Bienvenida, Colombia…. ¡Hola, Gustavo y Francia!
Eduardo de la Serna
Poca
objetividad tengo al hablar de Colombia. Poca o ninguna. Y, además, no pretendo
tenerla. Mucho tiempo viví en Colombia. Mucho y feliz. Y no tiene sentido
contar anécdotas, que las tengo, porque no soy yo el que importa. Es Colombia.
Tantos amigos, amigas colombianos y colombianas con los que hemos hablado,
celebrado, comido y compartido me hacen sentirme invitado a decir algo hoy. Y ayer.
Andar
por las calles de los diferentes lugares de ese país, casi mi segunda patria,
es saber que la violencia existe. Y te puede tocar. Y no me refiero a los robos
y arrebatos, que son otra cosa, sino a “violencia”. No es agradable a mis ojos
ir por una ruta y ver al ejército en la calle. Y que los soldados (o
soldaditos) levanten el pulgar, semi-sonrientes al pasar el auto (= carro). Y
ver, cada tanto, un tanque al costado de la ruta me produce escozor. Me parece
comprensible – no me alegra, pero entiendo – que tantas personas víctimas o
víctimas potenciales (el miedo es mal consejero) teman tanto que terminen
votando la “seguridad democrática” (o parecidas) porque alguien nos cuida “con
mano firme y corazón grande”. Y por eso teman la paz, y la única que esperan
sea la de la derrota definitiva del adversario… o su muerte. Me dolió enormemente
el triunfo del “no” en el plebiscito por los Acuerdos de Paz, incluso recuerdo
que, en la Universidad, en Bogotá, yo portaba un “pin” con un gran “¡Si!” sobre
la bandera colombiana, y así iba a clases y a un congreso internacional de
teología. Yo, ¡un extranjero! Y veía a gran cantidad de curas y obispos
apoyando el ¡no!... si hasta un pobre engreído comparó los acuerdos de Paz con un
“sancocho”.
Colombia,
pueblo religioso como el que más (ayer Francia Márquez comenzó agradeciendo a
Dios y a la Virgen), en la que los presidentes responsables de muertes y
violencia ostentan enormes cruces en la frente los miércoles de cenizas, y que –
tierra consagrada al Sagrado Corazón – se bromee hablando del Sangrado Corazón.
Tierras de masacres (¡47! masacres en lo que va del 2022), guerrilla y
paramilitarismo (bendecido por empresarios, ejército y gobiernos… desde las “paisas”
Convivir a nuestros días). Esa tierra, con 7 bases militares de los Estados
Unidos en su propio territorio, esa tierra, ayer ¡apostó por la paz!
Una
paz que nace del diálogo y el encuentro, una paz que nace de puentes y de la
vida, de la esperanza y del amor. No sé si Petro es creyente, cristiano o no. Sí
sé que el discurso que pronunció anoche, fue más cristiano que los de tantos
obispos temerosos o mediocres que callaban frente a un defensor de Adolfo
Hitler (y no estoy banalizando, como con justicia piden tantos hoy, ante la
seriedad de la Shoá… estoy repitiendo sus palabras), el que hablando contra la
corrupción no aceptó firmar un pedido afirmando que no le interesa la ley (lo
dijo de modo soez, como suele)… el que pretende que la mujer vaya a su casa, y
los trabajadores trabajen 10 o 12 horas. Y eso ante el “prudente” silencio
episcopal. Colombia apostó por la vida, el cuidado casi obsesivo por la casa
común, y el cuidado de los pobres, en la justicia ambiental y la justicia
social.
Bienvenida
Colombia. Hola, Gustavo y Francia. Un abrazo, y, ahora, (en realidad, desde el
7 de agosto) a empezar el arduo y fascinante camino de la paz. El camino de la
vida. El camino que tantos de la Patria Grande queremos caminar juntos. A
seguir andando, nomás.
Imagen
tomada de https://www.celag.org/colombia-vez-mas-lejos-la-paz/
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