lunes, 31 de octubre de 2022

Video con comentario al Evangelio 32º ciclo "C"

Video con comentario al Evangelio 32º ciclo "C"



también se puede ver en

https://youtu.be/JC8WWOCKLB8

Eduardo

jueves, 27 de octubre de 2022

Creer o no creer, esa es la cuestión

Creer o no creer, esa es la cuestión

Eduardo de la Serna



En nuestra vida diaria nos movemos constantemente en el ámbito de la creencia o no. Creemos que el paquete que compramos de un kilo de un producto tiene un kilo, y no menos; creemos que podemos cruzar con el semáforo en verde porque los conductores respetarán la señal; creemos que un amigo o amiga estará a nuestro lado cuando lo precisemos… Creer no significa ignorar que un empresario puede estafar con la balanza, que un conductor puede no respetar las señales de tránsito, que un amigo nos puede defraudar… Sabemos que eso puede ocurrir, pero seguimos creyendo. Seguimos confiando. Si dudáramos de todo y en todo, la vida se haría insoportable. Debemos pensar, debemos estar atentos, y – en ocasiones – dudar, pero confiar es algo que nos constituye como humanos.

En esa misma línea de pensamiento, podemos creer que Dios existe. O no. Del mismo modo que ocurre con un amigo o amiga, que con el tiempo es más sensato creer que lo es, es decir, que podemos confiar, pero no tenemos modo de “probarlo” (como sí podríamos probar si el paquete tiene o no un kilo). Porque es algo que no podemos “probarlo” todos hemos tenido experiencias que nos han desilusionado (“creí que era mi amigo/a”) y también amistades firmes que resisten el tiempo (y cuya amistad se confirma y reafirma, especialmente “en las malas”). Con Dios ocurre lo mismo: no podemos probar que exista, pero podemos creerlo. 

Si notamos los verbos usados: afirmar, reafirmar, confirmar, confiar, fiarse son todos términos “parientes” de la fe. Y, siguiendo con la imagen de la amistad, es evidente que no es sensato poner a prueba a un amigo o amiga para “asegurarse” que lo sea; actuar de ese modo pone en riesgo la amistad. Pero eso no quita que haya cosas que la ponen a prueba (“las malas”, por ejemplo). En ocasiones, hablando de Dios, buscar “pruebas” (milagros, sanaciones, manifestaciones del espíritu, etc.) suele ser indicio de una fe débil. Curiosamente, “en cristiano” la fe nunca es más plena como cuando nada nos invita a creer; la “cruz” es el ejemplo más acabado: Jesús experimenta incluso que Dios lo ha abandonado (Marcos 15,33), y es en ese momento que podrá expresar que “todo está cumplido” (Juan 19,30) y que Él es su Dios.

Ahora bien, si es cierto que podemos creer o no en Dios, una vez aceptado, no es lo mismo “uno que otro”; es decir, el paso siguiente es pensar ¿cómo es el Dios en el que creo? Y también, ¿cómo es el Dios en el que no creo? Luego de creer en Dios, es importante entender (al menos un poco, en una “dirección”) cómo es Dios. Para entendernos, no es lo mismo si creo en un Dios que es sádico, que es castigador, que es un “viejito bueno que no interviene”, que es una especie de militar que ordena y espera obediencia, etc. Señalo que ese hecho de creer cómo es Dios es una dirección porque si pudiéramos entender plenamente “cómo es Dios”, pues… no sería Dios; si de Dios se trata, este sería in-menso. In-finito, in-visible, in-abarcable (señalo el prefijo “in” porque en esos casos estamos diciendo lo que Dios no es: no es medible, no es limitado, no es visible…). Para ser concretos y dar un paso más, los cristianos, sencillamente, creemos en el Dios de Jesús; es decir, el Dios que Jesús nos muestra con sus palabras y sus gestos. Un Dios al que fuimos conociendo de a poco (eso sería el Antiguo Testamento) hasta que, en el tiempo esperado, se manifestó plenamente. Y, para seguir con la imagen original, ese Dios se va mostrando como se muestra un amigo (ver Éxodo 33,11) y cuando llega el tiempo de Jesús, el Evangelio de Juan nos dice claramente: 

«Ya no los llamo esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su señor. A ustedes los he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché a mi Padre» (15:15).

A veces, precisamente porque la fe no se puede “probar” (como sí se puede probar si un paquete tiene o no un kilo) puede sobrevenir una crisis. Una crisis es una etapa de dudas, de preguntas, de búsqueda de indicios… (crisis es una palabra griega que significa “juicio”; es decir, en nuestra situación concreta juzgamos si es sensato o no creer). Las crisis suelen ser muy importantes porque ayudan a profundizar el sentido, a dar más firmeza a aquello que “creemos”. Una crisis de fe puede servir para perderla o para que esta resurja más afianzada, más sólida (la idea de la fe en el mundo bíblico tiene la imagen de las raíces o los cimientos, es decir, algo que se eleva y resiste, por ejemplo una tormenta, porque tiene bases sólidas).

Pero todavía falta un paso: el primero es creer o no creer que “hay un Dios”; el segundo es creer cómo es y cómo no es el Dios en el que afirmamos creer. El tercer paso es “creerle a Dios”. Insisto lo ya dicho en otra ocasión: creer no es lo mismo que “obedecer”. Puedo obedecer, como un niño, lo que creo que debo hacer porque Dios así lo ha mandado, pero también puedo, como adulto, creer que esto o aquello es bueno, es vida, es lo mejor… porque le creo a Dios (especialmente, cuando le creo en la crisis, en la “noche” o la “tormenta”).

Creer o no creer, como se ve, es muy amplio; es un camino. Y, para volver al comienzo, la fe en Dios es como la amistad, porque en un primer momento puedo creer que alguien es mi amigo o amiga, luego – cuando nos vamos conociendo más y mejor – voy a saber cómo es esa amistad, cómo es él o ella, para, finalmente, y especialmente en los momentos complicados, saber que cuento con él o ella, o que ella o él cuentan conmigo, porque “no hay amor más grande que arriesgar la vida por los amigos” (Juan 15,13). Como Jesús lo hizo. De confiar se trata la fe.

 

Foto tomada de https://www.primeraedicion.com.ar/nota/100596458/el-sur-de-brasil-en-alerta-roja-por-la-llegada-de-ciclon-yakecan/

martes, 25 de octubre de 2022

Comentario a las lecturas bíblicas, domingo 31º C

 Hospedar a Jesús en casa provoca un cambio de corazón

DOMINGO TRIGESIMOPRIMERO - "C"


Eduardo de la Serna



Lectura del libro de la Sabiduría     11, 22-12,2

Resumen: Dios se manifiesta como “poderoso”, pero su poder se manifiesta en la “misericordia”. Precisamente por eso, ama a “todos” y de todos espera arrepentimiento cuando se han apartado de sus caminos.

El libro de la Sabiduría es sumamente crítico de Egipto ya que está escrito allí, y confronta la sabiduría judía con la greco-egipcia de Alejandría. En el final de la obra presenta una serie de antítesis entre la obra de Dios y el pasado egipcio (“jugando” entre el pasado de tiempos del éxodo y el presente de tiempos del autor). En ese contexto muestra el “poder” de Dios (11,17.21) manifestado en el “mundo” (vv.17.22), pero invita a los “hombres” (11,23; 12,8) que “pecan” (11,23; 12,2) a abandonar ese camino (11,23; 12,2) ya que tiene “compasión” (11,23; 12,8) [notar cómo se repiten las palabras clave conformando el marco del relato]. 

Dios no actuó contra los egipcios con violencia, antes bien, en su “poder” actuó con misericordia a fin de que cambien de actitud. La idolatría que los caracterizaba hubiera merecido un castigo mayor, pero Dios sólo envió animales insignificantes para hacerlo (ranas, tábanos, mosquitos). La creación goza de armonía, manifestación de su poder expresado en la misericordia. Y en el castigo a los egipcios (recordando las plagas del éxodo) Dios no quiso mostrar su poder, sino su compasión. El amor de Dios a “todos” es el motor de su obrar y de toda la creación.

