Un ejemplo. Una crítica (mirando a Tertuliano)
Eduardo de la Serna
Quiero empezar apartándome
bastante de lo que habitualmente hago dedicando solo el final a lo
específicamente bíblico.
Me pretendo detener en un escritor, maravilloso, de los primeros siglos, conocido como Tertuliano. No sabemos mucho sobre su vida. Nació en Cartago cerca del año 160 con el nombre de Quintus Septimius Florens Tertullianus. Algunos autores antiguos, como Jerónimo, Eusebio y Agustín cuentan algunos aspectos de su vida, pero no necesariamente estos son ciertos. Cartago, en el norte de África, en la actual Túnez, era muy importante en el Imperio Romano y allí se hablaba el latín (es importante recordar que, en la inmensa mayoría del imperio, la lengua común era el griego). Tertuliano, formado como jurista y literato, en algún momento de su vida se convierte al cristianismo. De él se conservan más de 30 libros. Es un escritor apasionado que se compromete personalmente en sus textos, no le escapa al debate, el que enfrenta con pasión, ironía y sarcasmo, y con gran fundamentación. Muchas de sus obras son críticas de los personajes o grupos que él interpretaba como perjudiciales a la fe. Muere, según Jerónimo, a una “edad avanzada” (cerca del 220, ¡a los 60 años!, aproximadamente!). Suyas son algunas frases muy conocidas del cristianismo primitivo como que frente a los cristianos la gente decía “miren cómo se aman” y que “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Pertenecen a su escrito llamado “el Apologético” (39,7 y 50,13). Escribió obras notables sobre los sacramentos: fue el primero en escribir sobre el matrimonio, tres obras; la primera de ellas dedicada a su esposa, sobre el bautismo, sobre la carne de Cristo, y la resurrección, incluso sobre la paciencia, a la que considera la “virtud principal”, aunque señalando que escribe dada su importancia a pesar de carecer de ella (1,1).
Pero su espíritu confrontativo, y su búsqueda de perfección lo fueron llevando, con el tiempo, a apartarse de la Iglesia y adherirse al montanismo, un grupo espiritualista y rigorista, tenido por herejía. Sus escritos, de este período montanista, continúan su búsqueda de la verdad, pero cuestionando el laxismo que ve en la iglesia, especialmente en los obispos. De esta época son escritos suyos donde cuestiona una segunda oportunidad de reconciliación sacramental, niega segundas nupcias a viudos o viudas, cuestiona – por la importancia que da al ayuno – que se lleve un refrigerio a los encarcelados y condena a los que escapan para no ser sometidos al martirio. Por supuesto, además, es de notarse su rigorismo en lo sexual. Esta actitud llevó a que fuera rápidamente olvidado (hasta muchos siglos más tarde). Pocos años después que él, también en Cartago, un escritor muy interesante, Cipriano, parece citarlo con frecuencia (por ejemplo, también él escribe sobre la paciencia), pero lo llama “el Maestro”, nunca por su nombre.
El ejemplo de este cristiano
fascinante, con una pluma notable y un compromiso ejemplar, me permite algunas
conclusiones. Breves. Parciales. Personales.
Tertuliano fue una persona en
constante búsqueda, de una notable honestidad intelectual y compromiso
militante con lo que iba descubriendo, conociendo y aceptando. Hijo de su
tiempo, hoy resultarían inaceptables algunos planteos suyos sobre las mujeres, los judíos,
los paganos, el sexo… pero persona de su tiempo no duda en confrontar con
procónsules, artistas, políticos y referentes de grupos religiosos, y luego, ya
montanista, también con obispos. Sin embargo, concentrado en una búsqueda de
perfección, se “olvidó del pueblo”, dejó atrás la vida y la carne para mirar el
espíritu y las manifestaciones – como profecías o éxtasis – que él creía ver.
Y acá un tema para
profundizar: cuántas veces nos parece que actos más de rigor, de sacrificios,
de ascesis son más “religiosos” que los que no lo son, y – entonces – una
persona que se somete a flagelaciones, ayunos, sacrificios es imaginada como más agradable a
Dios que quienes no lo hacen. Por el contrario, y lo hemos señalado en
frecuentes escritos, quienes creemos que lo que es agradable a Dios es la vida
del amor, es decir, algo que es “invisible a los ojos”, no tenemos
exteriormente la capacidad ni de verlo ni de evaluarlo de ese modo. ¡Cuántos parecen creer que es más religioso someterse a sacrificios y desiertos que a compartir la vida y la fiesta del pueblo, como hacía Jesús de Nazaret!
En la carta a los Corintios,
en el capítulo 13, Pablo concentra la vida cristiana en el amor. Y en su
primera parte destaca que nada sin el amor sirve para nada, aunque fueran cosas que parecen maravillosas como hablar lenguas de ángeles, conocer todo o hasta dar la vida (1 Cor
13,1-3); se puede llegar a esos extremos, pero “no soy nada” sin el amor. Eso
es lo “más grande”. Y, expresamente, lo señala, más grande que las mismas
profecías (14,1).
Debo confesar que, en lo
personal, Tertuliano “me cae muy bien”. Me agrada su compromiso militante con
la causa que defiende, su pluma mordaz, su detalle en la defensa de las causas. Pero no
descuido que, muchas veces, en la búsqueda de ser perfectos (y la consiguiente
mirada crítica de los que “no son perfectos como nosotros”), además de posible
soberbia, se esconde una actitud de elite que termina despreciando al pueblo
(cosa que no parece que hiciera Tertuliano en sus primeros escritos, como
cuando dice que cuando el pueblo dice “si Dios quiere”, o cosas semejantes,
manifiesta su monoteísmo contra la idolatría y la poligamia de los paganos). Somos
un pueblo de fe, que confesamos la fe del pueblo y de un pueblo con el que Dios
eligió caminar, visitarnos en su encarnación y acompañarnos con su espíritu. No
un pueblo de perfectos, sencillamente un pueblo de seres humanos que quiere
amarse y amar a Dios con sus capacidades e incapacidades. ¡Con su vida, en
suma!
Imagen tomada de https://cualia.es/tertuliano-y-el-absurdo/
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