jueves, 4 de abril de 2024

Melquisedek, un sacerdote nuevo

Melquisedec, un sacerdote nuevo

Eduardo de la Serna



Si leyéramos toda la Biblia una y otra vez, y finalmente debiéramos nombrar los 50 personajes más importantes según nuestro criterio, difícilmente alguien nombraría a Melquisedec sin la influencia que le aporta la “Carta a los Hebreos”. Pero en esta carta el personaje es principal y esto llama la atención, veamos.

Como decimos, la “Carta a los Hebreos” es un escrito del Nuevo Testamento donde Melquisedec ocupa un lugar central. El cristianismo naciente parecía una religión nueva que no tenía sacerdocio. El autor, entonces, empieza a profundizar en este personaje a fin de señalar que Jesús no era sacerdote según el esquema judío (en ese caso debería haber sido de la tribu de Leví, de donde vienen los sacerdotes, y no de la tribu de Judá, como de hecho era). En una lectura cargada de simbolismos afirma que ese nuevo modo de ser sacerdote es “a semejanza de Melquisedec” y que lo es “para siempre”, por lo que ya no hay nuevos sumos sacerdotes. Jesús lo es “para siempre”. Pero ¿quién es este Melquisedec? La Biblia judía lo nombra sólo en dos ocasiones: en Génesis 14 y en el Salmo 110. Veremos primero ambos textos y luego –brevemente- por qué fueron utilizados en la Carta a los Hebreos.

A partir de la dominación de Babilonia (siglo VI a.C.), en Israel dejó de haber reyes. Nunca más los hubo; sólo se conservaba la esperanza en que “alguna vez” volviera a haberlos. Y ese rey soñado debería encarnar en sí “lo mejor que hemos tenido” (en general se pensaba en el rey David). Esta ausencia de reyes llevó a que la máxima autoridad judía (generalmente dependiente del poder político de turno, sean los persas, los griegos, los romanos…) fuera un sacerdote. Así nace el “sumo sacerdote”. Y muchos grupos, entonces ya no aguardaban un mesías rey sino que esperaron un “mesías sacerdote” (otros, incluso, esperaban a los dos). El Salmo 110  aparece como un Salmo “de David” cantado al sujeto esperado (“mi señor”, v.1), en el que Dios se compromete a defenderlo de los enemigos (vv.1-2.5-6). Pero este “señor” es cantado como “sacerdote según el orden de Melquisedec” (v.4).  Él será el “primero” (v.3). Para entender esto es que hay que ir, entonces, al viejo texto de Génesis.

En Génesis 14 se cuenta que Abraham con su gente combatió a unos reyes que habían saqueado la comarca y secuestrado a su sobrino Lot. El rey de Sodoma (vv.17.21) agradecido le ofrece a Abraham quedarse con el botín, lo que éste rechaza y, en el medio (vv.18-20), sin que se lo haya presentado ni que vuelva a aparecer, surge Melquisedec. De él se dice que es rey y sacerdote (lo que era muy frecuente en la antigüedad) de “Salem” (más tarde se lo identificará con Jeru-salem). Le ofrece un banquete (de allí la referencia al pan y el vino, que son alusión a eso, v.18). Es presentado como sacerdote de “Dios altísimo” (en hebreo “El Elyon”) que parece una invocación a una divinidad de la región (es nombrado tres veces en la unidad: vv.18.19.20), y finaliza diciendo que Abraham le dio el diezmo “de todo”.

Este texto leyéndolo en su contexto no dice demasiado más que algo, quizás anecdótico, pero cuando es leído de modo espiritual por la carta a los Hebreos pasa a decir otras cosas. Lo mismo ocurría entre otros judíos de ese tiempo: hay un libro sobre Melquisedec en los llamados “manuscritos del Mar Muerto” y varias referencias a él en otros textos antiguos. Lo que el autor del Nuevo Testamento quiere destacar es fundamentalmente lo específicamente sacerdotal (por eso empieza su lectura con el Salmo y no por Génesis) para señalar que hay otro sacerdocio (no sólo el sacerdocio oficial, el de Leví), y que este es un sacerdocio nuevo. Jesús, que no es de la tribu de Leví, sino de la de Judá, es –entonces- sacerdote “según el modo de Melquisedec” (Heb 5,5-7), y puesto que –a diferencia de los sumos sacerdotes tradicionales que, cuando uno moría, se sucedían unos a otros- ya que ha resucitado, no muere más, Jesús es “sumo sacerdote para siempre”, ya no se ha de esperar otro que lo suceda. Melquisedec, entonces, le sirve al autor como un modo de atribuir a Jesús un sacerdocio que en vida no tenía; y poder mostrar que ese sacerdocio es superior al tradicional (por eso Abraham le ofrece el diezmo de todo, cosa que se hace con un superior, Heb 7,4) y que este es definitivo. 

Un personaje casi insignificante, pero fundamentalmente misterioso, le servirá a este autor para señalar que Jesús viene a aportar una novedad definitiva (“para siempre”, ver Heb 7,16-17) y un sacerdocio nuevo –mostrando ahora la inutilidad del sacerdocio antiguo (Heb 7,18-19)- para su nuevo grupo, los cristianos. Un sacerdocio “como” el de Melquisedec.

Esta imagen, con el tiempo, se siguió profundizando y los cristianos de los primeros siglos aprovecharon otros elementos (como el pan y el vino, vistos como signo de la Eucaristía) para ver en este personaje una figura de Jesús que habría de venir. Un viejo personaje, casi escondido, sirvió a la Iglesia para profundizar su propia identidad y entender un sacerdocio distinto, semejante en todo a los seres humanos (Heb 2,17; 4,16) y cargado de misericordia y credibilidad (2,17), el de Jesús resucitado.


Escultura de Melquisedec hecha por Pérez Rojas, tomada de https://www.escultorperezrojas.com/obras/sumo-sacerdote-melquisedec/

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