Video con comentario al Evangelio del 6to domingo de Pascua "B"
o también en
Eduardo
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Una breve nota sobre Moisés, la Biblia y la historia
Eduardo de la
Serna
Es importante,
antes de señalar lo que aquí nos proponemos, tener muy presente que los
cristianismos históricos y los judaísmos leemos la Biblia de modo muy diferente,
y de ninguna manera pretendo señalar que una lectura sea superior o inferior a
otra, son simplemente diferentes modos de enfrentar los textos. Modos de
lectura que dicen relación a la propia historia, la cultura, la fe…
Es sabido que
hay diferentes judaísmos y diferentes cristianismos, lo cual – creo – enriquece
a ambos colectivos, salvo cuando se pretende – no es aquí el caso – sostener e imponer
un discurso único.
Como todo
grupo tradicional, ambos se nutren de “mitos fundacionales” (en el sentido obviamente positivo que el término “mito” ha sabido conquistar), los mitos son
nutrientes de las creencias. Y, como todo mito, estos deben ser asumidos, o
asimilados por el colectivo.
Pero también,
como todo grupo tradicional, ambos tienen su historia. La historia, como
ciencia, tiene su metodología, sus criterios, sus fundamentos. ¿Los mitos
ilustran la historia? ¡sin duda!, pero en la medida en que se entiendan como
tales y se proceda a desmitologizarlos en orden a aportar a la ciencia. Para
decirlo sencillamente, la historiografía no es una creencia, por más que haya
diferentes interpretaciones de “datos”. Para decirlo, ahora, “en cristiano”, no
es una cuestión “religiosa” la existencia de un personaje llamado Jesús; hay
elementos y datos “históricos” que nos permiten afirmarlo con certeza; lo
religioso, en todo caso, son las consecuencias que afirmamos de su paso por la
historia: liberador, hijo de Dios, etc. Lo primero lo “sabemos”, lo segundo lo “creemos”
(o no, por cierto).
La historia,
es sabido, se nutre de fuentes, entre ellas la arqueología. Esta también – como
las fuentes escritas – debe ser interpretada (y complementada con otros datos;
poco serio es aquel que absolutiza un dato y niega otros para sostener sus
propios preconceptos).
Valga toda esta
introducción para referirnos a Moisés. Para empezar, quiero señalar que lo fundacional
de Israel, por lo que sé, no es ni la persona de Moisés, ni el éxodo, como
salida de Egipto, sino la convicción de que Dios se ha elegido un pueblo.
Señalo esto porque es interesante señalar que entre los grandes estudiosos de
la Historia (bíblica) de Israel, no son pocos los que directamente niegan la
existencia de Moisés (y del acontecimiento del éxodo) y podríamos aquí señalar muchos
de sus nombres; también, como es frecuente, hay posiciones más
conservadoras. Señalo aquí una postura intermedia: una vez hablando con el
enorme Severino Croatto él decía que sostenía que algún movimiento desde Egipto
hacia Canaán debería haber habido (evidentemente él no lo identificaba con la narración bíblica enriquecida teológicamente); “difícilmente – decía – los judíos
hubieran creado un mito fundacional a partir de un personaje egipcio”
(es sabido que el nombre “Moisés” es egipcio). A esto, le acompaño
un breve añadido:
Señalo esto
simplemente para destacar que es absolutamente razonable que los distintos
grupos religiosos (y esto aplica a judíos, a cristianos y a musulmanes) vean en
Moisés una serie de elementos decisivos en su gestación. Por ejemplo, de Moisés
se dice – en la misma Biblia – que es liberador, que es legislador, que es
profeta… y uno u otro aspecto será más resaltado que los otros en algunos
relatos y no tenido en cuenta en otros.
Una lectura
judía de la persona de Moisés será, por caso, diferente de otras, lo cual
enriquece, notablemente al judaísmo. Es frecuente, desde la Misná al Talmud que
se indique que “rabí X dijo A, y rabí Y dijo B, mientras que rabí Z dijo C”;
después, cada quién aceptará una de ellas y la profundizará; es algo propio del
tradicional pluralismo judío. La lectura cristiana, menos plural, de todos
modos, también destacará a “la ley de Moisés”, o a “un profeta como Moisés”, o
un “nuevo éxodo” en sus textos.
Ahora bien,
todo esto forma parte de las convicciones religiosas. Importantísimas; pero no
son fuentes para la historia, concretamente. Una lectura fundamentalista –
lamentablemente la más habitual – al estilo de la presentada en la serie “Moisés”
del fundamentalismo evangélico brasileño no resiste el mínimo análisis
histórico.
Todo esto
pretende señalar que cualquier persona creyente (incluso el presidente de la República,
si fuera creyente) tiene todo el derecho del mundo de asumir una corriente de
lectura y pensamiento. Muy distinto es que – con ella – comprometa a todo el
país y sus políticas (por ejemplo, bélicas). Es evidente que muchas lecturas
judías y muchas lecturas cristianas serán diferentes, y hasta opuestas, y no
estamos en un régimen teocrático en la que se compromete a todo un pueblo
detrás de limitadas convicciones.
Indudablemente es razonable, y frecuente, que mis convicciones creyentes me muevan a pensar o
decidir de una determinada manera frente a acontecimientos o proyectos, pero –
en ese caso – sería sensato que se las “desmitologice” a fin de presentarlas de
un modo sensato y convincente con el objetivo de que sean debatidas y aceptadas
o rechazadas por la sociedad. Pretender que se acepte acríticamente mis propias
convicciones nos remite a épocas felizmente superadas, aunque en personas o
lugares se resistan a retirarse.