Ante la grandeza de Dios, los seres humanos son comparados con algo insignificante como un grano de polvo en una balanza o una gota de rocío sobre la tierra. Sin embargo a “todos” los ama Dios (1,13-14; 2,23-24; 11,24) y se compadece de “todos”. De allí que a “todos” les dé la ocasión del arrepentimiento (v.23). Precisamente por ese amor, es que no aniquila a los pecadores dándoles la oportunidad de convertirse. Dios ama la vida (cf. 1,16-2,24). El poder de Dios se caracteriza por su misericordia y esa misericordia lo lleva a la justicia para no castigar a quien no lo merece. Cuando Dios queda “liberado” de la imagen del “castigador”, reemplazada por la imagen de la “misericordia”, el autor puede pasar a la siguiente unidad.


Lectura de la segunda carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica     1, 11-2, 2

Resumen: Un discípulo de Pablo quiere alertar a la comunidad, que está preocupada por quienes afirman que la Segunda Venida de Jesús es inminente, que eso no es así, y que quienes lo hacen los están engañando con aparentes manifestaciones del espíritu e incluso aludiendo a cartas del mismo Pablo.


Un discípulo de Pablo quiere profundizar y corregir malos entendidos causados por la primera carta a los Tesalonicenses que ha sido leída de modo distorsionado en la comunidad. La Venida de Jesús es –en ambas cartas- el tema central. Con una oración, ruega por los destinatarios para que su vida sea coherente con aquello que esperan. Pero no basta con el deseo humano, necesitan contar con la intervención de Dios, por eso “Pablo” la pide; no hay manera de que por la fuerza meramente humana “Jesús sea glorificado” (1,12). 

La mala interpretación de que la venida de Jesús era inminente es lo que “Pablo” quiere desmontar. No es claro quienes, pero algunos en la comunidad han insistido en ello. Los que lo hacen remiten al espíritu, lo afirman e incluso aluden a una carta de Pablo (acá no es evidente si se trata de una mala interpretación de 1 Tesalonicenses, o a una carta falsa, aunque lo primero es bastante probable), pero lo cierto es que esa aparente inminencia de la venida causa temor e inquietud en la comunidad y el autor quiere calmar los ánimos.


Evangelio según san Lucas     19, 1-10


Resumen: Jesús se encuentra con un hombre importante y rico, y se hospeda en su casa. Esto provoca la murmuración de todos, pero Zaqueo ha “recibido” a Jesús y eso se manifiesta en la disponibilidad de sus bienes y su actitud hacia los pobres. Así, la salvación ha llegado a su casa.


Jesús está atravesando Jericó, su última escala antes de la tan ansiada llegada a Jerusalén de la que ha hablado toda la segunda parte del Evangelio de Lucas. 

Como ya hemos señalado, los publicanos eran personas despreciadas para la mentalidad judía. Su oficio, “cobrador de peajes” permitía el robo y la estafa sin control alguno. Ciertamente, el jefe (arjitelônes) de los publicanos (telônes) era más despreciado aún. Zaqueo lo era. Lucas agrega que además era “rico”, lo que nos recuerda que recientemente un “importante” (arjôn) y también “rico” se niega a dar sus bienes a los pobres (18,18-23). 

La multitud (ojlós), que con frecuencia acompaña a Jesús en toda ocasión, especialmente en Lucas, le impide a Zaqueo poder ver a Jesús cosa que él deseaba (“buscaba” ver a Jesús). “Buscar” (zêtô) es frecuente en Lucas, habitualmente con sentido teológico (5,18; 11,10; 12,31; 13,24; 15,8; 17,33; 24,5). El texto acota que “era de baja estatura” sin que nos quede claro quién lo era, si Zaqueo o Jesús; lo cierto es que no podía verlo. La higuera silvestre le permite ponerse en alto y verlo pasar. De este modo Lucas presenta la situación que a partir de ahora se va a desencadenar:

  •        Jesús se invita a su casa
  •         La murmuración de los testigos
  •         Reacción o comentario de Zaqueo
  •         Comentario de Jesús

Zaqueo debe bajar “rápidamente” (v.5) del árbol (cosa que hace, v.6). El término es prácticamente exclusivo de Lucas en el NT (Lc x3, Hch x2, 2 Pe x1). Los pastores van “rápidamente” a ver al niño en el pesebre (2,16), Pablo quiere llegar “rápidamente” a Jerusalén (donde empezará su pasión) (Hch 20,16), Pablo comentando su pasado dice que Jesús se le aparece diciéndole que se marche “rápidamente” de Jerusalén ya que querrán matarlo (Hch 22,18). 

Jesús le afirma que “conviene” (deî) hospedarse en su casa. El verbo “deî” es muy frecuente en el NT haciendo referencia a la voluntad de Dios. Jesús afirma que “debía” estar en lo de su Padre (2,49), “debe evangelizar el reino” en otras ciudades (4,43), “el hijo del hombre debe” sufrir mucho y ser matado (9,22; también 17,25 y 24,7), los fariseos hacen algo olvidando que hay otras cosas más importantes que “deben” hacer sin olvidar aquello (11,42), el Espíritu Santo enseñará lo que “deben” decir (12,12), el jefe de la sinagoga afirma que en seis días se “debe” trabajar (13,14), y Jesús acota que “debía” desatar a la «hija de Abraham» a la que Satanás había atado (13,16), Jesús “debe” seguir adelante hacia Jerusalén para ser allí matado (13,33), el padre del hijo menor de la parábola afirma que “debía” celebrar la fiesta por haberlo recuperado (15,32), en una parábola enseña que se “debe” orar sin desfallecer (18,1), hay cosas que “deben” suceder antes de la venida de Jesús (21,9), el día de los ázimos se “debe” ofrecer el cordero pascual (22,7), se “debe” cumplir lo escrito sobre Jesús (22,37), el Cristo “debe” padecer para entrar en su gloria, según les dice el compañero de camino a los peregrinos de Emaús (24,26), todo lo escrito en el AT “debía” cumplirse con Jesús (24,44). [nota: estas son todas las veces que “deî” se encuentra en Lucas (que también es frecuente en Hechos), como puede verse, se refiere a lo que es voluntad de Dios]. En suma, Dios quiere que Jesús se hospede en casa de Zaqueo. 

Y esto debe ocurrir “hoy”, término que –lo hemos dicho en otra ocasión- es muy importante en Lucas. Los ángeles informan a los pastores que “hoy” ha nacido un salvador (2,11), Jesús comienza su ministerio destacando que la escritura que han oído se “ha cumplido hoy” (4,21), cuando Jesús cura a un paralítico los presentes afirman que “hoy hemos visto cosas maravillosas” (5,26), antes de ser matado Jesús realiza curaciones y expulsa demonios “hoy y mañana” (13,32), y “hoy y mañana” sigue hacia Jerusalén (v.33), Pedro lo negará a Jesús “hoy”, antes que el gallo cante (22,34.61) y “hoy” estará con Jesús en el paraíso el llamado “buen ladrón” (23,43). Este “hoy” es el tiempo establecido por Dios, es el día de la salvación. Como los misioneros enviados por Cristo en los capítulos anteriores, Jesús se hospeda en una casa (9,4; 10,7).

La “alegría” con la que Zaqueo recibe (hypodéjomai, el mismo verbo de la hospitalidad de Marta, 10,38 [única vez en los Evangelios]) a Jesús también es característica de Lucas. Es consecuencia de la presencia del Bautista (1,14.58) y fruto de la visita del ángel a María (1,28), la alegría que provoca el nacimiento de Jesús (2,10), es consecuencia de la última bienaventuranza, del rechazo de los hombres (6,23), de tener los nombres escritos en el cielo (10,20). La multitud se alegra al ver el milagro hecho a la «hija de Abraham» (13,17), el pastor se alegra al encontrar la oveja perdida (15,5.6.9) y el padre al encontrar al hijo (15,32), la “multitud” lo recibe con alegría cuando está llegando a Jerusalén (19,37), aunque en la pasión los que se alegran son los del sanedrín y Herodes (22,5; 23,8; es que Herodes –como Zaqueo- “buscaba ver” a Jesús, y lo ha logrado). Con justicia se lo ha llamado “el Evangelio de la alegría” (Pablo VI lo recordó en su exhortación apostólica sobre la alegría, Gaudete in Domino: “El evangelio de Lucas abunda de manera particular en esta semilla de alegría”. GD 23). Se trata de la alegría como gozo mesiánico. 

