Una mirada atenta a La Verdad los hará libres, tomo II
Eduardo de la Serna
El
tomo II de la obra “La verdad los hará libres”, encargada por la Conferencia
Episcopal Argentina (CEA) a la Facultad de Teología (UCA) [editorial Planeta
2023] está presentada como un acceso a los archivos, gran parte de ellos hasta
ahora desconocidos, tanto de la CEA, como del Vaticano, sea en la Nunciatura
apostólica como en la curia vaticana (la Secretaría de Estado y la Oficina de
asuntos públicos).
Esto
ya señala límites del trabajo, seguramente lógicos, como allí mismo se señala:
no se encuentran citadas ni aludidas (salvo contadísimas excepciones) obras que
permitan profundizar mejor el contexto (algo, sólo algo, insinuado en el tomo
I), como tampoco textos episcopales que vayan “más allá” de lo colectivo, como
podría ser carta de un obispo a otro, etc. En ese sentido, debemos asumir esta
obra como complementaria de otras muchas, existentes o por venir. Un aporte
importante, ciertamente, pero necesitado de muchos otros tan importantes como
este.
La
obra sigue un esquema cronológico, empezado en tres grandes partes (1976-1977; 1978-1981;
1982-1983), marcado por diferentes momentos cronológicos. Sólo en algunos
momentos este se interrumpe para detenerse en algo que podríamos calificar de
“temático”: el obispado castrense, las Abuelas de Plaza de Mayo, etc., en cuyos
casos se rompe el esquema para abarcar todos (o casi todos) los períodos.
Llaman
la atención, desde mi perspectiva, tediosamente, muchos títulos que son largos
párrafos, de citas de varios renglones que poco después se repetirán en la
unidad. Quizás se pretenda una suerte de “abstract”, pero no es cómodo
leer una y otra vez lo mismo.
En
ese sentido, además, es llamativo que haya excesivas repeticiones. Hay textos
enteros que se repiten más de una vez, incluso hasta ¡cuatro veces! A modo de
mero ejemplo, las palabras de Pio Laghi luego de su conversación con Videla a
consecuencia del Angelus de Juan Pablo II (29 de octubre de 1979)
aludiendo al “alto ‘rating’” del Papa, se encuentran citadas en pp. 434. 552.
569 y 570 (y podrían referirse otras varias repeticiones).
A
nivel editorial hay elementos a señalar. Los errores tipográficos, ortográficos
o de redacción son abundantes (tengo subrayados 93); se utiliza “presidente” y
no “presidenta” para referirse a Isabel Martínez a pesar de la recomendación de
la Real Academia, se hace expresa mención (seguramente con razonable criterio
historiográfico) de usar los términos como eran utilizados en los textos (y no
como son calificados en la actualidad): “presidente”, “proceso”, etc y no
“dictadura”, “genocidio”, etc. Sin embargo, cuando no se está aludiendo
expresamente a textos o archivos mencionados, me resulta un poco chocante una
terminología tan “aséptica”. En algunas partes (no en todas) se elige señalar a
las personas mencionadas solamente con iniciales (aunque algunas son
evidentemente reconocibles, como al hablar de H. P. de B., p. 253, 777; la
mayoría no lo son). Quizás así “deba” ser, o forme parte del “acuerdo” al liberar
archivos, pero, al menos sirva señalar que – en mi caso personal – me hubiera
gustado conocer los nombres, especialmente al intuir nombres conocidos (como R.
R. van G, p. 250). Esto, además, permite errores ya que se confunde S. C. de A.
con L. C. A. (p. 787) o se “escapa” un nombre sin iniciales (p. 780).
Evidentemente,
conocer archivos (con las limitaciones evidentes) nos permiten muchas
preguntas. De hecho, los autores en muchos casos, al empezar o finalizar
unidades formulan bastantes (y seguramente se podrían formular muchas otras,
algunas que parecen importantes y no se mencionan). Entre los límites notemos
estos: en muchos casos se dice que “no consta” respuesta en los archivos (por
ejemplo p. 549 n.159); obviamente es posible que esta haya sido oral, o que
esté perdida o traspapelada, aunque en ocasiones se dice que se decidió no
responder (p. 779) o se argumenta el costo del correo (p. 792 n.238) para no
hacerlo. También es posible que los investigadores puedan haber pasado por alto
un texto, o no hayan tenido acceso a ellos.
A
modo significativo siempre nos surge la “falsa pregunta” de «¿qué hubiera
pasado sí…?» Ciertamente falsa, tanto porque “no pasó” como porque no podemos
imaginar con todos los elementos concretos acerca de qué hubiera pasado realmente.
