El rollo abierto
Eduardo de la Serna
A nivel ilustrativo es visible el texto del
Apocalipsis donde se hace mención a la apertura del séptimo sello. Obviamente,
un rollo sellado con siete sellos, recién puede abrirse y leerse cuando los siete
sellos fueron rotos.
Por eso el silencio religioso y expectante cuando el séptimo de ellos se rompe,
silencio “como de media hora” (8,1). Pero es evidente que por más gráfica que
sea la imagen, el texto quiere decir otra cosa diferente a mi pregunta: el
libro que se abre es el libro de la vida donde están escritos los nombres de
los amigos del Cordero y, por eso, la tensión.
Otro texto ilustrativo, y más apropiado, es
el comienzo del ministerio de Jesús como mesías de los pobres en Lucas, cuando “desenrolla”
el texto de Isaías y dice a todos los testigos que ese texto que acaban de oír
se ha cumplido hoy (4,21).
Pero los Evangelios también dicen claramente
que
«Les decía también:
«¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?
¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que
sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser
descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». (Mc 4,21-23).
Pablo, en 2 Corintios hace
referencia al velo que esconde la lectura del Antiguo Testamento, y aclara:
«Hasta el
día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus
corazones. Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor
es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.»
(2 Cor 3,15-17).
Es evidente que esa palabra que
Dios ha pronunciado en la historia (en ocasiones rechazada, o silenciada) en el
momento definitivo, el kairós de la historia, “se hizo carne y puso su
carpa en medio de nosotros” (Jn 1,14). La palabra está allí para que podamos
verla y tocarla (1 Jn 1,1).
Pero en la Iglesia, entiendo que
especialmente a partir del Cisma de Oriente, la Biblia “se cerró”; bastaba con
el Magisterio. Ya es sabido que leer la Biblia era algo vedado al pueblo común,
e incluso en la vida religiosa (al menos femenina); sabemos que ni santa Teresa
de Ávila (s. XVI), ni santa Teresa de Lisieux (s. XIX) tuvieron acceso a la
Biblia con excepción de los Evangelios.
Pero, en la fiesta de san
Jerónimo, Pio XII tímidamente, y luego, claramente el Concilio Vaticano II
(Constitución Dei Verbum), devolvieron la Biblia al pueblo de Dios. Claro
que esto resultaba “peligroso”. Recuerdo, en mis primeros años de cura, en
todas las parroquias donde estuve, los párrocos me pidieron que diera a las
comunidades un curso de Biblia, menos en una en la que el cura sostenía que los
laicos no tienen que leer la Biblia (era cercano al Opus Dei, debo confesarlo).
Creo que el gran problema radicaba y radica en lo insinuado por Pio XII y
explicitado en el Concilio, de que los seres humanos también son verdaderos
autores. A partir de ahí parecía que lo sagrado se deshacía… Por eso, fue
evidente que Juan Pablo II volvió a poner en primer lugar “el Magisterio”,
relegando a la Biblia a un segundo lugar (el uso de la Biblia en los textos papales
pasó a ser meramente decorativo). El cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación
para la doctrina de la fe, pidió a la Pontificia Comisión Bíblica un texto
sobre la “lectura de la Biblia en la Iglesia” con la intención de lograr una
vuelta a la lectura espiritual de los padres de la Iglesia, pero el documento
fue muy diferente (y, honesto como era, lo hizo público [1993]) aunque siguió
insistiendo en la lectura espiritual, cosa en la que se afirmó siendo papa
Benito XVI. El papa Francisco no rompió esto, y continuó usando la Biblia para
ilustrar lo que decía, y no como punto de partida de nuestra fe…
Es sabido que en Alejandría
surge, a partir de Plotino y otros, el llamado neo-platonismo, que permitió una
lectura religiosa de Platón. Así, en un maridaje entre filosofía y teología se
incorporan terminologías como “espiritualidad”, “contemplación”, “misterio” / “misticismo”,
“ascética”, etc… Merced al dualismo, pasa a haber un espacio superior, el del
espíritu. La lectura espiritual de la Biblia supera, en todo, a la lectura “material”,
como el alma supera al cuerpo, por cierto. De esta lectura "bebe" Agustín; y esta lectura fue casi “oficial” en
la Iglesia desde entonces (con notable presencia en el Renacimiento) hasta
fines del s. XIX, comienzos del s. XX (H. U. von Balthasar dice que Teresa de Lisieux
“contribuyó a eliminar de la Iglesia los últimos resabios de platonismo”). Aquí
parece estar la razón última de la Biblia cerrada, ya que sólo los “espirituales”
pueden comprender los sentidos ocultos.
En la explicación del espantoso escudo papal de León XIV se dice:
Esta
imagen, intensa y cargada de significados, nos recuerda el misterio del
sacrificio redentor de Cristo, un corazón atravesado por el amor de la
humanidad, pero también a la Palabra de Dios, representada por el libro
cerrado.
Ese libro
sin abrir sugiere que la verdad divina a veces es velada, para ser recibida con
fe incluso cuando no se revela completamente.
Es una
invitación a la confianza y al abandono, a la perseverancia en la búsqueda del
significado más profundo de las Escrituras, incluso en momentos de oscuridad.
Que de la Biblia podemos extraer
significados siempre nuevos, luces siempre refulgentes no lo duda nadie del
universo creyente. Que la Biblia esté cerrada, como imagen, me resulta muy
triste… Y que me perdone el nuevo obispo de Roma, pienso tenerla siempre
abierta y aplaudir a todos los que la abran, la lean, la disfruten y la reciban
como luz y desafío.
Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. (Heb 4,12).
Imagen tomada de https://www.ondacero.es/solo-ondaceroes/latitud-cero/podcast/israel/los-rollos-del-mar-muerto-manuscritos-que-recogen-las-copias-mas-antiguas-de-la-biblia_2017042158fa3f590cf2461b6de0d945.html
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