Ya hemos señalado que la “murmuración” (diagoggyzô) es el comentario negativo ante un enviado de Dios (Ex 15,24; 16,2.7.8; Núm 14,2.36; 16,11; Dt 1,27; Jos 9,18; sólo Sir 31,24 no lo es) y sólo se encuentra en Lucas en el NT: 15,2 y aquí v.7. Su raíz, goggyzô suele tener el mismo sentido aunque hay más excepciones (Jue 1,14; Jdt 5,22; Sal 59,16…). Pero también tiene ese sentido en el NT (Lc 5,30; Jn 6,41.43.61; 7,32; 1 Cor 10,10 cf. Mt 20,11; y Lc 7,34.39). La rebeldía del pueblo de Dios contra el Señor y sus enviados queda manifiesta, en este caso en el rechazo al hecho de que Jesús haga aquello que “debe” hacer y que provoca “alegría” en el destinatario de su visita. 

Como también hemos señalado en otras ocasiones, el escándalo está dado porque Jesús va a casa de “pecadores”. Esto implica que Jesús es “como ellos” (cf. 15,2; ver también Hch 10,28). El rechazo al pecador (y publicano) Zaqueo se extiende ahora a Jesús en la murmuración.

Frente a esta actitud de los testigos (“todos”, lo que implica “toda la multitud” y también los discípulos) Zaqueo interviene; y llama a Jesús “señor” (cf. 7,13.19; 10,1.39.41; 11,39; 12,42; 16,8; 17,5-6; 18,6; 22,61). La traducción de los dichos de Zaqueo no es sencilla por lo que fundamentalmente pueden hacerse dos interpretaciones, Veamos literalmente el texto:

“Mira, la mitad de mis bienes, Señor, a los pobres doy y si a alguno defraudé devuelvo el cuádruple” (v.8).

Como se ve, los verbos están en presente (doy, devuelvo) por lo que pareciera que estamos ante algo que Zaqueo habitualmente hace (notar que el nombre Zaqueo significa “el que es inocente”). La lectura tradicional los suele presentar en futuro (daré, devolveré) entendiendo que esto es algo que Zaqueo realizará a partir de “hoy”. 

En el primero de los casos, la queja de Zaqueo es que es tratado como pecador por la gente, pero que en realidad él no lo es, sino que por el contrario es un hombre justo: dar bienes a los pobres para Lucas es característico de la justicia (6,30-31.38; 11,41; 12,33; 16,9; 18,22.29). El segundo de los hechos de Zaqueo puede entenderse como “si me doy cuenta que defraudé a alguien…” (cf. Ex 22,2-3; Lev 6,15-26; Núm 5,6-7); si el texto afirma que Zaqueo hace esto habitualmente, entonces el contraste con el hombre rico de 18,18-23 es más marcado aún; aquel rico se marchó “triste” (18,23), Zaqueo lo recibe “con alegría”. 

En la segunda de las opciones posibles, estamos ante un cambio de actitud (en cuyo caso, el contraste con el rico está dado en su actitud frente a las riquezas). La disposición ante los bienes es manifestación evidente de la disposición del corazón. 

La casa de Zaqueo es ahora lugar de “salvación”, otro tema característico de Lucas: sôtería (salvación) sólo se encuentra en Lc (1,69.71.77 y aquí, y en una versión de Marcos 16,8) en los Evangelios; el verbo “salvar” es más frecuente (Mt 15x; Mc 15x; Lc 16x;  Jn 6x; y está frecuentemente ligado a los milagros, p.e. “tu fe te ha salvado”). Zaqueo, como la mujer de 13,17, también es «hijo de Abraham».

Jesús, ha venido a “salvar”, a llenar de alegría la casa por la oveja perdida que se ha encontrado, o la moneda recuperada (15,7.10) porque eso es “voluntad de Dios”. Esto es así, en caso de que se entiendan los verbos en sentido futuro. Si se los comprende en sentido presente, probablemente lo que está señalando Jesús es que del mismo modo que la mujer (¡otra vez un varón y una mujer en paralelo en Lucas!) es reconocida por Jesús como «hija de Abraham» Zaqueo también lo es. Aunque todos lo desprecien, Zaqueo es un miembro del pueblo de Dios y para él también vino Jesús (cf. 1,55; 3,8; ver Hch 3,25). Pero se debe notar que Jesús le habla a Zaqueo afirmando que “este (= Zaqueo) también es…” con lo que ahora el discurso se dirige a “todos” los que habían murmurado.

La conclusión sobre la venida del “hijo del hombre” a buscar y “salvar” lo perdido (y su paralelo con Lc 15,3-32; cf. 5,32) parece –de todos modos- que invitar a leer el texto en el sentido tradicional, es decir que la llegada de Jesús a casa de Zaqueo provoca en él un cambio de actitud. De todos modos, el reconocimiento de Zaqueo como “hijo de Abraham” y la referencia a su casa (vv.5.7.9) muestra una vez más en Lucas a un Jesús que se aproxima a los rechazados de la sociedad. Zaqueo “buscaba” (v.3) ver a Jesús, pero Jesús lo ha visto (v.5) y ha venido para “buscar y salvar” a Zaqueo (v.10).


Video con comentario al Evangelio en 
https://blogeduopp1.blogspot.com/2022/10/video-con-comentario-al-evangelio.html
o también en:
https://youtu.be/pBcKhJ403J4


Foto tomada en el municipio autónomo zapatista San Pedro Polhó, Chiapas.

lunes, 24 de octubre de 2022

Video con comentario al Evangelio domingo 31º ciclo "C"

Video con comentario al Evangelio domingo 31º ciclo "C"


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Eduardo

De cine se trata (a partir de la película "Argentina 1985")

De cine se trata

(a partir de la película "Argentina 1985")

Eduardo de la Serna



Muchas veces pasa, cuando una película enfrenta personajes o acontecimientos históricos que se escuchan voces, me refiero a voces que algo saben del tema, por cierto, que la cuestionan por alguna inconsistencia histórica o sobre los personajes, o sobre otro tema interesante (los cuestionamientos sobre un detalle que se le escapó al director y aparece un avión por allá o una cosa extraña por acá, son meros detalles y divertimentos). Y, para empezar, no les niego ni un poco el derecho a hacerlo:

+ ante la película “Thérèse”, de Alain Cavaliere (1986), una carmelita descalza me decía “adentro (= en el carmelo, en la clausura) las cosas son distintas”.

+ ante la película “María Magdalena”, Garth Davis (2018), un eminente biblista cuestionó, por ejemplo, que hubiera velas y no lámparas (inexistentes en el tiempo) en una escena.

+ ante la película “Amadeus”, de Miloš Forman (1984), muchos amantes de la música cuestionaron el rol dado en la misma a Salieri.

Los ejemplos pudrían multiplicarse en extenso. Y estos cuestionamientos, y seguramente otros, podrían responderse en detalle. Claro que hay varias preguntas previas que quizás vuelvan innecesarios los planteos. Señalemos que una película pretende ser una expresión artística, y nadie cuestionaría a pinturas del Renacimiento que en un pesebre los pastores usen ropas inexistentes, o que en una cena se utilicen utensilios anacrónicos; otro ejemplo maravilloso es la presencia de un “cui” en la Última Cena en la catedral de Cuzco (la rata es un animal impuro, para el mundo bíblico, Isaías 66,17). Alguien (un director) quiere expresar algo a unos destinatarios (los espectadores, conocidos o supuestos) para lo que toma en cuenta acontecimientos o personajes históricos de ayer que le sirven para decirlo hoy. No pretende ser una fotografía, un documental, un archivo, aunque recurra a ellos.

