El resucitado es el crucificado
DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA - "B"
Eduardo de la Serna
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35
Resumen: Lucas presenta una comunidad ideal para indicar el camino de hermandad y amistad que los creyentes deben vivir entre sí.
El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta sumariamente el crecimiento de la palabra de Dios histórica y geográficamente. Comienza por la palabra “en Jerusalén” para llegar finalmente a Roma (con Pablo). En 2,42-47 lo había ya presentado esquemáticamente como cuatro aspectos: enseñanza, comunión, fracción (del pan) y oración. El texto de hoy retoma la misma idea señalando particularmente el aspecto “comunión” [koinônía] ya que será lo que a continuación pretende destacar: Bernabé es ejemplar en esto (4,36-37) mientras que Ananías y Zafira son todo lo contrario (5,1-11).
Lo primero que se destaca es que “la multitud [plêthous, palabra habitual en Lucas-Hechos y que designa la comunidad] de los creyentes” «tenía un solo corazón y una sola alma», «nadie llamaba suyos a sus bienes» y «todo era común [koiná]». La frase, común en los LXX y el rabinismo es usada entre los filósofos para referir a la amistad:
“la fuerza de la amistad está en esto, en que por así decirlo, se haga un solo espíritu de muchos” (Cicerón, De Amicitia 92)
Aristóteles afirmaba: “¿Qué es la amistad? Su respuesta fue, "Una sola alma habitando en dos cuerpos” (Diógenes Laercio, Vida de los filósofos Ilustres, 5.1.20).
“… ya está dicho que de este amor han procedido todas las demás cosas que pertenecen a la amistad que tenemos con los otros. Con lo cual concuerdan también los vulgares proverbios, como son: un alma y un cuerpo; entre los amigos todo es común; la amistad es igualdad…” (Aristóteles, Ética a Nicómaco IX,8)
Lo que se predica del Israel ideal y la “fraternidad” (Dt 15) y de la comunidad helénica ideal y la “amistad” se predica aquí de “la multitud de los creyentes”.
Los “apóstoles” daban “testimonio” con “poder” (dynamis), algo que caracteriza su ministerio ya que recibieron “el poder (dynamis) del Espíritu… y serán testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (1,8). Las manifestaciones de “poder, prodigios y signos” (2,22) son señal de la vocación profética de la comunidad (cf. Dt 34,11).
El término “necesitado” (endeês) no es muy utilizado (x25 en toda la Biblia y sólo aquí en el NT) es usado en el importante texto de Dt 15 para aludir a la responsabilidad de los miembros de la comunidad con los “necesitados” ya que no debe haberlos en el pueblo de Dios a causa de la solidaridad. Es lo que aquí se consigna, la solidaridad fraterna, provoca que no haya “necesitados” en la “multitud de los creyentes”. La clave está en el reparto (diadídômi) “según la necesidad (jreía)”. El reparto entre los pobres (ptôjois) es lo que Jesús pretende de los discípulos (Lc 18,22) y lo que se concreta en la comunidad.
Resumen: la fe y el amor nos unen plenamente a Dios como hijos sujos. Y nos hacen vencer sobre el mundo, el ambiente hostil a Dios y sus proyectos. La muerte de Jesús y su resurrección nos llevan a creer, de eso son testigos los sacramentos.
Una serie de elementos marcan el texto litúrgico. En realidad hay muchos temas que pertenecen a la teología de la carta, pero que no hacen – expresamente – al sentido de su elección para esta fiesta litúrgica. Sin duda la referencia al “agua” y al “espíritu” son las razones que deben destacarse.
En la primera parte se pone “amar” y creer” en paralelo ya que si en 4,7 había dicho que “todo el que ama ha nacido de Dios”, ahora señala que “todo el que cree… ha nacido de Dios” (5,1). Lo cual ahonda al señalar a continuación que “todo el que ama al que da el ser (= Dios) amará también al que ha nacido de él (= ¿Cristo?, ¿los creyentes?, ¿ambos?)”. A continuación destaca que el que cree “vence al mundo” (v.4). No hay que olvidar que en la literatura joánica, el “mundo” no se refiere a la “tierra”, en contraste con “el cielo”, sino al ambiente adversario de Jesús y su comunidad [por eso el diablo es el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30; 16,11), o el reino de Jesús “no es de este mundo” (18,36); el “reino de Dios” – en el aquí y ahora – se vive en la fe y el amor]. Ya Jesús ha “vencido al mundo” (Jn 16,33), y es la fe-amor la que lo vence.
Decir que “vino con agua y con sangre” puede aludir a la muerte de Jesús y su costado traspasado (Jn 19,34). Jesús el Mesías vino en su pascua para ser recibido por la fe y el amor a semejanza suya. Agua y sangre pueden también aludir al bautismo y la eucaristía (3,5; 7,37-39; 19,30; y 6,53-56).
