Un 4 de julio
Eduardo de la Serna
Hace
muchos años, 45, para ser precisos, en el seminario nos despertaron con la
noticia de una masacre ocurrida en una Iglesia del barrio de Belgrano. La
parroquia San Patricio, de los padres palotinos, había sido escena – una vez
más – de la barbarie genocida del terrorismo de Estado. Curas y seminaristas
empezaron el lunes su peregrinación a esa comunidad, pero yo me dirigí a casa
de mi tía Susana. Es que ese mismo día se había enterado de la desaparición de
su hijo Juan, mi primo, de quien ya, hacía días, no sabía nada. Es que un mes
antes, el 4 de junio, otra comunidad religiosa había sido, también, diezmada:
los asuncionistas, donde Juan había estado. Esta ocurrió en La Manuelita, partido
de San Miguel. Juan ya no estaba en la comunidad, pero “curiosamente” el mismo
día fue (y sigue) desaparecido, él, su amiga Namba (Pepe, su compañero logró salvarse) y
con ella Lucía, la hija de ellos, luego recuperada.
La
Masacre de San Patricio, como con justicia se la ha llamado, fue extraña. La
acusación de los curas-seminaristas de ser MSTM (del Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo) ciertamente era falsa. No solamente porque el MSTM hacía
años que ya no existía, sino porque si alguno de ellos podía ser cercano a lo
que fue el MSTM, no todos lo eran. Pero pedirle análisis, criteriosidad,
sensatez o lógica a la dictadura es como pedirle empatía al macrismo. Lo cierto
es que los cinco curas y seminaristas fueron masacrados. No hacía falta ser
analista para saber de dónde provenían las balas, aunque no supiéramos el origen
con precisión. Por eso, ya desde entonces, fue escandaloso para muchos de
nosotros que el obispo Leaden, hermano de una de las 5 víctimas, fuera ese
mismo año a la ESMA a hacer confirmaciones. Quizás hasta le haya dado la
comunión al asesino de su hermano (siempre que no estuviera divorciado, por
supuesto).
Mientras
tanto, en Ciudad Gótica, ayer, hoy y mañana, un selecto grupo de periodistas,
políticos, jueces y personas de bien, se dirigen no muy lejos, allá en Palermo,
a una Embajada a celebrar. No sé quiénes serán los que hoy se emocionarán ante
el maravilloso espectáculo de los canapés, mientras esperan con ansias que el número
de muertos por el Covid llegue al mágico número de 100.000 y poder participar
de lo que Mugica llamó “el júbilo orgiástico de la oligarquía”, haciéndose los
escandalizados por los muertos que ellos provocaron, alentaron o acompañaron. Quizás
hoy brindarán por Pfizer, y por Manes, aunque quizás esta vez Patio no vaya
disfrazada ni de vaquera ni de presidiaria, y lamentarán otra vez la ausencia
del otrora siempre presente Claudio Bonadío, tan servicial él.
Pero
acá, de este lado del partido, muchos seguimos esperando justicia. Por los
asuncionistas y sus amigos y amigas, por los palotinos, y por los 30.000. Aunque
en una embajada insistan en que ese número es falso y un ex presidente lo
repita (como siempre repite lo allí propalado). Porque con esos 30.000 también
empezó una pandemia, el neoliberalismo, que entre hambre, desocupación y
desesperanza provocó bastantes más muertes que las provocada por el Covid que
los turistas nos trajeron.
Foto
tomada de https://www.laizquierdadiario.com/Mafalda-y-el-palito-de-abollar-ideologias
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