Creo que la clave radica en preguntarnos qué quiere (o qué logra; a veces sin quererlo) comunicar el autor. Y dialogar con ello. Es válido que no me interese (o no me guste), y que yo prefiera otra mirada. En este sentido, que esto fue “así” o que aquel personaje fue “asá” es secundario. Es importante para conocer los hechos, probablemente sí; o incluso, y es importante, para preguntarnos por qué el autor, que los conoce (o que probablemente los conozca) los modifica al comunicarlos.

+ en la película Romero (John Duigan, 1989), el protagonista muere en la consagración del cáliz de la misa, cuando en realidad Romero muere en el final de su homilía. Sin duda el autor quiere – en una sucesión de escenas que nos “llevan” a eso – mostrar que la sangre de Cristo y la sangre de los mártires se fusionan. ¿Verdadero? No. ¿Verdadero? ¡Sí!

He escuchado cuestionamientos sobre la película “Argentina 1985”. No me interesan los que nacen de la negación (aunque sean en nombre de la supuesta “verdad completa”). Y, para que se entienda quiero dejar clara mi mirada. No tengo una buena opinión formada sobre el fiscal Strassera, y mi opinión sobre Moreno Ocampo es peor todavía. Entiendo que la película (que aún no vi) lo presenta como una especia de “llanero solitario con su fiel amigo Toro”, y coincido tanto en la crítica que hizo Juan Manuel Soria Acuña (el Cohete a la luna, 23 de octubre 2022) como en la que hace Claudia Feld (Página 12, 24 de octubre 2022), pero mi pregunta es otra. No soy ajeno al 1985… ni al 1976, ni al 2022. Y, para ilustrarlo, me permito una analogía (y aclaro que no comparo acontecimientos, de ninguna manera, sólo un aspecto). Todos hemos visto o podido ver, una y mil veces películas sobre la Shoa, mejores o peores, más o menos creativas, pero en ese “una y mil veces” subyace un elemento fundamental: ¡no olvidar! El olvido, la amnesia, el Alzheimer son nocivos para cualquier sociedad. Y, entre nosotros, hemos vivido demasiado recientemente, un gobierno que hizo todo para que reine el olvido (efectos que siguen demasiado presentes entre nosotros); obviamente esa intensión amnésica revela no solamente dónde se posicionan los ejecutores en nuestra historia, sino sus claras pretensiones actuales. Entonces, una película (¡y mil!) que nos ayuden a seguir haciendo memoria, no solo es bueno, sino también indispensable si queremos no disolvernos como sociedad en la nada misma. Después vendrá el debate histórico serio (no la chicana de candidatos, o comunicadores – que en un tiempo creyeron ser periodistas – sobre hechos, números o justicia); ese es otro tema.

Que muchos, especialmente jóvenes (porque sino después viene el escándalo por la cantidad de jóvenes en tal grupo neo-nazi o en la campaña de cual candidato de derecha) puedan escuchar una voz que no han escuchado no creo que sea bueno, ¡creo que es esencial! Pero teniendo claro que de cine se trata. De espectadores también.

 

Foto tomada de https://defensoria.org.ar/noticias/a-44-anos-de-la-primera-ronda-de-las-madres-de-plaza-de-mayo-el-mensaje-de-la-defensoria/

La muerte de John Paul Meier (+18/10/22), aunque no inesperada, no menos triste.

La muerte de John Paul Meier (+18/10/22), aunque no inesperada, no menos triste.

Eduardo de la Serna



Es sabido que se suele hablar (y muchos con razón lo cuestionan) de los tres momentos en la pregunta sobre el Jesús histórico. Pero, más allá de la razonabilidad del cuestionamiento, es sabido que, salvo personajes aislados, con temas puntuales, desde mitad de siglo XX hasta entrada la década del 80 no era habitual que se intentara profundizar sobre Jesús. Especialmente por falta de métodos, fuentes y criterios, por elementos mínimos de consenso; era el tiempo “sin preguntas” dado el aparente fracaso de las dos preguntas anteriores. Precisamente por eso, fue razonable que en el Comentario bíblico San Jerónimo (original de 1968) en la parte “temática” no hubiera un artículo sobre Jesús. Pero, cuando se decide hacer un comentario totalmente nuevo (1990) ya se vio razonable tener un artículo sobre el tema (había comenzado lo que algunos han llamado “tercera pregunta”), y John P. Meier fue el encargado de elaborarlo. El artículo fue lo suficientemente serio como para que – según me informaron, por iniciativa de Raymond Brown – Meier se dedicó a ampliar este artículo en forma de libro. El propuesto libro en un tomo (A Marginal Jew) fue superado por la realidad cuando al llegar a un volumen de 480 páginas, vio (1991) que debería extenderse más ya que aún no había legado a la vida “pública” de Jesús. En 1994 había finalizado el tomo dos [publicado en 2 volúmenes en castellano] de 1118 páginas en las que escribió sobre el Bautista, la predicación del Reino y los milagros de Jesús. Ciertamente, dedicado tanto al tema del Jesús histórico, Meier escribió artículos (muchos de los que luego serían parte de los volúmenes siguientes), o dictó conferencias o participó en congresos. El ocurrido en 2000 en Tierra Santa junto a otros eminentes biblistas y algunos teólogos, por ejemplo, abría la mirada hacia los momentos finales de Jesús. Sus problemas de salud comenzaron, y al finalizar el tomo tres (703 páginas), en el que presentó compañeros y competidores de Jesús, agradeció a “diversos doctores y cirujanos” (2003, xiii). Como él mismo lo señala, los problemas de salud influyeron en la demora. En 2009, vuelve a agradecer a sus médicos (p. xi) al finalizar su volumen sobre la enseñanza de Jesús, “la ley y el amor” (734 páginas). Su salud seguía deteriorada, y nuevamente agradece a médicos y cirujanos en el inicio del tomo V (2017, xi) dedicado íntegramente a las parábolas (441 páginas). Según anunciaba en el t. IV el tomo V, y último, lo dedicaría a las parábolas, las autodesignaciones de Jesús y su muerte (p.1). Pero, como sabemos, dedicó el V a las parábolas exclusivamente, lo que invitaba a sospechar que dedicaría el VI a las autoasignaciones y la muerte. Es interesante notar que Meier mismo se vio desbordado por el trabajo en el que siempre encontraba honestamente nuevos elementos (en el tomo de las parábolas lo señala expresamente): basta notar, a modo de simple ejemplo que en el final del tomo 3 afirma que sobre eso “dedicaremos nuestra atención en el cuarto y último volumen de Un judío marginal” (p. 646); ya vimos que esperaba, luego, finalizar en el tomo V, pero luego vio que continuaría en un tomo VI. Como sabemos, también, Meier había anunciado su participación virtual en el Congreso bíblico de Buenos Aires, y, nuevamente, la salud se lo impidió.

Siendo que entre el tomo V (2017) y su muerte (2022) transcurrieron 5 años, no sabemos, por ahora, en qué etapa del volumen, quizás final, se encontraba. ¿Había avanzado o la salud se lo había impedido? ¿Estaba cerca del final?

En 2022 vio la luz un nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo (“del siglo XXI”), y nuevamente Meier escribió el artículo sobre el Jesús histórico. Ciertamente, este artículo sintetiza todo lo dicho en los volúmenes anteriores (I-V) y, siendo que habían transcurrido los 5 años mencionados, no es difícil suponer que su referencia, en este a las “autodesignaciones” y a la “muerte de Jesús” representan, aquí, al menos sucintamente, lo que podemos esperar Meier estaría escribiendo. Probablemente este artículo pueda considerarse una buena síntesis de toda su obra monumental sobre Jesús.

