jueves, 6 de abril de 2023

Una promesa

Una promesa

Eduardo de la Serna



Es frecuente escuchar hablar de que alguien, generalmente a raíz de una situación personal, “hace una promesa” a Dios.

En general se trata de algo a lo que una persona se com-promete. Esto puede ser gratuitamente (“porque sí”) o a raíz de otra cosa anterior (“si pasa X… me comprometo a…”).

Con mucha frecuencia, en la Biblia, las promesas son algo a lo que Dios se liga con su pueblo o con alguno de sus amigos. El ejemplo más conocido puede ser la “tierra prometida”; es decir, la tierra que Dios quiere regalarle a su pueblo, así como se la regaló a Abraham (ver Génesis 12,1). Dios, también, hizo promesas a Moisés, o a David. Hay promesas de Dios que suponen, por su parte, también un compromiso de la otra parte: “yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo”, lo que constituye una alianza. Pero, en ocasiones, Dios se considera liberado de su promesa ya que el pueblo no ha cumplido con su parte de ser "pueblo de Dios" (Oseas 1,9).

En el Nuevo Testamento, el término sólo se encuentra una vez en los Evangelios y se refiere a la “promesa” de Dios de enviar el Espíritu Santo sobre su grupo de amigas y amigos (Lc 24,49). En Hechos de los Apóstoles, salvo una vez, siempre se refiere también a promesas de Dios, tanto el mismo Espíritu, como memoria de las promesas a Abraham, a David, a su pueblo… En Pablo se encuentra especialmente en un contexto judío, por ejemplo, en Gálatas (9 veces) en referencia a las antiguas promesas de Dios (por ejemplo, el envío de su Hijo); lo mismo ocurre en Romanos (8 veces) y en la carta a los Hebreos (14 veces). En ocasiones la lógica es la misma que la de la profecía: se espera su cumplimiento, o también la lógica de la herencia.

Como se ve, salvo un texto, en el que un grupo de adversarios “se comprometen bajo juramento asesinar a Pablo” (Hechos 23,21), las promesas se refieren a la confianza en que Dios mantendrá la alianza – herencia – profecía – promesa. Dios no sabe fallar en sus compromisos, como sí lo hacemos, en ocasiones lo seres humanos (Núm 23,19): “la esperanza no falla” (Rom 5,5), “Dios es creíble”, es fiel (1 Cor 1,9; 10,13).

Sobre las promesas políticas de campañas electorales, quizás sea sensato, más que criticar a los que prometen mirar la ingenuidad de los que les creen; pero es otro tema…

¿Eso significa que no es bueno “hacer promesas? Ciertamente no… Puede ser bueno, pero hay algunos elementos que conviene tener en cuenta:

  • Aunque lo parezcan, no conviene entender las promesas como una relación “comercial” con Dios en la que él me da y luego yo le doy. La relación con Dios es la del amor, y en el amor no entra el comercio; “amor con amor se paga”, dice Juan de la Cruz.
  • Precisamente porque se trata de un encuentro de amor, sería absurdo hacer una promesa de algo que nos perjudicara. Dios quiere nuestro bien, obviamente, y no aceptaría, como tampoco lo haría un padre o una madre con un hijo (un hijo puede "prometerle" a sus padres que estudiará, o que buscará trabajo; ningún padre sensato aceptaría que le prometa lastimarse, por ejemplo.
  • En ocasiones se escucha que alguien hace promesas “para” (o “en nombre de”) otro, lo cual no tiene sentido alguno. “Yo prometí que mi hijo iba a …” La promesa, personal, es un encuentro personal de amor.
  • Así como Dios prometió para sus amigos vida, tierra, amor, es decir, cosas que nos alegran la vida, que nos dan mejor vida, cualquier promesa debería ser algo que “alegre a Dios”; por ejemplo, ¿por qué querría Dios que yo haga sacrificios? Como un buen padre-madre, lo que Dios quiere es la vida plena de sus hijos e hijas.

¿Y qué pasa si no puedo cumplir mi promesa? Para decirlo claramente; no pasa nada. El gran beneficiario de mi promesa a Dios debería ser yo mismo o yo misma, y, si no puedo cumplirla por diferentes motivos, pues ¡no puedo! (y Dios lo sabe y entiende). En todo caso puedo hacer otra cosa (o comprometerme a hacerla), pero siempre con el criterio de que sea benéfica para mí o para otras personas. Siempre es sensato pensar cómo reaccionaría un buen papá o una buena mamá en casos semejantes:

Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! (Lc 11:13)

 

Foto tomada de https://www.freepik.es/fotos-premium/biblia-libro-abierto-sobre-suset-antecedentes-promesas-dios-al-aire-libre_20096508.htm

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