquellas películas de cowboys (extraña palabra si se la traduce) donde los buenos tenían el pañuelo al cuello hacia atrás y los malos hacia adelante para poder taparse el rostro rápidamente antes de cometer un delito. Pero nadie se percataba de algo tan simple.

Ese antiguo lenguaje infantil, de un mundo dividido en “buenos” y “malos”, obviamente, fue cayendo… Pero, pareciera, la batalla cultural que algunos quieren dar, implica no solamente volver lo más atrás posible: antes de Irigoyen-Perón y ser pre-industriales; antes de ecologías y feminismos negando el cambio climático y los femicidios y la relegación de la mujer; antes de Colón y volver al terraplanismo; y en ese “volver” a una supuesta Era de Oro, volver al sanísimo mundo de malos malísimos y buenos buenísimos. Así, podemos ver a un policía que planta un arma en el piso; otros que dejan un patrullero abierto y vacío; otro que prende fuego a un contenedor; otro que fusila a un fotógrafo; otro que prende fuego a un patrullero, pero “son azules” ergo, “son buenos”; y a una anciana protestando, un fotógrafo fotografiando, un niño volviendo de la escuela, un simple transeúnte o transeunta, pero “no son azules” … ergo

Una cosa que siempre me llamó la atención en el lenguaje pre-adolescente, fue notar cómo (se) insultan. Buscan todas las palabras más ofensivas que puedan para descalificar a la otra persona que, ciertamente, ¡es mala! (puede serlo circunstancialmente y mañana ser “mi mejor amigo/a”, o un “héroe”). Sin ningún pudor, todas las palabras y palabrotas que pasan por su mente alucinada son vomitadas sobre el o la otra persona (que, para el emisor, es no-persona). Y, lo que me llamó la atención en todos estos casos es que, creo ver/oír, el mismo vocabulario (o algo que se le parece) que se emite de boca del primer mandatario y sus secuaces. Tengo toda la sensación de estar frente a un pre-adolescente buscando continuamente seguridad: aferrándose firmemente a algo en su mano izquierda (carpeta, sobre, estuche de anteojos), sentarse en la punta de la silla presto a la fuga, y hablando sin mirar, dogmatizando en todo y vomitando excrementos orales a cada quien que no sea de los buenos buenísimos que él cree representar (hasta que “ellos” lo descarten, entre paréntesis).

Y pensaba que algo muy distinto es tender hacia “lo bueno” y detestar “lo malo”, lo que remite a mi propia conciencia que lo evalúa, pero reconociendo que esa es “mi” conciencia y quien está a mi lado, o cerca, tiene otra conciencia, y por tanto otros “valores” y, entonces, otras cosas que considera “buenas” o “malas”. Por cierto, hay un límite, y si alguien considerara “bueno” matar, la ley (y la constitución) imponen criterios de un “hasta acá, ¡sí!; más allá, ¡no!”). Pero de convivencia se trata; o, si se quiere decir en otro lenguaje casi olvidado, ¡de pueblo!

Pero, si no se pretende que la sociedad, la política, la economía, la cultura tienda hacia “lo bueno”, sino a dividir en buenos y malos (zurdos, K [o kukas], ensobrados, y otras palabras que de sólo mencionarlas me avergonzarían porque siento entrar en el terreno de ”lo malo”), es decir, una sociedad sin análisis, sin debate, sin encuentro, me hace, por un lado, sentirme tratado como un niño (y un niño tonto, lo que es habitual en ciertos ambientes que los identifican), por otro lado, la sensación que me venden una entrada en Disneylandia (donde no tengo ningún interés en ir) y, finalmente, a encontrarme un día con un trauma (social, en este caso) que necesitará décadas de tratamiento para afrontarlo, enfrentarlo, confrontarlo y, finalmente, descartarlo. Será bueno hacerlo, pero, ¡cuánto antes, más sano será!

Video con comentario al Evangelio del 3er domingo de Cuaresma C

Video con comentario al Evangelio del 3er domingo de Cuaresma C



o también en

https://youtu.be/zIOSkxnVP2g

Eduardo

sábado, 15 de marzo de 2025

¿Cuál es mi pelea hoy, dentro de la Iglesia?

¿Cuál es mi pelea hoy, dentro de la Iglesia? 

Eduardo de la Serna


 

Mi sensación, hoy, de la Iglesia actual (¡sí!, ¡la Iglesia de Francisco!) es que ella necesita una urgente desambiguación de la realidad. Pero esa tal desambiguación no pasa por una clara posición ante la realidad, ¡que también! Es decir, ante un mundo de pecado, ciertamente, debemos ponernos “en la vereda de enfrente”, pero – para empezar, al menos – no para manifestarnos oposición, ¡que también!, sino, precisamente, por la realidad de pecado, es decir, ¡como Iglesia! Algo es pecado, no porque figure en una lista tipo vademécum, sino porque “da muerte al hijo de Dios y da muerte a los hijos de Dios” (mons. Romero). Esto implica, sin ambigüedad alguna, reconocer dónde está Dios y dónde está ausente. Y acá el primer problema: ¿cómo saberlo?