Es verdad que muchos lo han criticado, en muchos casos con razón: una persona no es solamente los dichos que podemos recuperar de ella (Horsley), en el “cónclave no papal” que imagina gestor del Judío Marginal falta un teólogo del Tercer Mundo (González Faus), las ciencias sociales están ausentes de su obra (Aguirre), etc. Quizás podamos señalar, entonces, que su trabajo es “minimalista”. Esto que señala es lo que con una cierta probabilidad podemos afirmar que Jesús dijo o hizo, y – sin duda – en la medida de que se encuentren accesos con seriedad a la persona de Jesús, habrá nuevos modos de conocimiento de Jesús. Pero, y precisamente por minimalista (casi 3500 páginas de “minimalismo”, podemos ironizar) lo menos que podemos señalar es que se trata de un punto de partida indispensable. La seriedad y sistematicidad con la que Meier nos pone frente a Jesús, la fidelidad a sus accesos a las fuentes, la meticulosidad de la lectura de los textos sin duda nos invita a encontrarnos con Jesús. Nada menos. Para quienes creemos que Dios nos mostró su rostro en el Jesús de la historia, mirar el Jesús que Meier nos ofrece nos desafía a combatir toda caricatura o toda domesticación, tan habituales, tan perniciosas. Y para quienes vivimos en los márgenes y somos marginales, encontrarnos con un compañero de caminos, y podemos descubrir que “Un Jesús cuyas palabras y hechos no encontraran rechazo, sobre todo entre los poderosos, no es el Jesús histórico” (tomo I, 1991, 177).

 

Foto tomada de https://www.tendencias21.es/crist/El-segundo-libro-recomendado-Un-Judio-Marginal--de-John-P-Meier-2-04-2020-1117_a2666.html

domingo, 23 de octubre de 2022

Novedad, reforma y lifting

Novedad, reforma y lifting

Eduardo de la Serna



En la vida cotidiana, con personas o con cosas, cada tanto pretendemos que haya algún cambio. Ciertamente, según la profundidad u hondura ese cambio será más o menos fundamental, más costoso de reconocer o de aceptar, más vital. Un edificio se puede retocar y pintar, se pueden hacer reformas importantes, ampliando espacios, modificando estructuras, o se puede hacer todo de nuevo. No se trata solamente de un tema de tiempo (evidentemente, pintar una pared no insume el mismo tiempo de construirla, revocarla, pintarla, o, tampoco que empezar todo casi de la nada). Obviamente, además, la recepción ante el “producto terminado” será diferente: un color puede gustar o no, y, eventualmente, se lo puede volver a modificar; no es algo excesivamente difícil. Aceptar un cambio estructural suele ser más complejo (basta recordar la dificultad que significó la aceptación de la modificación de los altares en el posconcilio, para que los celebrantes no quedaran “de espaldas”). Y, todavía, más complicado, frente a algo comenzado “de cero”, la actitud decididamente, puede ser de rechazo. O no.

En las cosas de la vida eclesial, suelen ocurrir cosas semejantes. Y cada una tiene su sentido… y su aceptación o rechazo.

Hay ocasiones en las que se pretende un simple “lavado de cara”; y no me refiero a lo edilicio (aunque lo incluya). Que se acepten o no determinados instrumentos musicales en la liturgia parece algo, en cierto modo, superficial. Obviamente hay gustos y hay sensibilidades, pero difícilmente alguien, sin trivialidad, diría que se trata de algo fundamental. Poner toda la atención y palabras en un florero, o en la disposición de los bancos, por ejemplo, sólo manifiesta la propia nadería. Es razonable que en una comunidad con una cierta periodicidad se modifique o actualice el cancionero, o algunos elementos de la liturgia, y todo eso apunta, fundamentalmente, a mostrar más “amable” el rostro de la comunidad, de la vida celebrada… Lo mismo es razonable, si se puede (lo económico influye, por cierto) cambiar la pintura, modificar ciertos adornos, incorporar alguna imagen religiosa, etc. Difícilmente una comunidad se opondría en lo fundamental a la conveniencia o pertinencia de esto. Aunque sí es posible que alguien pueda decir, por ejemplo, que no le gusta el nuevo color, o que prefería el orden anterior, etc.; se trata de gustos, lo que es un derecho (derecho no sería, pretender que se haga lo que yo quiero porque yo lo quiero). En principio, sin embargo, se ha de suponer que todo cambio, aun pequeño, debería tener una razón que lo justifique: sea que las paredes están sucias, en caso de la pintura; sea que la intención de la eucaristía entendida como cena compartida, justifique sacar el altar de la pared para que todos puedan sentirse en torno a la mesa… No se trata de “cambio porque sí”, lo que no parece razonable. La razón podrá ser estética, pastoral, histórica, cultural, etc. pero se supone que debiera haber una razón.

Estos cambios, cuando se concretan, suelen ser, de un modo especial, frecuentes en orden a manifestar la vitalidad y el dinamismo de una comunidad, y a hacer más acogedor el espacio al que se abren las puertas a los que se quiere invitar a participar en ella.

Un problema radica cuando el pequeño cambio, estético o periférico, se da, en realidad, para que, en realidad, no haya cambios profundos (es lo llamado gatopardismo, “cambio para que nada cambie”); en este caso, se trata de una estrategia de simulación. No se pretende sino mantener el statu quo. Esto suele expresar, o bien miedo a los cambios, o bien búsqueda empecinada de conservar los propios o habituales espacios, generalmente de poder. Difícilmente el Espíritu Santo pueda entrar donde no lo dejan. Es evidente que siempre hay personas que se resisten a los cambios, cualesquiera estos sean… En nombre de los dogmas (supuestos), en nombre de la Tradición (y, por lo tanto, la supuesta fidelidad), y hasta con un cómodo “siempre se hizo así” … La cosa es no cambiar. ¿Miedo? ¿Comodidad? ¿Inseguridad? Probablemente.

Otra cosa, muy diferente, es cuando se propone algo totalmente nuevo. Una comunidad que se reúne decide, por ejemplo, edificar un lugar para sus reuniones, celebraciones y fiestas. No lo había, y se propone que ahora lo haya. Así, por ejemplo, se constituye una “comisión pro …” Ahora bien, como es lógico, esta novedad nunca es propiamente “de la nada”. Una comisión pro-templo buscará empezar y edificar “un templo”. Sea de una forma o de otra, un estilo u otro, unas dimensiones u otras, pero siempre hablamos de “templo”; algo hay “antes” de empezar: la idea de un “templo”, en este caso. Por empezar algo nuevo, se puede pensar, organizar, estructurar, pero siempre sabiendo qué es lo que se pretende. Por ejemplo, Jesús presenta (según la carta a los Hebreos) un sacerdocio totalmente nuevo. Por tanto, en todo puede ser novedad, ¡y lo es!, todo puede ser diferente a otros… todo menos “sacerdocio”. Será un modo totalmente nuevo de “mediación” entre la divinidad y la humanidad, pero “mediación” debe ser. Ciertamente, si no hubiera mediación, esto “nuevo” será nuevo, pero no sería “sacerdocio”. Cuando, en la historia de la Iglesia” alguna persona descubre que el Espíritu lo invita a dar pasos nuevos, esto podrá ser totalmente nuevo, pero, necesariamente, deberá ser “eclesial” y “espiritual”. Pero, con lo eclesial y lo espiritual ya asumido, la novedad puede ser total. Ciertamente no será algo para todos, sino para todos aquellos que deseen andar por esas huellas. Ese camino nuevo viene propuesto por una persona, o un conjunto de carismáticos, y es invitación para todos aquellos o aquellas que se sientan carismáticamente convocados. Las diferentes espiritualidades, congregaciones, movimientos, experiencias eclesiales son un buen testimonio de esto.

Sin embargo, suele ocurrir ante la muerte del líder carismático, especialmente luego de una segunda generación, que la búsqueda de mantener latente el carisma fundacional encuentra como necesaria la “rutinización del carisma”. No estando presente aquella persona que sabía descubrir por dónde sopla el Espíritu, se vuelve indispensable estructurar, organizar, registrar los pasos. En cierto modo, se pierde vitalidad y dinamismo, pero se garantiza sostener la fidelidad. En ese caso, se vuelven indispensables los “garantes de la ortodoxia” que aseguren la vitalidad y vigencia del carisma inicial.

