La importancia de un buen odio
Eduardo de la
Serna
El título
provocador de este texto pretende expresamente poner a pensar un tema vigente.
Por un lado, la palabra “odio” tiene una más que razonable “mala prensa”. Hasta
se puede decir, irónicamente, que es “odiable”. El odio envenena al odiador, es
negativo de toda negatividad, pone barreras, divide un mundo entre buenos y
malos… ¡Mala cosa! Pero, por otro lado, desde las usinas oficiales, empezando
por el primer mandatario y todo su elenco, hacen gala del odio. Han logrado que
“malas palabras” aparezcan como normales… Y no me refiero al vocabulario soez
de Milei, ¡deplorable, por cierto!, sino a palabras más malas que las de su habitus
de panelista de programa inferior, sino a malas palabras como desocupación,
mentira, pobreza, hambre, jubilados empobrecidos, etc. Que pronuncie como
logros que hay más desocupados, que “echamos a X.mil personas”, muestra a las
claras que algo ha cambiado en el lenguaje y en la comunicación…
Y, entonces,
quiero hablar bien del “odio” en el sentido más habitual de la Iglesia católica.
Siguiendo una tradición bíblica y pasando por San Agustín hasta Santo Tomás, en
la Iglesia romana la formulación que suele repetirse es “odio al pecado, amor
al pecador”. Y, así, bien pensado, creo que podemos sacar conclusiones
interesantes:
El presidente y
sus lacayos han repetido más de una vez que “no se odia lo suficiente a los
periodistas”, y como consecuencia Roberto Navarro fue agredido en plena calle,
y Antonio Becerra, fotoperiodista de Tiempo Argentino, fue maltratado
públicamente por uno de los vértices del triángulo de hierro. Ciertamente toda
persona tiene derecho a defender su honor si lo siente criticado o cuestionado
– más aún si interpreta que fue hecho con falsedades, pero jamás olvidar el
lugar que ocupa (presidente de una república, por ejemplo), porque nunca falta
un Sabag Montiel en las calles (si no hay, para peor, una incentivación a los “copitos”
para que eso ocurra). Cualquier persona, el presidente incluido, tiene derecho
a sostener “¡eso es mentira!” (odio al pecado) pero nadie (el presidente
especialmente) tiene derecho a alentar la violencia contra el emisor (amor al
pecador).
Todos somos
conscientes de la enorme cantidad de mentiras, falsas o medias verdades,
distracciones y demás “mala praxis” de gran parte del periodismo argentino (es
más, muchos creemos que esto es, en buena parte, la causa de que estemos dónde,
cómo y con quién estamos). Es un lugar común reconocer que tal medio (o tal
otro) sencillamente, ¡miente! Y sería de desear que esas mentiras desaparezcan
(odio al pecado). En lo personal – y no pretendo ser ejemplo de nada ni de
nadie – no dejo de leer (por arriba, por cierto) los medios que sé claramente
que mienten; quiero saber para dónde pretenden conducir las mentes frágiles o
débiles, o la intensidad goebbeliana de sus intenciones. Para entenderlo,
saberlo y, eventualmente, tener argumentos en contrario. Ciertamente no escucho
a muchos de estos autopercibidos periodistas, y si eventualmente (muy
eventualmente) me llaman para algún reportaje, sencillamente, no lo acepto. Por
salud mental, propiamente. Y si se quedaran sin trabajo, por mentirosos, por
ejemplo, no lo lloraría. Y desearía que tengan éxito como albañiles,
repartidores de pizza o conductores de Uber (amor al pecador). Pero de ninguna
manera estoy de acuerdo con que sean agredidos física o psicológicamente.
Creo que lo
mejor que puede pasar es que muchos de esos sujetos que mienten, inoculan odio
(o miedo, que a veces son casi lo mismo), desconfianza, que llevan a escuchar
tonterías repetidas hasta el hartazgo (“con la mía”, “chorra”, “un PBI”, “esto
era necesario”, “pagábamos poco”, etc.…) tengan un rating “cero” sencillamente
porque nadie les cree (aunque, lamentablemente, muchas de las usinas de mentira
tienen una “espalda” suficiente para sostener pérdidas o no ganancias por
muchos años … Y hay ejemplos más que suficientes de esto desde la dictadura a
nuestros días). Pero que, por lo menos, nadie los lea o escuche, que nadie les
crea, sería bueno (odio al pecado) y hasta sería bueno para ellos que, a lo
mejor, casi milagrosamente, se decidieran a comunicar verdades, sensateces y se
dedicaran a ser constructivos (amor al pecador).
Pero cuando – y
especialmente desde la oficialidad – se invita al “odio al pecador”, pues,
sencillamente, tenemos un problema. Y habrá que insistir que hay que odiar la
actitud violenta, odiar la intolerancia, odiar la mentira, odiar la injusticia
social, odiar el desprecio al otro, odiar el maltrato, odiar la sumisión
esclava, odiar instituciones de pecado (FMI incluido), odiar el empobrecimiento
constante y la desocupación, odiar todo lo malo y perverso que día a día nos
inoculan (odiar al pecado) y desear de todo corazón que pronto (ojalá muy
pronto) los emisores puedan dedicar placenteros días a jugar con sus hijitos de
cuatro patas, quizás en los patios de una cárcel donde debe ser bien tratado,
con un buen acompañamiento terapéutico que le permita algo de empatía, y un
buen arrepentimiento de sus pecados pidiendo perdón a las víctimas y jugando a
que tiene novia, o novio sin problemas. Para su propio bien (amor al pecador)
y, sobre todo, para el bien de todos.
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