jueves, 13 de octubre de 2022

¿Quién, por qué y de qué nos salva?

¿Quién, por qué y de qué nos salva?

Eduardo de la Serna



La palabra “salvación” y todo su campo lingüístico parecen constitutivas del ambiente religioso. En el horizonte cristiano esto no es una excepción, y se suele decir que Cristo es el “Salvador”, que nos alcanza la “salvación” o que alguna persona es o no “salvada” (las traducciones muy antiguas de la Biblia suelen usar una frase que es muy ambigua: “ser salvo”, en la que no queda claro de qué, cómo, quién es el agente de ello).

En el lenguaje cotidiano, uno puede “salvarse” de un accidente, como puede ser un naufragio; cuando hay una situación en la que la vida está en riesgo, por ejemplo, o en caso de un ataque militar o una celada en el que alguien puede salvarse o ser salvado por algo o por alguien. Un guardavidas, por ejemplo, puede “salvar” a alguien de morir ahogado, y aplicaría decirle que es “salvador”. En general, entonces, el término se utiliza ante una amenaza o posibilidad de muerte posible en la que esta no ocurrió. La salvación, entonces, es salvación de la muerte o de un peligro. Hay muchos términos que se le asemejan: librar, victoria; socorrer, refugio; escapar, sobrevivir; justicia; perdonar la vida, salvar la vida, shalom (paz); o, por el contrario: derrota, cautiverio, esclavitud... Es interesante, en la Biblia, señalar que las armas, el dinero o el oro, los reyes extranjeros, los dioses extranjeros no aportan “salvación”, solo Dios "salva"; pero en este caso la “salvación” es que el pueblo de Israel viva en paz, que no sea oprimido por otros pueblos, que tenga una vida serena, cosechas y ganados abundantes, etc. De vida se trata.

No es superfluo, entonces, una breve reflexión sobre la muerte en la Biblia. Porque una mirada superficial invitaría a creer que Dios creó al ser humano inmortal, pero que, a partir del primer pecado pierde esta inmortalidad. Nada de eso dicen los textos. Sí se dice por ejemplo, del campesino, que trabaja la tierra, que después de la desobediencia, su trabajo será arduo, difícil y muchas veces infructuoso (“cardos y espinas”), del mismo modo, las personas no alcanzarán una muerte pacífica, feliz y plena en la ancianidad, sino que estarán enredados en el mundo de la violencia, la enfermedad, la guerra. La muerte “antes de tiempo” entra, ahora, en el horizonte.

En el Nuevo Testamento el horizonte es semejante (“tu fe te ha salvado” suele decirse a una persona curada). Pero en ocasiones se dice de Dios o de Jesús que es “salvador”: ver Lucas 1,47; 2,11; Jn 4,42; o concretamente, se dice de Dios (1 Tim 1,1; 2,3; 4,10; Ti 1,3; 2,10; 3,4), de Cristo (2 Tim 1,10; Ti 1,4; 3,6): “Dios y salvador Cristo” (Ti 2,13). En realidad, la idea se usa particularmente en los escritos del Nuevo Testamento que están en un horizonte griego, no en un horizonte judío; es decir, para el ambiente semita, el término es usado en el sentido cotidiano, como decimos (en ningún escrito judío se dice, por ejemplo, que el Mesías sería “salvador”); mientras que cristianismo del ambiente griego y romano es crítico del Emperador que era visto como “el Salvador del mundo”. Es decir, es a ese auditorio que se les dice a los destinatarios que el que salva no es el César, sino Jesús o Dios. Así Pablo dirá que lo que nos salva es la fe (en griego pistis, en latín fides) en Cristo (y “de” Cristo), y no la fidelidad (pistis, fides) al Emperador.

Salvar, salvación, salvador, entonces se trata de alcanzar la vida y vida plena. Una vida que nunca es más plena como cuando Dios nos regala su misma vida (vida divina), por eso se relaciona con el bautismo, que nos regala ser hijos como Jesús es hijo, con su misma vida (1Pe 3,21; Mc 16,16), con la que nos unimos al resucitado. La resurrección, una vez más, es la clave: es el triunfo de la vida sobre la muerte. 

«Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvado. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rom 10,9-10). 

La fe/creer nos hace hundir las raíces de la vida en Cristo, y por eso, los frutos son, necesariamente frutos de vida.

Alcanzar la salvación, entonces, es llegar a la vida plena, resucitada. Vida que ya empieza en nuestra existencia. Es gracia de Dios. Precisamente porque la salvación es vida, sería absurdo pensar que Jesús nos alcanza la salvación “muriendo”, o que todo ese círculo vicioso del odio y la violencia nos permitió lograr la salvación. Jesús no nos salvó con su sufrimiento, ni con su muerte, ¡sería enfermizo! Jesús nos alcanza la vida (= salvación) con su vida, y esa vida fue vivida con amor, y amor “hasta el extremo”. No es el odio y la violencia de Pilatos lo que nos salva, evidentemente, sino el amor extremo de Jesús, amor que se manifiesta fiel en el momento sublime de la cruz (y amor que nos invita a imitar, nos invita a “vivir”). Pero es el amor, no el dolor, lo que es salvador. Y ese amor que estamos llamados a vivir el que nos salva de quedar encerrados en el círculo vicioso de la muerte y la violencia. La violencia llama a más violencia; el amor, a más amor (“amor con amor se paga”); y a una humanidad sometida por la violencia y la muerte, por ejemplo, del imperio romano (= Pilatos), Jesús le muestra, hasta el final, que el amor es dador de vida, que el amor vence al odio, que el amor salva.

 

Foto tomada de https://www.cronista.com/clase/break/estos-son-los-mejores-lugares-del-mundo-para-ver-el-amanecer-y-el-atardecer-cuales-son-los-favoritos-de-argentina/

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