Finalizo con
una idea: la literatura inspirada en el libro bíblico del Deuteronomio señala
que en algún momento Dios enviará un profeta semejante a Moisés. Los cristianos
creemos que Jesús es ese profeta, es decir, alguien que habló de parte de Dios
a su auditorio. Si Jesús nos invita al amor extremo, podemos creer que nada es
mejor que eso para nuestra sociedad y nuestro pueblo. Pero no es lógico decir a la
gente (salvo a los creyentes, por cierto): “debemos amarnos porque Jesús, el
nuevo Moisés, lo ha dejado como mandamiento”; lo razonable es aceptar el
desafío enorme de mostrar en una sociedad alimentada por el odio y el miedo,
que el amor libera, que el amor vence al odio, que el amor construye y edifica
nuestra sociedad, y nos garantiza la justicia y la paz… En fin, que si nos
falta el amor no somos nada. Pero debemos decirlo enfrentando a los odiadores,
los injustos, los violentos, los amantes de la mentira y la opresión.
Enfrentándolos con amor, ciertamente, y mostrando a quienes quieran ver y oír,
que el amor es más fuerte que la muerte. En suma, ¡que vale la pena!
Escultura de Moisés hecha por Michelangelo para la tumba del papa guerrero Julio II.
La
inhumanidad avanza
Eduardo de la
Serna
Hace ya mucho
escribí algunas notas aludiendo a la humanidad. Porque creo que antes de mirar
la paja en el ojo ajeno hay que mirar la viga en el propio, como pone
en boca de Jesús un texto que comparten Mateo y Lucas, comencé haciendo
referencia a varias actitudes eclesiásticas que están lejos, ¡muy lejos!, de la
humanidad (¡recuerdo cuando Pablo VI decía que la Iglesia es “experta en
humanidad!, expertise olvidada), y, luego, también a la “humanidad cero” que el
macrismo mostró en sus gobiernos, tanto en la ciudad, como en la Nación (si no
se ve, ¡no existe!).
Pero, si de
humanidad se trata, debo confesar que mi preocupación de ayer es espanto de
hoy. Parece que los destinos del país hoy los dirige una “persona no humana”, remedando
el espantoso fallo judicial sobre la orangutana Sandra. Y no me refiero aquí a
alguien que puede ofender o insultar a cualquiera que salga de sus acotados
límites de comprensión; tampoco a la actitud de agredir a cualquiera y después
pretender actuar como si “aquí no ha pasado nada”, y así poder vomitar sus
habituales groserías – con las que parece moverse a sus anchas – contra
presidentes extranjeros, sobre un Papa, o sobre cualquiera que tenga enfrente…
La reacción de muchos de estos, a veces, revela su escasa dignidad (y no me
refiero al sentido del término usado por la olvidable declaración del Dicasterio
para la Doctrina de la Fe, “dignidad infinita”), o mejor su “indignidad”; a
veces un puesto, o un ministerio parecen reparar agravios. Me refiero
sencillamente a la evidente reacción del sujeto ante cualquier signo de
humanidad que tenga enfrente. Puede estar ante inundados en Bahía Blanca, ante
enfermos de dengue o cáncer, o ante un adolescente abanderado que se desmaya y
nada cambia en su rictus de inhumanidad.
Todo invita
a sospechar en una personalidad que se ha armado con alfileres y que se
derrumba por cualquier cosa. Sólo parece emocionarse cuando habla de su hermana
o de su ex perro (al que sigue haciendo referencia en presente como si
estuviera vivo); escuchar al adornado vocero decirle a un periodista que le
preguntó por los perros que era ofensivo hablar así de la “familia presidencial”
revela un grado de desquicio raras veces visto. Pudimos verlo llorar (o simular
que lo hacía) en el Muro de los Lamentos y momentos después bailar (o algo que
creía que lo era) desencajado. Mientras tanto, ostenta esa inseguridad humana
que expresa, cuando está con alguien, sentándose en la punta de la silla queriendo
salir corriendo cuanto antes, aferrado a algo en la mano en todo momento y poniéndose
por encima de todos, aunque sea sobre una tarima, al hablar como si supiera,
creyendo que enseña (como el papelón que hizo en Davos) y utilizando palabras rimbombantes,
como “un tonto solemne”, como decía mi viejo [sobre la ignorancia supina que
manifiesta al hablar de temas bíblicos he escrito ya demasiado]. Un tipo
incapaz de tener una relación humana, como la que nadie creyó que tuviera con una
famosa (y que, para simularlo, tenía que estamparle un grotesco beso ante el
mundo), uno que su única relación afectiva es con un perro muerto.
Más allá de
las políticas (espantosas) implementadas, mi pregunta pretende ir a lo
fundamental: una persona que manifiesta ostensiblemente su incapacidad humana,
¿cómo puede conducir personas? ¿cómo pretende guiar a un pueblo? ¿Cómo puede
sentir lo que siente una comunidad alguien que no muestra sentimiento alguno?