Pero las quisiera formular no tanto para imaginar lo que hubiera ocurrido sino
para tener claro que seguramente las cosas hubieran sido diferentes a cómo de
hecho ocurrieron si hubieran sido distintas algunas circunstancias:
- Qué
hubiera pasado si el presidente de EEUU hubiera sido Reagan en lugar de Carter.
Él, con la excepción de todos los casos que conocemos, como la venta de armas a
El Salvador, cuestionada por Monseñor O. Romero, al menos dedicó una cierta
atención al tema de los derechos humanos. Y la política exterior de los EEUU
fue importante en casos de denuncias, especialmente por la participación de
Patricia Derian, totalmente reconocida (ver p. 202).
- Antes del
golpe militar el presidente de la Conferencia Episcopal fue monseñor Adolfo Tortolo,
luego reemplazado por Primatesta. ¿Hubiera sido idéntica la actitud de la CEA con
el gobierno militar si el presiente hubiera sido aquel? ¿Qué hubiera ocurrido si
– imposible de imaginar, solo en el terreno de los sueños – el presiente
hubiera sido Jaime De Nevares?
- ¿Qué hubiera
ocurrido si el episcopado argentino hubiera implementado una Vicaria de la
solidaridad o decretado la excomunión a los torturadores como ocurrió en Chile?
Fue expreso que no se quiso repetir aquel “modelo”. Fue expresa la diferencia.
- ¿Y si la
presidencia la hubiera ejercido Massera en lugar de Videla? ¿o Luciano Benjamín
Menéndez, o Díaz Bessone? Ciertamente la posibilidad asustaba a algunos
obispos.
- Si ganaba
Argentina la guerra de Malvinas, ¿qué hubiera ocurrido con el gobierno de
entonces? ¿Y con las consecuencias de la violación sistemática de los derechos humanos?
- Si ganaba
Luder en lugar de Alfonsín, ¿qué hubiera ocurrido con la militancia en favor de
la memoria, verdad y justicia?
Todos
estos planteos contrafácticos no pretenden sino saber que las cosas hubieran podido
ser diferentes, y las consecuencias, obviamente también, sin que podamos concluir
con una mínima seguridad cómo hubiera podido continuar el proceso histórico.
Notemos
sencillamente a modo práctico: evidentemente Primatesta tenía más “tino
político” que su predecesor y que su sucesor, y eso fue fundamental en evitar
la guerra con Chile. Pero también no era lo mismo el planteo de Videla que el
de Menéndez, en este tema… ¿se puede pensar que se trató de una ficción para
distraer el tema de los derechos humanos concentrando a los obispos en el tema “paz”?
Ciertamente es posible. Las posiciones de Primatesta y su militancia
anti-guerra fueron totalmente acordes al planteo del gobierno de entonces (y
pareciera que el de Chile). Ciertamente fue beneficioso, si de guerra inminente
hablamos, aunque la duda de si realmente se hubiera llegado a ello, es, al
menos, posible. Otro planteo es pensar cuántas muertes, desapariciones y
violencia evitó en Chile la vicaría de la solidaridad y su firme posición
contra la tortura. La cantidad de muertos, desaparecidos, etc. (obviamente en
proporción a la población) revela eficacia en unos – y coherencia evangélica –
y no así en otros.
Los
textos permiten conocer, en el caso del episcopado argentino, expresamente
dichos de obispos en particular. En lo personal se me permita decir que no tuve
ni siquiera una mínima sorpresa. He podido conocer algunos textos u opiniones
con más claridad, pero en nada ha cambiado mi opinión sobre Aramburu, Primatesta,
Laghi, Tortolo, Bózzoli, Plaza, por ejemplo, ni sobre Hesayne, De Nevares o
Novak. Antes bien, se han aportado elementos circunstanciales para confirmar
las opiniones que sobre ellos ya teníamos. Siempre es bueno tener claro que no
estamos en una especie de “campeonato”, y seguramente siempre hay uno peor,
hasta llegar a Bonamín, y seguramente algunos mejores o no tan malos hasta
llegar a Novak. Pero, como digo, no se trata de “no fue tan malo como” … o, “hizo esto, o aquello”. Hay más de un caso
de obispos que ayudaron a gente a salir del país, pero en sus posiciones fueron
claramente cercanas al obrar de la dictadura. Curiosamente, debo señalarlo, no
tengo constancia, de que en los distintos calificativos a los obispos en el
libro figure el de “complicidad”. A veces se aproximan, pero no hasta afirmarlo
(repito, que yo tenga constancia); en lo personal, en excesiva cantidad de
casos o de momentos episcopales, es la única palabra que me resurge. Pero esto
ya supone entrar en los casos de fulano o de mengano, los que, como dije,
necesitan indispensablemente, otros momentos o elementos ausentes en el libro.
