lunes, 27 de octubre de 2025

Pensando en los enemigos

Pensando en los enemigos

Eduardo de la Serna




Es evidente que terminológicamente el término enemigo deriva de “amigo”, es quien está privado de ello. Algo que a su vez deriva de “amor”, que es quien lo tiene por otro u otra.

La idea de enemistad señala un rechazo, en ocasiones violento, por quien es tenido por tal, e incluso, se pretende, a veces, su desaparición física o espacial. Es algo que ciertamente implica hostilidad.

Yendo al Evangelio, es considerablemente llamativo que Jesús reclame “amar a los enemigos” (Mt 5,44; Lc 6,27). Pero es importante tener presente que, para el mundo hebreo, “amar / odiar” no se trata de un sentimiento sino de un “obrar”. No es la teoría sino la praxis la que decide (J. Gnilka, Das Matthäusevangelium [HThKNT I.1], Freiburg: Herder 1988, 191), lo cual implica rezar por él/ellos preparando el camino para la conducta del lector (W. T. Wilson, The Gospel of Matthew [ECC] 1, Michigan: Eerdmans 2022, 190). Aunque con exactitud no lo fuera, san Justino considera el amor a los enemigos la gran novedad del cristianismo (1 Apol 15,9-10). También en Lucas se destaca la oración por ellos (como, en la práctica lo hará Jesús [Lc 23,34], o también Esteban [Hch 7,60]) y agrega una referencia “material” al don: dar la túnica, no reclamar… Esto supone “obrar el bien, una actitud activa y concreta” (F. Bovon, L´Evangile selon saint Luc 1-9 [CNT 2ème série IIIa], Genève: Labor et Fides 1991, 310) teniendo en cuenta que la actitud de hacer el bien, bendecir y rezar no es algo individual sino colectivo (B. Reid – S. Matthews, Luke 1-9 [WC 43A], Minnesota, Liturgical Press 2021, 209).

Señalo esto, porque tengo la sensación de que en muchas actitudes – y me refiero, especialmente, de parte de personas que afirman ser y creen ser cristianas, pero sus actitudes parecen movidas por el odio y la enemistad – el odio y la enemistad parecen ser, precisamente, el motor del obrar y de la toma de muchas decisiones.

Si nos movemos en el terreno de lo simbólico, no es difícil decir que odiamos al pecado, el cual es nuestro enemigo. Nadie lo cuestionaría. Nuestro enemigo es el hambre, la injusticia, la indiferencia, la insensibilidad frente al dolor ajeno-hermano. Entiendo que tampoco nadie lo objetaría. Pero cuando esas categorías se concretan, entramos en el terreno de lo personal. ¿Debemos odiar, considerar enemigos, a los hambreadores, injustos, indiferentes e insensibles de nuestros hermanos y hermanas?

Tradicionalmente – y lo hemos dicho en más de una ocasión – la tradición teológica afirmaba que hay que “odiar al pecado y amar al pecador”. Lo cual es, también, fácil de entender. Pero, puesto que el amor supone obrar el bien, habrá que señalar que, en ese caso, eso implica buscar que ese tal enemigo cambie de actitud, que cese de hambrear, de ser injusto, indiferente e insensible. Porque, precisamente el amor – en este caso por las víctimas del hambre, la injusticia, la indiferencia e insensibilidad – también buscará su bien, el cual es que cese su padecimiento. A eso llamamos “conversión para el perdón de los pecados”.

Lamentablemente, y lo hemos señalado con frecuencia, la lectura superficial, intimista y espiritualista del Evangelio lleva el terreno del pecado al “alma”, el arrepentimiento al terreno ritual de la “confesión” y el amor al de un mero sentimiento; y, en todo caso, el arrepentimiento, y el perdón, a un ámbito de autoayuda. Y nuestro obrar movido por el odio y la búsqueda de la eliminación de los enemigos se traslada al etéreo espacio del olvido. Mientras tanto, las víctimas del odio y del hambre, de la injusticia y la indiferencia, el desprecio y la insensibilidad siguen al borde del camino en el que hemos dado un rodeo.

 

Imagen tomada de https://www.hablarconjesus.com/meditacion_escrita/amar-al-enemigo/

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