Sigue doliendo Colombia
Eduardo de la
Serna
Hace años, a
raíz del doloroso resultado del plebiscito que debería haber ratificado los
Acuerdos de Paz, estando yo en Colombia en esos tiempos, escribí sobre el dolor
que Colombia provoca. Hoy, de vuelta en mi “primera patria”, no dejo de estar
atento, casi minuto a minuto, a lo que allí ocurre. Informaciones que me hacen
llegar amigas y amigos, información por los medios (siempre mediadas, por
cierto), informaciones que son un grito de dolor, ese que la Biblia llama “clamor”.
Días pasados
volví a escribir sobre la situación colombiana, y hoy quisiera todavía mirar un
poco más un aspecto, el eclesial.
A nadie
conocedor de las realidades eclesiales latinoamericanas se le escaparía que la
jerarquía colombiana constituye una de las más claramente conservadoras
de América Latina (con la argentina y la mejicana “peleando” por subir al
podio; aunque luego del interminable papado de Juan Pablo II se sumaron otros
episcopados al “campeonato”). Antes de avanzar quiero dejar muy claro que yo
creo que en Colombia hay una Iglesia maravillosa: valga a modo de ejemplo el
caso de Gerardo
Valencia Cano (+1972), obispo de Buenaventura, que fuera importante en Medellín,
el “Grupo Sacerdotal Golconda”, teólogas y teólogos abiertos y comprometidos
con la realidad y la liberación, religiosas y religiosos militantes de los
derechos humanos, grupos e instituciones encarnadas en la realidad, mártires, y
millones de cristianxs anónimos y anónimas que mantienen su fe en medio de
tanta cruz… Los nombres de los curas Carrasquilla, Giraldo y De Roux, por
ejemplo, son orgullo para cierta Iglesia colombiana. Pero no se puede ignorar
que el grueso de la jerarquía eclesial colombiana sigue otro camino… Ya desde
tiempos de Medellín empezó a refulgir el nombre de Alfonso López Trujillo,
protegido por el papa Juan Pablo, quien llenó
de amigos la curia vaticana (el caso de Darío Castrillón sirve como
ilustración). En tiempos del plebiscito por los acuerdos de paz, los obispos
que se manifestaron claramente en favor del “sí” se contaban con los dedos de
una mano. Preferían quedar del lado lefevrista de Alejandro Ordoñez antes que
del pueblo sufrido y sufriente. Hasta – curas con vocación estelar – llegaron a
hablar de “sancocho” para oponerse a los acuerdos. El horror que significaría
una eventual “ideología de género” en los acuerdos (que mucho después del
triunfo del “no” los obispos afirmaron que no existía) era motivo suficiente
para rechazarlos.
Y hoy, que
desde hace días y días (y meses y meses, si contamos las movilizaciones pasadas
interrumpidas por la pandemia) hay miles y miles de personas en las calles, los
obispos han elegido “comprar” el discurso oficial de “vándalos” y “saqueos”
antes que ponerse indiscutiblemente junto a las madres que perdieron a sus
hijas e hijos, frente a los enceguecidos por la represión, los torturados,
reclamando la aparición con vida de los desaparecidos, exigiendo justicia por
las violaciones… En Argentina tenemos experiencia de un episcopado cómplice (también
con honrosas excepciones, por cierto) … también se habló de “errores y excesos”
de “algunos” de las fuerzas de seguridad; también se habló de reconciliación… y
siempre de un modo totalmente funcional al status quo, a que nada cambie, a
quedar bien con los poderosos, y a ponerse a media agua en un supuesto diálogo híbrido,
tibio y descomprometido. Escuchar las conclusiones de ayer de los miembros de
las iglesias con el presidente Duque me causó vergüenza ajena. Mucha vergüenza.
Contrastante con la palabra clara (y situada) de la representante de la Iglesia
Menonita, o con el uso del término “genocidio”, utilizado por el obispo de Cali
y cuestionado por el Nuncio Apostólico Luis M. Montemayor con anuencia episcopal.
Los representantes de las distintas iglesias leyeron un documento al finalizar
la reunión donde no hay pedido de autocrítica, no hay exigencia del respeto a
los derechos humanos, donde no hay un "lugar" desde los pobres desde
el que se habla, no hay una crítica a las causas del conflicto ni al modelo
económico, donde se pretende quedar en un "equilibrio" inexistente,
donde no se pide al gobierno cambios urgentes e indispensables, pero sí se pide
que cesen los piquetes y retenes. Es decir, totalmente funcionales al gobierno.
En su blog, Xavier Pikaza dice que “el silencio de las iglesias colombianas
aturde”; ciertamente coincido con Pikaza en esto.
Creo que un
pueblo creyente como el colombiano merecería otros pastores. Monseñor Romero
decía “con este pueblo no es difícil ser buen pastor”. Lo decía porque escuchaba
sus clamores, visitaba sus ranchos, era capaz de com-padecerse y con-sentir con
los torturados, masacrados o martirizados. El presente y la cruz colombiana de
hoy necesitaría urgentemente esos buenos pastores, o algunos que ante el dolor
de su pueblo sean capaces de convertirse al pueblo y a los pobres, y dejar
palacios y encuentros oficiales, volviéndose capaces de abrazar a las madres de
Soacha, besar los ojos vacíos que las balas cegaron estos días, y hasta soportar
el gas pimienta o el zumbido de las balas… ese mismo que el pueblo en las
calles recibe como “regalo” diario por manifestar. Es posible que haya
saqueadores y vándalos… pero, reconozcámoslo, en comparación con el saqueo
sistemático de las tierras y recursos que padece el pueblo colombiano (y los
desplazados son ejemplo de ello) es casi un juego de niños. Y el vandalismo de
la impunidad de las fuerzas de (in)seguridad ciertamente transforma en casi
nada cualquier otro. Jesús hablaba en parábolas, ejemplos sencillos que cualquiera
podía entender, porque su “lugar” era hablar para y desde los pobres. Iglesia
colombiana, ¡despierta! Conviértete y cree en el Evangelio.
Foto tomada de http://historico.presidencia.gov.co/fotos/2010/febrero/17/foto1.html
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