Por ejemplo: en muchas ocasiones se afirma que en determinado debate intervinieron
los obispos A, B y C… y sería insensato esperar que se detalle cada momento e
intervención; el texto sería interminable. Pero si queremos saber cómo actuó “B”
en la dictadura, es imprescindible conocer todas sus intervenciones (y muchos
elementos más). Como decimos, aquí ausentes.
Algunos
elementos ambiguos o cuestionables
En
p. 36 n8 se hace referencia a la Masacre de Trelew, pero la referencia que se
hace a una “fuga” es sumamente ambigua. Es cierto que los detenidos en la base
Almirante Zar habían intentado fugarse de la cárcel con destino a Chile, pero no
es menos cierto que los detenidos fueron fusilados bajo la infantil (y
frecuente) excusa de un intento de fuga. El texto resulta ambiguo o confuso.
En
p. 43 se presenta un debate en el que Pio Laghi cuestiona la mirada de Angelelli
como una persecución contra la Iglesia riojana. Él hace suya la mirada de
Maresma como “más serena y verídica”. No estaría de más anotar esto y
recordarlo en la evaluación del “ministerio” del nuncio.
Ante
las críticas que había recibido Eduardo Pironio, acusado de “izquierda” por
algunos sectores, los autores aclaran que su postura “se basaba en la doctrina
social de la Iglesia explicitada en los últimos documentos del Episcopado
latinoamericano más que en las propuestas de la teología de la liberación” (sic;
p. 77). Obviamente esto supone una mirada – no se trata de archivos – y no está
de más debatirla. En lo personal me recuerda cuando el obispo de San Isidro
visita al nuncio informando del asesinato del padre Pancho Soarez (sic) informa
que “era un sacerdote ejemplar (…) y no era ciertamente un Padre tercermundista”
(p, 242 n.80). Pareciera que si era tercermundista o si estaba con la teología
de la liberación había “excesos” justificables.
En
el debate sobre si el nuncio Laghi visitó o no un centro clandestino de detención
en Tucumán (en mi opinión, tema muy mal tratado) figura una correspondencia
entre Laghi y Fiorello Cavalli sj donde este le comunica al ex nuncio que
Emilio Mignone, a pesar de sus críticas expresadas en “Iglesia y Dictadura”
afirma – en un reportaje en La Razón – que “la historia de estos años terribles
tiene reservada para él una página luminosa”. Laghi afirma que “junto a los mordaces
comentarios del señor Emilio Mignone alguno tuvo también la honestidad de decir
sobre mí una palabra favorable” (p. 94). No es evidente si los autores no han
leído bien “Iglesia y dictadura” (en mi opinión obra indispensable y
fundamental sobre todo este período), si el que no la ha leído es el “minutante”
Cavalli o el exnuncio (o ninguno de ellos), pero bastaba con ver allí para
saber que el que hace referencia a la “página luminosa” es Jacobo Timerman,
comentando el reportaje al que Cavalli hace referencia, pero no es algo dicho
por Mignone (Iglesia y dictadura 1986, p. 89; 2006, p. 85).
No
deja de ser preocupante que haya una tibia reacción episcopal cuando se “toca”
a “gente de iglesia” y, por esto se entiende, curas o religiosas… Pareciera que
para el episcopado argentino por “iglesia” se entienden curas y monjas, no los bautizados;
cuando los secuestrados, torturados o desaparecidos son “simples bautizados”
pareciera que no son “personas de Iglesia”. Además, hubo un tiempo en que se
decía que “la Iglesia es experta en humanidad” (Pablo VI, en las Naciones
Unidas, 1965), eso parece haber quedado hace mucho tiempo en el olvido.
El
texto parece tener una mirada amable con el secretario del vicariato castrense
Emilio Graselli. Él escribió un folleto de pocas páginas (38 pags.) que aportó
para esta ocasión al que tituló: “Mi lucha en la tempestad”. Se ha de reconocer
que, especialmente en este terreno, es poco feliz aludir a este texto con las
primeras palabras mencionándolo como “Mi lucha” (p. 252 n. 142; 253 nn.
144. 146; 254 nn.151.152.154; 255 n. 159).
Uno
de los argumentos habitualmente esgrimidos para señalar que el Episcopado
argentino hizo oír su voz es hacer referencia a “documentos”. No deja de ser
interesante notar que se plantea hacer un escrito sobre los derechos humanos
luego del Angelus papal donde hizo referencia a los desaparecidos. Entre
otros, se oponen a elaborar este documento Bolatti, Bózzoli, Sansierra, Medina…
(pp. 440-441); pues bien, la redacción del documento, finalmente aprobado,
quedó a cargo de Documento a cargo de Medina y Bozzoli (p. 443). ¿Hace falta
aclarar más?
