lunes, 6 de octubre de 2025

Octubre, Mugica, Perón y el «Che».

Octubre, Mugica, Perón y el «Che».

Eduardo de la Serna



Octubre es un mes con mucha densidad… Empieza con la peregrinación a Luján, con toda la carga religiosa, social, cultural y política que tuvo desde sus orígenes en los difíciles años 1975. Termina con las elecciones nacionales el día 26 en las que se elige si queremos ser libres de verdad o narcodependientes de poderes oscuros. En el medio, el día de la lealtad, el 17, en la que un pueblo se consolida precisamente como pueblo detrás de un proyecto al que hoy llamamos “nacional y popular”.

Pero, y no es menos significativo, quiero notar, en la segunda semana, una serie de efemérides:

El 7 de octubre de 1930 nació Carlos Mugica.

El 8 de octubre de 1895 nació Juan Domingo Perón.

El 9 de octubre nacía a la vida nueva, asesinado, Ernesto, el “Che” Guevara de la Serna.

Con Mugica se mostró a todos un rostro de una Iglesia viva y hermana, liberadora y compañera de los pobres.

Con Perón se configuró una esperanza, un sueño y un camino de pueblo, una patria en movimiento.

Con el Che flamearon las utopías, se esperaba para mañana una revolución de vida para todos, de justicia y de paz verdadera.

I.- La Iglesia supo ser cómplice silenciosa de todas las opresiones e injusticias, del statu quo y de bendiciones de armas y dictaduras. Mugica supo dejar que “los pobres le enseñaran a leer el Evangelio”, aprendió a abrir los ojos y a cantar otras músicas. Supo dar el pequeño paso de Gelly Obes a “la 31”, paso de pocos metros y distancias infranqueables. Y ese salto, acompañado por compañeros curas y hermanos villeros, por un viaje en avión chárter (un viaje en este avión hizo más historia que los 35 viajes a escondidas del narcofugitivo) y frecuentes reportajes. Carlos supo mostrar otra Iglesia. La que molestaba. Tanto que era más sensato su asesinato que ignorarlo (además de que era imposible ignorar a Carlos Mugica). Carlos fue – para quien quisiera verlo – el rostro de otra Iglesia, una Iglesia “con una oreja en el Evangelio y otra en el pueblo”, como él decía remedando a Angelelli. Una Iglesia liberadora y de primavera. Recuerdo sus misas (habitualmente iba los domingos a misa a la 31, así que “nadie me tiene que contar que Mugica era cura”), y las charlas personales. Incluso, puesto que en el seminario (ingresé en 1974) los formadores invernales hablaban críticamente de “los curas y la política” (obviamente en contra de los curas del Tercer Mundo), recuerdo haber hablado con él para escuchar su opinión sobre el tema. “Un domingo a la tarde te venís al Instituto y charlamos y de allí te vas al seminario”, me dijo. Quedamos, pero nunca lo concretamos. La Triple A no nos dio tiempo; “el que siembra viento recoge tempestades” repitió mediocremente el superior invernal. Los mártires son una voz de Dios para su Iglesia, un “lugar”. Como Iglesia deberíamos aprender a escuchar lo que Dios nos dice en la vida y en la muerte de Carlos Mugica. Creo que seguimos en deuda… deuda con Dios, deuda con Carlos, deuda con el pueblo…

II.- “La fiesta era del patrón” nos dijo una vez “Herminio”, un excelente tipo que trabajaba de mozo en un lugar donde íbamos a cenar a veces con el grupo misionero cuando le preguntamos por qué era peronista. Era de Ituzaingó, casa sencilla en calle de tierra. Entender el peronismo y a Perón desde una perspectiva solamente o exclusivamente política o solamente económica no es falso. Es parcial. Muy parcial. Propio de la miopía libertaria. Perón marcó un tiempo, o mejor, una era. Recogió, sintetizó, expresó en el lenguaje del pueblo su vida, su fiesta, sus capacidades, fortalezas y debilidades. Mostró y reconoció la dignidad de ser con nuestros límites lo que somos y soñamos. Nos enseñó que hay tres banderas que no deben arriarse si queremos ser un pueblo feliz: la soberanía económica, la libertad política y la justicia social. No está mal refrescarlo en tiempos de total dependencia política vergonzante, de pérdida absoluta de capacidades de decisión económica y de injusticia rampante, ostensible e impune. Una mirada de ternura a los únicos privilegiados, los niños, y recordando que gobernar es dar trabajo, porque “solo hay una clase de personas, ¡las que trabajan!” Con su compañera eterna nos enseñó que «un peronista nunca dice “¡yo!” (como tantas y tantos autoreferenciales de hoy día), un peronista dice “nosotros”». Eso de buscar la felicidad del pueblo no es ni más ni menos que la vida que tantas y tantos soñamos para nuestras familias, para los niños, para los jubilados, las personas con discapacidad y tantas y tantos gaseados en tiempos de un 3% de felices a costa de un 97% de hambreados, injusticiados, víctimas de un modelo de muerte y de violencia, de odio y de mentira.

III.- Cuando empecé a militar, en tiempos en los que eso era casi un sinónimo de estar vivo, había banderas que debían levantarse con orgullo. “¡Liberación o dependencia!”, cantábamos. Cantos contra la guerra de Vietnam, o el insistente “Yanquis go home!” Y entre esas banderas, con consignas, marchas y corridas escapando de los lacrimógenos, ¡un rostro! Casi un esténcil. La imagen siempre viva del Che que nos invitaba a caminar ¡hasta la victoria! Che y militancia eran inseparables; Che y revolución eran inseparables. El socialismo nacional estaba casi a la vuelta de la esquina. E incluso el compromiso y el idealismo dispuestos, hasta a arriesgar la vida por la felicidad del pueblo; precisamente como el Che. La resistencia, o incluso, hasta la guerra contra la opresión. Recuerdo que una vez estaba dando unas charlas en el extranjero y se aproximó un participante. Cordialmente – lo aclaro – me preguntó por mi aparente parentesco con el Che Guevara. Cuando lo confirmé me dijo, con cara de preocupado: “¡Pero él mató gente!”, a lo que le pregunté si San Martín o Bolívar no lo habían hecho. Una vez ironicé que pareciera que en algunos ambientes es lícito matar en los siglos impares, pero es malo hacerlo en los siglos pares. San Martín y Bolívar eran del s. XIX, ¡permitido!, el Che era del s. XX, ¡prohibido!, Cristina es del s. XXI, ¡está permitido matarla! Los estereotipos de “buenos” y “malos” (y, peor aún, cuando estos vienen formateados desde el Establishment) debo reconocerlo, me provocan náuseas y desprecio.

Evita clamó una vez, en ocasión de su “renunciamiento”: “aunque tenga que dejar en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes tomarán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”. Los nombres que hoy recuerdo, ¡son bandera! La victoria es siempre una utopía, como es utopía la Iglesia fiel al reino de Dios, como es utopía la patria justa, libre y soberana, y como es utopía el socialismo nacional. Es utopía, es decir, es una lámpara que señala el camino: “puse rumbo al horizonte, y por nada me detuve (…) Sueño con encaramarme a sus amplios miradores, para anunciar, si es que vienen, tiempos mejores”.


Imagen creada con IA

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