Pero suele ocurrir– en frecuentes ocasiones – que los garantes de la ortodoxia, no dan ninguna actualidad vital al carisma, secándolo. No hay ningún encuentro con la novedad en la que el carisma se enfrenta con el paso del tiempo, transformando a este en una mera repetición de cosas pasadas. Además, con frecuencia, muchos de los “garantes” terminan erigiéndose en “dueños”, podando carismas, acotando elementos, exagerando otros, y – por lo tanto – interpretando como falsos seguidores a los que no aceptan su monopólica interpretación. Ciertamente no hay un criterio uniforme para garantizar y asegurar que la novedad lo siga siendo, pero la fidelidad al carisma fundacional y la fidelidad a los nuevos tiempos deben caminar juntos en tensión y comunión. Ni mera “moda” que descuide el carisma, ni mero “tradicionalismo” que ignore la realidad, parecen aptos para vivir la novedad de un modo siempre nuevo.

Pero hay ocasiones, en los que una renovación es necesaria, fundamental, pero en las que no puede haber novedad total. El caso evidente, es la misma Iglesia. No es sensato pensar una “nueva Iglesia”, aunque sí renovada plenamente, con “nuevos rostros”, nuevas propuestas, y hasta nuevos carismas, pero no una totalmente “nueva”. La Iglesia siempre en reforma es indispensable; pero una Iglesia que siempre se fundamente en Jesús y el cristianismo de los orígenes. Como puede ocurrir, la reforma puede requerir mayor profundidad o no, puede exigir modificaciones intensas o no, pero los cimientos no deberían modificarse. La Iglesia no puede sino ser un pueblo, conducido por el Espíritu Santo, alimentado y movido por el amor. En esto hay “muchas moradas”, puede haber diferentes espacios en los que vivir el amor, pero esos cimientos no pueden modificarse sin perder la propia identidad. Sin Jesús, sin Espíritu Santo, sin amor, sin reino de Dios no hay Iglesia (y donde hay Jesús, Espíritu, reino de Dios y amor está, de algún modo, presente la Iglesia). Una Iglesia que debe estar en permanente actitud de conversión (convertirse al reino) … es decir, ser lo que es y debe, con la máxima fidelidad a nuestros tiempos. Pero, así como la Iglesia no puede ser “nueva”, tampoco ha de mostrar un mero retoque; debe estar en reforma permanente, cambio constante, renovación intensa. Los miedos a los cambios, tan habituales en los seres humanos, no pueden olvidar que el conductor de la Iglesia es el Espíritu, y es Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, y que el amor no deja lugar al temor. Ciertamente, en los cambios puede haber errores humanos, debilidades y pecados, pero de confianza en el Espíritu Santo hablamos y no de que el miedo al error (o al pecado) nos paralice y nos impida andar, nomás.

La Iglesia acaba de celebrar a “san” Juan Pablo II. Papa que, según mi personal impresión, hizo todo lo contrario de lo que acá señalo. No me atrevo a decir que fue el peor papa del s.XX, primero que nada, porque no se trata de un campeonato… y, además, hemos tenido otros nada celebrables. Pero realmente, y lo he dicho en otras ocasiones, un papa que muchos hemos sufrido, antes que acompañado. Ciertamente, expresión patente de una Iglesia en invierno.

Teológicamente, no creo que la Iglesia sea “el papa” (y, por lo tanto, tampoco lo es Francisco…), pero creo que el autoritarismo despótico caracterizó su papado; lamenté profundamente los viajes papales (todos los viajes papales en general, no solo los de Juan Pablo: creo que hacen mucho mal a las Iglesias locales; no me refiero acá a encuentros internacionales, lo aclaro), y, especialmente, a la negación y rechazo de toda novedad. Si algo no caracterizó el período eclesial de Juan Pablo y de Benito fue la novedad (no creo que sea algo de destacar tampoco con Francisco, aclaro). Volver a abrir puertas y ventanas, dejar soplar el Espíritu, mirar de frente y con amor (= sin temor) el mundo contemporáneo, confiar que el mundo está lleno de “Semillas del Verbo”, atentos a los “signos de los tiempos”, y confiar en los frutos nuevos de la siembra quizás sea un buen rostro nuevo de la Iglesia. No pretendo pensar una “Iglesia de cero”, pero tampoco un mero lifting para simular que estamos mirando de frente la historia y el mundo. Espero una Iglesia dispuesta a mirar a los ojos a mujeres y varones de nuestro tiempo, dispuesta a abrazarlos, dispuesta a caminar juntos sin juzgarlos / condenarlos, dispuesta a la libertad del espíritu y la alegría que él trae. Creo que hoy la Iglesia está totalmente des-adecuada a la realidad; creo que el miedo a lo nuevo paraliza en ocasiones y congela en otras. De ser Iglesia de verdad fiel al proyecto de Jesús y fiel a nuestra realidad se trata. De ser Iglesia dispuesta a navegar con las velas desplegadas, de ser despojada y descalza, alegre y contemplativa, espiritual y jesuánica. ¡De ser de verdad Iglesia se trata! ¡De esa renovación, o reforma hablamos!

 

Foto tomada de https://www.religiondigital.org/josep_miquel_bausset_24970/Francisco-repara-Iglesia_7_2479622017.html

sábado, 22 de octubre de 2022

¿Por qué es importante señalar que Teresa no fue reformadora?

¿Por qué es importante señalar que Teresa no fue reformadora?

Eduardo de la Serna



Hace unos días, a raíz de un hecho ajeno a la “interna teresiana”, por el motivo de haber ocurrido el día de Santa Teresa de Jesús, de Ávila, señalé que Teresa no fue reformadora. ¿Por qué le di importancia al hecho?

Podría parecer una cuestión menor, o algo que ocurre dentro de la Orden del Carmelo descalzo; de la que no me siento lejano; incluso, de hecho, pocos días antes de esto, también había señalado lo que menciono a raíz de un escrito que me habían mostrado (y que nada tenía que ver con lo que motivó lo anterior). El tema, más allá de lo que lo provoque, radicaba en mi oposición a señalar algo habitual sobre Teresa.

¿Por qué? ¿Hay diferencia? Creo que sí, ¡y que es grande!

En primer lugar, un hecho de fidelidad a la historia. “Lo que no tiene es remedio”, canta Serrat. Si algo ocurrió, o algo es, pues ocurrió. Pues es. Como ya lo dije en el texto anterior, Teresa ingresa como religiosa en el Carmelo (hoy llamados calzados) donde permanece muchos años. Mucho tiempo después (27 años) ocurre que empieza con sus fundaciones. Pero no me detengo en esto (que es importante, e interesante, porque pretendo ir a otras cuestiones). Teresa funda 17 conventos, con mayor o menor fortaleza, dificultades, objeciones y objetores… es famoso el dicho que se le atribuye (aunque por lo que sé no figura en sus escritos ni en los contemporáneos; pero que es “teresiano”, lo es sin dudas) que ante una crisis gravísima ella pelea con Jesús diciéndole “con razón tienes tan pocos amigos si a los que tienes los tratas así”. Es sabido que esas dificultades se dieron en el interno de la Iglesia (el nuncio, obispos, los “calzados”, entre otros) … basta recordar la prisión de Juan de la Cruz en Toledo, a modo meramente simbólico. También se ha de tener presente que en todas estas cuestiones el rey de España tenía capacidad de decisión, aprobación o veto, y que, además, el tema económico (¿cómo se mantendrá tal o cual convento?, dotes, donaciones, benefactores, etc.) era un tema principal. Pero eso forma parte de la “historia del Carmelo”, en la que sería importante que los datos, las fuentes, textos y contextos primen por sobre los deseos y preconceptos a la hora de ser analizados y comunicados.

