Si Cristo no resucitó “somos las personas más dignas de compasión” (1 Cor 15,19)
Para los
cristianos, la resurrección de Jesús es el punto nodal de nuestra fe y de
nuestra vida. Dios calló en todo el drama de la pasión y asesinato de su Hijo,
pero, finalmente, dijo una palabra: “vida”, y vida divina, para ser garante,
con ello, de todo lo que Jesús decía y hacía en su vida y ministerio.
Que el nuevo
mundo de hermanas y hermanos es posible, que el amor vence al odio, que la
justicia, la verdad, la paz y la esperanza están por sobre la crueldad, la
mentira, el odio y el individualismo.
Celebrar la
Pascua, para nosotros, no es una mera fiesta litúrgica, sino una apuesta
militante por la vida en tiempos de muerte; hubo faraones, babilonias, césares,
Herodes y Pilato, pero Dios mostró siempre que la vida está en medio de su
pueblo, que camina con él, que ilumina caminos y hasta da sentido a la muerte
que nace del amor.
En nuestro país
campea la muerte, la muerte “antes de tiempo”, como definía a la pobreza el
querido Gustavo Gutiérrez; el “no tener derecho al derecho”, como repite la
teología feminista. Las mentiras y el odio se propalan desde el gobierno en
todo momento con el apoyo de los medios cómplices; el insulto y la ofensa al
que no piensa igual; la represión a los que reclaman con justicia; la pobreza y
la desesperanza; un nuevo endeudamiento con el FMI que reduce aún más nuestra
poca libertad de decisión; las mentiras desde el INDEC hasta repetir cifras
insensatas que solo cree quien así lo decide… La preocupante baja del índice de
natalidad (que un insensato atribuyó al trabajo femenino), el alarmante
crecimiento de suicidios juveniles, la frecuencia del acceso al juego, al alcohol
o a consumos problemáticos son – entre otros – claros indicios de desesperanza,
algo comprensible ante la mentira sistemática, y la burla constante que llega
“desde arriba”. Pero a todo esto queremos repetir que la esperanza sí tiene
sentido. Esperanza no en esta dirigencia y sus políticas, sino esperanza en
Dios. En un Dios que pronuncia palabras de vida, en un Dios que camina con su
pueblo, aunque pareciera ausente, callado e indiferente, en un Dios que está acompañando
los procesos comunitarios y comprometiendo su presencia con los últimos.
La muerte de
Jesús fue un crimen, pero ocurrió porque no le “corrió el cuerpo” a su
compromiso por el bien de los suyos mostrando el sueño de Dios para la
historia. Mientras algunos buscaban los primeros puestos, Jesús aceptó la
muerte, “¡y muerte de cruz!” Ante la proliferación de “ofertas políticas” que
buscan su lugar, Jesús nos enseña, una vez más, que es poniéndose en el último puesto,
junto a los últimos, que la semilla de vida puede brotar y ser alimento para
una multitud.
Decir ¡felices
Pascuas! es marcar un rumbo, reconocer un camino, celebrar una meta. Una meta
de hermanas y hermanos, una meta de justicia social y paz, de derechos humanos
y verdad, una meta de vida, y vida plena. A veces ardua, en ocasiones
obstaculizada por los poderes que quieren oponerse a que sea Dios y no ellos
quien reine, pero no menos festiva, no menos real, no menos humana. De
humanidad se trata, de vida se trata.
Grupo
de Curas en opción por las y los pobres
Semana Santa
2025
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