Dicta-dura de
la academia
Eduardo de la
Serna
Antes de
comenzar, necesito expresar algo que, en mi país, Argentina, y en otros de la
región, es demasiado importante. Para nosotros, “Dictadura” es un momento
concreto de nuestra historia, demasiado terrible (1976-1983) que nos ha marcado
a “sangre y fuego” y resulta ofensivo aplicar el término a otros contextos.
Pero el término, en sus acepciones, tanto en los diccionarios como en su
etimología, permite el uso (“la dictadura de la moda”). El sufijo “—ura”
expresa la realización, concreción, y se refiere a un “dictado” (de una persona
o grupo con poder omnímodo, particularmente). Como esa es la situación que
quiero expresar, pero de ninguna manera quiero relativizar nuestro doloroso
pasado, usaré la palabra con un guión intermedio, para que quede claro que se
refiere a algo que es “dictado”, pero que no estoy comparando situaciones
incomparables.
Y antes de
entrar en tema voy a ilustrarlo con un ejemplo. Claudio, un conocido italiano,
hijo de campesinos italianos, me contaba la dicta-dura que representa para
ellos la Comunidad Europea; y ponía dos ejemplos expresos: los porcentajes y las
fechas de vencimiento. Decía que ellos, Italia, por ejemplo, no podían producir
más de un porcentaje de lácteos de los que finalmente iban a consumir; el resto
debían traerlo de otros países de la Comunidad. Ellos, entonces, no podían
producir demasiado, o debían hacerse cargo del excedente. Lo mismo ocurría con
las fechas de vencimiento, “cada vez más breves”, con lo que “benefician a las
grandes empresas, que tienen grandes stocks y perjudican a los pequeños
campesinos”, me contaba.
Y, me pregunto,
si no es algo por el estilo lo que ocurre entre nosotros. ¿Cuánto hace que no
podemos comer tomates y choclos (= maíz) con gusto a tomates y choclos y
debemos consumir "eso", porque no se consigue por ninguna parte accesible tomates
rojos y con sabor, o choclos con granos grandes y blancos?
Y yendo al tema
académico, me encuentro que estamos “sometidos” a un esquema, a un “dictado”
que no parece estar al servicio de la libertad y de la calidad, precisamente.
Hace un tiempo,
acepté la propuesta de encargarme de un número de una revista. Para ello,
escribí a varios estudiosos conocidos de diferentes países pidiéndoles su
colaboración. Y es interesante señalar tres casos concretos:
- Uno me dijo: “¡Los requisitos editoriales me llevan más
tiempo que el contenido del artículo!” Se refería, obviamente, a los criterios
que se solicitan para la publicación. Que, además, son tales en una revista,
cuales en otra y diferentes en una tercera. Tanto que, si uno debe mudar un
artículo preparado para una a fin de presentarlo en otra, debe tomar mucho
tiempo para la adaptación. A eso se refería.
- Otro, un gran biblista brasileño, me envió un excelente artículo, y
me preguntó: “Tratando-se de autor
estrangeiro, posso utilizar a metodologia que utizamos no Brasil?” No hubo
caso, y terminó retirando el artículo para, finalmente, entregarlo en una
revista de su país.
- Finalmente, un tercero, otro de los más conocidos biblistas de América Latina, directamente me respondió: “Escribir un artículo con todos los instructivos exigidos ya no me interesa. El abismo entre la exégesis y comunidad es ya demasiado grande. Yo busco superar ese abismo”.
La sensación que tengo es que,
finalmente, la calidad del artículo debe quedar supeditada a los “dictados” que
impone no sé quién y a los que nos hemos sometido si queremos publicar. Una
revista, “debe” asumir una serie de indicaciones lo suficientemente rígidas sin
los cuales “no figura”. Obviamente, si no figura, un artículo publicado allí no
será leído, o – al menos – no será leído por los académicos, luego, no será
citado. ¿Para qué (y quién) escribir, entonces?
Sin ninguna duda es de esperar que un artículo sea lo
suficientemente serio como para que la revista no quede “desprestigiada”, y es
para ello que se recurren a los arbitrajes. Pero quién fija el equilibrio para
determinar la seriedad y no quedar sometidos a la dicta-dura de “los tomates y
los choclos”. Y pongo otro ejemplo: en un artículo yo señalaba un dicho
conocido, y fue cuestionado como “poco serio”. Ahora bien, un gran biblista
español también lo utiliza (en un contexto semejante). ¿Será que si cito al
biblista puedo citar el dicho? Otro ejemplo es la exigencia (dicta-dura) de un
número ORCID. Estos señalan como su primera función básica crear “un
registro para obtener un identificador único y gestionar un registro de las
actividades”. Pero una cosa es que un nombre sea más o menos conocido por sus
obras, y otra la creación de un “registro”. En lo personal no tengo ganas de
estar en más registros de los necesarios, que ya son demasiados. Otro ejemplo
es el portal “Academia.edu”. Aparece como una oportunidad de conocer y dar a
conocer artículos, lo cual permite una mayor difusión y circulación del
pensamiento. Pero, resulta que constantemente se nos “bombardea” con
indicaciones de que en la versión “plus” (= paga) podríamos saber quiénes,
cuándo y dónde nos citan. Lo que permite tener un mayor “prestigio”. Y dejo de
lado (pero no porque no me parezca lo principal) la pregunta de qué tan
evangélico es todo esto. Puedo poner un ejemplo de lo que me ocurrió con
alumnos en una facultad después de dar clases, pero prefiero no hacerlo.
Y, por supuesto, todo esto está dictado desde “allá” (nunca desde
“acá”). Y si no nos sometemos, no existimos (aunque en lo personal estoy
convencido que, aunque nos sometamos totalmente, “allá” jamás existiremos); y
queda el dicho de la “cola de león o cabeza de ratón”. Y temo que tengamos (o
terminemos teniendo) la actitud que se ve en algunos en nuestras calles, que
cacerolean en favor de delincuentes y de poderosos (se llama tener al amo
“introyectado”, creo). O, al decir de Arturo Jauretche, son los que gritan
defendiendo a las patronales del campo, a los grandes terratenientes, pero la
única tierra que tienen en la de dos macetas. ¿Por qué nos sometemos? Creo que
es una pregunta a la que nos debemos respuesta. ¿Hay
posibilidades de resistencia? sería otra. Creo que sí, por supuesto, pero nunca
es sin consecuencias. Pero sí creo que al menos ser conscientes, sería un
primer paso. Y me interesa darlo.
Foto tomada de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-47954640
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