Después
vendrá lo demás (¡lo terrible, por cierto!), pero un “demás” que nace de una
empatía nula, una actitud que se manifiesta en una crueldad cínica ante
desocupados, jubilados, migrantes, pobres, estudiantes universitarios,
enfermos, personas en situación de calle, comedores, hospitales, víctimas del
terrorismo de estado y decenas de espacios más donde la humanidad sencillamente
se vive en el día a día.
Un conocido
decía que los que se dedican a economía no tienen moral, porque 5 x 8 = 40, y
no hay moralidad en ello. No está de más tenerlo presente al recordar que si la
economía no la maneja la política, si se cree que se trata de una ciencia
exacta, la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, la educación o la
ignorancia, la paz o la guerra siempre serán “sencillas consecuencias de suma o
resta”. Pero creo que aquí se trata de mucho más que de moral… se trata de vida
humana. Y, simplemente, a algunos no los considero ni aptos, ni preparados, ni
incluidos en lo humano. Y – por lo tanto – incapaces de presidir un pueblo,
formado por seres humanos (a menos que pretenda que la Argentina sea un clon –
que de eso pareciera saber – de los Estados Unidos). Un buen test o examen de
humanidad debería ser exigido como imprescindible antes de elegir nuestros
futuros dirigentes.
Imagen tomada de https://es.123rf.com/photo_213814916_cultivar-la-empat%C3%ADa-im%C3%A1genes-humanidad-tem%C3%A1tica-ilustraci%C3%B3n-de-fondo.html
Roboam, un rey necio
Eduardo de la Serna
Según la Biblia, a la muerte de Salomón (cerca del año 930
a.C.) lo sucedió su hijo Roboam. Fue rey durante 41 años, pero se dice que fue causante de
una gran fractura en el pueblo. En ese entonces – por lo que leemos en los textos –
había dos reinos, uno al norte y otro al sur, con sus capitales en Siquem y en
Jerusalén respectivamente, pero estaban unidos por un mismo monarca. Cuando un rey era coronado,
luego de muerto el anterior, el sucesor debía ser ungido, y debía
hacerlo en las dos ciudades para ser a su vez rey del norte y del sur
conjuntamente. Muerto Salomón, su hijo Roboam, después de ser ungido en Jerusalén se
traslada a Siquem (1 Re 12,3) y allí los habitantes le piden que sea menos duro
con ellos que lo que había sido su padre (1 Re 12,4) quien fue sido particularmente
rígido con el Norte (él era del Sur) a lo que él responde que le den tres días
para pensarlo y consultar. Entonces se hace asesorar por los ancianos,
consejeros que habían servido a Salomón, quienes le recomiendan que sea cercano
a su pueblo, que sea «servidor de su
pueblo y les dé buenas palabras» (12,7). Pero Roboam no siguió este consejo
y pidió entonces asesoramiento a los jóvenes (12,8) quienes le recomendaron
“endurecer” más aun lo que había hecho Salomón: «–Si mi padre los cargó con un yugo pesado, yo les
aumentaré la carga; si mi padre los castigó con azotes, yo los castigaré con
latigazos». (12,14). Esto - obviamente - provocó que todo el Norte
decidiera romper con el Sur, eligiera su propio rey y, a partir de este momento,
hubiera – para siempre – dos reinos separados, independientes y por muchos
momentos, reinos enemigos.
Fue tal la consecuencia de esto que muchísimos años después
un sabio escribió:
«Salomón descansó con sus padres [= murió] y dejó
por sucesor a uno de sus hijos: rico en locura y falto de juicio, que con su
política hizo amotinarse al pueblo. Surgió uno – no se pronuncie su nombre –
que pecó e hizo pecar a Israel.» (Sirácida
[= Eclesiástico] 47,23).
No nos interesan, aquí, las
complejas tramas y problemas históricos, sino lo que dice el texto bíblico; y no
nos detendremos en la política de Roboam, que no es en este momento un tema que interesa a la
Biblia (aunque destaca que no fue servidor de su pueblo), sino en su tontera,
su necedad. Y lo interesante es que esa tontera es vista como haber “seguido el
consejo de los jóvenes” y no haber “escuchado a los ancianos”. El tema
aquí importante es que, para la Biblia, como para muchas de nuestras culturas
(no así para una sociedad que se guía por la “producción” y exalta la fortaleza
y la vitalidad) la juventud es sinónimo de falta de experiencia, de falta de
sentido, mientras que los ancianos son todo lo contrario, sabiduría y sensatez.
Así lo dice la primera carta de Pedro:
«De igual manera, jóvenes, sean sumisos a los
ancianos; revístanse todos de humildad en sus relaciones mutuas, pues Dios
resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1Pe 5,5).
Los ancianos, para la
Biblia, son en general modelo de sabiduría y experiencia, mientras los jóvenes
no lo son. Incluso es interesante que cuando se encuentra un joven que
manifiesta mucha sabiduría, como es el caso de Daniel (Dn 13,45), se dice de él
que “Dios te ha dado la dignidad de la
ancianidad” (13,50). En el libro de Judit se cuenta que en la ciudad hay un
“Consejo de Ancianos” (4,8; 11,14; 15,8).
En este sentido, otro libro de sabiduría lo dice expresamente:
«…tres clases
de gente odia mi alma, y su vida me llena de indignación: pobre altanero, rico
mentiroso, y viejo adúltero, falto de inteligencia. Si en la juventud no has
hecho acopio, ¿cómo vas a encontrar en tu vejez? ¡Qué bien sienta el juicio a
las canas, a los ancianos el tener consejo! ¡Qué bien parece la sabiduría en
los viejos, la reflexión y el consejo en los ilustres! Corona de los viejos es
la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor» (Sir 25,2-6).
