Una respuesta creativa ante la peste
Eduardo de la Serna
En la localidad de Klaros, en la actual Turquía, había un gran
templo a Apolo donde solían pronunciarse oráculos a quienes lo solicitaran (en
general, luego de un buen pago por ello). En la década del 160 una gran peste (peste
Antonina) asoló la región.
Cuando los habitantes de Cesarea Torcheta (Lidia) fueron a
consultar al oráculo, este ordenó:
“que se saque agua de siete fuentes
cuidadosamente preparadas” y con ella se rocíen las casas. y en las afueras de
la ciudad “se debe erigir una gran estatua de Apolo, con un arco amenazante en
su mano derecha”. Hecho esto, la peste desaparecería.
Cuando – por el mismo motivo – fueron a consultarlo los ciudadanos
de Pérgamo, el oráculo dijo:
“durante siete días seguidos ofrezcan
carne en el altar de Atenea, quemando un novillo de dos años, puro, virgen, y
tres toros a Zeus y a Baco celestial. Asimismo, para el hijo de Coronis [Esculapio]
despedacen un toro según la costumbre y organicen un sacrificio y una fiesta. Y
los jóvenes, todos vestidos con atuendos militares, con sus padres, derramen
una libación tras otra y pidan el remedio a la peste a los inmortales”
Lo interesante es que, no solamente no se preguntan por la causa de
la peste, sino que las soluciones no modifican en nada las costumbres y hábitos,
por el contrario, responden a ellas. La vida, la ética no forma parte de las
perspectivas de los dioses griegos.
En cambio, poco después, en otra peste (250), el obispo de Cartago (norte
de África), Cipriano, no respondió llevando a cabo actos de culto para calmar “las
iras divinas” sino ocupándose de la ayuda a quienes sufrían las consecuencias (además
de que muchos de la ciudad culpaban a los cristianos por la peste).
Cipriano sabe que en medio de esta situación (y recién salidos de
la persecución de Decio) los cristianos precisan palabras claras y una
orientación precisa (y no serían los oráculos quienes las darían). Cipriano
reunió a los cristianos de la ciudad invitándolos al valor y la paciencia. Su
discurso fue profético y pastoral. Los cristianos, dijo, son tan afectados por
la peste como los paganos. La cosa no era el por qué sino el cómo responder
ante este hecho. Y para ello, recurrió a las Escrituras y la Tradición. En
primer lugar, señalando la centralidad del amor y la misericordia. Destacando,
además, que, desde hace muchos años, “la iglesia se ha dado una organización
del cuidado de los enfermos”. El dinero de la comunidad, mujeres dedicadas y
diáconos debían salir hacia los demás en estos momentos. No es posible que “gente
muera en las calles y sin pan ni agua”. Y siguiendo el Sermón del monte invitó
a ir más allá del amor al hermano, amando más que los “escribas y fariseos”,
amando incluso a los enemigos, es decir a los vecinos paganos (es decir, no
solo a los cristianos), dando de comer y beber a todos, también a los que ayer “nos
han perseguido” o a quienes hoy nos calumnian. Lo importante es que, a
diferencia de los oráculos paganos, que no modificaban las actitudes y habitus
sociales que los constituían, la propuesta de Cipriano ante la peste, fue
modificar el hábito: la confianza en Dios debía llevar a un cambio de vida “en
salida”.
[inspirado en A. Kreider, La Paciencia. El sorprendente fermento
del cristianismo en el imperio romano, Salamanca 2017, 86-95]
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