 

Y, evidentemente, nunca podríamos saberlo sin conocer a Dios, ¡al incognoscible! ¡Menuda tarea!

 

En la Biblia (Antigua y Nueva Alianza) con mucha frecuencia se nos informa que hay quienes hablan en nombre de Dios sin que él los mandara hablar. Y no es sensato, al menos no necesariamente, suponer malicia o maldad de parte de aquellos. Veamos un ejemplo de los más conocidos: el terrible y potente ejército babilonio avanza contra Jerusalén, y dos profetas van a hablar “de parte de Dios”. Hananías, “profeta natural de Gabaón” (Hananías significa Yah[vé] actuó con gracia [han]) por un lado y Jeremías (Jeremías significa Yah[ve] funda, sostiene), de los “sacerdotes de Anatot”. Sostenido por la confianza en Dios, que ama a su pueblo y su tierra y templo, que no permitirá que extranjeros profanen las cosas de Dios, Hananías afirma que Dios no permitirá la destrucción de la ciudad que parece inminente. Jeremías, en cambio, afirma que Dios se ha desentendido de su pueblo infiel y, abandonada de Dios, Jerusalén será destruida. Ambos se guían por una honda religiosidad y amor a “las cosas de Dios”, pero, finalmente, Jerusalén fue destruida (Jeremías 28).

 

Y algo muy difícil de reconocer, ayer y hoy, es quién habla en verdad palabras de Dios; cómo reconocerlo. Se dirá, razonablemente, cuando lo anunciado se confirme o no con la realidad, pero en algunas ocasiones, al saberlo ¡ya es tarde! Es bueno conocer lo que Dios quiere antes que sucedan las catástrofes. Creer que Dios habla en lo que nos agrada suele ser frecuente, pero de ninguna seriedad.

Insisto. La clave está en saber cómo es Dios, para que, sabiéndolo, sepamos dónde encontrarlo y dónde no. Y acá llegamos a la Biblia, a la “palabra de Dios”.

 

Durante mucho tiempo, en la Iglesia, la Biblia fue utilizada para “reafirmar lo que se dice” (dicta probantia), es decir, la Biblia resultaba una suerte de sierva del magisterio (ancilla magisterium). En otros ambientes, la Biblia escondía un misterio más profundo que los iniciados podrían descubrir y elevarse hacia el mundo del espíritu (neoplatonismo). La imagen del ángel de Dios “dictando” al hagiógrafo el texto que este pondría por escrito fue habitual; además, se justificaba así la rigidez en la lectura de los textos y la seguridad de que todo lo que allí se encontraba era verdad irrefutable.

 

Pero, quizás saboreando las riquezas que supieron encontrar en los textos bíblicos hermanos no católicos, e intuyendo que los caminos transitados por Marie Joseph Lagrange op (1855-1938) abrían puertas insospechadas, y a su vez guiados por el Espíritu de Dios, el papa Pio XII publicó el 30 de septiembre de 1943 la encíclica Divino Afflante Spiritu. Allí dio un salto fundamental luego confirmado y desplegado en el Concilio Vaticano II en su Constitución Dei Verbum sobre la Divina Revelación (1965) afirmando que, en la Biblia, los seres humanos son “verdaderos autores” (y no un copista de un supuesto dictado angélico). Tratar de poner toda la atención, entonces, en lo que los autores y autoras humanos quisieron decir en un texto fue y sigue siendo el gran desafío; pero no para repetir “a la letra” caminos o palabras de hace milenios, sino para ir descubriendo allí el rostro de Dios. La Biblia es palabra de Dios porque nos permite ir conociendo un Dios que se revela; y por eso la revelación llega a su plenitud en Jesucristo, porque “la palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros”. “Una sola palabra tenía Dios para decir y la dijo en su hijo Jesús”, dirá Juan de la Cruz.

 

Pero ese Dios se muestra en la historia; es un Dios que “está”, y en los diferentes momentos de su pueblo, sus gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias se hace presente (o ausente). El Dios de la Biblia no es una “idea”, o una luz resplandeciente, sino un compañero de camino.

 

Los profetas, por ejemplo, para hablar de parte de Dios a su historia, aprenden a sentir lo que Dios siente frente a estos o aquellos momentos. Dios siente enojo al ver que se compra a un pobre por un par de sandalias; Dios se alegra cuando un rey hace reformas que permiten que sea mejor conocido y se hagan cosas coherentes con el proyecto de Dios para los suyos. A esto lo han llamado simpatía (del griego sym = con y pathos = sentir; el profeta o la profetisa siente lo que siente Dios ante esta o aquella realidad).