El modelo de sabio en
la Biblia es el anciano o anciana, ya que es quien ha vivido, a quien su
experiencia lo lleva a saber
distinguir lo bueno de lo malo; y – por el contrario – el modelo de necio, el
no-sabio, es el joven. El rey Roboam no supo escuchar a los sabios, a los que
pueden aconsejar con la experiencia vivida, que le aconsejaban tener un pueblo
feliz (algo que deberían aprender los políticos de todos los tiempos y lugares)
y se dejó asesorar por la inexperiencia y la necedad juvenil. En muchas
culturas de nuestro mundo hay comunidades que respetan de modo casi sagrado a
los ancianos, como se respeta la vida; y son escuchados, consultados,
valorados; mientras en otras culturas los ancianos son descartables, y casi una
molestia. La actitud de Roboam nos debería servir para aprender a valorar a
nuestros “abuelos” y “sabios” y aprender de su experiencia para conducir
nuestras vidas y nuestras culturas.
Los frutos para la vida de todos y todas
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos». (13,10).
15,1-8 | 15,9-17 |
Padre (v.1) | Padre (v.9) |
Palabra (v.3) | Mandamiento (v.10) |
Lo que pidan (v.7) | Lo que pidan (v.16) |
Palabra (v.7) | Padre (v.16) |
Padre (v.8) | Mandamiento (v.17) |
Video con comentario al Evangelio del 5º domingo de Pascua "B"
Eduardo
Presentando a Sargón I, rey de Acad
Eduardo de la Serna
En la vieja región de Mesopotamia, en el s. XXIV a.C surgió un imperio: los acadios (eran semitas). Su fundador: Sargón I (2334-2279 a.C.). En esa misma región la había precedido, antes, la importante ciudad sumeria de Uruk, ambas a orillas del rio Éufrates; de esa misma región, tiempo después, será rey Hammurabi (1810-1750 a.C.) cuya legislación codificada también será trascendente. Ambas culturas fueron importantísimas para que, muchos siglos después, surgiera una nueva cultura: Israel.
La importancia de Sargón – en tiempos bíblicos –
radica en que un sucesor de este, asumiera su nombre más de 1.500 años después,
Sargón II, rey de Asiria. Pretendía, así, remitirse a aquel mito fundacional y
repetir aquel imperio. Sargón es de la misma época que la destrucción de
Samaría por su ejército. La Biblia pretende, en muchas ocasiones, mostrarse en
las antípodas de la archi conocida crueldad asiria, de allí que – con frecuencia
– se aluda a ella.
Pero volvamos a Sargón, el fundador, Sargón de
Acad, Sargón el grande…
«Sargón
(Sharru-ukin), el soberano poderoso, rey de Acad, soy yo. Mi madre fue una sacerdotisa;
no conocí a mi padre. Los hermanos de mi padre amaron los montes. Mi ciudad es
Azupiranu, situada a orillas del Éufrates. Mi madre (sacerdotisa) me concibió y
me dio a luz en secreto; me puso en una cesta de juncos y con betún selló la
tapadera; me echó al río, el cual no me anegó, sino que el río me transportó y
me llevó a Akki, el aguador. Este me extrajo cuando sacaba agua del pozo; Akki
el aguador me recibió por hijo suyo y me crió; Akki el aguador me nombró su
jardinero. Mientras era jardinero, Ishtar me ofreció (su) amor. Y durante
cuatro y ... años ejercí la realeza; regí al (pueblo) de las cabezas negras y
lo goberné; conquisté fuertes montañas, (talándolas) con azuelas de bronce;
escalé las sierras elevadas y las sierras bajas; recorrí tres veces los países
del mar ...» [J. B.
Pritchard (ed.), Ancient Near Eastern Texts, Relating to the Old Testament,
Princeton: Princeton Univ. Press 1969, 119]
Israel, siglos después, empezó a
pensar su historia, y la recreó a la luz de lo que había escuchado de sus opresores,
pero presentándola contraculturalmente. Por un lado, Moisés – como Sargón de
Acad – fue rescatado (Éxodo
2,3) de las aguas de una cesta de juncos calafateada con betún (que no hay en
Egipto, como sí es abundante en Mesopotamia… se llama petróleo). Pero, además,
en claro contraste con Asiria (y esto contemporáneamente), debe ser su opuesto;
así lo dice Ramis:
Ahora bien,
la Escritura, quizá al contraluz de la crueldad asiria, señala ejemplos
inusitados de clemencia con el enemigo. Cuando describe los avatares de una
guerra entre Judá e Israel (2 Re 15,27–16,19; Is 7–8;
2 Cr 28), señala que los israelitas derrotaron a las tropas de Judá y
capturaron doscientos mil prisioneros, que llevaron cautivos a Samaría. Cuando
los presos iban custodiados, un profeta del Señor, Oded, salió al encuentro de
la comitiva. El profeta, en nombre de Dios, censuró la crueldad que ejercían
los soldados israelitas sobre los prisioneros judaítas, y desautorizó la
decisión de someter a esclavitud a los vencidos. La actitud de Oded es
sorprendente. Oded es un profeta israelita que se opone a la opresión que sus
compatriotas ejercen contra los judaítas, enemigos vencidos. La predicación de
Oded va todavía más lejos. Exige que los prisioneros sean liberados. Los
soldados israelitas escuchan el mensaje de Oded, y los libertan devolviéndoles,
además, el botín que habían tomado cuando invadieron Judá. La predicación de
Oded persiste en anunciar a los vencedores la voluntad misericordiosa de Dios.