No
deja de ser curioso que, antes que la Universidad Católica de La Plata, cuyo
Gran Canciller era monseñor Plaza dio un “doctorado Honoris Causa” a
Sung Myung Moon, fundador de la llamada “secta Moon” (14 de noviembre de 1984),
el episcopado, siempre preocupado por la educación católica (en lo que monseñor
Plaza siempre destacaba) la Iglesia de Moon hubiera sido tema de comentario en
asamblea (p. 459).
Al
hacer referencia a la “Comisión de Enlace” la referencia escrita son siempre
los apuntes de monseñor Carlos Galán. En todos los casos consta siempre el nombre
del que interviene diciendo que “N” afirma “X” cosa. En ese sentido resulta
curioso que cuando Lami Dozo consulta a los delegados episcopales sobre las
misas que celebra monseñor Novak con los familiares de desaparecidos se afirma
que “los eclesiásticos” (es decir, sin dar nombre) compartieron “aspectos de la
personalidad del obispo aludido” donde se señala su participación en el MEDH
que “no es quizás lo más brillante” (p. 477). Resulta curioso que en este caso
no se señale quién es el “eclesiástico” que hace semejante comentario (la
ausencia ¿está en el texto aportado por Galán o en el comentario de los
autores?).
Cuando
Adolfo Pérez Esquivel recibe el premio Nobel de la Paz, el Episcopado declaró
que el Servicio de Paz y Justicia no tenía relación con la Comisión Justicia y
Paz de la Iglesia, y que el organismo de Pérez Esquivel estaba vinculado con el
Consejo Mundial de Iglesias (es decir, estaba vinculado con cultos cristianos
no católicos) [AICA 30
octubre 1980, p. 5 (boletín 1244/5)]. Nada de esto se dice en el volumen.
No es improbable que AICA (Opus Dei) no diga la verdad, pero es muy posible
que sea cierto (especialmente por la difusión que el gobierno se ocupo de darle
al tema y que no fue desmentida por el episcopado). ¿No tuvieron acceso a la “desmentida”?
¿la ignoraron? ¿no les pareció tema importante?
Una
mirada atenta del volumen parece dejar en un lugar excelso al obispo Justo O. Laguna
al que incluso dedica una fotografía laudatoria en p. 678. Nada se señala de la
negación sistemática de él como obispo encargado de la diócesis de San Nicolás,
luego del asesinato del obispo Ponce de León y las mentiras con que rodeó el
tema, ni de su actitud ante la comisión de Enlace sabiendo expresamente que
eran engañados señalando en carta a Zazpe la “total ineficacia” de la comisión.
Difícilmente pueda afirmarse que cumplió “un rol protagónico en la defensa de
los derechos humanos”, aunque, como hemos señalado, por no tratarse de un
campeonato, no lo ubiquemos ni remotamente en el podio de los adversarios.
Algunos
señalaron el conocimiento de los archivos como algo casi fundamental para
conocer sobre el tema. Me permito cuestionar el tema. Es cierto, como he dicho,
que han permitido conocer matices (monseñor Witte sobre Angelelli parece en la
CEA más dubitativo que lo que fue con su clero; p. 668), personas que nos
resultaban desconocidas como es el caso de Fiorello Cavalli, encargado de
asuntos argentinos en el Consejo de los Asuntos públicos de la Iglesia, ciertamente
una persona notablemente informada, lo que no indica que sus apreciaciones,
opiniones o sugerencias fueran acertadas, como las frecuentemente tomadas sea con
Massera (p. 204 [influido por la buena relación de éste con Pio Laghi sin que
se haga en ninguna parte referencia a los partidos de tenis entre ambos]) como
con las Madres de Plaza de Mayo (p. 412 por señalar solo un caso). Muchísimas cosas quedan por decir, ciertamente.
Se
ha dicho que el conocimiento de los archivos fue un “descenso a los infiernos”.
Es posible que lo haya sido para quienes no estaban informados sobre todo lo
acontecido. Pero en lo personal, reitero, nada nuevo me dicen estos sobre
Laghi, Aramburu, Primatesta o Tortolo, por ejemplo; sí ha permitido conocer un
poco mejor a algunos, sea para mirarlos con un poco más de respeto (Iriarte,
por ejemplo) o para detestarlos con más argumentos o precisión (Bózzoli,
Bolatti, Canale), notar llamativamente el silencio casi total de muchos y
aplaudir a algunos. Vaya a modo de ejemplo un reconocimiento aún mayor, si
cabe, a la figura del obispo Jorge Novak… Cada intervención suya, carta,
opinión, propuesta era, precisamente, un baño de Evangelio en ese ambiente
donde este parecía absolutamente ausente.
Tapa del libro La verdad los hará libres II, https://www.planetadelibros.com.ar/libro-la-verdad-los-hara-libres-ii/369928
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