 

Pero este salto de Pio XII y el Concilio abrió y abre caminos inesperados, a veces arduos, en ocasiones sorprendentes, desafiantes, y cuando no, rupturistas. No son pocas las veces que ahora se conoce que un texto dice o revela cosas muy diferentes a lo que “siempre se hizo así”. Y, acá la crisis: resulta más “seguro”, más “cómodo”, más “tranquilizador” volver a lo que se hacía antes. Es así que, si el Concilio destacaba la prioridad de la Biblia y, en continuidad – por la conducción del Espíritu Santo – de la Tradición para recién después, en un tercer lugar, hacer referencia del Magisterio, en el intento eficaz de freezar el Concilio, Juan Pablo II primero, y Benito XVI después volvieron a poner a la Iglesia por encima de la Escritura, lo importante es lo que afirma “el Magisterio”.

 

El modo del uso de la Biblia en los textos de Pablo VI quedó en el pasado y en los documentos papales de Juan Pablo las citas bíblicas eran “adornos” para que embellezcan lo que ya estaba decidido a decir de antemano. Benito XVI, más teólogo, tuvo algo – no demasiado – en cuenta los textos bíblicos, y Francisco vuelve a hacer de la Biblia un objeto decorador de su Magisterio. El documento conclusivo del Sínodo de la Sinodalidad es un buen ejemplo de esto, la Biblia solamente es decorativa y no nutre ni textos ni propuestas. La cantidad de Congresos, Encuentros, Jornadas supuestamente teológicos donde no hay biblistas convocados es buena manifestación de esto.

 

Y acá volvemos a la desambiguación. Desambiguar a Dios creo que es tarea fundamental, porque si la Iglesia, los papas, obispos, curas, catequistas, diáconos, religiosos o religiosas, teólogos o laicos, creen que “conocen a Dios” entramos en el preocupante terreno de la idolatría. Sabemos, por ejemplo, que de Dios es más lo que sabemos que no es que lo que sí es (teología apofática; de apófasis, negación) aunque sea imprescindible estar alertas a toda recaída en el neoplatonismo. Y, evidentemente, para ver a Dios, saborearlo, encontrarlo (¡amarlo!) el punto de partida fundamental, y sine qua non (sin el cual no) es la Biblia. Leída arduamente, dejando a Dios ser Dios, dejando que nos muestre su rostro.

 

La Iglesia no podría mirar la realidad presente desde Dios, ni ver a Dios en nuestra realidad sin olfatear antes su rostro, sin entrar en profunda “simpatía” con Dios. Sin ello, lo que hace será “ideología” (como les gusta decir). Por más agradable o no que sea un discurso eclesiástico, por más aparentemente ortodoxo que aparezca, sencillamente no será teo-lógico (de theos = Dios, y logos = palabra). Y, acá mi dolor, mi angustia, mi sorpresa, en la Iglesia de hoy (Papa incluido) no pareciera que se crea que la Biblia es Dios que nos habla y se nos revela. Hemos dicho que la restauración y el invierno eclesial freezaron el Concilio Vaticano II; lo “cajonearon”. Y debo celebrar que el papa Francisco lo haya revitalizado, nos lo haya devuelto, pero debo decir que creo que la Constitución Dei Verbum sigue en ese freezer. Y los que creemos que la Biblia es palabra de Dios, los que creemos que Dios allí se revela hasta mostrarse en su Hijo Jesús, solemos sentirnos una suerte de extraterrestres, alienígenas o como quiera decirse. Pero – al menos eso – nadie nos podrá “condenar” por decirlo: la Biblia es palabra de Dios, es Dios que habla y se revela. ¡Nada menos!

 

Imagen tomada de https://www.supertodobelen.com.ar/product/freezer-bambi-dual-fh-4100-blanco

viernes, 14 de marzo de 2025

Disculpen

Disculpen

Eduardo de la Serna




Si vivimos con hermanos,

Con hermanas, y demás

Caminamos con los otros

Transitamos nuestro andar.

Vivir solo, en una isla

No nos da felicidad

Porque mirarse a uno mismo

No tiene algo que aportar.

Mirar a otras y a otros

Da amplitud al mirar

oír a otros y a otras

hace vivo el escuchar.

¿Cómo podría vivirse

sin alguien con quien pelear,

Sin otros para un encuentro,

Sin voces para cantar,

Sin miradas que desnuden

Lo que queremos tapar

Sin juegos, bailes y amigos

Y amigas pa’celebrar?

Y jugarse por los otros,

Por las causas… ¡militar!

Arriesgarse algunas veces

Y en otras veces marchar,

Y encontrarnos en debates

Para buscar y buscar

la vida de nuestro pueblo,

buscar justicia social,

buscar caminos con otros,

con otras. Se llama ¡amar!

Porque sin otres la vida

Se parece a desmayar.

Sin otros no hay patria viva

Sin otras no hay caminar.

Quizás parezca un desfile

Nada de peregrinar.

Y que me disculpen, carajo

¡eso sí que es libertad!





Foto tomada de https://elportalregional.com.ar/el-pueblo-devoto-del-senor-de-la-buena-muerte-camina-hacia-reduccion/