Entonces, los israelitas no solo libertan a los cautivos, también visten a los
desnudos y calzan a los descalzos, les dan comida y bebida, les curan las
heridas, y montan a los heridos en sus propios caballos para trasladarlos a
Jericó donde recibirán asistencia (2 Cr 28) [Ramis 2019, 167].
A lo mejor, bien harían los que
hoy hablan – como el presidente – de Moisés, en mirar de dónde surgen los mitos
fundacionales, por un lado, y lo que la Biblia pretende, en contraste con
aquellos, que sea el trato de los prisioneros. A lo mejor, además, tendría otra
mirada sobre el actual mundo islámico, sobre Irán y sobre los mismos textos
bíblicos, que, leídos fundamentalistamente, sólo sirven para la discordia y la
división.
Bibliografía breve
W. W. Hallo - W. Kelly Simpson, The Ancient Near East. A History, New York: Harcourt Brace & Company 1998;
M. Liverani, Myth and Politics in Ancient Near Eastern Historiography, London: Equinox 2004;
J. González Echegaray, El Creciente Fértil y la Biblia, Estella: Verbo Divino 32012;
F. Ramis, Mesopotamia y el Antiguo Testamento, Estella: Verbo Divino 2019;
Francesco
Di Filippo, Lucio Milano and Lucia Mori (eds.), “I Passed over Difficult
Mountains”. Studies on the Ancient Near East in Honor of Mario Liverani, Münster:
Zaphon 2023
Junia, una mujer apóstola
Eduardo de la Serna
Estamos bastante habituados a
hablar de “los Doce Apóstoles”, como
suele leerse en los Hechos de los Apóstoles; pero este autor –a quien solemos
llamar “Lucas”- utiliza ese nombre “apóstoles” con la intención de mostrar una
cadena que va de Jesús, pasando por los Doce, siguiendo por Pablo para llegar a
los “presbíteros” –que son los responsables del anuncio en su tiempo- los que,
guiados por el Espíritu Santo, tienen la responsabilidad de hacer “crecer la Palabra”, como él llama al
anuncio del Evangelio. Pero en otros escritos, san Pablo, por ejemplo, “apóstoles”
son aquellos y aquellas que “han visto al
Señor resucitado” y lo anuncian. Lucas, por ejemplo, jamás llama “apóstol”
nada menos que a San Pablo (porque no es de los Doce) algo que por su lado Pablo
afirma con insistencia. Hubo un número grande de personas que afirmaron que Jesús se
les apareció resucitado, la mayoría de los cuales y las cuales son desconocidos
para nosotros: por ejemplo Pablo cuenta lo que le han dicho: “que (después de a
varios conocidos) se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayor
parte de los cuales todavía viven, aunque algunos murieron” (1 Cor 15,6).
Cuando algunos en Corinto parecen dudar que Pablo sea apóstol (por las cosas
que hace) él les dice: “¿no soy yo
apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Cor 9,1). Ver al
resucitado y anunciarlo a los demás es la característica principal del
apostolado, para Pablo.
En este sentido no debe llamarnos
la atención que en la carta a los Romanos, en los saludos finales pida a los
destinatarios de la carta que, entre otros, “saluden a Andrónico y Junia,
mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que
llegaron a estar en Cristo antes que yo” (Rm 16:7). Si Pablo afirma ser el último al que se le
apareció el Resucitado (1 Cor 15,8) es razonable que ellos hayan llegado “a estar en Cristo antes que” él, y es
posible que sean parte de esos 500 hermanos ya señalados (lo cual seguramente
incluye también “hermanas”). Y acá un elemento curioso para nuestra mentalidad,
aunque no parece curioso para Pablo que lo dice con toda “normalidad”, y es que
Junia es mujer y Pablo a ella y a Andrónico (probablemente su pareja) los llame
-¡a ambos!- “apóstoles”. Y agrega “ilustres”.
Curiosamente en el mismo capítulo 16 de la carta a
los romanos Pablo llama “parientes” a
otros muchos: Herodión (v.11), Lucio, Jasón y Sosípatro (v.21); no parece que se refiera a parentesco biológico; es probable que
se refiera a un grupo de su mismo “clan” (la tribu judía de Benjamín), o su grupo
cercano como judío, “compatriotas” (así lo dice en 9,3 donde se manifiesta
preocupado por “mis ‘parientes’ según la carne”, sus “hermanos” y se refiere a
los “israelitas”). Es decir, Andrónico y Junia son judíos –probablemente del
ambiente griego, no de Palestina, aunque no sabemos de qué región- que en algún
momento anterior al encuentro de Pablo con el Resucitado, se incorporaron a la
Iglesia primitiva y anunciaron el Evangelio.
