domingo, 11 de mayo de 2025

El rollo abierto

El rollo abierto

Eduardo de la Serna



A nivel ilustrativo es visible el texto del Apocalipsis donde se hace mención a la apertura del séptimo sello. Obviamente, un rollo sellado con siete sellos, recién puede abrirse y leerse cuando los siete sellos fueron rotos. Por eso el silencio religioso y expectante cuando el séptimo de ellos se rompe, silencio “como de media hora” (8,1). Pero es evidente que por más gráfica que sea la imagen, el texto quiere decir otra cosa diferente a mi pregunta: el libro que se abre es el libro de la vida donde están escritos los nombres de los amigos del Cordero y, por eso, la tensión.

Otro texto ilustrativo, y más apropiado, es el comienzo del ministerio de Jesús como mesías de los pobres en Lucas, cuando “desenrolla” el texto de Isaías y dice a todos los testigos que ese texto que acaban de oír se ha cumplido hoy (4,21).

Pero los Evangelios también dicen claramente que

«Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». (Mc 4,21-23).

Pablo, en 2 Corintios hace referencia al velo que esconde la lectura del Antiguo Testamento, y aclara:

«Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.» (2 Cor 3,15-17).

Es evidente que esa palabra que Dios ha pronunciado en la historia (en ocasiones rechazada, o silenciada) en el momento definitivo, el kairós de la historia, “se hizo carne y puso su carpa en medio de nosotros” (Jn 1,14). La palabra está allí para que podamos verla y tocarla (1 Jn 1,1).

Pero en la Iglesia, entiendo que especialmente a partir del Cisma de Oriente, la Biblia “se cerró”; bastaba con el Magisterio. Ya es sabido que leer la Biblia era algo vedado al pueblo común, e incluso en la vida religiosa (al menos femenina); sabemos que ni santa Teresa de Ávila (s. XVI), ni santa Teresa de Lisieux (s. XIX) tuvieron acceso a la Biblia con excepción de los Evangelios.

Pero, en la fiesta de san Jerónimo, Pio XII tímidamente, y luego, claramente el Concilio Vaticano II (Constitución Dei Verbum), devolvieron la Biblia al pueblo de Dios. Claro que esto resultaba “peligroso”. Recuerdo, en mis primeros años de cura, en todas las parroquias donde estuve, los párrocos me pidieron que diera a las comunidades un curso de Biblia, menos en una en la que el cura sostenía que los laicos no tienen que leer la Biblia (era cercano al Opus Dei, debo confesarlo). Creo que el gran problema radicaba y radica en lo insinuado por Pio XII y explicitado en el Concilio, de que los seres humanos también son verdaderos autores. A partir de ahí parecía que lo sagrado se deshacía… Por eso, fue evidente que Juan Pablo II volvió a poner en primer lugar “el Magisterio”, relegando a la Biblia a un segundo lugar (el uso de la Biblia en los textos papales pasó a ser meramente decorativo). El cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, pidió a la Pontificia Comisión Bíblica un texto sobre la “lectura de la Biblia en la Iglesia” con la intención de lograr una vuelta a la lectura espiritual de los padres de la Iglesia, pero el documento fue muy diferente (y, honesto como era, lo hizo público [1993]) aunque siguió insistiendo en la lectura espiritual, cosa en la que se afirmó siendo papa Benito XVI. El papa Francisco no rompió esto, y continuó usando la Biblia para ilustrar lo que decía, y no como punto de partida de nuestra fe…

Es sabido que en Alejandría surge, a partir de Plotino y otros, el llamado neo-platonismo, que permitió una lectura religiosa de Platón. Así, en un maridaje entre filosofía y teología se incorporan terminologías como “espiritualidad”, “contemplación”, “misterio” / “misticismo”, “ascética”, etc… Merced al dualismo, pasa a haber un espacio superior, el del espíritu. La lectura espiritual de la Biblia supera, en todo, a la lectura “material”, como el alma supera al cuerpo, por cierto. De esta lectura "bebe" Agustín; y esta lectura fue casi “oficial” en la Iglesia desde entonces (con notable presencia en el Renacimiento) hasta fines del s. XIX, comienzos del s. XX (H. U. von Balthasar dice que Teresa de Lisieux “contribuyó a eliminar de la Iglesia los últimos resabios de platonismo”). Aquí parece estar la razón última de la Biblia cerrada, ya que sólo los “espirituales” pueden comprender los sentidos ocultos.

En la explicación del espantoso escudo papal de León XIV se dice:

Esta imagen, intensa y cargada de significados, nos recuerda el misterio del sacrificio redentor de Cristo, un corazón atravesado por el amor de la humanidad, pero también a la Palabra de Dios, representada por el libro cerrado.

Ese libro sin abrir sugiere que la verdad divina a veces es velada, para ser recibida con fe incluso cuando no se revela completamente.

Es una invitación a la confianza y al abandono, a la perseverancia en la búsqueda del significado más profundo de las Escrituras, incluso en momentos de oscuridad.

Que de la Biblia podemos extraer significados siempre nuevos, luces siempre refulgentes no lo duda nadie del universo creyente. Que la Biblia esté cerrada, como imagen, me resulta muy triste… Y que me perdone el nuevo obispo de Roma, pienso tenerla siempre abierta y aplaudir a todos los que la abran, la lean, la disfruten y la reciban como luz y desafío.

Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. (Heb 4,12).


Imagen tomada de https://www.ondacero.es/solo-ondaceroes/latitud-cero/podcast/israel/los-rollos-del-mar-muerto-manuscritos-que-recogen-las-copias-mas-antiguas-de-la-biblia_2017042158fa3f590cf2461b6de0d945.html




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