Sin embargo, el planteo que subyace en la idea de destacar la “reforma” es que algo estaba mal, o inadecuado y debía ser “reformado” para que se destacara el sentido original, “fundacional”. Toda reforma de la Iglesia que pretenda ser seria, profunda, debe mirar ante todo a Jesús y el surgimiento de la Iglesia en los momentos fundacionales. Lo mismo debiera ocurrir, en este caso, si alguien es presentado como “reformador” o “reformadora”. Los carmelos estarían “deformados” por la lujuria, la relajación, la pérdida de lo importante y fue necesario una mano firme, decidida y “religiosa” que devolviera las cosas a como “debieran ser”. Y no quiero que parezca que digo que los carmelos de tiempos de Teresa fueran modelos de vida religiosa, ¡que no! Lo que sí es que, viendo “lo que hay”, Teresa decide “empezar algo del todo nuevo”. Como el escriba del Evangelio toma lo viejo y lo nuevo (Mt 13,52), toma elementos de acá y otros de allá. Y decide empezar algo conforme a lo que ella cree que ella y otras (y otros) pueden vivir plenamente su fe, su consagración a Jesús, hijas e hijos de la Iglesia. Suele ocurrir que muchas y muchos no pueden o no saben o no quieren entender, aceptar, vivir las novedades. Es a eso, por ejemplo, que se refiere Jesús cuando le preguntan por qué no ayuna y hace referencia a los odres nuevos y los viejos (Mc 2,22). “No pretendan poner la novedad del Reino en los viejos esquemas de sus planteos” … Sin duda, el “carmelo calzado” (s. XII) vivía con sus reglas (la de San Alberto de Jerusalén), y – como todo lo humano – con momentos de más y de menos esplendor y fidelidad. Teresa decide empezar algo del todo nuevo. Incluso, en un primer momento, cuando la jerarquía le exige que presente una regla (algo semejante ocurre con Francisco de Asís) ella se niega, e incluso, en conjunto con Gracián, compone una “Regla del Cerro” que es irónica y en broma, apta para las recreaciones de la comunidad. Se puede decir que, con el tiempo, ella “va viviendo” y después de vivir y luego entender es que destacará elementos propios y los formulará (lo que es bien propio de la pedagogía teresiana). El problema radica no en la novedad, sino en la actitud de quienes no logran aceptarla o recibirla (no se entienda que digo que todo lo nuevo es bueno; pero en este caso ¡lo es!). Suele ocurrir… desde Jesús a nuestros días. Por no entenderla pretenden – para lograrlo – acomodarla a los viejos esquemas. Y entonces, lo que es nuevo se entiende como “reforma”. Esto no implica que todos “debamos” aceptar, necesariamente, toda novedad. Menos aun la carismática. Es sensato que incorporemos la novedad que Jesús trae (y no está de más ver la cantidad de cosas que pretendemos ver “reformadas” para no admitir la novedad: el templo, el sacerdocio, el culto, etc.), pero, en otros casos, la novedad que un proyecto tiene no es, necesariamente, algo que todos debamos asumir. Pero sí es sensato que la asuman quienes dicen asumirla. Sigue habiendo “carmelos calzados”, por ejemplo. Pero, además, hay carmelos descalzos. Los que siguen el camino del Carmelo descalzo sí sería de desear que abrieran sus corazones a la novedad. Y la hicieran propia.

En segundo lugar, me parece importante, entender qué es lo que para algunas espiritualidades es “como debiera ser”; es evidente que hay cosas propias del Carmelo que no tocan a los cristianos de “fuera”: la abstinencia de carne, en general, las recreaciones, la regla, horarios y lugares, clausura, etc. Pero no está de más preguntarnos de dónde se concluye que ser más rígidos, sacrificados, penitentes, esforzados, sería más “agradable a Dios” (además de que nos debiéramos preguntar ¿cómo es ese Dios que quiere “sangre” de sus amigos y amigas?). Me parece una obviedad que antes de empezar a hablar y obrar, Jesús vivió una profunda experiencia con Dios a quién conoció y amó como “abbá”. Recién cuando entró en comunión con ese Dios pudo mostrarlo con actitudes y palabras, señalar que puede reinar en medio nuestro, y enseñarnos a conocerlo y encontrarlo. No es diferente, en este sentido, a lo que hace Teresa: ella se fue encontrando y conociendo un Jesús (encarnado, histórico, como supo mostrarlo), con el que se relacionó en su vida interior y exterior, y quiso invitar a hermanas y hermanos a conocerlo y amarlo, porque de amistad se trataba. Muerta Teresa, como suele ocurrir en tantas cosas humanas, y por lo tanto también eclesiales, comenzó el proceso de “domesticación”. Al fin y al cabo, lo hemos hecho con Jesús, era de esperar que también se hiciera con Teresa. Presentar una Teresa adaptada a la “domus” (ecclesia) era razonable. El Dios que quiere sacrificios y no misericordia empezó a encontrarse con otra Teresa. La mujer libre, la mujer alegre y dadora de alegría, la mujer “fémina”, la mujer firme que no se dejó avasallar porque solo Dios basta, y que tenía claro lo que Dios le pedía, aunque la institución no lo entendiera. Esa mujer debía “amoldarse”, “reformarse” según los odres viejos recomendaban.

Hizo falta que se abrieran las ventanas para que el Espíritu atravesara las murallas eclesiásticas para que son atreviéramos a dejarlo inspirar la vida de la Iglesia. Hizo falta que no temiéramos a las novedades que Dios quiere proponer cada tanto entre los suyos y suyas; que supiéramos dejar que, si un día Dios dijo algo a su pueblo en Teresa, lo dejáramos hablar y supiéramos escuchar, y no creernos los exégetas de Dios (que para eso está el Espíritu Santo). Hizo falta saber que dentro de las muchas moradas que hay en la casa del Padre (Jn 14,2) algunos pueden sentirse llamados a sacrificios, penitencias y rigores, pero que eso no es mejor, ni más “como Dios manda” que otros caminos o proyectos. No parece muy distinto al planteo de la otra Teresa, hija y amiga, la de Lisieux, cuando habla de “pajaritos débiles” y de águilas, de “esfuerzos” y de “amor”, de escalera y ascensor… Domesticar a Dios se parece bastante a “tomar su nombre en vano”, domesticar a los santos, por lo menos, parece “pecar contra el Espíritu Santo”, cosa que, un tal Jesús, dice que no es conveniente.

 

Foto tomada de https://www.vinetur.com/2020112662574/pellejo-de-vino-uno-de-los-metodos-mas-antiguos-de-almacenar-vino.html

jueves, 20 de octubre de 2022

Las cosas por su nombre… los mapuche no son argentinos

Las cosas por su nombre… los mapuche no son argentinos

Eduardo de la Serna


Empiezo con una precisión: por lo que sé es incorrecto hablar de “mapuches” ya que el sufijo “che” en mapugundun significa “gente de”; es, entonces, un gentilicio: “gente de la tierra”, por lo que sería incorrecto utilizar el plural. El plural (según la RAE) solo se admitiría en “lengua literaria”, no en el cotidiano (ver voz “gente” en el Diccionario panispánico de dudas).

Y señalo esto por una cuestión que entiendo elemental: se trata de entender a aquellas personas con las que voy a dialogar, a estar o no de acuerdo, por ejemplo, pero a las que quiero conocer, entender y a partir de entonces encontrarme. Otro elemento a tener en cuenta es lo geográfico. Así como para los guaraníes el rio es espacio de encuentro y no un límite, es paso y no barrera, lo mismo – así lo señala el museo Mapuche de Temuco, Chile – lo es la cordillera para los mapuche.

Ya pasamos aquellos tiempos en los que para gestar un “Estado nación” todo debía ser “uniforme”, unívoco (e incluyo el único dios en esto, por cierto). Así, se volvió necesario en la América hispana, con mayor o menor suceso, ser “uniformes”, ni negros, ni “indios”, ni judíos ni moros… (no es muy diferente de lo que hace España cuando expulsa a judíos y moros en 1492, y la “santa Inquisición” se dedica – particularmente – a combatir contra protestantes). Los Estado-nación de América latina debían ser lo más uniformes posible. Y así se logró que países como la Argentina fueran vistos casi como europeos. “Sin negros ni indios” y “país católico”, se decía.