De ellos añade, además, que fueron “compañeros de prisión”. Es muy probable
que se refiera a una prisión muy complicada que Pablo padeció en Éfeso hasta el
punto que creía que no sobreviviría (2 Cor 1,8); otros estaban con él en la
cárcel: en Filemón 23 habla de Epafras, conocido sin dudas por Filemón. Sabemos
que Pablo se aloja en casa de Aquila y Priscila cuando está en Éfeso (ver 1 Cor
16,19). Parece que ellos arriesgaron mucho (“sus cabezas”, Rom 16,4) y lograron
que Pablo y los suyos fueran liberados. Así mientras Pablo se dirige para
seguir la misión hacia Troade, Aquila, Priscila, Andrónico y Junia (y quizás
algunos más, como Epéneto, cf. 16,5) se dirigen a Roma donde las cosas están
más tranquilas, si no es que fueron expulsados de la ciudad. Ahora bien, si ambos estaban en la cárcel sin duda se debía a
su participación junto a Pablo en la tarea misionera. Varios en Éfeso
trabajaron intensamente porque “se ha
abierto una puerta grande y prometedora, pero los enemigos son muchos” (1
Cor 16,9).
Pero en Roma, los “apóstoles” no pueden sino seguir
la misión. Y así Pablo (que espera ir pronto a la ciudad) les manda saludos y
pide que preparen el terreno para seguir anunciando el Evangelio cuando vaya.
Hoy nos resulta curioso que una mujer sea llamada “apóstola”, pero no debería ser extraño:
en el mundo antiguo los discípulos de los diversos maestros no eran más que
varones (por eso no existía el término “discípula”), pero como el grupo
cristiano tuvo mujeres desde los orígenes, inventaron el término “discípula” (ver Hch 9,36), tampoco
existía todavía el término “diaconisa” (por eso Pablo a una mujer, Febe, la
llama “diácono”, Rom 16,1-2), pero el grupo de los orígenes no dudó en
incorporar mujeres en todos los ámbitos: a la par de los varones las mujeres
eran anunciadoras del Evangelio (ver Rom 16,6.12 donde “trabajar” se refiere al
“trabajo apostólico”), y entre ellas se ha de destacar desde el principio una
“apóstola”: “¡qué grande ha de haber sido
la sabiduría de esta mujer para haber sido llamada apóstol!” (San Juan
Crisóstomo).
Imagen de Junia tomada de http://www.escogidasparaservir.com/el-ministerio-de-las-mujeres-en-la-iglesia-cristiana-primitiva-junia/
Un aporte para pensar hoy a Carlos Mugica
Eduardo de la
Serna
Cada año,
cuando se aproxima un nuevo aniversario de su asesinato, empiezan a repetirse
escenas en torno a la persona, vida y muerte de Carlos Mugica. Este año, al
conmemorarse los 50 años de su martirio, no podía ser de otra manera; es más,
se multiplican.
Así se
empiezan a escuchar voces del estilo “yo lo conocí”, con el riesgo, siempre latente,
de escuchar cosas insustanciales, cosas de dudosa veracidad, o, directamente “operaciones”.
Como es
habitual, empiezan a repetirse las notas o comentarios acerca de quiénes
habrían sido los responsables del crimen.
Y, además,
una actitud sistemática de “querer llevar agua para nuestro molino”.
No pretendo aquí
tener la última palabra ni mucho menos; sólo pretendo pensar.
Un
crimen y sus responsables
Por un lado,
ya desde el mismo momento del homicidio resultó significativo que muchos que “ayer”
lo habían criticado o hasta demolido, “hoy” lo abrazaban y condenaban a “los
otros” por ser responsables del hecho. Es sabido – no es novedad ninguna – que la
“derecha” (El Caudillo, la Triple A), que lo había criticado ferozmente, lo “canonizó”
a poco de morir responsabilizando a “la izquierda” del asesinato, mientras que –
por el contrario – la “izquierda” (Montoneros, Militancia), que lo habían
acusado de traicionar las causas del pueblo, rápidamente atribuyó el hecho a “la
derecha”. Y nada de eso sigue faltando en estos días, aunque, puesto que parece
haber más datos posteriores y una causa judicial, lo que se ve ahora son los
intentos de desmentirla para que “los otros” sean los culpables.
Un ejemplo:
Ceferino Reato acaba de publicar un libro sobre la persona de Carlos Mugica. He
podido leer varios fragmentos, y reportajes a Reato o comentarios. Todo lo que
vi y leí me pareció – por lo menos – innecesario; cargado de inexactitudes,
cosas incomprobables, mentiras o falsedades; por ejemplo – lo cual revela más
la ideología de Reato que la seriedad histórica de su trabajo – repitió en más
de una ocasión que Mugica se fue a la villa pero nunca criticó a los ricos,
sino que los seguía frecuentando como antes de su paso al barrio; eso sólo lo
puede afirmar alguien que no leyó una palabra de Carlos o quien tiene una clara
intencionalidad ideológica que deforma persona y palabra. Motivo más que
suficiente para cuestionar el libro tan publicitado por los medios… y – otro –
precisamente por los medios que lo publicitan.
¿el
primer Cura villero?
Otro elemento
es que – como ahora los “curas villeros” tienen bastante visibilidad – se ha
repetido que Mugica fue “el primer cura villero”. Eso merecería algunos
elementos para el análisis.
“Primero”
puede querer decir en “jerarquía” o en “cronología”. Además, suele decirse “primer
cura villero mártir”, lo que relativiza lo anterior. Si de jerarquización se
trata ciertamente es materia opinable, aunque podamos estar de acuerdo, pero si
se pretende indicar que Carlos fue el primer cura en ir pastoralmente a las
villas creo que no es opinable, sino falso.
