Jeroboam, un mal rey
Eduardo de la Serna
Los historiadores, al menos algunos de ellos, los
más críticos, ponen en duda - con bastantes argumentos - varios acontecimientos y personajes bíblicos; sin
embargo, no nos toca a nosotros, en estas páginas, entrar en el terreno histórico
sino ver qué dicen los textos de la Biblia sobre un determinado personaje. En
este caso, el rey Jeroboam (el primero, ya que habrá también un Jeroboam II
unos 150 años más tarde).
Durante los reinados de David, y luego de su hijo
Salomón, los pueblos del norte y del sur se dieron un mismo rey. Así ambos
gobernaron tanto a los pueblos del Sur (luego llamado “Judá”) y del Norte
(llamado “Israel”). La situación política, internacional, militar del ambiente
hizo conveniente que ambos pueblos eligieran que un mismo rey los gobernara; pero, a la muerte de Salomón (año 930 a.C. aproximadamente), la situación era
diferente. El hijo de Salomón, Roboam [de quien ya hablamos] no supo manejar la
situación lo cual provocó una ruptura entre ambos pueblos. El Sur, Judá, con capital en Jerusalén, siguió
siempre gobernado por un rey descendiente de David, pero en el Norte, Israel, con capital en Siquem, y más tarde en Samaría, las cosas empezaron a cambiar. Es así que es elegido un nuevo rey: Jeroboam
(del 930 al 910 antes de Cristo).
Los textos bíblicos tienen diferentes opiniones
sobre su reinado: 1 Re 11,29-31 afirma que su nombramiento fue decidido por Dios
por intermedio del profeta Ajías, de Silo. Por cierto, que este rey debería
cumplir las normas de Dios y ser buen gobernante “como lo fue David” (11,38). Enterado de esto, Salomón quiere matarlo – a
pesar de ser capataz de su casa (11,28) – por lo que huye a Egipto para salvar
su vida (11,40). Al morir el rey, Jeroboam regresa a su tierra (12,2). Pero –
como dijimos entonces – Roboam no actúa con sensatez y todas las 10 tribus del
norte rompen con el hijo de Salomón provocándose desde entonces una ruptura que
jamás se restaurará. Desde este momento Israel será un reino con su propio
gobierno, su propia capital, sus propias relaciones políticas. “Cuando
todo Israel supo que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la asamblea y
le hicieron rey sobre todo Israel”
(12,20).
Políticamente astuto, Jeroboam fortificó la capital,
Siquem, temiendo un eventual ataque de Judá (12,25; ver 14,30 y 15,6). Pero su
mayor jugada política será la reafirmación de dos antiguos santuarios
tradicionales, uno al sur (Betel) y otro al norte (Dan). El rey sabe que lo
habitual sería que el pueblo peregrinara a Jerusalén y ve en esto un peligro
para su gobierno y entonces aprovecha dos lugares populares de peregrinación. En Dan fue que Abraham da alcance a los ejércitos que han secuestrado
a Lot y los suyos (Gen 14,4); en Betel
Jacob sueña con los enviados de Dios
subiendo y bajando por lo que le da ese nombre, que significa “casa de Dios” (Gen 28,19). Por tanto, la
estrategia del rey es reforzar las tradiciones de sus pueblos; y, para más
significación, coloca en ambos santuarios sendos “becerros de oro” diciendo “este es
tu Dios, Israel, el que te hizo subir de la tierra de Egipto” (12,28). Esto, que es sensato políticamente, es sumamente
criticado por los libros bíblicos que añaden el nombramiento de sacerdotes que
no eran de la tribu de Leví y la construcción de casas “en los altos” (12,31-32; 13,33). Para los
autores bíblicos con estas actitudes “la idolatría” tuvo su entrada triunfal en
Israel. Cuando – más tarde – Abías, el hijo del rey cae enfermo, la mujer de
Jeroboam va disfrazada a ver al profeta Ajías, aquel que le había anunciado que
sería rey, y éste la reconoce (a pesar de su ceguera) y le recrimina la idolatría
y el abandono de los caminos de David (14,6-10), y anuncia un nuevo rey en su
reemplazo (14,14). De hecho, su hijo Nadab gobernará en Israel (15,25) pero al
poco tiempo será derrocado, asesinado y con él toda su familia (15,29). A
partir de estos hechos Jeroboam será modelo de perversión para todos los reyes de Israel.
A lo largo de los libros de los Reyes se repite insistentemente la misma fórmula: “Hizo el
mal a los ojos de Yahveh y fue por el camino de Jeroboam y por el pecado con
que hizo pecar a Israel” (15,34;
16,2.7.19.26.31 etc…).
La idolatría, que en este caso es adorar a otros dioses distintos del
Dios de Israel, es el pecado principal para los profetas y sus libros de
influencia como es el caso del libro de los Reyes. La jugada astuta del rey no fue vista
con ojos políticos por los autores bíblicos que vieron que, a partir de ella, los
ídolos, y en especial el dios Hadad, divinidad cananea que era llamada también
“señor” (= Baal) y era representada con un toro, fue cada vez más claramente
vislumbrado como el gran “enemigo de Yahvé Dios”. Y fue una razonable maniobra política,
pero insensata religiosamente lo que le dio a esta divinidad extranjera su
“carta de ciudadanía” en el “pueblo de Dios”. No siempre la sensatez política
es coherente con la voluntad de Dios y los profetas deben denunciarlo.
Imagen tomada de https://iglesiando.com/2016/12/24/la-navidad-y-el-rey-jeroboam/
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