Pero, con el tiempo, pudimos ver que hay otros paradigmas. Países como Bolivia “osan” decir que son un “Estado plurinacional”: son varias naciones dentro del Estado. Otros países como Canadá o España – pasados los tiempos autoritarios en que Joan Manuel Serrat era prohibido por pretender cantar en catalán – conviven, con las tensiones normales de la convivencia, por cierto, con “autonomías” (o los “inuit” en Canadá).

El problema empezó, quizás, como tantas veces, cuando “compramos” el discurso de los vencedores, y nos olvidamos que “eso quiere decir que hay otra historia”. El estado-nación Argentina, blanca y católica (y así, además, nos vendimos ante el exterior) no da cabida para “otros” a menos que se sometan a nuestro “ser nacional”. Al fin y al cabo, no somos Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala, México, por ejemplo, países “llenos de indios”. Y, si en todo caso, habitantes del noreste hablan guaraní o del noroeste hablan quecha es solamente algo “pintoresco”. Artesanía.

Y, como, además, no solamente la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana es el pilar de la patria, la otra pata que nos sostiene es el ejército. Y este, con la gallardía que lo caracteriza ocupó territorios en los que habitaban antes los que “no son”. La última cucarda fue la campaña al desierto, tan dignamente destacada en el último “gobierno militar” (sic). Queda algo que puede confundir, y en mi caso lo logra, y es un gobierno llevado adelante por militares que defienden apropiadores extranjeros, particularmente británicos, asesinando, deportando o esclavizando nacionales (a lo mejor eso sirva para entender algo de Malvinas, supongo). No parece muy distinto de las actuales apropiaciones por la fuerza de territorios ocupados ancestralmente por campesinos o indígenas que hoy son expulsados por desmontes e incendios provocados desde el poder.

Lo cierto es que el sur, tan despoblado, ocupado en su inmensa extensión con indígenas – muchos de ellos finalmente aniquilados, hasta el punto que no queda ni uno o una; al fin y al cabo, envenenar ballenas encalladas, que serán su alimento no es algo demasiado complicado – fueron apropiados por los grandes apellidos que “hicieron patria” … Porque para algunos, la patria no “es el otro” sino que “la patria soy yo”, remedando los autoritarios de aquí y allá.

Antes que Argentina existiera estaba allí, pero, ahora que Argentina “es”, sobra… o se “adapta” o debe desaparecer, parece la idea.

Sería importante saber que los mapuche no son argentinos… y tampoco son chilenos. ¡Son mapuche! Y si nos reconociéramos, como la constitución invita a verlo, como un estado plurinacional otra sería la convivencia. Pero mientras el poder hegemónico siga hablando de “terrorismo” (parece que el hecho de que, ante las apropiaciones y cautiverio en tiempos del general Roca, que las mujeres estrellaran sus hijos contra una pared antes que fueran esclavizados, no era visto como algo “terrorista”). Terrorista siempre es si es de los otros, lo nuestro se llama “civilización”, ¡qué duda cabe!

Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos.

Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible, ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afectan. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones. [Constitución de la Nación Argentina art. 75 # 17]

 

Foto tomada de https://journals.openedition.org/nuevomundo/67326?lang=es

“Señor mío y Dios mío”

“Señor mío y Dios mío”

Eduardo de la Serna

Imagen tomada de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Domitian_aureus_Minerva_828481.jpg



En algunas ocasiones, en algunas celebraciones, se escucha a algunos repetir la letanía, “Señor mío, y Dios mío”. Así expresada, la frase remite al dicho de Tomás al encontrarse con Jesús resucitado en el Evangelio de san Juan (20,28). Antes de comentarlo brevemente, notemos algunas cosas simples.

Los términos “Señor mío” y “Dios mío” son bastante frecuentes en la Biblia, pero, integrados en la fórmula señalada, solamente la encontramos en este texto. “Señor”, con mucha frecuencia (especialmente en tiempos cristianos) remite a Dios, con lo cual la frase sería una redundancia en la que la segunda parte refuerza la dicho en la primera. La fórmula “Señor y Dios” se dice una vez como “Señor y Dios de Abraham” (Est 4,17y) y dos veces como “Señor y Dios nuestro” (Est 4,17l y en Ap 4,11; es decir, no es usada en la Biblia hebrea (las citas de Ester pertenecen a los fragmentos griegos de este libro). Pero el término “Señor” con frecuencia traduce el nombre divino “Yahvé” y la frase “Yahvé Dios” se encuentra 38 veces en la Biblia (y se traduce en la Biblia griega como Señor Dios”. Es, insistimos, un duplicado usado para reforzar la idea (la encontramos 19 veces en Génesis 2-3 y casi siempre en textos narrativos, no en oraciones [ver Salmo 68,19] como es el caso que encontramos en Juan 20).

En el texto de Apocalipsis recién citado se presenta una gran visión con la que empieza la parte principal del libro; allí se señalan la presencia de uno en un trono, de 24 tronos a su alrededor (recordar la importancia del número 12 en Apocalipsis), y de 4 Vivientes… se vive un clima de adoración al que está centrado en el Trono y concluye toda la unidad con la alabanza final:

«Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creados».

Señalemos, entonces, hasta aquí, que el uso de “Señor y Dios” es muy poco frecuente, y se utiliza – por supuesto – referido a Dios, nunca a Jesús, como sí es el caso de Juan 20.

Digamos algo más, antes de entrar a mirar el texto: como es normal, el Nuevo Testamento no llegará a afirmar “Jesús es Dios” o que es “verdadero Dios y verdadero humano” como afirmamos hoy. Para llegar a esas afirmaciones de fe hizo falta mucho debate, muchos conflictos y grandes pensadores. Así dicho recién se pudo formular a principio del siglo IV, en los Concilios de Nicea (325) y luego, en el de Constantinopla (381). El Nuevo Testamento lo va preparando, insinuando, sugiriendo, pero no lo afirma claramente. Y esto lo hará, particularmente, en sus últimos escritos. ¡Y el Evangelio de Juan, lo es!

En Juan se avanza, como decimos, en insinuar este tema. En el comienzo del Evangelio, dos veces se dice esto: “la Palabra era Dios” y “el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha narrado (o explicado)” (1,1.18). Todo a lo largo de su Evangelio Juan nos quiere “revelar” a Jesús, invitarnos a conocerlo y creer. Y este Jesús de Juan tiene frecuentes atributos divinos (por ejemplo, cuando Jesús dice habitualmente “yo soy”). Así, al llegar al final del Evangelio, cuando se aparece a sus amigos y amigas el resucitado, ante una manifestación de duda – que es propia de él – Tomás recibe la reprimenda de Jesús y luego exclama: “Señor mío y Dios mío”. Lo importante, además, está en la respuesta de Jesús: “felices (= bienaventurados) los que creen sin haber visto”, es decir, se dirige a los cristianos que vendrán después, los que estamos invitados a creer “sin ver”, como sí lo hizo Tomás y lo hicieron los que están con él. Es decir, el Evangelio, que está dirigido – precisamente – a los que no han visto, empieza y termina resaltando la unión plena de Jesús, el Hijo, con Dios, el Padre.

No está de más resaltar que el Emperador romano, que pretendía ser adorado como una divinidad, exigía ser reconocido como “Señor y Dios nuestro” (eso especialmente en la ciudad de Éfeso donde probablemente terminó la composición del Evangelio de Juan y había un templo en honor al Cesar). Entonces, la fórmula de Tomás es claramente política y crítica del Emperador: es decirle que “para nosotros, el Señor y Dios es Jesús, no el emperador Domiciano”.

Templo en honor a Domiciano en Efeso

El Evangelio de Juan, entonces, quiere mostrar a su comunidad una imagen de Cristo muy elevada. Y de allí la confesión de fe del dubitativo Tomás. Él, en ese momento está representando a todos los discípulos, a los destinatarios del Evangelio, para que sepamos reconocer en Jesús al “Señor nuestro y Dios nuestro”.