¿Cura
villero? Empiezo señalando algo que ya dije en otras
ocasiones: creo que Carlos no era un “cura villero”. Para no ser malentendido,
lo explico. Creo que el término nace de la obra de Jorge Vernazza, Para
comprender una vida con los pobres: los curas villeros (Buenos Aires: Guadalupe
1989). Allí Vernazza destaca que estos curas tenían dos características: la
mayoría fueron a vivir a la villa y vivían de su trabajo manual (pp.13.14). Es
sabido que Carlos no vivía en la villa sino en el altillo del departamento
donde vivía su familia y, si bien trabajaba, lo hacía en la docencia, como profesor
en la Universidad del Salvador. A eso se debe sumar que los sábados celebraba
misa en San Francisco Solano (donde fue asesinado) y los domingos por la tarde
en el Instituto de Cultura Religiosa Superior. Nada de esto “encaja” en el
esquema de lo que eran (o son) los curas villeros. Nada de esto le quita ni un
poco a la dedicación de Carlos a la villa, a la pastoral, a lo social, etc.
Cuando él renuncia al cargo de asesor al Ministerio de Bienestar Social lo hace
por la falta de dedicación a “los villeros” y la renuncia la hace “de común
acuerdo con mis hermanos villeros”. La villa era su “lugar”, el “desde dónde”,
pero no el único lugar. Por eso me pregunto si “encaja” en el esquema de los “curas
villeros”. A modo sintomático, es de notar que Vernazza (que sin ninguna duda
era su amigo) el libro de los curas villeros lo dedica a: «Mi reconocimiento a
mis compañeros sacerdotes: Héctor Botán, Daniel de la Sierra, Jorge (sic)
Meisegeier sj, Pedro Lephaile, Rodolfo Richardelli (sic), Miguel Valle, Orlando
Yorio cuyas vivencias y entera dedicación hicieron posible este relato». Como
se ve, no menciona a Carlos Mugica (aunque es posible que se esté refiriendo a
los que entonces vivían ya que también falta Jorge Goñi que había muerto en
1982).
¿Primero? Vernazza
destaca una “simultánea inspiración” de varios curas que empiezan a trabajar
pastoralmente en Villas; menciona en primer lugar a Carlos Mugica, pero – sin un
orden aparente – indica otras villas en las que también empezó a haber
presencia de curas. Destaca que todos
estos empezaron a reunirse quincenalmente para “orar, reflexionar y mutuamente
apoyarse. No serían los primeros – al menos en Capital Federal – en trabajar en
villas, pero sí los primeros en aunar sus esfuerzos en un Equipo Pastoral”
(p.12). De ese modo, aunque reconozcamos que Mugica fue “cura villero” (cosa
que, como dije, pongo en duda), ciertamente no fue “el primero”.
Carlos
¿hoy?
Finalmente,
una nota. Se supone que los curas (y todo aquel o aquella con responsabilidades
pastorales) tienen la responsabilidad de anunciar el Evangelio en tiempos
concretos y situaciones concretas. Los tiempos de ayer son distintos a los de
hoy… y mañana serán distintos. El Evangelio es el mismo, las comunidades no.
Pretender repetir “a la letra” lo que otro – Mugica en este caso – decía y/o
hacía, es liso y llano fundamentalismo. Pero pretender, a su vez, que ese otro –
Mugica en este caso – haría y/o diría lo que yo hago, también es falaz. El
primero termina negando la realidad, el segundo negando al sujeto (Mugica)
amoldándolo al hoy. Mirar a Mugica en su tiempo, y en qué medida supo, pudo,
intentó anunciar el Evangelio a los pobres con los que compartió la vida es el
paso primero; después, hermenéuticamente, debemos mirar nuestra realidad
actual, ciertamente diferente de aquella, con la que compartimos hoy la vida,
los dolores, “los gozos y esperanzas, angustias y tristezas” de los pobres para
ver cómo anunciar hoy aquella noticia que ayer Carlos (o quien fuere) lo hacía.
Pretender igualar el ayer al hoy, o el hoy al ayer es, sencillamente, de una
pobreza preocupante. La frase “hoy Carlos diría/ haría/estaría” me resulta,
habitualmente, lamentable (además que todos sabemos que nadie sigue una vida “lineal”;
estamos llenos de frenos, saltos, curvas, conversiones y negaciones… por lo que
no necesariamente alguien que ayer decía “A” lo repetiría tiempo después; es decir,
si hoy Carlos viviera (¡con 93 años, además!) no es sensato afirmar que diría o
estaría en tal o cual situación (especialmente cuando esta se parece a la que “hacemos
nosotros”, lo cual parece una necesidad de “bendición celestial” de aquello que
vivimos.
Creo que hoy
Carlos merece ser leído, ser pensado, escuchado, mirado (y admirado) para
después leer, pensar, mirar nuestra realidad, dónde estamos, cómo vivimos y
escuchar sus criterios, sus razones, sus motivaciones para dejar que él nos
ayude a vivir con sencilla y rebelde fidelidad, como él lo hizo en nuestro hoy,
el favor y desde el lugar de los pobres.