Lo propio del agua, la sangre y el espíritu es dar testimonio. Testimonio “de Dios acerca de su hijo” (v.9) para que crean (v.10). La fe es el objetivo del testimonio, fe en Jesús a quien se ha de creer. Lo que Dios testimonia sobre Jesús es su resurrección como triunfo sobre la muerte.
+ Evangelio según san Juan 20, 19-31
Resumen: Con la resurrección de Jesús y su aparición a los discípulos Jesús comienza a otorgarles los dones escatológicos por excelencia: la paz, la alegría, el perdón, el Espíritu…
El día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María Magdalena fue al sepulcro (20,1); más tarde María se encuentra con Jesús a quien confunde con el “jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al atardecer de ese mismo día tiene lugar la aparición a “los discípulos”. No sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo cual “los discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en el relato), sólo sabemos quién faltaba, Tomás, que será el protagonista, junto con Jesús, de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes separadas por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva a ocurrir en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento – nuevo en la segunda – que las relaciona, pero no hace falta caer en el fundamentalismo de preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por Jesús en la primera visita.
Empecemos señalando que la presencia de Jesús con las puertas cerradas (v.19.26) parece intentar referir a que Jesús no ha vuelto a la misma vida pasada: su cuerpo es el mismo, pero es a su vez distinto, es glorificado. Como en la escena que sigue, las palabras de Jesús reconocen el don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir que la paz ya está entre ellos – a causa de la ausencia de verbo, lit. “la paz con ustedes” – ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el costado” reforzando así la idea de que “el resucitado es el crucificado”, continuidad y diferencia. Esto dicho anticipa la escena de Tomás, pero también nos adelanta que lo que dirá luego de los que “creen sin ver” no se refiere a los discípulos con exclusión de Tomás sino a los lectores del Evangelio.
La alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen una nueva dimensión. No se trata simplemente de repetir un saludo y que los discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que engendra todos los anteriores, es el Espíritu que ahora entrega el resucitado. Nosotros lectores ya sabemos que sobre el pequeño grupo al pie de la cruz – los creyentes representados en la madre y el discípulo amado – se ha dado el espíritu (19,30), como estaba anunciado (7,39). Pero el espíritu – recordar los dichos del Paráclito (ver 14,16.26; 15,26; 16,7, siempre en el discurso de despedida) – no se derrama sobre el pequeño grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos (20,22; ver 15,26-27).
Ahora bien, como se puede ver en una lectura integral de todo el Evangelio, uno de los elementos centrales de la cristología joánica es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (el término judío es “sheliaj”) es una institución característica para la cual la persona tiene “la misma autoridad que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo que deja de hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado del Padre” evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras como queda claro todo a lo largo del Evangelio. “Enviado” en griego se dice con dos términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”). Así podemos decir que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol” que es Jesús. Sin embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre me envió” (ver 13,16.20; 17,18), y – en coherencia con los textos mencionados – es un envío “al mundo”.
A continuación les da la capacidad de hacer llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene cierto contacto con Mt 16,19; 18,18).
La escena queda abruptamente interrumpida – no hay despedida ni partida – con la referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo entre ambas escenas los asistentes confirman que han “visto al Señor” (nuevamente se confirma que la alusión a los que creen sin ver no se refiere a ellos) pero Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más allá de la visión, él quiere tocar.
Ocho días más tarde la escena inicial vuelve a repetirse, como dijimos, pero ahora Jesús se dirige directamente a Tomás invitándolo a hacer lo que había solicitado e invitándolo a no ser increyente sino creyente. La escena concluye con la magnífica confesión de fe de Tomás, “Señor mío y Dios mío”, conclusión a su vez, del Evangelio.
Pero veamos algunos elementos fundamentales para entender más plenamente esta unidad: como se ha dicho, la paz y la alegría no son un simple saludo. La paz ya había sido anunciada por Jesús para su vuelta (14,27-28; 16,33; ver Is 52,7, 60,17, 66,12); y también la alegría (14,19; 16,21-22; ver Is 51,3 11, Sal 35,9). El “soplo” podría aludir al relato de la (nueva) creación (Gen 2,7; Sab 15,11) pero parece también coherente con la imagen de la resurrección en alusión a Ez 37 en el relato de los “huesos secos”; la humanidad resucita por el poder creador de Jesús resucitado. La referencia a perdonar y retener se mueve entre dos extremos, y tiene la apariencia de lo que se llama un “merismo”, es decir una figura retórica que quiere señalar la totalidad moviéndose entre los dos extremos. En este caso parece simbolizar el control total del acceso a la casa (ver Is 22,22 con términos similares, que también inspira – como dijimos – a Mt 16,19 y 18,18). Puesto que la escena refiere a “los discípulos” sin especificar, parece que debe entenderse que es toda la comunidad creyente la que recibe este “ministerio”.
