¿Esto es lo que Jesús quería?
Eduardo de
la Serna
Creo que hay
un signo de nuestro tiempo que merece ser pensado, analizado, conversado,
rezado, iluminado y, también, criticado. Ciertamente, no para condenar ni
levantar dedos acusadores, sino para intentar evangelizarlo, cristianamente
hablando, o politizarlo, si lo miramos desde el llano. Creo que es un signo que
hoy se manifiesta patentemente, pero viene de larga data con las
características propias del presente. Me refiero al individualismo.
Es evidente
que, políticamente hablando – y presentándolo de un modo bastante limitado – se
hablaba de dos modelos sociales, filosóficos y políticos: uno colectivista y
otro individualista. Y, se dice, el primero fue derrotado. Sería sensato un
buen análisis, porque no es lo mismo si fue derrotado por su ineficiencia e
ineficacia, o si fue derrotado por otros medios (bloqueos, espionaje,
presiones, invasiones, etc.), pero lo cierto es que se puede afirmar que el
individualismo ganó la batalla, tanto que alguno llegó a hablar del “fin de la
historia”. El individualismo corre el riesgo de ser un “sálvese quien pueda” o “ley
de la selva”, evidentemente; los más poderosos (militar, económica, física, o
socio-culturalmente) siempre “triunfarán”. Cuando se habla de “emprendedurismo”
o de “meritocracia”, evidentemente el criterio es el individualismo. Evidentemente,
en cambio, cuando se habla de “estado presente”, de “solidaridad”, o temas
semejantes, el planteo es “comunitario” y, de ninguna manera se trata irremediablemente
de colectivismo.
Pero el
individualismo va más allá de lo político-económico. La evidente adicción a “las
pantallas” (celulares, videojuegos, computadoras…) lleva al aislamiento, a la
desconexión con el “mundo exterior”. Ver en una mesa dos personas y cada una de
ellas conectada con su celular es una preocupante imagen evidente de esto. Todos
los estímulos y comunicaciones se dan con una “cosa”, no con una “otra” o un “otro”.
Estar juntos, pero cada uno o una conectados con “la electrónica”, ciertamente
no es estar integrados, ni unidos. Es simplemente coincidir en un mismo lugar.
Y la
espiritualidad transita por idénticos caminos. Los grupos que impulsan los
sentimientos, entusiasmos, euforias, aunque se concrete en multitudes, se trata
de lo que cada quién experimenta; algo que se ve cuando cada una o uno levanta
los brazos, otro u otra se tira al piso, hay quien grita “¡amén!” y otra
persona “¡aleluya!” ... No se trata de comunidad, aunque se trate de muchas
personas coincidiendo. Lo mismo ocurre cuando cada quién pide y pretende, y en
ocasiones logra, una sanación o un signo. Se trata de una conjunción de individualidades;
y esto se expresa, por ejemplo, en las canciones en las que una gran cantidad
de ellas son en primera persona del singular: “ven a mi vida”, “se mueve en mi”,
etc.
Ciertamente
la pandemia contribuyó notablemente a alentar esto. Cada una o uno se relacionó
con Dios, o lo divino, o el Espíritu a su manera (o por la pantalla). Y muchos,
al terminar el aislamiento, continuaron la misma dinámica.
A esto se pueden sumar las espiritualidades intimistas de las que, quizás la más evidente, sean
las “adoraciones” o “contemplaciones”. Se trata de “yo y Dios / Jesús”, no hay
un nosotros, menos aún un pueblo. La contemplación (particularmente desde el
neoplatonismo) es una actitud en la que se sale de sí mismo (ex stare,
éxtasis) entrando en una suerte de comunión con el objeto o persona
contemplada. Y sería necio, si no falaz, negar las bondades de esto, en la
medida en que se trate de algo a su vez comunitario. La eucaristía es la mesa
de Jesús con los y las suyas; y esto no puede dejarse de lado sin correr el
riesgo de hacernos – por manipulación – de esto un ídolo. Descartar la mesa,
para mirar una “custodia” resulta, cuanto menos, extraño, si no ajeno a lo que
Jesús quería (lo cual debería ser siempre el punto de partida). Pero el
individualismo también en esto ha ganado la batalla.
Se dice que
hoy lo que mueve decisiones, voluntades y opciones son los sentimientos (es
decir, de nuevo el individualismo), no es otra cosa la llamada “posverdad”
(para “mi” es verdad lo que “yo quiero” creer), algo que – evidentemente – es aprovechado
por quienes sacarán rédito o beneficio de esto, sea conseguir votos u odios. La
misión de la comunidad (comunidad es “colectivo”) cristiana, la Iglesia
(nuevamente un colectivo) es anunciar la Buena Noticia de que Dios quiere
reinar en medio de nosotros (otro colectivo) para que vivamos como hermanas y
hermanos (otro colectivo más, ¡y van!). Cayendo en el individualismo la Iglesia
se desarraiga (pierde sus raíces) de aquello que es su misión, su mismo ser. Y
no que sea “colectivista”, que es algo diferente; pero sí “comunitaria”,
familia y pueblo. Si nuestra espiritualidad no transita esos caminos – aunque no
tenga rating, que es otra cosa – puede ser aplaudida por muchos (como aplaudían
a los falsos profetas, dice Lucas), pero no estará dando respuesta a los
desafíos, a los signos de los tiempos. Algo Dios nos está diciendo, la clave
está en escucharlo, pensarlo, debatirlo, rezarlo y con una mirada crítica dejar
que sea el Espíritu Santo el que conduzca a la Iglesia; él es el que “renovará
la faz de la tierra” encarnando la palabra de Dios en la historia, porque Jesús
quiere “hacer nuevas todas las cosas”. De raíces se trata; de reino y de fe, de
ser fieles a “la Iglesia que Jesús quería”.
Imagen
tomada de https://mividaenxto.com/el-individualismo-3/
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