Imagen tomada de https://ute.org.ar/a-47-anos-del-fallecimiento-del-padre-carlos-mugica/
Milei, Bullrich, Israel y “shalom”
Eduardo
de la Serna
Cuando le preguntaron a
Javier Milei sobre su actitud de involucrarse en el conflicto en la región de
Israel y Palestina, él respondió: "nosotros ya estamos en el mapa (del
terrorismo). La diferencia es si somos
cobardes o nos plantamos del lado del bien". La ministra
Patricia Bullrich afirmó que “el llamamiento a la paz no es la posición
argentina”. Esto – me parece – nos debería invitar a un planteamiento sobre la
paz, en hebreo šālōm.
Pocos términos más
polisémicos que la raíz verbal y sustantiva del hebreo: indica bienestar,
salud, culminación, plenitud, paz, amabilidad, fortuna, pago, totalidad,
armonía, y hasta, en una ocasión, un sacrificio. La popularidad del uso se
vislumbra en nombres como, probablemente, Jerusalem y Salomón,
por ejemplo. Para comprender la dificultad de la traducción hay un texto
notable: en el segundo libro de Samuel se narra una escena patética: David, el
rey, ha tenido relaciones sexuales con Betsabé, que estaba casada con un
militar de su ejército que se encontraba en plena batalla. Como ella quedó
embarazada, lo manda llamar para intentar tapar el hecho, cosa que no logra.
Pero para disimular el llamado le pregunta por el estado de la guerra. Difícil
de traducir del hebreo al castellano notemos (2 Sam 11,7):
Incluso la traducción
latina de San Jerónimo (Vulgata) así traduce:
En cambio, la Biblia griega traduce:
Vayamos, entonces, al texto hebreo:
Valga toda esta distinción para notar la dificultad en
las lenguas modernas para expresar el término šālōm,
habitualmente traducido por “paz” y, en este caso, aplicado a la guerra.
Incluso la Reina Valera, que traduce por “salud”, la aplica a Joab y al pueblo,
pero no a la guerra. Ya señalamos que “paz” no es la única traducción posible
del término.
En el segundo testamento, el griego eirēnē se
utiliza, con frecuencia en un sentido semejante al uso hebreo. Es muy frecuente
como saludo (por ejemplo, del resucitado a sus discípulos atemorizados), o en
los saludos iniciales de las cartas (en las cartas paulinas, acompañado de “gracia”,
que es más culturalmente griego).
Es interesante que Pablo
con alguna frecuencia utiliza la fórmula “el Dios de la paz” [1
Tes 5,23; Fil 4,9; 2 Cor 13,11; Rom 15,33; 16,20; cf. Heb 13,20 (algunas
traducciones también lo aplican en Rom 15,13, pero no dice ho dè theòs tēs
eirēnēs sino tēs elpídos, Dios de la esperanza)].
Así lo explica R. Jewett:
En contraste con lo dicho en el Testamento de Dan en el
que el conflicto se ha de resolver siguiendo la ley más cuidadosamente, Pablo
entiende la paz como una actividad de Dios a través del Evangelio, que transforma
los antagonistas y hace posible la cooperación [Romans, Hermeneia 2007, 939]]
En esa misma linea, para no malentender a Pablo, se ha de recordar que el
Evangelio no es la “buena noticia” de los éxitos del imperio romano (militares
o de gobierno) sino – contraculturalmente – de algo que Dios ha obrado en la
historia (por su hijo – que no es el César – Jesús); la frase “el evangelio de
Dios” (que también puede traducirse como “el evangelio que es Dios”) se
encuentra en 1 Tes 2,8.9; 2 Cor 11,7; Rom 1,1; 15,16...
Ahora bien. Ya hemos reflexionado sobre el sentido variable en los tiempos
del término “guerra” [https://blogeduopp1.blogspot.com/2024/03/una-extrana-guerra.html]
y sin duda algo semejante deberíamos decir sobre la “paz”. Entender la paz como
ausencia de guerra o conflicto es, ciertamente, muy limitado y pobre aunque se
trate de algo inicialmente deseable. A modo meramente de ejemplo, en la
encíclica de Francisco sobre la fraternidad y sororidad universal, Fratelli
Tutti (2020), el término paz se encuentra cerca de 100 veces:
Ciertamente eso no implica ignorar los conflictos frente a los cuales “el
cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión” (Juan
Pablo II)
«Resulta un absurdo
sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado» (Juan
XXIII).
Mirando los textos del gobierno citados más arriba (y los conflictos que se
despliegan por todo el mapa, los que tienen prensa y – sobre todo – los invisibilizados,
porque, por ejemplo, ¿a quién le importan los más de 5.000.000 de “negros”
muertos en la república del Congo por la “maldición” de tener coltán? Mirando
esto, y la hegemonía que nos “obliga a pensar” que se trata de “terrorismo”
cuando es algo contrario a lo que piensa y cuyos intereses defiende “el poder”
mientras que si es “nuestro” se trata de “posicionarnos del lado del bien”,
algo debería ponernos en estado de alerta.
Que me perdonen la ministra y el presidente... creo que son absolutamente
incapaces de entender el valor de la paz y de reconocer “el lado del bien”. El
mismo para el que “los argentinos de bien” son sus amigos, y no lo son (¿porque
son casta?) los pobres, los migrantes, los trabajadores, los desocupados, los
ancianos, los enfermos, los estudiantes... No creo que tenga ninguna capacidad
de entender qué es “el bien”. Si no entiende el valor urgente de la paz,
evidentemente su incapacidad ¡es absoluta!
Imagen tomada de https://twitter.com/MafaldaQuotes/status/489930072325775360