Los discípulos ya habían escuchado palabras semejantes de María Magdalena que “había visto al Señor”, pero el texto no dice nada sobre las consecuencias de esto (lo que podría estar incluido si creemos que Juan ha desarmado el texto – como hemos dicho la semana pasada – y puesto la reacción de los discípulos al comienzo de la unidad). Las mismas palabras dicen ahora los discípulos a Tomás: “hemos visto al Señor”.
La respuesta de Tomás a los discípulos marca un segundo estadio en su itinerario de fe – luego de la ausencia – está dispuesto a dejar su incredulidad si es que el resucitado se ajusta a sus criterios, pero «si no» (ean me) cumple sus condiciones, permanecerá en la incredulidad, “no creeré” (ou me pisteuso). Tomás exige “tocar” a Jesús así como María quería aferrarse a su cuerpo (20,17); Tomas – ahora al menos está presente – exige experimentar el cuerpo resucitado del crucificado. Pero el sentido fuerte de “tocar” y “meter” parece destacar, además, la continuidad entre el mundo pasado y presente de Jesús (algo que el paso a través de las puertas refuta, como dijimos). Para creer, Jesús debe aceptar sus exigencias. Al aparecerse Jesús manifiesta aceptar las condiciones de Tomás, pero a su vez también pretende: “y no seas incrédulo, sino creyente…” (no hace falta destacar aquí la reiteración e importancia del verbo “creer” a la que hicimos referencia). Nada indica que Tomás tocara, ahora es él el que acepta la condición de Jesús y manifiesta su fe. Lo que había ido mostrándose en el Evangelio sobre “la palabra” en 1,1-2, el uso por parte de Jesús del absoluto “yo soy” (ver 4,26, 8,24.28.58; 13,19; cf. 18,5.8), y su afirmación «yo y el Padre somos uno» (10,30 y también 10,38) llegan a su “climax” en esta confesión de fe: “Señor mío, Dios mío”. Se ha destacado que el emperador Domiciano (81-96 d.C.) quería ser venerado como Dominus et Deus noster (Suetonio, Domiciano 13). El ambiente del “culto al emperador” era muy importante en el imperio romano, y quizás sea el trasfondo del dicho, pero no hace honor al texto entenderlo exclusivamente como una confrontación; el dicho debe entenderse especialmente en el contexto del mismo Evangelio y su texto (cf. Sal 35,23; Am 5,16).
La confesión finaliza con un dicho de Jesús, “Dichosos los que no han visto y han creído” abriendo así el relato a los lectores del Evangelio, a un nuevo tiempo histórico (17,20; cf. 1 Pe 1,8). Pero no es justo, tampoco, descuidar– en una misma proyección a los discípulos y al tiempo de los lectores del Evangelio – que antes, se ha destacado que el discípulo amado creyó sin ver (20,8). Eso es lo que están invitados a confesar los destinatarios del cuarto evangelio, y ese ejemplo están (estamos) invitados a seguir.
En los vv.30-31 se presenta la conclusión de todo el Evangelio, el “para qué” fue escrito: “para que crean” y creyendo “tengan vida” (divina). “Juan” ha hecho una selección de signos en esta obra con esta finalidad, “que crean”. No se debe descuidar que este creer aquí se señala explícitamente: “que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios”, algo que en el Evangelio es confesado por Marta (11,27), a quien Jesús ama, y hermana de Lázaro (11,5). Siendo idénticas palabras a las de Pedro en la llamada “confesión de fe de Pedro” (Mt 16,16), seguramente debería referirse a Marta con idéntica idea, “confesión de fe de Marta”; por eso a ella Jesús le aclara “el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees?” (11,26; notar en ambos casos – de Marta y de la conclusión del Evangelio – la centralidad de “creer”). Siendo esta la máxima confesión de fe del Evangelio, no se debería dejar a Marta en un segundo lugar al leerlo. Pero – en este caso concreto de la liturgia de la fecha – siendo esta la conclusión de todo el Evangelio, la unidad merecería un desarrollo mucho más extenso. Simplemente reiteremos aquí la estrecha relación entre fe y vida (divina), eso es lo que el autor del Evangelio pretende. Esos son los “creyentes” – y discípulos amados – y esa es la comunicación de la vida “resucitada” para “todo el que cree”.
Dibujo tomado de www.conocereisdeverdad.org
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