El no-sacrificio de Jesús en la grieta de un viernes
Eduardo de la
Serna
El Viernes Santo se conmemora la muerte de Jesús en una cruz. Tantos siglos de conmemoración llevan a correr el riesgo de domesticación o pasteurización de ese terrible instrumento de tortura romano, heredado de los persas. Tan terrible era que el término empieza a tratar de omitirse o simularse en los escritos tardíos del Nuevo Testamento, para evitar el escándalo que provocaba. Va a ser necesaria la “cristianización” (sic) del Imperio con Constantino para que esa domesticación fuera total: Eusebio de Cesarea, el intelectual orgánico del Emperador, dice que Constantino, luego del triunfo en la batalla vio en el cielo la cruz y pronunció el dicho griego “por esto vencerás”, traducido al latín por in hoc signo vinces. La cruz pasaba a ser un signo amable y de triunfo, ya no de derrota; de un imperio romano amigable, y ya no asesino. Teológicamente, además, el crimen se transformó en un “sacrificio” lo cual re-dimensionaba los efectos benéficos que la fe atribuyó a la cruz.
Digamos que un
sacrificio es un ritual, realizado por un ministro religioso, ofrecido a la
divinidad. Habitualmente es violento por el derramamiento de sangre. Es
evidente que, en el caso de Jesús, lo que hubo fue un crimen. Ni los romanos,
ni Caifás realizaron ninguna ofrenda religiosa, no hay mención de las
divinidades a las que el sacrificio se presentaría. Recién la carta a los
Hebreos, con clara intención simbólica y espiritualista para teologizar el
sacerdocio de Cristo (que era laico), utiliza la categoría sacrificial. Sin
duda, lo de Jesús fue una auto-donación, un acto de plena y absoluta fidelidad
al Padre, pero no un sacrificio.
También,
influidos particularmente por san Anselmo, el acento se puso en el sufrimiento,
el dolor o la muerte como algo querido por Dios y que al padecer Jesús nos
alcanza el perdón divino; lo que salva sería el dolor (no el amor). No parece
un Padre de amor y misericordia el Dios así presentado.
Una pregunta
fundamental la presentó el gran Ignacio Ellacuría al distinguir ¿por qué muere
y por qué lo matan? Ciertamente no es lo mismo. No es la misma la actitud de
Jesús enfrentando la vida, el ministerio y el proyecto de Dios (el Reino) que
la actitud de los romanos. Jesús no puede ser infiel al proyecto de Dios. Por
eso no niega, no traiciona, no disimula su predicación, aunque deba enfrentar
la muerte. Jesús no “muere por”, sino que “lo matan por”. Y Dios no quiere que
Jesús muera, pero tampoco quiere que niegue en el último momento, por salvar su
vida, todo aquello que ha predicado. Jesús muere por su fidelidad al proyecto
de Dios que es la vida plena de las hermanas y hermanos. Pero ese proyecto
contrasta con el de Roma. Sólo el César debe reinar (César, “hijo de Dios” dice
la inscripción de la moneda con la que se paga el impuesto a Roma). Sólo Roma
salva, trae la paz, y Roma está por encima de todos como “patrón de patrones”.
Algo intolerable para Jesús y su proyecto de que Dios (y sólo Dios) reine. La
cruz, entonces, es un castigo ejemplar, que se exhibe a la vista de todos con
una clara inscripción para que todos sepan que eso les espera a los que pretendan
seguir el ejemplo de Jesús: «INRI» (“rey de los judíos”). Y Jesús es asesinado,
y su vida, su palabra y sus proyectos se manifiestan públicamente como
fracasados.
¿Y Dios? Dios
calla. Calla porque no puede, no sabe hablar. ¿Qué podría hacer Dios? ¿Bajarlo
de la cruz? Así no es Dios. Jesús fracasa y experimenta el abandono de todos,
incluso de su Dios.
Pero Dios, el
que calla, algo hace: ¡lo resucita! Al resucitarlo deja claro de qué lado de la
grieta él se coloca. Roma manifiesta públicamente su triunfo dando muerte al
profeta de Galilea. El que “pasó haciendo el bien”, el que vino a “que todos
tengan vida, y vida abundante” fue asesinado (le dieron muerte), pero Dios le
permitió el salto a una nueva y plena vida divina. Vida que unos pocos (los y
las que no cuentan, especialmente para los poderosos, como Roma) pueden
experimentar y difundir. A esa toma de postura de Dios en favor del Nazareno es
a lo que llamamos “salvación”: en la grieta entre la vida y la muerte, entre el
poder y la impotencia, entre la violencia y la paz, Jesús, afrontando con
fidelidad la muerte dijo una palabra. Roma dijo otra. Una nos conduce en una
espiral de violencia que no termina jamás, sino que nos aleja cada vez más del
centro: los hermanos y hermanas. La otra, la de Jesús, nos revela el camino del
amor, un camino que nos une más y más con las y los hermanos. Por eso salva;
salva del odio y de la muerte.
Eso es el Viernes
Santo, la historia de un fracaso, la historia de una vida. Y una invitación a
quedar del lado humano de la grieta. Por eso es salvación. Y ese caminar ese
sueño de Jesús, por el que enfrentó la muerte y por el que se la arrebataron, ese
es un Viacrucis de la vida cotidiana. Unidos a los crucificados, y con ellos
saber que Dios también está del lado divino de la grieta. El de la vida.
Foto tomada de https://es.churchpop.com/2018/07/05/nina-ayuda-a-jesus-a-cargar-su-cruz-y-la-foto-se-vuelve-viral/
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